Ciudad Verde


Verde se había echado a correr tan pronto salieron del laboratorio del profesor Oak. Rojo lo vio perderse dándole cierta ventaja. No le molestó, en realidad quería librarse de él para andar a su propio ritmo. Observó su pokeball y con cierto temor la arrojó al suelo para liberar a su charmander en los límites del pueblo. La lagartija roja bípeda, con la punta de la cola en llamas, no saltó sobre él esta vez, pero su gesto siguió siendo amenazante. Pensaba cómo era increíble algo que le llegaba a las rodillas le diera tanto temor.

—Muy bien, empezamos mal. Así que espero esto cambie a partir de ahora. No me sirve de nada que estés dentro de tu pokeball si quiero que me cuides, sé que a ti tampoco te sirve si lo que deseas es realmente ser más fuerte, pero si intentas otra vez comerte mi cara te encerraré de nuevo. ¿Estamos? —El siseo pausado que hizo proyectando sus colmillos y lanzando una dentellada, casi lo hace cambiar de parecer, pero le concedió el beneficio de la duda—. Bien. Pues vámonos.

Finalmente salió del pueblo Paleta para empezar en la ruta uno, un lugar realmente familiar para él siendo un sitio tranquilo donde no pasaban muchas cosas. Escuchó el agradable canto de un pájaro pidgey que buscaba comida en el pasto ladeando su pico. A pesar de la tensión, se sintió un poco relajado.

—Mira eso, Charmander. A que es un pájaro muy bonito.

Los ojillos maliciosos del pokémon fijaron su atención en el ave, por respuesta meneó la cola al ritmo del canto. Rojo caminó cerrando los ojos y aspirando el aire.

—Sabes. Esto no puede ser tan malo. Tal vez en efecto pasé mucho tiempo en la escuela y en casa, quizá lo que necesitaba era un poco de paz y tranquilidad para variar. Tenía un profesor que solía decir que uno debía olvidarse de vez en cuando de los problemas para relajarse y disfrutar de la belleza que hay en el mundo. Creo que estarás de acuerdo conmigo Charmander... ¿Charmander?

Su pokémon presuroso volvió a acercarse a él tras haberse quedado atrás.

—¿Y tú dónde andabas? —buscó con la vista sin resultado—. Que travieso eres. Asustaste a ese pobre Pidgey. Bueno, olvídalo. Quizá sólo buscabas saludarlo y se echó a volar, no hay problema.

Siguió caminando y viendo con tranquilidad el cielo, mientras atrás su compañero tras eructar regurgitó algunas plumas.

Más adelante encontraron a un hombre quien meditativo miraba un desnivel de medio metro por encima del camino de donde se hallaba. Como se trataba de un extraño, Rojo le ignoró y siguió adelante para rodear el desnivel caminando sobre la hierba, cuando el extraño le habló mirando con maravilla su charmander.

—¡Es increíble! Tan joven y tienes un pokémon.

El niño le dio la razón.

—Entiendo a lo que se refiere. Sé que es peligroso, pero igual me lo confiaron a pesar de mi edad.

—¿Peligroso? Me refiero a que con él puedes cruzar sin miedo por la hierba.

—¿Por qué debería tener miedo? Sólo es hierba, ni siquiera es hiedra venenosa.

—Pero con un pokémon puedes enfrentarte a los que te salgan por el camino.

—Sí, bueno. Me han dicho que eso es lo que debo hacer; también puedo simplemente ignorarlos. Los rattatas y los pidgeys no son peligrosos, sé que es lo único que hay por aquí.

—Pues que valiente eres, niño. Personalmente me aterraría si de pronto me saliera uno de esos pokémon que se esconden en la hierba para atacarte cuando menos te lo esperas.

Rojo dio un vistazo a la hierba.

—Ese pasto no tiene ni quince centímetros de altura y está algo disperso. Creo que si un pokémon se acercara lo podría detectar a varios metros antes de tenerlo encima de usted. En tal caso debería tener miedo del cielo. No vayan a ser que los terroríficos pollos que son los pidgeys lo ataquen —terminó siendo irónico, pensando que el tipo le tomaba el pelo.

—¿El cielo? ¿Qué tiene que ver con los pidgeys?

El niño sentía un dolor de cabeza que ya se le antojaba familiar.

—Pájaros, cielo, alas, aire. ¿No ve la relación? ¿No cree que sea más lógico que si improbablemente un ave lo quisiera atacar, lo haría desde el aire en lugar de por tierra?

—Por supuesto que no. Los pokémons no vuelan a no ser que una persona les administre un Máquina Oculta Vuelo.

—¿Pero qué...? ¡Nacen con alas! ¡Es lógico pensar que vuelan de forma natural! —respiró hondo viendo poco caso el seguir discutiendo—. Además, si tanto miedo les tiene, sólo tiene que trepar el desnivel.

—No se puede. Tendrías que venir del otro lado para saltarlo, de otra manera chocarías al pegarte contra él al ir de frente. Niño, sí que eres absurdo.

Rojo lo observó un momento. Sin mediar palabra y con profunda seriedad, apoyó las manos sobre el desnivel y se impulsó el metro de altura para subir al otro extremo. Se inclinó y cargó por la cintura a su charmander para recuperarlo, luego se puso de pie sobre la orilla observando desde arriba al sujeto retándolo para que lo imitara. Éste estaba sorprendido.

—¡Vaya! Eres increíble. Quién hubiera pensado que eso podría ser así de fácil.

—Es así de fácil. Usted puede hacerlo. Si tanto le preocupa, también puede cruzar la zona con pasto y... olvídelo. Creo que tengo que irme.

—¡Espera! Trabajo en una tienda pokémon. Tengo muestras de pociones. ¿No quieres una?

Sacó una ampolleta azul y se la ofreció. Rojo no hizo ni el ademán de tomarla.

—Gracias, pero creo que es evidente que su consumo afecta al cerebro.

—No seas tonto, si no es para ti, es para tu pokémon. Si está herido y no tienes cerca un centro pokémon para atenderlo, esto puede ayudarlo. ¿Entiendes?

—Sí —esta vez tomó la ampolleta más animado—. Es medicina.

—Correcto. Si está muy débil esto recuperará parte de su salud, excepto si se envenena, paraliza, congela, quema o confunde.

—Así no parece una medicina muy útil. Pero bueno, no me pondré a reclamar por algo gratuito. Adiós y suerte con... cruzar al otro lado, o lo que sea.

Tal vez la ampolleta tuviese alguna utilidad. Ya lo averiguaría más tarde. Durante el camino se puso a examinar el frasco.

—¿Crees que esto sirva de algo, Charmander? Tal vez... ¡Charmander! ¡Suelta a ese podre rattata, que le duele! ¡Que lo dej...! Está bien, ahora termina de comértelo todo al menos. Le puede provocar un infarto a quien se encuentre los restos.

Con un escalofrío, apartó la vista decidido a pretender no haber visto semejante escena.

El trayecto fue breve, pero finalmente había llegado a Ciudad Verde, donde lo primero que vio fue su escuela, pensando nostálgico el cómo las cosas se habían torcido y ahora tendría que hacerse a la idea de no poder regresar en algún tiempo. De pronto cayó en la cuenta que Oak nunca les dijo exactamente dónde debían recoger el paquete que les encargó. Ciudad Verde no era más grande que un pueblo, a pesar de llevar la palabra "ciudad" en el nombre, siendo apenas poco mayor que el pueblo Paleta. Probó primero en la única edificación de dos niveles, que por su aspecto exterior tenía pinta de hospital.

Charmander caminó detrás de él, observando con sus ojillos muy abiertos los pokémons que algunas personas llevaban en sus brazos, muchos de ellos presas fáciles dado que se les veía lastimados y débiles.

—Más te vale no intentar comerte a nadie —le advirtió Rojo—. O te pasarás el resto del viaje dentro de tu pokéball.

La lagartija roja le mostró los dientes con resignación. Su dueño buscó informarse con el guardia de la entrada: un hombre de botas y guantes blancos, pero el resto de la ropa negra incluida la gorra; una gran letra "R" roja estaba bordada en su pecho.

—Disculpe, buscaba...

—A la fila.

—Pero sólo venía...

—A la fila.

—Sólo quiero hacer una pregunta.

El hombre lo vio con cara de pocos amigos, era intimidante. Rojo decidió cortarlo.

—Sí, ya sé. A la fila.

Para su suerte no era muy larga y avanzaba aprisa. Al final de la misma, detrás del mostrador, una mujer en bata blanca le atendió con una gran sonrisa amablemente.

—Muy buenas tardes. Bienvenido seas al centro pokémon de Ciudad Verde.

—Gracias, buenas tardes. Disculpe, ¿dijo centro pokémon? ¿Qué hacen en este sitio?

—Curamos a tus pokémons heridos o enfermos en un instante. ¿Quieres que hagamos algo por tu charmander?

—No, gracias, él está bien. Aunque es bueno saber que por si ocurre algo, hay una veterinaria aquí cerca.

—Esto no es una veterinaria, es un centro pokémon. Atendemos pokémons, mientras que en las veterinarias atienden a los animales. ¿Entiendes la diferencia?

No, por supuesto que no la entendía. En ese mundo las únicas creaturas que existían además de los seres humanos, eran los animales a quienes llamaban pokémons. Pero en realidad no tenía los ánimos para ponerse a discutir sobre el tema.

—Sí, la entiendo. Perdón. Por cierto, ¿más o menos cuánto cuesta el tratamiento general que les dan?

—Ninguno. Es totalmente gratis.

—¡Genial! ¿Cómo funciona eso?

La mujer pareció fastidiada.

—En realidad no funciona nada bien. Digo, no es nada redituable y el salario es un asco. Dado que la gente toma demasiado en serio a sus monstruos de bolsillo, bien nuestro gobierno podría ponerse las pilas y cobrar aunque fuera un poco. ¿Te imaginas el bien que le haría a la economía si la atención médica a los pokémons se cobrara como lo hacen con la de las personas?

Ciertamente entendía su punto. De hecho le parecía impresionante que el gobierno se preocupara más por los pokémons que por la gente, aunque dado que no cargaba con mucho efectivo de momento, se sentía agradecido porque esos hospitales no fuesen lucrativos.

La conversación terminó cuando Rojo le preguntó a lo que iba realmente, a lo que la mujer le indicó cómo llegar a la tienda del pueblo, la cual manejaba también el correo y paquetería.

—Gracias doctora.

—Por nada. Pero soy enfermera.

—Lo siento, creí que era la que atendía el hospital y a los pokémons.

—Lo hago. También soy la directora de este centro. Tengo un diplomado en varias especialidades de medicina.

Eso confundió a Rojo.

—Si estudió medicina, atiende usted a los pacientes y es directora de éste lugar, ¿no la hace eso doctora?

—Por supuesto que no.

—¿Y qué es lo que hace un doctor?

Se puso pensativa.

—Ni idea. Pero soy enfermera, como cualquiera que encuentres en tu viaje y atienda a tus pokémons.

Se rindió en buscarle sentido al asunto. Sería mejor marcharse e intentar alcanzar a Verde.

De vuelta por el pueblo... ¡Perdón! de vuelta por la ciudad, Rojo se dirigió a la tienda principal cuando un chico se le acercó.

—Hey, amigo. ¿Quieres saber cuáles son los dos tipos de pokémon orugas?

—No.

Y saliendo del lugar, se encontró una cara conocida con una gran caja entre las manos andando con dificultad.

—¡Ja! Te gané perdedor —presumió Verde haciendo un esfuerzo en levantar la caja—. Voy un paso por delante de ti. ¿Qué dices a eso?

—Digo gracias por ahorrarme la molestia de cargar las porquerías de tu abuelo de regreso al pueblo.

—Sólo estás celoso porque te estoy ganando.

—¿Ganándome en qué? No estamos haciendo nada realmente significativo. Nos quedamos sin casa. ¿Es que no puedes darte cuenta?

—Sé que me quedé sin casa. ¿Crees que soy tonto? Afortunadamente el abuelo ya consiguió una en pueblo Paleta, así que ya no tengo problemas. No es mi culpa que te hayan corrido de la tuya.

—Perdón, no creo que seas un tonto, es un hecho que lo eres. Sabes, me da lo mismo lo que tu abuelo quiera darnos. Yo ya me voy de aquí a Ciudad Carmín. Saluda a tu hermana de mi parte.

—Y a mi abuelo también, imagino.

—No, él me vale un cuerno igual que tú. Tu hermana es lista y guapa, pese a su genio de growlithes.

—¡Muérete!

Verde le soltó un par de maldiciones más, pero en su afán de hacer las cosas rápido regresó hacia la ruta uno con su squirtle corriendo detrás de él, quien mientras su entrenador estuvo peleándose, se había detenido para observar un momento al charmander, sólo un momento, hasta conseguir adivinar sus intenciones de convertirlo en una sopa de tortuga.

—Vámonos Charmander. Con suerte consigamos encontrar el modo de subirnos a un Ferry en ciudad Carmín rumbo a Johto.

Sin embargo, a la salida contraria al pueblo para su suerte y sin ser novedad, se encontró con un nuevo inconveniente.

—¡Oye tú! ¡Vete a la versh...cof!

Un anciano estaba tirado a mitad del camino impidiéndole el paso. Rojo intentó ignorarlo, pero al intentar saltar por encima de él, el viejo se alzó rápidamente intentando sujetarlo por una pierna con su mano rígida, tan semejante a un garfio. Asustado, el niño retrocedió casi pisándole la cola a su charmander.

—¡Oiga! ¿Pero qué le pasa?

—¡Qué te pasa a ti! ¿Por qué quieres pasar? ¡Hic! ¡Esto es propiedad privada!

—No lo es. Es un lugar público, sabe. Esto es un camino que va al sendero de ruta dos.

—Públicos mis... ¡hic! ¡Lárgate!

Era un hecho que no iba a ganar nada discutiendo con el viejo, quien evidentemente estaba ebrio. Una mujer salió de la casa mirando con vergüenza al hombre y enseguida al muchacho.

—Disculpa a mi abuelo. Esta de malas porque no se ha tomado su café.

—Sí, por supuesto y obviamente ese el problema. Huele peor que el aliento del profesor Oak. Tal vez deba probar darle otra cosa, una aspirina y quizá algo picante.

Intentó pasar una vez más, pero el viejo se irguió amenazante casi rozándole una pierna.

—¡Que te largues mocoso! No puedes... ¡hic! Pasar.

—Podría si me dejara —mira a la mujer impaciente—. ¿No puede hacer nada por él?

—Por supuesto. Ya estoy preparando la cafetera y ahorita voy a buscar café, quizá en un par de horas tenga ya todo listo.

—¿Le va a tomar dos horas ir a la tienda del pueblo?

—Muchacho, esto es una ciudad y en la tienda sólo se venden artículos para los pokémons. Iré al pueblo paleta por algunos granos de café.

Rojo no podía creer lo que estaba ocurriendo. Charmander se acercó al viejo con la quijada bien abierta, el viejo volvió a eructar y el pokémon retrocedió dándose de manotazos por encima de su hocico justo en la nariz. El niño logró controlar la situación.

—¿Sabe qué? Le traeré un poco de café de mi casa. Sólo encárguese de su abuelo. Vámonos Charmander.

Fastidiados, regresaron una vez más por la ruta uno, esta vez caminando más a prisa y dejando atrás a Ciudad Verde. El pokémon de pronto se detuvo olisqueando el aire y obligando a su entrenador también a detenerse.

—¿Qué sucede amigo?

La lagartija mostró los colmillos y corrió con su entrenador detrás de él hacia el borde por el sendero donde habían cruzado al llegar en un inicio, del cual saltó con las garras en alto y sus fauces abiertas, cuando de pronto voló en el aire de retroceso a los brazos del niño, pues lo que a Rojo le dio la impresión que se trató de un látigo, había golpeado ferozmente a su pokémon.

—¿Quién anda ahí?

Unos brazos aparecieron sosteniéndose sobre la planicie, de pronto la mitad del cuerpo de una conocida suya asomó por encima.

—¡Oh! Eras tú. Por un momento creí que mi hermano sí me había descubierto y había regresado a buscarme.

—¡Azul! ¿Pero qué haces aquí?

—Si me ayudas a subir podríamos hablar más cómodamente.

—Por favor, sé que eres lista. No me digas que tú también crees que es imposible subir por esa precipitación. ¡Apenas y llega a un mísero metro!

—Lo sé, tal vez trataría de subir por mi cuenta si usara pantalones en lugar de falda. Creía que eras un caballero. Si no vas a ayudarme, al menos podrías darte la vuelta, siento que podría tener un "descuido" cuando alce la pierna para trepar.

Sonrojado y reprendiéndose por no haberse dado cuenta del detalle, se apresuró a acercarse a la niña, tomándola por la cintura e impulsándola con poca dificultad al terreno junto a él, no se le pasó que también ella cargaba una mochila. Bulbasaur a paso lento y ayudado por las lianas que le brotaban de sus costados subió para reunirse con ellos.

—Veo que tu abuelo cambió de parecer y te dio al otro pokémon.

—Sí, pero si te lo encuentras no le vayas a decir nada. No sabe que me lo dio.

—¿Te lo robaste?

—No, lo tomé prestado por tiempo indefinido. ¿Es todo lo que vas a decirme? Después de tanto tiempo que no nos vemos creí que me extrañarías, niño lindo.

Había dulcificado su voz poniéndolo nervioso. Rojo no quiso caer esta vez. Algo debía de querer para que le hablara de esa manera.

—Bueno, ya no te pongas así. Es... un gusto verte, creo. Además sólo han pasado algunas horas desde que nos vimos.

La niña parecía extrañada.

—¿Es en serio? Bueno, sé que tienes razón ¿Pero no te da la impresión que ha pasado más tiempo?

Ejem... Rojo cambió el tema para preguntarle qué hacía ahí.

—Azul, creo que tienes razón. Es extraño. Realmente se siente como si hubiese pasado mucho tiempo.

Pero lo dejaron por la paz y entonces el chico le preguntó...

—¡Estoy en lo cierto, Rojo! Es como si hubiesen pasado años y...

¡Y sin embargo! ninguno estaba de humor para pensar en eso, por lo que juntos comenzaron a caminar por la ruta...

—¡Lo tengo, Azul! Suena raro, pero es como si a pesar del tiempo, hubiesen pasado cerca de dos años desde que continuamos moviéndonos.

Bien, los chicos terminaron de compartir sus raras impresiones inverosímiles, entonces esta vez cambiaron el tema.

—¡Dos años! Rojo, es verdad. ¿Quién puede ser tan flojo para tomarse dos años y volver a continuar algo pretendiendo que nada ha ocurrido? ¿No es eso una falta de respeto para sus lectores?

Y finalmente Azul se calló la boca cuando Rojo le preguntó qué hacía ahí cambiando el tema de una buena vez, quizá pensando que si su teoría fuese cierta, el autor tal vez se ocupó en otras cosas ajenas a su control, siendo perfectamente comprensible su largo retraso.

—Cierto. Si nuestra vida fuese una historia, el autor no tendría ninguna justificación, por el contrario sería demasiado y en extremo negligente como para...

¡Muy bien, ya estuvo bueno!

Nos vemos en el próximo capítulo de porquémon el próximo mes. ¿Qué sorpresas les depararán a nuestros amigos Rojo y Azul a partir de ahora? ¿Se llevarán bien? ¿Verde esquivará la hernia de cargar las cosas de su abuelo? ¿Cuál es la sorpresa que el profesor Oak les tiene preparada? ¿Ciertos personajes dejarán de cuestionar al autor si no quieren que la próxima hora sea tan lenta, que en lugar de un par de semanas parezca medio año? Descubrámoslo, amigos.

—Espera, ¿qué?

Nerviosa, Azul hizo una seña muy tarde a Rojo para que se callase.

—¿No me estabas preguntando qué hacía aquí?

—¡Oh! Es verdad. ¿Qué haces aquí, Azul?

—Bueno, pensé que...

No, lo siento. Ya es tarde. Lo arruinaron. Hasta la próxima.

—¡Oye, no...!    

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