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« Candice »
Alcé mi copa de vino para brindar con Harry y sonreí hacia el chico antes de dar un trago a la oscura bebida. Harry, cuando dejó su copa sobre la mesa de nuevo, tomó mi mano y la llevó hasta sus labios, depositando un pequeño beso en ella antes de soltarla.
- Que aproveche, muñeca.
- Igualmente, Harry.
Ambos nos pusimos a comer la deliciosa cena que Harry, obviamente, había preparado. Él lo había preparado todo, había comprado un buen vino y había preparado una cena exquisita. Además todas las luces estaban apagadas, y veíamos gracias a las velas que había colocado. También había encendido algo de incienso, pero en otra sala de la casa, haciendo que a la mesa llegara levemente el olor, pero sin que fuera demasiado agobiante, sobretodo teniendo en cuenta el hecho de que estábamos comiendo.
Para cuando acabamos, Harry recogió rápidamente los platos, sin dejarme ayudarle, y los dejó sobre el mármol de la cocina, para luego venir hacia el salón conmigo. Todavía conservábamos nuestras copas con algo de vino. Nos sentamos en el sofá, y él pasó su brazo por encima de mis hombros, levemente acarició mi brazo y dejó un corto beso en mi mejilla antes de dar un trago al vino tinto.
- Gracias por la cena, Harry... - susurré, apoyando mi cabeza en su hombro - Estaba deliciosa.
- No es nada, me encanta cocinar para ti, muñeca - sonrió.
Entonces dejó la copa sobre la mesa y movió esa mano hasta mi pierna, para acariciarla lentamente. Poco a poco, con la otra mano, me hizo subir el rostro hasta estar mirándole. Sus claros ojos verdes se fijaron sobre los míos, y sus finos labios dibujaron aquella sonrisa que era tan perfecta que ni siquiera podía describirla apropiadamente. Y en sus mejillas se marcaron aquellos dos profundos hoyuelos que me hacían delirar cada vez que aparecían. Por puro instinto, yo también sonreí, sintiéndome embelesada por su mirada y por el vino que ya me estaba subiendo un poco, ya que no estaba acostumbrada a beber, no lo hacía nunca.
- ¿Puedo besarte, muñeca? - preguntó cuidadosamente, con su voz aterciopelada, haciendo que mi piel se erizara al oírle.
- Claro que sí.
- Pero quiero besarte y... bueno, no parar. ¿Estás bien con eso? - murmuró, ya acercándose a mis labios. Entonces me eché levemente hacia atrás y negué con la cabeza - ¿No?
- N-no Harry... es que...
- Está bien, si no estás lista, puedo esperar, cariño. Sé que hablo mucho, pero no quiero que te sientas presionada. Lo haremos cuando tú quieras. Tú marcas el ritmo, amor. No hace falta que pongas ninguna excusa.
- Es que sí quiero hacerlo Harry - dije, interrumpiendo su discursito -. Pero no puedo... - hice una mueca.
- ¿Por qué no?
- Uhm... - sentí como me sonrojaba. Aunque era algo natural, me avergonzaba hablar de ello.
- ¿Pasa algo?
- Harry, tengo la regla - confesé, totalmente avergonzada, sintiendo que si la tierra me tragara me estaría haciendo un inmenso favor.
- Ah bueno, está bien - dijo, con total naturalidad -. No pasa nada, esperaremos un poco más - sonrió.
Se agachó a darme un corto beso sobre los labios y volvió a agarrar su copa. Entonces apoyó su espalda en el sofá y dio un trago al vino. Yo puse mi mano sobre su rodilla y le miré a los ojos; poco después él también me miró y me volvió a sonreír.
- Lo siento.
- No pasa nada, muñeca. No es algo por lo que debas disculparte - dijo tranquilo, mientras yo subía levemente mi mano por su pierna -. Está todo bien, de verdad.
- Me sabe muy mal... - aventurándome, gracias al vino que había bebido, y después de tragar fuertemente, pude seguir hablando - ¿Quieres que...?
- No - sentenció serio, poniendo su mano sobre la mía, deteniéndola a mitad de su muslo -. Quiero que lo primero que hagamos, sea hacer el amor. El uno al otro. No tú a mí. Sería muy egoísta - lentamente llevó mi mano hasta su cintura y agarró mi mentón -. Y yo no soy egoísta, quiero compartir el placer contigo, amor. No recibirlo todo yo. No me va ese rollo, ¿está bien?
- Gracias... - susurré, con alivio, a pesar de que yo misma iba a ofrecerlo, sabía que si hubiera dicho que sí, no podría haberlo hecho.
Harry me guiñó el ojo y acarició nuevamente mi brazo, con mucha delicadeza. Entonces se terminó el vino que quedaba en su copa y volvió a dejar ésta sobre la mesa. Luego volvió a agarrar mi mentón y me llevó hacia sus labios, para sin previo aviso ni forma que hiciera que me lo esperara, empezó a besarme con bastante fuerza, tanta que mi copa casi se cayó de mis manos. Como pude dejé yo también la copa en la mesa y luego llevé mis manos a sus mejillas para seguir su delicioso beso. Cerré los ojos, dejándome llevar por él. Dejé que él marcara el ritmo, y dejé que él llevara la voz cantante. Al fin y al cabo se le daba mucho mejor que a mí.
- Léeme algo... - susurró, sin dejar de besarme.
- ¿Qué?
- Algo de tu libro... - jadeó, acelerado, mientras, mordía mi labio - Léeme algo de tu libro.
Algo desconcertada, asentí con la cabeza y me separé un poco de él. Harry sonrió y se apartó, para que yo pudiera levantarme. Así que me puse de pie y fui hasta la habitación, donde tenía varias de mis libretas. Busqué dónde tenía algún trozo manuscrito de libro que iba a publicar y regresé al salón. Me senté de nuevo junto a Harry y él se estiró, apoyando su cabeza en mis piernas.
- ¡Venga, empieza! - pidió con un tono infantil en su voz, como el niño que le pide a su madre que le lea un cuento antes de dormir. Yo asentí, abrí por una página al azar, y aclaré mi garganta.
- Y entonces, mi corazón se detuvo - empecé a leer suavemente -. Edward estaba ahí, frente a mí. Antes siquiera de verle, supe que era él. En el momento en que nuestros cuerpos chocaron y su mano rozó mi brazo, supe que era él, por la chispa que recorrió todo mi cuerpo, de arriba a abajo, haciendo que me mareara. Entonces, al alzar la vista, pude confirmar que sí. Era él. Edward y sus profundas orbes verde esmeralda me miraban detalladamente. Mi respiración se cortó. Sus ojos se abrieron, mostrando sorpresa; y sus labios, efímeramente, dibujaron una sonrisa, haciendo que sus mejillas quedaran marcadas por dos profundos hoyuelos. Pero esa sonrisa se desdibujó enseguida, y me miró cautelosamente. Sus ojos me inspeccionaron, en busca de una reacción, un gesto que me delatara, que pudiera decirle qué estaba pasando por mi mente. Pero no hubo tal señal, ya que mi rostro se mantuvo frío. No sabía cómo reaccionar ante nuestro tercer encuentro fortuito en una semana. De pronto, ambos nos agachamos a recoger los libros que se me habían caído al chocar, y nuestras manos se rozaron, por lo que una nueva corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Y entonces, lo supe. Entonces supe que tenía que perdonarle. No porque lo que había hecho no fuera malo, sino porque él significaba demasiado para mí. Le quería, y quería estar con él. Sin embargo, no iba a ser tan fácil. Tenía claro que era el hombre de mi vida, pero debía pagar su error.
- Y lo pagué... - asintió levemente - ¿Sabes algo divertido?
- Dime... - susurré, acariciando su pelo, mientras todavía sostenía la libreta en la otra mano.
- Mi segundo nombre es Edward.
- Cállate... - dije, pensando que estaba burlándose de mí.
- ¡Que es verdad, Candy! - rió - ¿Tengo que enseñarte mi carnet?
- ¿En serio? - reí levemente - De pequeña siempre decía que mi marido se llamaría Edward.
- Pues va a hacerse medio realidad - bromeó, cerrando los ojos. Yo solo me sonrojé al ver cómo se había llamado a él mismo mi "marido" -. Sigue leyéndome, muñeca. Me encanta cómo escribes.
- Vale... - pasé un par de páginas - Edward me llevó hasta una lúgubre taberna. Al abrir la puerta un olor a madera húmeda, alcohol y decadencia inundó mis fosas nasales. Había solo cuatro mesas ocupadas. En todas ellas había hombres, ya entrados en años, solitarios y con profundas arrugas en sus rostros, mostrando lo miserables que habían sido sus vidas. Se llevaban a los labios vasos que contenían oscuras bebidas, probablemente whisky, coñac o quizás ron; ya algo aguados por el hielo que se había ido derritiendo durante las largas horas de evasión en aquel bar. Edward me condujo hasta una mesa y me indicó que me sentara. Después de pedir, se sentó frente a mí. Por un momento, ambos nos mantuvimos en silencio, no hacían falta palabras. Entre nosotros parecía haber algo tan identificable y verdadero que se sentía casi tangible. Lentamente, su mano se movió por encima de la mesa, cual araña en busca de la presa que ya ha quedado atrapada en su red. Hasta que la araña atrapó la tímida mariposa que era mi mano, y ésta cayó rendida, sin siquiera plantearse luchar contra su depredadora, en una batalla que estaba segura que no iba a ganar. Mi mano fue sumisa a la suya, y aceptó cuando los largos dedos de Edward se enlazaron con los míos, formando un lazo más bonito que cualquier decoración navideña. Miré hacia la unión de nuestras manos y sonreí interiormente, pensando en que hacer eso cada día de mi vida, sería una opción maravillosa.
- ¿Maravillosa, dices? - susurró Harry, medio adormilado - Entonces esta arañita va a atrapar siempre a la mariposa - sonrió, enlazando su mano con la mía.
- ¿Quieres que vayamos a dormir, amor? - sonreí, viendo su rostro tranquilo, y sus ojos medio cerrados; y como a pesar de caerse del sueño no perdía la sonrisa.
- Quiero que sigas leyéndome.
- Pero si te estás quedando dormido, Harry - reí.
- Bueno... está bien, vamos.
Harry se levantó perezosamente del sofá, y yo cerré la libreta e hice lo mismo. De pronto, agarró mi cintura y empezó a besarme a la vez que caminaba hacia la habitación. Yo sonreí y puse la mano que tenía libre sobre su mejilla, para seguirle el beso y caminar cautelosamente de espaldas, con miedo de chocarme con algo. Pero llegamos sanos y salvos a la habitación, donde Harry me hizo acostarme lentamente en la cama, poniéndose sobre mí.
- Harry para... - pedí, intentando apartarle - estás haciendo esto muy difícil.
- Difícil para mí... - murmuró, mordiendo mi labio y pegándome su erección, haciendo que jadeara.
- ¡Y para mí! - puse mis manos en sus hombros y le empujé hacia atrás, sin ser demasiado fuerte - A las mujeres se nos alteran mucho las hormonas durante esta semana del mes, Harry. Y tú no ayudas nada besándome de ese modo.
- Vale, vale... perdón. Es que me encanta besarte, muñequita.
- Puedes besarme, pero más suave. ¿Por favor? - pedí, agarrando sus manos.
- Está bien - aceptó, sonriendo como un bebé.
Harry se volvió a agachar hacia mí y juntó sus labios con los míos. Tal y como le pedí, aquella vez el beso fue mucho más tranquilo y suave. Sus dedos se enredaron en mis rizos, mientras que yo puse mis manos en sus mejillas, acariciando su suave piel. Tímidamente, casi pidiendo permiso, su lengua se abrió paso entre mis labios, a lo que accedí sin pensarlo. Sentí como mi corazón estaba tan acelerado en mi pecho, y latía con tanta fuerza que no me habría extrañado que Harry hubiera podido escucharlo.
Lentamente, se giró hasta quedar estirado a mi lado, pero sin dejar de besarme. Entonces aproveché para abrazarle. Rodeé su torso con mis brazos, sintiéndome en casa. Sus manos también descendieron poco a poco, primero acariciando mi cabello, luego mi espalda, hasta que quedaron alrededor de mi cintura. Sentí como el beso iba perdiendo intensidad, muy poco a poco, hasta que se detuvo casi por completo. Al abrir los ojos, pude ver que Harry se había dormido, así que sonreí levemente y me aparté con cuidado de él.
Primero me levanté para dejar la libreta sobre mi mesita de noche. Luego me acerqué a Harry y le quité los zapatos, dejándolos en el suelo. Yo me puse el pijama y volví a meterme en la cama, tapándonos a ambos con la sábana. No quise apagar la luz por el momento, ya que quería mirar a Harry. Su rostro se veía tranquilo y sus labios estaban fruncidos levemente hacia arriba, haciendo un amago de sonrisa. Sus largas pestañas causaban algo de sombra bajo sus ojos. Subí mi mano hacia su cara, y pasé la parte exterior de mis dedos por su mandíbula, la cual estaba tan marcada y afilada que casi parecía que pudiera cortarte al tocarla. Pero el tacto, por lo contrario, era suave. Como si fuera la piel de un bebé. Entonces me sorprendí a mí misma, imaginándome junto a Harry veinte años después, y pensando en si su piel se sentiría de la misma forma entonces.
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Holaaaaaps
Bue, he tardado mil en subir. Pero entre que no conseguía hacer que el capítulo anterior le apareciera a todo el mundo; y que he estado con exámenes en la universidad -y realmente todavía sigo pero no tantos-, pues no he tenido mucho tiempo de escribir :l
btw, ¿qué os ha parecido el capítulo? ¿Creéis que la historia de Handy va a acabar bien? Ya no queda demasiado para que termine. ¿Acabaran casados, y con hijitos, y de viejitos amándose siempre o terminarán mal? chan chan chan
recordad que si queréis dedicación podéis pedirla en un comentario anytime
» capítulo dedicado a StephaniaJumpa
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