Capítulo 2
Años más tarde recordarían el día casi entero que se refugiaron en aquella casa de verano como uno de los momentos más bellos de su vida. Supusieron que se trataba de una casa de verano puesto que no había nadie allí; quizá se trataba de una casa de fin de semana, porque la luz y el agua estaban dados. Bueno, el caso es que la allanaron felizmente y se sintieron muy resguardados en su interior. Un bosque invernal y lúgubre era todo lo que atisbaban desde las ventanas, y al encender la televisión escucharon un idioma desconocido y algo agresivo. Muchas de las personas que aparecían eran rubias y de ojos claros, por lo que dedujeron que el portal los había trasladado a algún punto en el norte de Europa. El viento gélido que soplaba en el exterior reforzaba esa teoría, pero la curiosidad por conocer su paradero les duró poco tiempo. En un brevísimo lapso descubrieron la imponente chimenea; en uno aún menor la encendieron. En las siguientes horas gozaron de las bondades de la vida en el viejo sofá situado delante, abrazados bajo unas mantas y sin otorgar siquiera segundos de reflexión a las consecuencias de los extraños actos que habían estado perpetrando en las últimas horas. El sonido de las llamadas de Sinestáfora llegó a conformar la banda sonora de su romance, y dejó de alarmarles. Estaban solos, y lejos, y eso era lo único que les importaba. "Es nuestra casita de las montañas", se decían.
Quizás esa feliz indolencia y ese disfrute despreocupado fue lo que los arrastró hacia la desgracia, al dejar de lado toda precaución. Posiblemente la entrega absoluta a la vertiente hedónica de la vida no resulta acertada; parece que en la mayoría de las situaciones conviene mantener un ojo abierto.
Por lo visto, los magos al servicio de la policía sabían rastrear a otros magos, sobretodo a los novatos que abrían portales dimensionales sin después bloquearlos o clausurarlos. La casa fue cercada por las fuerzas de seguridad españolas, a juzgar por las voces y advertencias que se alcanzaban a distinguir. Marcoleno y Darnea se incorporaron y vistieron a una velocidad sorprendente, con el pavor retratado en sus semblantes. O actuaban rápido, o aquello era el fin. Además, los agentes también parecían actuar con diligencia; Marcoleno y Darnea escucharon el sonido de unos cristales al quebrantarse, así como el de una puerta al astillarse. Las órdenes que se daban entre ellos resonaban como ecos atronadores, y la pareja se encontró súbitamente paralizada. "¡Hay que hacer algo!", gritó Darnea, acongojada. Los pasos se dirigían hacia el salón donde ellos se hallaban. Y Marcoleno reaccionó. Con un grácil movimiento de las manos y dirigiendo el dedo índice hacia la puerta, ésta se inflamó salvajemente. Mas las ventanas del salón también eran entradas, y fueron empleadas por las fuerzas de seguridad. Todo sucedió de manera ferozmente veloz. Los alaridos de Darnea al ser capturada por un hombre enorme, el forcejeo de Marcoleno para tratar de evitar ser prendido él mismo, el polvo mágico que éste extendió por la estancia para limitar la visibilidad y sus loables pero infructuosos intentos de liberar a su amada de los brazos de aquel gorila. Tenía la sensación de haberse enzarzado en una lucha frenética contra una pared. "¡Escápate!", y comprendió que su chica tenía razón, aquello era lo que debía hacer. A ella únicamente la castigarían, a él lo podrían juzgar y encerrar por mantener una relación sentimental con una menor; era estúpido tratar de rescatarla dada su imposibilidad, la estrategia a seguir debía pasar por tener paciencia y aguardar su oportunidad. Desde la prisión no prosperan las relaciones románticas. Debía evitar a toda costa ser atrapado. Pronunció unas palabras enigmáticas y resonantes para inducir en su cuerpo un potente hechizo protector: su piel y sus ropajes se tornaron repentinamente escurridizos. Varios agentes lograron asirlo mas él no encontró dificultad en escabullirse, como si se hallara cubierto de aceite.
Saltó por la ventana, con pesadumbre en su corazón por dejar a su amada atrás.
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