Capítulo 7


Transcurrieron varios días en los que la pareja se dedicó a explorar el lugar, que parecía inmenso. El invisible suelo que pisaban, con todo, era firme, excepto en algunos tramos en los que sentían que la tierra les tragaba unos centímetros por alguna razón inescrutable. Había cuestas y pendientes abruptas, paredes luminosas y pantanos de gases irrespirables. Soles lejanos y de un verde macilento coronaban el supuesto cielo que presidía los paisajes (cielo que era indistinguible del suelo), y formas indescriptibles que se movían les recordaban los animales de su anterior mundo. De algún modo, comenzaban a acostumbrarse al nuevo medio. Marcoleno había probado en incontables ocasiones incontables hechizos para generar un modo de escapar de allí, incluidos nuevos portales dimensionales, pero no obtuvo éxito en ninguno de sus intentos. "Aquí la magia es la norma, hay una saturación y no se puede hacer más magia", le explicaba a Darnea cada vez que ésta, pesarosa y cada vez más resignada, insistía en que debían producir magia para tratar de escapar.

El perdón de Darnea no tardó en llegar, y la relación recobró su anterior esplendor y magnificencia. El estrambótico entorno se desplazó a un segundo plano, y volvieron a vivir intensamente el amor que se profesaban. Marcoleno no había tenido del todo la culpa del incidente, y la mala suerte había jugado un papel importante, o al menos así concluyó la chica. Todo cuanto necesitaba lo hallaba en ese hombre, el de sus sueños, el de su vida; y eso no lo había perdido, aunque a todo lo demás sí. Por alguna razón comenzaron a experimentar mayor y mayor bienestar en ese nuevo hogar, pese a su extrema rareza. "Alguna vez he oído en la carrera que la magia concentrada tiene ciertas propiedades sobre el estado de ánimo". Por alguna otra simpática razón para la que Marcoleno ya no poseía explicación, habían dejado de sentir la necesidad de comer y beber.

Con el tiempo apreciaron el encierro. Descubrieron que la inmensidad del mundo mágico les había dificultado el hallazgo de otras personas; en efecto, las había. Aquellos aventureros o torpes aprendices que se adentraron en el portal dimensional sin acabar de traspasarlo, como había hecho la pareja, enojando suficientemente al canal para producir su cierre, se encontraban allí, formando una curiosa comunidad entre dos brotes gigantescos de espirales anaranjadas que asemejaban bosques. No habitaban Poblado Mágico, como se llamaba aquella congregación, más de cuarenta personas, pero la pareja acabó conociendo con el tiempo la historia de cada uno de ellos. Se suponía que allí se encontraban todos los moradores de ese mundo bizarro; pero no se sabía a ciencia cierta, cabía la posibilidad de que la magna extensión del mundo cobijara a más incautos en determinados puntos.

Pasado un tiempo, la pareja sintió la necesidad de disfrutar de intimidad, de alejarse, y resolvió llevar a cabo una travesía equiparable a un viaje de novios. Decidieron emprender un peregrinaje por "tierras" nuevas, impregnados y embaucados ya completamente por ese aire benigno que se respiraba, esa magia benévola que rociaba bienestar e insuflaba felicidad en sus corazones a pesar de hallarse enclavados en un universo surrealista e inconcebible. Atravesaron un desierto compuesto por cristales grandes y redondos que emitían luz propia, escalaron formas geométricas perfectas pero resbaladizas hasta hallarse sobre un pico desde el que no se atisbaba más que neblina purpúrea y un insondable y perpetuo fondo negro, bordearon un lago que no osaron tocar puesto que su agua era espesa y dorada y emanaba de ella un hedor muy peculiar.

Así fueron pasando de unos paisajes rocambolescos a otros más sorprendentes e inconcebibles todavía, hasta que finalmente hallaron un escenario que ambos coincidieron en calificar como paradisiaco y digno de sus sueños. En un elevado collado al amparo de unas estructuras finas y retorcidas que podrían asimilarse a árboles y que componían una intrincada bóveda sobre sus cabezas, había una casa. Sí, una casa, y aquí no hace falta descripción exhaustiva pues se asemejaba sobremanera a las que ellos conocían. Una maravillosa casa clásica de dos pisos con chimenea que poseía más rasgos terrenales que propios de aquel mundo, como si se tratara de un regalo, de una compensación por lo irremediable de su encierro. "Puede que alguien viva aquí", manifestó prudentemente Darnea. Él la miró con un cariz profundo en sus ojos, "No me preguntes por qué, pero estoy seguro de que no". Ella sonrió, conmovida por sus palabras.

Y, juntos, enlazados por la mano, contemplaron con placidez y al mismo tiempo excitación la maravillosa estampa que se ofrecía a sus ojos. Un nuevo oasis de esperanza brotó, una brisa de satisfacción y regocijo los envolvió, un mar de recuerdos formidables por levantar emergió en sus corazones. Ésa era su casita de las montañas.

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