Ruta Cuatro
La pareja iba amorosamente tomada de la mano caminando por la ruta tres. El chico no podía creer las cosas tan hermosas y maravillosas que había vivido al lado de su compañera, su amiga, aquella chica que tras salir de Ciudad Plateada siete largos meses atrás se dio cuenta que inevitablemente estaba enamorado de ella. Habían superado sus notables diferencias, en particular por su carácter tan chocante.
Ella suspiró convencida que a futuro aquel chico sería con quien pasaría el resto de su vida. Desde el inicio le había gustado, pero no se animó a decir nada por mantenerse firme, además era un poco mayor que él y le daba cierta pena ese aspecto siendo aún tan jóvenes, pero tenía que reconocer que a esos siete largos meses que tenían de convertirse novios habían sido hasta ahora los mejores de su vida.
—Te amo.
Dijo la joven pareja al mismo tiempo. Ambos se vieron con amor y juntaron sus labios en un tierno beso donde el tiempo pareció detenerse, convencidos que no era necesario volver a su hogar mientras siempre permanecieran juntos, cuando de pronto...
—¡Oigan ustedes, par de cursis!
La pareja sobresaltada vio frente a ellos a dos mocosos de diez y doce años. Era la chica castaña de vestido negro la que los había interrumpido. Se veía tan desaliñada y sucia como el chico que parecía avergonzado por el comportamiento de su compañera.
—Disculpa, ¿necesitan algo?
—¡Sí! Un combate Pokémon. Ustedes contra nosotros.
Incómodo, el niño suspiró.
—Cielos, Azul. ¿No podías esperar a que esos dos terminaran de... hacer lo que, ya sabes, estaban haciendo?
—¡Cállate Rojo! Que se estaban tardando y me estaba aburriendo. Además te estoy cuidando, no seas ingrato. No te vayan a pervertir esos dos por estar haciendo sus cosas en público.
Sonrojados ambos a la vez, el chico reaccionó.
—¡Niña, no estábamos haciendo nada malo!
—Está bien mocosa. Esta será porque nos estaban mirando.
Azul sonrió y sacó a su Nidoran. Resignado, Rojo se puso a su lado liberando de su pokéball a su propia Nidoran.
—Pues vamos empezando que está haciendo frío —exclamó el novio de la chica.
—Tal vez no debiste salir usando pantaloncillos entonces —observó Rojo.
—Me gustan los pantalones cortos, son muy cómodos. Los uso hasta en invierno.
"Subnormal" pensaron Rojo y Azul, incluso su novia.
* * *
Rojo terminó de contar su parte del dinero que había conseguido al vencer a la chica, mientras Azul hacía lo mismo con el dinero del chico.
—Esto se está haciendo cada vez más fácil —decía Azul con alegría—. A este paso estaremos cada vez más cerca de irnos de Kanto.
—Por no mencionar también más cerca de entrar en prisión.
—No seas aguafiestas. Las batallas Pokémon son legales.
—Sí, pero estoy seguro que no lo es el atacar con los mismos a los entrenadores también.
—Fuiste tú el que le ordenó a tu Nidoran que atacara a la chica.
—Sí, para que no te sacara los ojos después que le pateaste la entrepierna a su novio cuando ibas perdiendo.
—¡Pero que buen equipo hacemos! ¿No lo crees?
Continuaron su camino enfrentándose a cuando entrenador se les pusiera en frente. Cazabichos o entrenadores casuales, siendo la mayoría de sus batallas un tanto cuestionables.
Durante su camino sobre la ruta cuatro, se toparon con un pastizal inmenso lleno de maleza y matorrales frondosos que alcanzaban su estatura. Decidieron descansar un momento en el claro liberando a sus pokémons. Rattata parecía feliz en su ambiente cuando se perdió entre la maleza, mientras que Pidgey sobrevolaba en busca de algunos insectos para comer. Los Nidorans se perdieron juntos buscando estar lejos de la vista de sus entrenadores, aunque el movimiento a lo lejos tan rítmico que indicaba sus presencias, les hizo desistir tanto a Rojo como a Azul el buscarlos con la mirada permitiéndoles su intimidad. Bulbasaur parecía tan feliz como el rattata de estar en su elemento. Charmander sonriendo con malicia se dirigía al pastizal, cuando su entrenador le cortó el paso.
—Espera, Charmander. No creo que sea buena idea que entres ahí. Podrías incendiarlo todo. ¿No lo crees?
A juzgar por su expresión, parecía ya haber pensado en eso, más sin embargo no le encontraba problema al respecto. Tras que el chico esquivara la bocanada de fuego que le arrojó, Azul le pidió prestada la nueva mochila que consiguieron y él cargaba. Dado lo sospechosa que se estaba ahora comportando, no quiso entregársela así de fácil.
—Sólo será un momento.
—¿No piensas abandonarme y llevarte todo tu sola? ¿Oh sí?
—Eso lo hubiera hecho desde el primer día de haberlo querido. Ya no seas tan desconfiado.
—Bueno, si me das una garantía que... ¡Oye!
Sin miramientos, empujó al chico para que se diera la vuelta, le abrió la mochila y extrajo un papel higiénico mirándolo con molestia un instante antes de ir a perderse en el interior de los matorrales.
—Pierdes puntos, Rojito.
Él sonrojado cerró los ojos con pesar volteando a otro lado. Tras pensárselo unos minutos, decidió entrar también a los matorrales y arbustos en la dirección opuesta a la de Azul. Podría aprovechar y hacer también algunos pendientes.
Realmente los matorrales eran muy extensos. Estuvo tanteando entre ellos por un largo momento para buscar un lugar despejado, cuando tropezó con una roca y cayó encima de una persona.
—¡Oye! ¡Por qué me estás tocando!
Aterrado se puso de pie. La chica que empujó no se trataba de Azul. Furiosa, la joven sacó antes que tuviera la oportunidad de disculparse su pokéball, de dónde liberó una especie de pokémon que Rojo ya conocía muy a su pesar.
—¡Espera, fue un acciden...!
—¡Jigglypuff, doble bofetón ahora!
La peluda pelota rosada de un salto llegó hasta la altura de su rostro, donde le propino a gran velocidad cuatro suaves bofetadas. El chico quedó desconcertado. No habían sido muy dolorosas, incluso podría decirse que apenas las sintió, aunque de todas maneras fueron molestas.
—Oye, eso... no me dolió mucho. Si me dejaras...
—¡Usa destructor!
Dando pasitos pequeños, el Jigglypuff se puso frente a él. Rojo se inclinó sin entender como una cosa tan pequeña de patitas y bracitos suaves podría tener un ataque con semejante nombre cuando... la maldita pelota rosada le asestó un certero golpe en el abdomen tan fuerte que lo hizo caer al suelo doblándose por la falta de aire.
—Por... ¡ugh...! qué...
—Eso te enseñará a no volver a tocarme pequeño rufián.
De pronto un pidgey apareció graznando furioso intentando atacar a la chica aleteando sobre su cabello tratando de arañarla con las garras de sus patas. Rojo conforme recuperaba el aire se sintió aliviado por la ayuda.
—¡Pidgey! Usa tornado.
—¡Canta ahora, Jigglypuff!
Las breves notas que tocó, adormilaron a Rojo, pero terminaron por derribar a Pidgey. La chica ya despeinada volvía a estar molesta, aunque el siguiente ataque que estaba por ordenarle a su pokémon, no parecía que tendría por objetivo rematar precisamente al Pidgey sino a su entrenador.
—¿Podríamos discutirlo? ¡Ni siquiera te toqué de forma inapropiada! ¿Es que estás loca?
—Como disfrutaré de esto —Rojo tragó saliva, definitivamente esa chica estaba loca—. ¿Qué es eso? ¿Otro Pokémon?
El chico también escuchó la velocidad con la que algo se estaba acercando hacia ellos, aunque era difícil ver de quién se trataba por culpa de la maleza y los matorrales. Entonces distinguió las dos siluetas. Rojo no dudó en darle la orden.
—¡Patada baja, ahora!
—¡Rápido Jigglypuff! ¡Rizo defen...!
Y el Pokémon rosado salió volando un par de metros soltando un quejido, tal cual pelota playera tras la potente patada que Azul le propinó. La entrenadora estaba tan sorprendida que no supo cómo reaccionar. La nidoran se acercó preocupada a Rojo mirando a Azul desconcertada también.
—Sí —le contestó su entrenador adivinando la duda de su pokémon—. La orden había sido para ti —su amiga irritada volteó a verlo—. ¡Pero no hay queja! ¡Gracias, Azul!
Saliendo del trance, la dueña del Jigglypuff miró a la acompañante del chico.
—¡Cómo te atreviste a patear a mi Pokémon, maldita!
—¡Lo mismo podría reclamarte yo por Rojo, zorra!
—¡Rojo es lo que te sacaré de la cara!
Intentó golpearla, pero Azul fue ágil y la esquivó. No supo que hacer. La entrenadora estaba loca y parecía bastante agresiva. Detrás de él Rojo gritó.
—¡Usa arañazo, ahora!
Azul extendió sus manos, pero de pronto una forma rojiza velozmente se lanzó contra la chica derribándola para arañarle la cara. Sorprendidos, la pareja se limitó a mirar. Desconcertada Azul se volvió hacia su amigo que continuaba en el suelo.
—¿Esa orden?
—Sí. Ahora si había sido para ti.
La entrenadora entre gritos tuvo que huir tras conseguir quitarse de encima a Charmander, quien parecía orgulloso de sí mismo. Azul le ofreció la mano a Rojo para que se pusiera de pie.
—¡Tu novio empezó por haberme tocado primero!
Gritó la entrenadora mientras huía. Cuando Rojo estaba por tomar la mano de Azul, ella se la apartó molesta ahora con él.
—¿¡Qué fue eso de que la estabas tocando!?
—¡No pienses en cosas raras! ¡Sólo tropecé con ella!
—Ajá, como cuando tropezaste conmigo en el centro Pokémon hace un par de noches seguramente.
—Ya te dije que eso fue un accidente. Lo juro.
La duda llegó y se fue en apenas unos instantes. La chica volvió a darle la mano, pero una vez de pie no se la soltó.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias.
Sus pokémons pronto se les volvieron a unir. Salieron de la pronunciada maleza pasados unos minutos. Azul parecía todavía disgustada, pero el que continuara de la mano con Rojo le parecía una buena señal a este.
—¿Estás seguro que no fue otra cosa lo que sucedió con ella, Rojo?
—Ya te dije que no. Deja de ser tan celosa.
—¡No estoy celosa! ¿Por qué debería de estarlo?
Rojo sonrió. Azul se veía bonita sonrojada, aunque vaya que su carácter era algo delicado.
—Bueno. Gracias por no desquitarte esta vez conmigo.
—¿Quién dice que no lo estoy haciendo?
—¿Cómo dices?
—¿Es que crees que cuando fui a rescatarte tuve oportunidad de lavarme las manos?
Rojo la soltó asqueado mientras ella y sus pokémons se partían de la risa. Se inclinó de vuelta y se frotó la mano contra la tierra un par de veces antes de tranquilizarse.
Continuaron caminando cuando al anochecer dieron con otro centro Pokémon justo en donde el camino se terminaba. Una cadena montañosa bloqueaba el paso y el único camino visible era la boca de una caverna. Un cartel empotrado en el suelo a la entrada rezaba: "Monte Luna".
Los chicos se vieron entre sí. Entrar a una caverna les daba muy mala espina a ambos, especialmente durante la noche. Primero prefirieron hacerlo en el centro Pokémon.
La recepcionista y enfermera encargada les dio la bienvenida amablemente. La pareja se detuvo con recelo.
—¿No eres tú la encargada del centro Pokémon de Ciudad Plateada, o el de Ciudad Verde?
—No, jovencito. Esa es mi prima política. Por eso nos parecemos tanto.
—Si son parientes políticos, no tiene ningún sentido que se parezcan al no estar relacionadas en realidad.
Azul asintió mostrándose de acuerdo e igualmente desconcertada.
—¿Sólo vinieron a criticarme o qué?
Había perdido la amabilidad. Sin más, los chicos le entregaron a sus pokémons para que restaurara sus energías, mientras ellos en los baños intentarían asearse un poco.
Cuando Rojo salió agradecido de finalmente haber hecho lo suyo, se encontró ya a Azul afuera hablando con un adulto de anteojos y gabardina que despertó al instante su recelo.
—¿Sucede algo, Azul?
El hombre se acercó hacia él sin perder tiempo señalándolo.
—¿Es él con quien me dijiste que querías consultarlo primero?
La niña asintió.
—¿Qué cosa?
—Estaba ofreciéndole a tu encantadora amiga algo que guardo en mi pantalón con cuidado por lo delicado que es. Algo húmedo, resbaloso, pero tan increíble que te sorprenderás de cómo algo que parece inútil y tan pequeño, puede alcanzar de pronto semejante tamaño, resistencia y poder con los estímulos adecuados. Ella no estaba muy convencida de siquiera verlo, pero dijo algo que conociendo tus gustos, seguramente a ti te interesaría bastante. ¿Quieres que te lo muestre? No te cobraré muy caro. Será un gran placer para mí ofrecértelo.
Indignado, Rojo se dio la vuelta tomando la mano de su amiga también un tanto molesto con ella.
—¡Te denunciaré a la policía!
—¡Espera, niño! Te estoy hablando de un Magikarp.
De su pantalón sacó una pokéball blanco con azul. Rojo se detuvo desconcertado.
—¿Quién es ese Pokémon?
—¡Es Magikarp!
—Volveré a preguntarlo de otro modo. ¿Qué es esa cosa?
—El rey de las carpas, mis jóvenes amigos. Bien entrenado este pokemón pez puede convertirse en una bestia formidable cuando llega al tope de su nivel de entrenamiento. Una gran adición a su equipo y todo por un precio razonable.
Debido a los encuentros que tuvieron últimamente, habían conseguido recuperarse un poco en lo económico tras que les robaran sus pertenencias en Ciudad Plateada. Podrían seguir luchando contra otros entrenadores a cambio de dinero, aunque para eso tenían que ganar y aunque tenían pokémons fuertes, seguían teniendo tres cada uno solamente.
—¿Tú que dices, Azul?
—Yo por mí encantada. Un Pokémon acuático puede sernos muy útil a la larga.
—Supongo que tienes razón. ¿Pero quién se lo quedará?
—Por supuesto que yo me lo quedaré, Rojo. A mí me lo ofreció primero, además estaba a punto de comprárselo apenas me dijo lo que vendía.
Independientemente que nunca le pensara ofrecer la opción de quedárselo, el chico se sintió de pronto muy importante y algo feliz porque lo tuviera en cuenta para tomar ese tipo de decisiones.
—Entiendo, pero aún así esperaste a decírmelo para conocer mi opinión.
—No. Sólo me pareció muy divertida la manera en que me ofreció al Magikarp, que quise que te lo ofreciera a ti también sólo para ver tú reacción.
Nuevamente Azul comenzó a reír ante la nueva reacción de su amigo.
—Vamos Rojito. Sólo era una broma.
—Pierdes puntos "Azulita".
Dedicándole una última sonrisa pícara mostrándole la lengua, su compañera fue a comprarle el Pokémon al sujeto.
—¿No puede liberarlo para verlo primero?
—No hay agua y es un pez de casi un metro de largo. Le puede hacer daño. Mejor libéralo tú misma cuando encuentren un lago o un arroyo. Te garantizo que quedarán sorprendidos de lo que es capaz de hacer.
Apenas recibió el dinero y le entregó la pokéball, un anciano entró al centro Pokémon señalando agitado al vendedor.
—¡Tú...!
—¡No hay devoluciones! Si no sirve, no es mi...
—¡...tienes un teléfono que me prestes!
—¿He?
Tras calmarse y tomar aire, el hombre volvió a empezar.
—Soy un agente de policía y... un minuto... uf.
—Pero miren que hora es —el vendedor se apresuró nervioso—. Es tarde y tengo que irme por la caverna y...
—...persigo a los miembros del equipo Rocket. Están en el Monte Luna.
La información pareció interesar incluso a la enfermera a cargo.
—¿Está seguro de eso?
—Son unos pocos miembros, pero sí. Fueron ellos los que me persiguieron hasta que logré perderlos.
—¿Pero qué es lo que buscan ahí? ¿Zubats? Que nos hagan un favor y se los lleven a todos.
—Hace poco el museo de Ciudad Plateada reveló la existencia aún de algunos fósiles en el Monte Luna. Son muy valiosos y creo que el equipo Rocket ha ido a buscarlos. Si alguien va para allá que tenga cuidado. Por favor, necesito un teléfono para comunicarme a la jefatura de Ciudad Celeste.
La enfermera se lo proporcionó. Instantes después les devolvió sus pokémons a los chicos.
Apenas estos salieron del centro Pokémon, Rojo preocupado decidió hablar sobre el tema con su amiga.
—¿Escuchaste lo que ese hombre dijo?
—Sí. El equipo Rocket está buscando fósiles en el único lugar por donde podemos avanzar.
—Correcto, supongo que sabes lo que eso significa.
—Por supuesto que lo sé —señaló la caverna—. Allá adentro hay fósiles que pueden valer una fortuna y si nos les adelantamos podrían ser nuestros. ¡Seríamos ricos!
—Oh... Bueno, en realidad iba a sugerirte que escaláramos las montañas, aunque esto nos demorara más. Ya sabes, para evitar a criminales peligrosos.
—Si un viejo se les escapó, no pueden ser tan peligrosos.
—El anciano es un policía y por tanto alguien más experimentado que nosotros para estos casos.
—Por lo que motivos tenían para deshacerse de él. ¿Qué podrían querer de nosotros?
—¿Evitar a que nos adelantemos a robarles los fósiles como acabas de decirme?
—No vamos a llegar anunciando nuestras intenciones. Cielos, Rojo. Ten algo de sentido común.
—¿En serio crees que es a mí al que le hace falta sentido común?
—Oh, vamos. No seas gallina. Nos ha ido bien hasta ahora.
—Sí, como el de los golpes he sido yo.
—Pero te ayudado. ¿No es cierto? Además, no te victimices, que también he tenido mis incómodos inconvenientes —le guiñó un ojo y Rojo se calló sonrojado al entender de qué estaba hablando—. Estaremos bien. Nuestros Pokémons pueden cuidarnos si las cosas se ponen turbias. Yo puedo cuidarte la espalda si no confías en ellos.
Se recargó sobre su hombro y Rojo se abochornó todavía más. Una parte de él se sentía indignado por confiar en que ella lo cuidara a él cuando debería ser a la inversa, más tras recordar lo furiosa que se puso cuando esa entrenadora lo lastimó, o que por lo mismo le debía una...
—Está bien, tú ganas. Vamos por los fósiles. Pero primero acampemos. Allá adentro estará oscuro y no quiero que lo esté más por ser de noche. Además, al primer indicio de peligro, al demonio con los fósiles y nos vamos. ¿Hecho?
—Hecho.
Tal vez si se hubiera dado cuenta que Azul estaba cruzando los dedos trás su espalda, el chico no se hubiera sentido tan aliviado o convencido cuando le estrechó la otra mano para cerrar el trato.
Fueron atrás del centro pokemón. Ahí se limitaron a envolverse en el pasto con una cobija que consiguieron comprar con lo que Brock les había dado tras su encuentro. Aunque extensa, seguía siendo una, así que tuvieron que dormir muy juntos para poder abarcarla ambos.
Al principio se sintieron incómodos, pero conforme los minutos pasaban comenzaron a relajarse. Estaban hombro con hombro calentándose con la cola de Charmander que roncaba echado frente a ellos al lado de Bulbasaur y los nidorans junto al rattata. Pidgey estaba encaramado sobre el centro pokémon con la cabeza oculta entre su plumaje.
—No tienes que cuidarme todo el tiempo.
Azul no respondió nada de inmediato al comentario de Rojo. Recargó su cabeza contra su hombro y aunque dudoso al principio, el chico se aventuró a pasar su mano sobre la espalda de su amiga, quien le respondió tras un largo silencio.
—Puedo intentarlo.
Ella cerró sus ojos y trató de dormir, sonriendo al sentir el corazón acelerado de su amigo, aunque un poco molesta consigo misma por permitirle que la hiciera sentir tan extraña. Rojo se prometió a si mismo no sólo intentar cuidarse por su propia cuenta, sino también cuidarla a ella.
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