Capítulo 3


Marcoleno otorgó considerable reflexión a su plan. Pese a que se caracterizaba por su sencillez, no le abandonaba el temor a que fracasara, así que, más que cavilaciones, lo que le ocupaba era el proceso de infundirse de valor para llevarlo a cabo. Habían transcurrido seis días desde que lo separaron de Darnea, y no se había comunicado con ella de ninguna manera. Todavía no era capaz de explicarse la torpeza de la policía al permitirle escapar a través del mismo portal dimensional que lo había llevado allí; quizás dieron por sentado que Marcoleno no acumulaba tanta estupidez en su sesera como para intentar esa vía de fuga. Al fin y al cabo, su cerebro debía de constituir un prodigio de la naturaleza pues contados individuos recorrían tan loable trecho de la carrera mágica. En vista de lo sucedido, estaban en un error, mas el resultado fue favorable para él.

Al regresar a España, se refugió en un castillo medio derruido, consciente de que en su casa los brazos abiertos que se iba a encontrar serían los de la policía, dispuestos a apresarlo. Se alimentó acercándose a un pueblo cercano y comiendo en los bares, disfrazado gracias a sus artes. Por suerte llevaba consigo algo de dinero. Para dormir se las ingeniaba cada noche, testeando hechizos en los distintos materiales que había por allí, para hacerlos más mullidos.

Pero al fin se decidió. Aquella noche era la noche adecuada. Los sábados los padres de Darnea solían cenar con sus tíos para regresar bien entrada la madrugada, con cada célula de sus tambaleantes cuerpos embriagada. Y no le cabía la menor duda de que su amada se encontraba recluida y castigada. De nuevo se disfrazó, en esta ocasión de mujer, con el fin de confundir lo máximo posible. Cada vez más agradecía al universo que le hubiera regalado la capacidad para entrar en la facultad de magia, puesto que los usos que proveía para desenvolverse en la vida le parecían mayores a cada escollo en el camino que debía sortear. Disfrazarse con magia constituía sin duda un uso muy útil.

Se detuvo en las lindes del pueblo donde vivía Darnea. Se notaba algo extraño con sus pechos mágicos y sus tacones, pero ahora sólo debía concentrarse en actuar. Atravesó con presteza las calles que le conducían hasta la casa de su amada, tratando que los músculos de las piernas se le relajaran, pues parecían prontos a estallar de la tensión.

Cuando avistó el edificio en cuestión, constató con alivio que no había luces encendidas en el hogar. Pese a que estaba casi seguro de que podía llamar al timbre tranquilamente, ese "casi" le conminó a continuar el plan según lo previsto. Se situó con avidez justo debajo del balcón, y, cuando se aseguró de que ninguna mirada curiosa era susceptible de atisbar sus actos delictivos, efectuó un movimiento rápido de brazos, acompañado de un susurro. Una escalera de mano demasiado fluorescente para su gusto hizo acto de presencia justo delante de él. La colocó contra el balcón, agradecido de que se tratara de un primer piso, y trepó por ella sin tardanza. Con otro gesto y otra palabra, la escalera se desvaneció a sus espaldas.

Al entrar en la habitación, le embargó un aroma especialmente cautivador y fundamental en su vida: el olor de su amada. Dejó transcurrir unos segundos para que sus ojos se adaptaran mínimamente a la oscuridad, y entonces vislumbró su silueta. Entreveía un cabello revuelto sobre la almohada y percibía la suave respiración de su cuerpo bajo las mantas. Se abalanzó sobre ella, "¡Darnea!". Ella dio un respingo y se giró, "¿Marcoleno?". "¡Sí, sí, soy yo! ¡Eres el amor de mi vida, y te quiero!". La besó tiernamente, sin permitirle respuesta alguna. Tras una profusa tanda de exclamaciones, abrazos, besos y sonrisas desahogadas, la pareja se decidió a actuar, si bien no se atrevían a encender la luz y procedieron a oscuras. Marcoleno se dirigió hacia el armario y lo abrió a tientas. Tenía constancia de que Sinestáfora nunca abría ese armario, puesto que la labor de ordenar la ropa de Darnea era, únicamente, de Darnea. Se sentía nervioso y excitado. Al reencuentro con su amada se sumaba el hecho de tener que crear el segundo portal dimensional de su vida, y en esta ocasión con especiales medidas de seguridad. No obstante, a la hora y media la tarea quedó finalizada, requiriendo menos tiempo que la primera vez. La pareja volvió a mirarse y abrazarse. Allí había mucho que celebrar.

Y tanto se entretuvieron en celebrar, que percibieron nítidamente la puerta de casa restallar contra su marco. Allí había alguien con las venas bañadas en alcohol a juzgar por los pasos irregulares y los golpes contra la pared. "Recuerda, tú sólo has de esperar", le recordó Marcoleno a Darnea antes de deslizarse raudamente por el portal dimensional recién fundado en el armario. Portal que, al igual que el anterior, era de carácter aleatorio. Todavía era demasiado inexperto como para enlazar portales. Únicamente rogó a algún ser superior, si es que existía, que al otro lado no le esperara el océano. Teniendo en cuenta que tres cuartas partes del planeta lo constituye el líquido elemento, su terror fue fundado. Le dio unas sentidas y etéreas gracias a dicho ser cuando constató que se hallaba en una ciudad, al no atisbar más que edificios por doquier. No albergaba dudas de que un portal dimensional pasaría desapercibido en un entorno en el que sus habitantes caminan cegados por una burbuja de preocupaciones diarias, al contrario de lo que sucede en el campo, donde la gente es más observadora e impresionable. Y dio gracias de nuevo al comprobar que se encontraba en un callejón no transitado. Allí instalaría su fortín, quizás haciéndose pasar por un indigente que vive entre cartones. ¿Qué le importaba a él convertirse en un pobre, si luchando por su amada conservaba su riqueza de corazón?

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