Bosque Verde
Frente a Rojo y Azul, el valle de la ruta dos era delimitado por una caseta donde detrás de la misma los árboles iban dominando el terreno, parte del mismo cubierto por un pantano, arbustos y todo lo que comprendía el sinuoso bosque Verde. Realmente era un tanto intimidante el sitio, por lo que permanecieron dudosos de pie unos momentos observando a su alrededor, con sus pokémons Charmander y Bulbasaur mirándose entre sí también y al lugar.
—¿Realmente no hay otro modo de llegar a Ciudad Plateada? —Preguntó Rojo a su compañera, pues ella llevaba un mapa que ella misma había hecho copeándolo de los libros de la región de Kanto.
—No que de momento podamos utilizar. Hay otro por un sendero que conecta con una cueva, pero está por ahora fuera de nuestro alcance. Es esto o resignarnos a vivir en las calles de Ciudad Verde como pordioseros.
A esas alturas ya no estaban seguros sobre qué podría ser peor. Esperando no cometer un error, Rojo dio unos pasos al frente tratando de avalentarse, Charmander se apresuró a seguirlo siendo Azul la siguiente y su Pokémon al final.
—Tal vez no sea tan malo —opinó ella—. Podemos pensar que esto se trata de una excursión escolar. ¿Es que nunca fuiste a alguna, Rojo?
—De hecho, sí —recobró los ánimos—. Sí, es verdad. Tal vez sea divertido. Además llevamos también a Rattata y a Pidgey. Quizá no sea tan malo.
Sin embargo, conforme iban caminando el asunto fue paulatinamente perdiendo su gracia. No estaban acostumbrados a caminar mucho, algo que habían hecho desde la mañana andando de un pueblo a otro; tampoco ayudaba que además el terreno fuera en su totalidad accidentado, que la mayor parte resultara lodoso o fangoso, o que cada tanto fuesen atacados por enormes insectos del tamaño de sus antebrazos, la mitad de ellos venenosos para colmo.
—¡Alto ahí! —los detuvo sorpresivamente un chico en pantaloncillos pocos años mayor que ambos. Llevaba una red y un sombrero de paja. Los chicos retrocedieron más por la impresión que les causó su aparición. Lo primero en que se fijó el misterioso muchacho fue en el Bulbasaur y Charmander que llevaban—. ¿Tienen pokémons? ¡Al ataque! ¡Ve, Caterpie!
Tiró una pokéball al suelo, de la que salió un gusano verde tan grande como el que el anciano ebrio capturó en Ciudad Verde cuando les hizo la demostración. La pareja se vio entre sí intentando de entender lo que estaba ocurriendo.
—¿Y a ti se te perdió algo o qué? —Preguntó Azul con altanería.
—¡Reto a cualquiera de ustedes a un combate Pokémon!
—Muchas gracias —al menos Rojo fue más educado—. Pero no. Con tu permiso.
Intentaron seguir su camino, a lo que el muchacho sorprendido por sus actitudes se posicionó frente a ellos con los brazos abiertos.
—¡Oye, pero qué te traes!
—¿Qué se traen ustedes, niña? ¿Es que no saben que cuando los entrenadores cruzan miradas tienen que combatir?
—Escúchame bien, rarito. Lo que se te va a cruzar será mi puño en tu cara si nos sigues estorbando.
Parecía hablar en serio, una gota de sudor cruzó por la frente del chico. Pensó que tal vez el otro resultara ser más razonable.
—Tú, ¿puedes controlarla un momento?
—Ni siquiera durante un segundo, además dado que a mí también me estás impacientando, no quiero hacerlo.
—¡Pero cruzamos miradas! ¡Tenemos que combatir! ¡Son las reglas!
El chico se rascó la cabeza tratando de comprender la posición de aquél sujeto, sencillamente escapaba de su alcance.
—Queremos cruzar el bosque en paz. No buscamos pelear con nadie.
—¡Pues tendrán que hacerlo en algún momento! Que mejor que empiecen conmigo. El bosque está lleno de cazabichos como yo y todos estarán deseosos de enfrentar sus pokémons contra los suyos.
—Nuestros pokémons tampoco quieren pelear.
Charmander protestó, parecía ansioso mientras agitaba la cola observando al Caterpie que retrocedió hacia su entrenador, quizá esperanzado porque éste entrara en razón tras medir la fuerza de su presunto oponente. La lagartija de Rojo no era el único, Bulbasaur se acercó gruñéndole también al insecto.
—Parece que ellos si quieren —suspiró Azul—. Eso de sólo por encontrarnos contigo tenemos que combatir se me hace absurdo también a mí, ¿pero qué recibimos a cambio si lo hacemos?
—¡Por supuesto que la emoción de vivir un combate Pokémon!
—Ajá. ¿Y?
—Valiosa experiencia que hará a sus pokémons más fuertes y a ustedes más hábiles en los combates.
Esta vez fue Rojo quien le hizo una seña para que continuara hablando, su expresión delataba que como su compañera no estaba ni mínimamente interesado en nada de eso. Realmente ese par era un caso, pensó el chico fastidiado.
—Si me ganan obtienen dinero.
—¡Perfecto! ¡Combatamos! —exclamó la chiquilla repentinamente entusiasta.
El cazabichos alzó las manos en señal que tuvieran un poco de calma.
—Espera, espera, niña. Si pierden ustedes tienen que darme dinero a mí, ¿entienden eso?
—¡Voy primero! —exclamó Rojo— ¡Hora del almuerzo, Charmander!
Antes que el cazabichos entendiera que habían comenzado, Charmander ya le había pegado al pobre gusano un mordisco en la cabeza.
—¡Oye! ¡No estaba preparado! ¡Placaje, Caterpie!
El gusano se agitó entre las fauces de Charmander dándole ligeros golpes en la cara que no le hacían nada. De pronto el gusano se paralizó de dolor cuando el Pokémon intentó masticarlo.
—¡Espera, que me lo vas a matar!
—Está bien, está bien. Charmander, sólo quémalo un poco.
Aún con el bicho entre sus mandíbulas, expelió una llamarada y soltó al insecto. Este en el suelo cabeceó un poco antes de caer al suelo inconsciente. El cazabichos frustrado lo llamó.
—¡Voy a envenenar a tu pokémon! ¡Ve, Weedle!
Al combate llamó a otro gusano, esta vez era idéntico al bicho amarillo que el viejo había pisoteado para capturarlo en la ruta dos.
—¡De este me encargo yo! —Exclamó Azul—. ¡Nidoran, adelante!
Charmander se retiró a regañadientes cuando Rojo lo llamó. El cazabichos se interpuso entre los pokémons agitando los brazos, consternado cuando el Nidoran apareció de su pokéball con su cuerno proyectado en alto.
—¿Qué es lo que hacen? Es un combate de uno contra uno. No pueden pelear los dos conmigo.
—Están peleando los Pokémon de uno en uno —razonó Azul—. No estamos peleando "los dos contra ti".
—¡Pero eso va contra las reglas de los combates pokémon!
Azul se encogió de hombros y miró a su acompañante.
—¿Tu que dices?
Aunque era proclive a atacar las normas por lo general, en cuanto al tema de los pokémons, Rojo aún no guardaba mucho interés, por no decir que seguía frustrado por todos los injustos acontecimientos que le habían sucedido desde que empezó su forzado viaje.
—Digo al demonio con estas reglas tan tontas —miró con rudeza a su contrincante—. Además tú iniciaste esto, ahora te aguantas a que lo terminemos. ¡Acaba con esto, Azul!
Sonriente, Azul dio la orden.
—¡Cornéalo!
El insecto intentó pinchar al Nidoran apenas se le acercó, sin embargo su pincho ni siquiera le hizo un rasguño al Pokémon que de pronto con su cuerno lo golpeó lanzándolo por los aires. El muchacho llamó a su Pokémon insecto rojo con coraje. Miraba a ambos chicos con rabia. Pero esto no era todo, aún tenía un haz bajo la manga.
—Bien. Como sea, quiero ver que hace cualquiera de ustedes dos con esto. ¡Ve, Metapod! —Una crisálida verde acero con ojos apareció frente a ellos. Nidoran prudente se echó para atrás esperando el primer movimiento—. ¡Ahora! ¡Metapod, endurécete ya!
—¡Oye! —exclamó la chica indignada— ¿Qué le pediste a tu pokémon que hiciera, tú pervertido degenerado?
Mientras Metapod despedía un destello, el cazabichos cabeceó confundido. Miró entonces a Rojo. Había comprendido que el chiquillo también se trataba de un cretino, aunque no uno tan grande como su chica.
—¿Por qué esa niña me acaba de llamar así?
Rojo frunció el ceño.
—¿Es en serio? Tengo diez años y hasta yo lo entendí. Si tu Pokémon se excita o no, déjalo y ya. No lo obligues a hacerlo. Por cierto, ese comentario fue de mal gusto por tu parte. Creí que tú sí le estabas poniendo seriedad a esto.
Unos segundos bastaron para que el cazabichos finalmente comprendiera. Escandalizado y abochornado pisoteó el suelo perdiendo cada vez más la compostura. Realmente nada estaba saliendo como había imaginado que sería.
—¡No, no, no, no! ¿Ustedes de verdad son entrenadores? ¿No saben nada de nada? "Endurecer" es el nombre del movimiento especial con el que los Metapods vuelven más rígidas sus corazas. ¡No le estaba ordenando que se le pusiera el...! —no lo diría, no les daría ese gusto— ¡Es insecto en una crisálida, por lo que ni siquiera tiene uno! ¿Qué está mal con ustedes, niños?
—Ya sé lo que es la técnica endurecer —aclaró Azul tras lanzar una carcajada—. Sólo quería ver tu reacción. Por cierto, buena esa, Rojito —el chiquillo le sonrió por respuesta. En realidad desconocía tal movimiento o que ella lo conociera. A veces era más fácil dejarse llevar con ella—. En fin. ¡Cuérnalo, Nidoran!
—¡Vuelve a...! —de verdad le habían arruinado el concepto del movimiento—. Hmm... ponerte... rígido, tú... ¡Metapod!
El golpe que Nidoran le dio apenas y le hizo un raspón a la coraza. Azul soltó una maldición por lo bajo. Rojo de pronto puso más atención al combate. Realmente parecía prometer ponerse interesante.
—¡Placaje, Nidoran!
—¡Rigidez, Metapod! —Finalmente se sentía emocionado.
—¡Rasgúñalo!
—¡Rigidez! —Era euforia lo que lo llenaba.
—¡Cornéalo de nuevo!
—¡Rigidez! —Esa sensación era por la que había estado esperando.
—¡Golpéalo con todo!
—¡Rigidez!
—¡Alto! —interrumpió—. ¿Es en serio? ¿Todo lo que esa cosa sabe hacer es ponerse duro?
—¡Igual que yo aquí, muñeca! —Con su mano se apretó sobre su entrepierna.
Instintivamente con miedo Azul retrocedió y Rojo saltó furioso de su sitio encarándolo.
—¡Qué acabas de atreverte a decirle, imbécil!
Azul quedó impresionada por su reacción. El cazabichos se llevó una mano a la boca bastante avergonzado por sus palabras.
—Está bien, ya entendí que eso sonó horrible. Pido perdón por eso. La emoción del combate me excitó. ¡Pero no en ese sentido, lo juro! Además en realidad estaba agarrando mis pokéballs —Azul ocultó el rostro contra la espalda de Rojo, era difícil saber si se estaba riendo o chillando de miedo, lo que era evidente es que Rojo estaba enojándose más—. ¡Me refiero a estas, Santo Mew! —del cinturón el cazabichos sacó las pokéballs de sus anteriores pokémons, estaban justo ancladas a los lados de la hebilla de su cinturón—. Vamos, cálmense. Aquí no pasó nada. No estaba acosando a tu chica. Te lo juro, niño.
Rojo abrió la boca pensando en explicarle que Azul no era su chica, más lo pensó lo mejor y todo lo que hizo fue mirarla sobre su hombro. Ella asintió con malicia. Descubrieron que no necesitaban siempre de palabras para entenderse entre sí, además algo había puesto a Rojo eufórico también.
—Entonces dime, cazabichos. ¿Tu pokémon se vuelve indestructible con esa técnica?
—Pues... no. Sólo más resistente.
—Eso pensé. ¡Ve, Nidoran! —Tras arrojar la pokéball, la nidoran de color más claro que el nidoran de Azul hizo acto de presencia. Ambos se acercaron al instante entre sí olisqueándose los hocicos—. ¡Ataca con todo a ese Metapod!
—¡Tú también Nidoran! ¡No te detengas y rompe ese costal de larvas!
Los ojos del cazabichos se abrieron más por la sorpresa. ¿Realmente ambos acababan de darle órdenes a sus pokémons para atacar simultáneamente? Obedeciendo a sus entrenadores, los nidorans se fueron de lleno a la vez contra Metapod lanzándole golpes continuos.
—¡Basta! ¡Ahora si están atacando los dos al mismo tiempo! ¡Eso no es justo! ¡Metapod, eréctate! ¡No! Digo... ¡Endurécete más!
Los múltiples impactos no permitían a Metapod concentrarse, especialmente con su entrenador teniendo dificultades al cambiarle de nombre continuamente a su único movimiento. Aunque débiles, los golpes de la pareja de nidorans se sentían como pequeños martillitos de metal. Un golpecito no era gran cosa, pero varios continuamente causaban un dolor más prologado y creciente a cada instante.
—¡Bien, me rindo! ¡Les digo que se detengan ya!
Los nidorans cayeron contra la tierra cuando el cazabichos llamó a su pokémon de regreso a su pokéball antes que lo volvieran polvo.
—¡Ganamos nuestro primer combate! —celebró Azul tomando la mano de Rojo y alzándola. Aunque al chico el asunto no le parecía gran cosa, vitoreó con ella un momento dándole ese gusto— Bien, ¿entonces de cuánto dinero estabas hablando?
El cazabichos se dio la vuelta indignado listo para marcharse.
—Están listos si creen que les voy a dar siquiera un centavo. Ustedes sólo son un par de tramposos.
No dio ni dos pasos cuando tropezó con las lianas de Bulbasaur que le sujetó por los pies. Al intentar levantarse, una bola de fuego le pasó a pocos centímetros del rostro paralizándolo de miedo. De pronto un rattata frente a él amenazante le mostraba sus enormes colmillos. Asustado, volvió la mirada hacia la pareja. El niño se había recargado contra un árbol sintiéndose de pronto muy incómodo, la niña que lo acompañaba por el contrario se veía más amenazante que nunca.
—Espero puedas entender que no te dejamos quitarnos el tiempo sólo por gusto.
El cazabichos de pronto sintió que estaba de acuerdo con esos dos en un solo punto. La regla de enfrentarte a otro entrenador sólo por verlo a la cara era una regla muy estúpida. Nunca podrías saber con qué clase de dementes podrías tropezar.
* * *
Charmander y Bulbasaur se abrieron camino delante de ellos para mantener a raya a los Pokémon que aparecían, por lo cual sus entrenadores estaban agradecidos. Azul terminaba de contar las monedas que habían conseguido tras el combate; un tanto compungido, Rojo estaba detrás de ella.
—Vamos, Rojito. Deja de ignorarme. Vuélveme a hablar, me pone nerviosa que te quedes callado tanto rato. Él fue quien empezó.
—Ya sé, pero creo que estuvo de más asaltarlo.
—Tú lo escuchaste. Obtener dinero del perdedor son las reglas.
—Reglas que rompiste.
—Que rompimos, Rojito. Que rompimos.
—¡Sólo porque creí que ese demente te estaba faltando el respeto!
Aunque sonrojada, Azul sonrió. Notó cómo el chico también enrojecía incómodo, aunque esta vez no pudo saber si era de rabia o vergüenza. Le concedería algunos puntos más por eso. Era agradable darse cuenta que en efecto se preocupaba por ella.
—Mira el lado positivo. Conseguimos un extra para nuestro viaje. Aunque no es mucho, algo es algo. ¡Ah!
Esta vez fue Rojo quien estuvo por tropezar con ella. La chiquilla se había detenido de pronto tras espantarse por un grupo de weedles que se aproximaban hacia ellos.
—Debemos de estar cerca de un nido.
—Me pone nerviosa ver a tantos bichos a la vez. ¡Creo que quieren atacarnos!
Así lo parecía. Tras pensarlo un poco, liberaron a sus otros pokémons. Pidgey resultó ser bastante útil pues entre pelea y pelea, picoteaba alimentándose con los insectos que le atacaban, acto que imitó Charmander.
Pasado el peligro decidieron dejarlos a todos afuera de sus pokéballs por si acaso. Los nidorans roían un poco el pasto y siempre se mantenían muy juntos entre sí. Bulbasaur de vez en cuando se inclinaba sobre los charcos de lodo y engullía un poco, mientras que rattata trepaba a los árboles para comer algunas hojas y frutos, esto último interesó a los chicos quienes llevaban tiempo sintiéndose hambrientos.
—Necesitamos parar ya —pidió la muchachilla revelando que ya estaba exhausta— ¿podemos?
Rojo lo hizo sentándose sobre una roca. Ya habían transcurrido algunas horas desde que entraron al bosque. La mochila que Azul le dio era más pesada que la otra que le entregó su madre, pero mucho más pesada era el hambre y el cansancio. La niña se había apiadado de él desde que entraron al bosque cargando su propia mochila aligerándole la espalda.
—¿Azul, empacaste algo de comer?
—Un poco. Algunas galletas, pan y agua. No es mucho, pero es algo.
—Bien. Dime, ¿falta mucho para llegar a la ciudad?
Ambos elevaron la mirada al cielo. Todo estaba oscureciendo muy aprisa y las estrellas comenzaban a mostrarse visibles. Aunque los árboles no dejaban ver mucho entre el horizonte, era fácil adivinar que estaba anocheciendo.
—No vamos a llegar hoy a la ciudad —sentenció decaída—. Tendremos que pasar la noche aquí.
Miró a Rojo esperando su reacción, imaginándolo de un momento a otro entrar en la histeria y no podría culparlo, ella también sentía que lo haría. El asunto de haberse escapado estaba perdiendo su gracia, siendo más complicado de lo que había imaginado sería. El niño sin pronunciar palabra, abrió la mochila que Azul le dio comenzando a examinar su contenido. Con dificultad sacó un delgado saco de dormir y una lámpara de mano. Miró agradecido a su compañera.
—Realmente te previniste bien.
Ella se encogió de hombros. Ya había acampado anteriormente, aunque siempre con supervisión adulta. Mirando el terreno en su mayoría pedregoso, pensó que aunque los sacos ayudarían, no serían tan cómodos.
—Hice lo que pude. ¿Te parece bien que acampemos aquí mismo?
—Ajá. Pero antes hagamos una fogata para tener algo de luz. ¿Puedes pedirle a tu rattata que nos consiga algo de fruta? Podemos racionar la comida si tenemos algún complemento extra.
Azul emitió un chiflido, tanto Bulbasaur como el pokémon ratón se le acercaron, éste último tenía una curiosa temblorina, aún no estaba acostumbrado a su nueva vida como pokémon domesticado. Azul acercó su mano conteniendo el aliento, permitiendo que su nuevo amigo la olisqueara haciéndole cosquillas con sus bigotes, algo que la hizo estremecerse un poco.
—Tráenos un poco de la fruta como la que estabas comiéndote allá arriba, ¿quieres?
Rattata se marchó.
—Hey, Pidgey —lo llamó Rojo. El ave aterrizó sobre un arbusto cerca de él—. Ve a ayudarle a recolectar algo. Más te vale no intentar comértelo.
El ave miró a su entrenador preguntándose de qué diablos hablaba. Es verdad que intentó comérselo antes de que los atraparan, pero ahora que eran compañeros le parecía muy absurdo que pensara algo así, entonces vio a Charmander relamiéndose la boca mirándolo y nervioso se alejó de la lagartija finalmente entendiéndolo. Lo mejor sería nunca quitarle un ojo de encima a ese pokémon inicial demente.
—Tú ya debiste de llenarte de bichos —le reprimió su amo—, no esperes más, Charmander. Ven, ayúdame con esto.
El chico comenzó a juntar algunas ramas de los alrededores y piedras también. Comprendiendo lo que planeaba, Azul le ayudó junto con Bulbasaur, formando una hoguera en la parte más cercana al lugar donde se encontraban. Tras terminar la pila, Charmander exhaló su ascuas para encenderla. Agradecido, Rojo intentó acariciarlo sobre la cabeza, retrocediendo cuando su pokémon lanzó una dentada de advertencia.
—¿De verdad? Vamos, ¿no podrías ser como Bulbasaur con Azul?
—Tienes que ser paciente —le explicaba la niña acariciando a su pokémon—. Le demuestras mucho miedo y él puede detectarlo. Los pokémons son seres vivos y tienen sentimientos. Deben de ser tratados con cariño y respeto.
Sus palabras sorprendieron a Rojo. Por un momento Azul había sonado tan... linda. La niña se acercó a Charmander y éste pareció relajarse y sonreírle.
—De verdad sabes mucho de esto.
—Cuando no está ebrio, mi abuelo puede ser un buen maestro. ¿Lo ves? —Charmander movía de un lado a otro la cola llameante cuando la niña se acercó más sonriéndole—. Lindo Charmander, ¿quieres ser mi amigo?
El Pokémon estiró con afecto la cabeza ronroneando, pero cuando ella apenas iba a posar su mano sobre él, la lagartija se echó hacia atrás para írsele de pronto encima con las fauces abiertas. Dado que Azul fue rápida en apartar la mano y Rojo en ponerse de pie para sujetarlo de la cola y frenarlo, la niña se salvó de perder los dedos.
—¡Oye, déjala!
—¡En serio, Rojo! ¡Cuál es el **** problema con tu **** lagartija de ******!
Fuera de indignarse como su entrenador por aquel vocabulario tan florido, como un maniático Charmander gimió de forma agitada, a ambos les fue fácil interpretar que estaba carcajeándose. Bulbasaur le gruñó y con algo de temor Rattata también. El Pokémon inicial de Rojo bostezó aburrido consiguiendo enfurecerlos más.
—¿Estás bien?
—Ajá, apenas me rozó.
Le mostró Azul un ligero rasguño en uno de sus dedos. Rojo le tomó la mano para examinar la herida. No era gran cosa, ni siquiera sangraba. Tal vez debía cerciorarse mejor. La mano de su compañera era realmente suave y cálida.
—¿Piensas hacerme un chequeo completo después?
No se había dado cuenta que llevaba casi un minuto sujetándole la mano cuando la soltó abochornado. Al poco tiempo Rattata y Pidgey llegaron con algunos frutos, los cuales sus entrenadores acompañaron con sus raciones empacadas.
Al terminar de cenar, Azul sacó un pijama de una pieza. Se sentía asqueada de haber estado usando ese vestido todo el tiempo. Llevaba un cambio de ropa que le sería útil mañana para seguir el camino, pero que no resultaría cómodo para dormir. Miró a Rojo quien al verla, se le ocurrió hacer lo mismo y buscar un cambio. Los pantalones de mezclilla serían bastante imprácticos si de verdad deseaba descansar. Ambos se vieron un momento entre sí, sus ropas y a sus sacos de dormir.
—¡Date la vuelta! —Dijeron a la vez.
Guardaron silencio durante un par de segundos antes de intentarlo de nuevo.
—¡Tu primero! —Repitieron juntos.
Un nuevo silencio.
—Es obvio que necesitamos privacidad —señaló Rojo—. Por qué sencillamente cada quien se va detrás de un árbol para cambiarse y después regresa aquí cuando esté listo.
—Primero, eso no garantiza que seamos los únicos en el bosque. El cazabichos dijo que había más como él buscando entrenadores para pelear. Algún chiflado de esos podría estar cerca y no hay forma de saber si alguno de ellos es de verdad peligroso. Me sentiría más segura que estuvieras cerca de mí.
El chico no vio venir eso. Esperaba que ella no notara la forma en que se había ruborizado al entender la implicación que dejaba entrever. Lo cierto es que Azul aún tenía grabada en su mente la manera en que Rojo perdió la compostura cuando aquel cazabichos pareció insinuarle algo sucio.
—Bueno, tiene lógica lo que dices.
—Segundo, nada me garantiza que no me sigas a escondidas para espiarme.
—Vamos. ¿No puedes confiar en mí?
—Dímelo tú mismo, Rojo. Hasta donde sé, no tienes nada que esté interesada en ver y aun así tampoco confías en que no te espiaré.
—Ok —más que aliviado por la observación, se sintió ofendido—. Gracias por el golpe a mi autoestima.
—Es Oak. Sabes a lo que me refiero. Eres un niño.
—Estoy seguro que entre tú y yo sólo hay como dos años de diferencia. —De verdad se sentía dolido y frustrado.
—No cambia el hecho que seas más chico que yo. De hecho, si como dices tienes diez años, entonces eres de la misma edad que mi hermano. Es como si me acusaras de querer espiarlo a él. Eso es escabroso.
—Ok, ok, ya entendí. No tienes que volverlo más incómodo. Me daré la vuelta, te cambias, me doy la vuelta y luego lo hago yo. ¿Ok?
—Todo menos lo de Ok, ya te dije que me apellido Oak.
—¡Lo sé! Cuando digo "Ok..."
—... te refieres a "está bien". Ya sé. Cielos, Rojito. Tengo que trabajar tu sentido del humor.
Fastidiado, el chico se puso de pie. Se dio la vuelta y dio algunos pasos para darle espacio. Desconfiada, Azul se le acercó donde pudiera vigilarlo quedando justo detrás de él para que no hubiese trampa. Rojo pudo darse cuenta de su maniobra, pues con la fogata tras ellos, podía ver las sombras de ambos proyectadas contra el suelo. Ahí estaba su sombra de pie y sin moverse como él. Mientras que por la sombra de Azul, podía darse cuenta que estaba quitándose el vestido levantándoselo desde las piernas hasta por encima de la cabeza. Sólo eran sombras, pero se abochornó ante la culpa por el esfuerzo que hacía con la vista en distinguir mejor la silueta de ella. La chiquilla era mayor que él, es cierto, pero sólo tenía doce años; no es que hubiese mucho que ver, sin embargo realmente quería ver y esa idea lo incomodaba. Por la sombra, distinguió el pijama de una pieza en sus manos. La niña se lo colocó por arriba de su cabeza, dejándolo caer hasta quedarle apenas por encima de las rodillas.
—Hmm... ¿Ya puedo voltear?
—No, todavía estoy cambiándome.
Eso no era verdad, podía darse cuenta. Quizá sólo estaba apenada que la viera sin nada más que el camisón. Lo entendía, así como también la inquietud inicial de Azul porque la espiara. De verdad se sentía mal al justificarla. ¿Qué diría su madre si supiera lo que estaba pasando por la mente de su hijo con una chica que estaba comenzando a tenerle confianza? Seguramente sentiría decepción. Al pensarlo mejor, se dio cuenta que en efecto tal vez sintiera eso al saber que no sacaba partido del momento aprovechándose de ella. Sería mejor dejar de darle tantas vueltas al asunto. La sombra de Azul desapareció al retroceder y Rojo estuvo a punto de voltear conteniéndose al último instante.
—Ya terminé —le avisó por fin—. Sigues tú.
Se volvió esperanzado de verla de pie frente a él, quizá avergonzada y con la fantasía en mente de la niña vulnerable pidiéndole su opinión sobre cómo lucía, usando quizá un traslucido camisón rosado de seda. De verdad quería reprender su imaginación. Para empezar el camisón no era de seda sino de tela ordinaria, de color azul (por supuesto) y la niña no estaba de pie, sino que estaba ya de espaldas sentada dentro de su saco de dormir en el suelo ignorándolo, limpiándose el maquillaje. Determinó que de verdad tenía que controlar su imaginación si iba a hacer el resto del trayecto con ella.
Un tanto abochornado, se acercó los pantaloncillos del pijama. El bosque era un tanto tropical, por lo que la fogata sólo servía para proporcionarles luz. Sin necesidad del fuego ya hacía bastante calor en el ambiente. Lo mejor sería dormir sin la camisa. Se sacó toda la ropa, salvo por los calzoncillos negros, sin perder de vista a Azul. Ella parecía estar más concentrada en limpiarse el rostro con unas toallitas húmedas con una mano, mientras con la otra sostenía el espejo de la cosmetiquera a la altura de su rostro. Realmente le había dicho la verdad, no tenía ningún interés en él. Eso era... ¿bueno? ¿Decepcionante?
—¿Negros? —exclamó la niña mirando todavía a través del pequeño espejo—. Pensé que tus calzoncillos serían rojos.
—¡Maldición, Azul!
Rojo cayó al suelo en un intento por ponerse a prisa el pijama. Cuando el chico lo consiguió entre rápidos forcejeos, satisfecha por su acción, Azul cerró el espejo de la cosmetiquera con una sonrisa. Los seis pokémons parecían estarse partiéndose de la risa por la escena.
—Rojo, ¿ya puedo voltear?
—¡Como si no supieras que sí!
La niña se echó para atrás para no perder mucho su posición y ver al chico.
—¡Qué apenada me siento contigo! —exclamaba esbozando una gran sonrisa—. "Accidentalmente" te vi mientras me quitaba el maquillaje. No pienses que fue a propósito, Rojito.
Está bien, no había problema. Podía entender que los accidentes pasaran. Además el también con las sombras... ¡Un momento!
—¿Estabas maquillada?
—Nop, Ni un poquito —le guiñó un ojo con picardía mostrándole la lengua antes de erguirse para guardar sus cosas sin salir del saco de dormir—. Mañana lo haré si llegamos a Ciudad Plateada.
—¿Y para qué? No necesitas maquillaje para lucir hermosa —sonrojada, Azul se giró a verlo bastante sorprendida por su atrevimiento. Rojo era ahora quien le mostraba la lengua—. Lo que necesitarías sería cirugía.
Azul resopló fingiendo indignación. El chico realmente estaba aprendiendo demasiado rápido de sus mañas, eso le gustaba.
—Pues mejor para mí. Menos peligro correré por la noche contigo si eso crees, pero por si acaso te advierto que mis pokémons te vigilarán si intentas acercarte y hacerme algo.
—¡De verdad no imagino cómo podría volverse más incómodo este momento! ¿Qué se supone crees que podría hacerte?
Pidgey y Rattata escandalizados y asustados corrieron hacia sus entrenadores, enseguida los imitaron Charmander y Bulbasaur, algo extraño en ellos quienes solían ser los menos asustadizos. Cuando ambos chicos miraron hacia donde estaban hace un momento, entendieron qué fue lo que les incomodó. Como si intentaran responder a su pregunta, los nidorans bastante entusiasmados daban una demostración muy explícita del motivo por el que siempre estaban juntos, es porque ambos eran de verdad una pareja, una demasiado íntima por la forma en que se encontraban en ese momento tan unidos. Avergonzados por tener que interrumpirlos, Rojo y Azul tomaron sus pokéballs para separarlos.
—¡Buenas noches Azul!
—¡Buenas noches Rojo!
Y así trataron de dormir abochornados al calor de la fogata en compañía de sus Pokémons, tratando de fingir que no ocurrió lo que habían visto.
* * *
—¡Despierta, Rojo! ¡Es una emergencia!
El despertar fue algo verdaderamente duro para el chico. De inmediato asustado se levantó casi tropezándose al intentar ponerse de pie aun dentro del saco de dormir. Primero buscó a los pokémons. Los cuatro que pasaron juntos la noche afuera estaban ahí adormilados como él, junto a ellos estaban las pokéballs donde en dos de las mismas permanecieron sus nidorans, cerca continuaban sus mochilas en el mismo sitio, aunque algo desordenadas.
Se sorprendió mucho más cuando vio a Azul. Sólo llevaba puesto el camisón, estaba descalza y la prenda se le alzaba un poco, inevitablemente bajó la vista hacia su punto medio, aunque no alcanzó a ver nada. La niña tenía ambas manos en la entrepierna tirando la prenda hacia esa zona para cubrirse mientras bailoteaba con expresión aterrada.
—¿Qué sucede, Azul? ¿Por qué me despertaste? Soñaba algo genial: Que todo el día de ayer había sido una pesadilla y luego despertaba en mi casa —la niña seguía moviéndose inquieta— ¿Y a ti qué te sucede? —Se le hizo fácil tomarle el pelo— ¿Es que quieres ir al baño?
—¡Sí, eso quiero!
Por supuesto que eso quería.
—Pues lo siento, no creo que haya inodoros en el bosque. Has lo que tengas que hacer detrás de un árbol.
—¡Eso ya lo sé! ¡No soy tan remilgosa como piensas!
—Deja de gritar. Si no atraes a los pokémon insecto, lo harás con esos condenados cazabichos. ¿Qué te sucede de verdad? Prometo no espiarte si es lo que te inquieta. Tal vez no debiste despertarme si de verdad pensabas hacer lo tuyo al natural
—¡Cállate y entiende que ya no aguanto! ¡Dime Rojo que en tus cosas tienes papel higiénico!
Se concentró un poco, lo cual era difícil cuando uno está todavía soñoliento. Debido a su escándalo, los pokémons se estaban desemperezando.
—Creo que lo olvidé. No se me ocurrió empacarlo —contestó bostezando con intención de volver a acostarse. De pronto sentía ganas de ir al baño. El asunto había cobrado finalmente seriedad para él—. ¡Oh, cielos! ¡No se me ocurrió empacarlo! ¿A ti tampoco?
—¡No!
Aunque no era propio del muchacho, soltó una grosería. Miraron a su alrededor. Había arbustos con hojas demasiado pequeñas, lo mismo podían decir de las de los árboles. ¿Y si se arriesgaban resultando que daban sin querer con hiedra venenosa?
—¡Qué hacemos! —gritó haciendo Azul un esfuerzo por resistir más—. ¡Dime que se te ocurre algo, Rojo! ¡No puedo pensar nada en este instante!
Trató de concentrarse. Necesitaba algo, no sólo por su amiga sino por él también. Todavía no era una necesidad imperiosa, pero lo sería muy pronto. Lo de su compañera no era tan importante como lo suyo.
—Azul, lo que quieres hacer es... ¿es...?
—¡De los dos!
Se equivocaba, tenían exactamente el mismo problema.
—¡No se me ocurre nada! ¡Creí que sabías más sobre ir de campamento que yo!
—¡No he estado en uno desde que era una niña muy pequeña! ¡Y la mayor parte del tiempo aquella vez estuve en una cabaña! ¡Todo lo que hice hasta ahora fue copiando lo que había visto en televisión!
—¡Deja de gritarme, me pones nervioso! ¡No es mi culpa si en los programas, películas o ánimes, jamás los protagonistas que suelen viajar juntos cruzando bosques o montañas, tocan el tema de necesitar ir al baño para explicar cómo lo resuelven!
—¡No tienen que hacerlo! ¡La gente no quiere averiguar sobre eso, es asqueroso! ¡Lo último que quieren saber es que sus protagonistas enfrenten un dilema que es muy común en la vida real y pareciera que casi a nadie se le ocurre podría suceder!
—¡Pues deberían y deja de gritar!
—¡Tú también estás gritando en lugar de darme opciones!
—¡Está bien, está bien! Dame un minuto.
—¡No tengo un minuto!
—Espera, creo que cerca de aquí pasamos por un arroyo.
—¡Y eso qué!
Rojo se serenó y miró con preocupación y vergüenza a Azul. Ella dejó de moverse y bailotear cuando el chico levantó la mano extendida a la altura de su pecho. Ya sospechaba que quizá le gustaba a él, no podía culparlo, también ella tenía la culpa por coquetearle para conseguir su aprobación o favores. Tal vez era mala idea seguir haciendo eso si sólo iba a ilusionar al pobre niño, sin embargo no creía que ese era el momento propicio para ir tomados de la mano al arroyo como le sugería, pero tampoco para romperle el corazón dejándole las cosas en claro de una vez. Entonces cuando el muchacho agitó un poco la mano mientras flexionaba los dedos como si rascara algo, lo comprendió y se horrorizó todavía más que por lo anterior.
—¡Dime que estás bromeando!
—¿Es que ya se te ocurrió a ti algo mejor?
—Nada.
—Entonces por favor ve y hazlo ya. También tengo que ir al baño y cada segundo se me está haciendo más difícil aguantarme.
* * *
Los pokémons realmente eran listos. Por la mueca de asco parecieron comprender lo que ocurría, a Bulbasaur por el contrario volvió a abrírsele el apetito. Como todo ser mitad planta, además de agua y tierra necesitaba de fertilizante.
La bata de Azul descansaba con la otra prenda sobre un arbusto. La niña con expresión horrorizada estaba sumergida en el lago conectado al arroyo, mientras no dejaba de tallar una y otra vez sus manos con la barra de jabón al mismo tiempo que murmuraba "asco" repetidas veces. A solo medio metro de distancia estaba a su lado Rojo dándole la espalda, él no murmuraba nada, aunque también no dejaba de tallarse las manos con otra barra de jabón; su ropa estaba al lado contrario de la orilla. A pesar de la precaria situación, esta vez ninguno temió que el otro le espiara. En realidad no eran capaces de verse a la cara en ese momento.
Tan pronto hicieron lo que hicieron sin poder aguantar más en direcciones opuestas, tras terminar los venció más el asco que la vergüenza cuando se metieron a bañar juntos al no poder esperar ni un segundo más para asearse, así que casi espalda con espalda hacían lo suyo evitando mirarse, cada uno concentrado en su propio predicamento.
De pronto algo se movió entre los arbustos cerca de la bata de Azul. La niña lanzó un grito. Rojo se dio la vuelta, sorprendiéndose cuando ella se pegó contra él señalando el lugar donde las ramas se agitaron.
—¡Alguien no está espiando! ¡Alguien no está espiando!
—¡Cálmate! ¿No será el viento? —entonces él también detectó el movimiento.
—¡Ahí es donde hace rato yo estaba...! Tú sabes... eso.
El chico hizo que Azul se posicionara detrás de su espalda para cubrirla, ella lo agradeció abrazándolo buscando sentirse protegida.
—¡Charmander, Pidgey! ¡Vengan acá!
Incluso antes que aparecieran en compañía de Rattata, lo que salió de entre los arbustos fue Bulbasaur relamiéndose los labios. Los chicos suspiraron aliviados, incluso Charmander a quien le ponía nervioso acercarse tanto al agua.
—¡Bulbasaur, nos asustaste! —lo reprendió su entrenadora—. ¿Qué estabas haciendo ahí?
El pokémon eructó y los chicos sintieron ganas de vomitar cuando les llegó con la brisa su aliento. Bulbasaur miró ansioso a Rojo tratando de pedirle algo, este resignado le señaló el lugar al otro lado de la orilla donde había dejado lo suyo.
—Date gusto.
El pokémon planta se zambulló en el agua pasando al nadar frente a ellos, quienes sin expresión lo siguieron con la mirada hasta que llegó a la otra orilla donde se agitó para secarse intencionalmente frente a Charmander causando su irritación, que de no ser por Pidgey y Rattata sujetándolo de los brazos, seguramente hubiera buscado pelearse con él de nuevo. Sus entrenadores suspiraron al mismo tiempo. Azul seguía ensimismada y aún seguía abrazada del chico.
—Si el arroyo está aquí, se supone que hemos recorrido la mayor parte del bosque —anunció repentinamente— por lo que llegaremos a Ciudad Plateada muy pronto. Quizá antes del atardecer.
—Bien. Entonces no tiene caso retroceder si haciéndolo sólo alargaremos más esto —concluyó Rojo sin alterarse ni un ápice. Realmente estaba harto y pareciera que como a ella, ya no parecía importarle nada—. Regresemos por nuestras cosas y sigamos.
Ella asintió, pero ninguno se movió. Azul de pronto se daba cuenta de la comprometedora posición en la que se encontraba y por algún motivo ni siquiera reaccionaba ante eso. Rojo cerró los ojos sabiendo que el infierno se desataría en cuanto abriera la boca.
—Me veo en el deber moral de informarte que... bueno, "te vi" cuando Bulbasaur te asustó —Azul comprendía a lo que se refería cuando dijo que "la vio", pero tenía problemas para saber cómo reaccionar—. También que puedo sentirte contra mí.
Ni siquiera estaba sonrojado, por la forma en que lo soltó parecía que poco le importaba la situación que era consciente quizá muchos chicos en su lugar envidiarían. Era cierto, en parte la chica sentía alivio y también frustración por la forma en que él se estaba tomando las cosas. ¿Así se sentía Rojo cuando ella lo hacía sentir rechazado? Reflexionó. Sin decir nada o cambiar su expresión, la mano de Azul que lo sujetaba por el hombro bajó y le pellizcó un poco más abajo. Rojo finalmente reaccionó poniéndose de pie y dándose la vuelta quedando frente a ella dado que no lo soltó de ahí inmediatamente, por lo que no le dejó alternativa al hacer eso. Sin expresión la niña lo observó antes que éste reaccionara debidamente tapándose con las manos.
—Estamos a mano —exclamó ella con expresión mustia.
Sin molestarse en cubrirse, se puso de pie también pasando frente a Rojo a quien los ojos se le abrieron tanto como su boca. Cuando ella se dio la vuelta el chico la siguió con la mirada. Fue entonces cuando Azul se sonrojó también mientras en la orilla tomaba su ropa.
—¡Ya deja de mirarme!
* * *
Su compañero tan abochornado como ella se dio la vuelta alejándose presuroso hacia su orilla bajo la atenta y curiosa mirada de Azul. Ninguno supo qué había sido todo eso, pero les sirvió para distraerse olvidándose de su frustración.
Una vez que se cambiaron de ropa y tras haber desayunado algunas galletas con un poco de fruta acompañada con agua dulce del río (que les supo más a lodo y tierra), nuestros protagonistas apenas mediando palabra, se pusieron en marcha. Rojo recolectó más fruta con ayuda de Rattata y Charmander quienes buscaban moras. Por su parte Bulbasaur acomodaba las pertenencias de ambos de regreso a las mochilas siguiendo las instrucciones de Azul, quien con ayuda de Pidgey agitando sus alas, terminaba de secar las ropas de ambos para guardarlas enseguida.
Durante las actividades los dos chicos, aunque permanecieron en silencio, de vez en cuando cruzaban miradas y se sonreían entre sí con cordialidad. De algún modo parecían haber olvidado su frustración, aunque también olvidaron o pretendían hacerlo con casi todo lo relacionado al incidente en el lago, más no así con la sensación de alivio y tranquilidad que les dejó al final.
Nuevamente estaban en el camino con sus cosas y sus pokémons en sus pokéballs, salvo por sus iniciales y los nidorans a quienes les dieron una oportunidad de salir, dado que los mantuvieron encerrados toda la noche. Ambos pokémon abrían orgullosos la marcha andando a su ritmo, sacando de en medio a todos los pokémons insecto que se les cruzaban en el camino; siendo ellos los más resistentes a aquellos que pudieran ser venenosos, parecían ideales para el trabajo. El aire era agradable, el sol daba un bello resplandor al bosque, cuando de pronto un cazabichos apareció frente a ellos.
—¡Alto ahí! ¿Son entrenadores de Pokémon? ¡Pues reto a uno de ustedes a una batalla! —sin esperar respuesta a su desafío, o al menos que estos procesaran su aparición, el chico arrojó una pokéball al encuentro—. ¡Ve, Kakuna!
Ambos observaron a aquél pokémon. Otra crisálida, pero amarilla. Los chicos se vieron entre sí teniendo la misma idea en mente. Su actitud molestó al cazabichos.
—¡Es que ninguno piensa combatir por estar de cariñositos! ¡Olvídense de eso y que uno pelee ya conmigo!
Rojo exhaló fuerte.
—No somos novios. Somos... —miró a Azul con duda, pero ella le sonrió afable brindándole confianza.
—Somos amigos.
Él también sonrió sintiendo cierta calidez en su interior cuando la escuchó afirmar aquello. El cazabichos sentía que vomitaría por tanto empalagamiento, sin embargo cuando ambos le brindaron por fin su atención, tuvo que retroceder. Seguían sonriendo, pero de una forma siniestra mientras lo miraban. El fanático de los pokémons insecto tartamudeó, pero al instante fingió valor recomponiéndose.
—Entonces, ¿quién de los dos combatirá conmigo?
Rojo y Azul alzaron sus pokéballs y las arrojaron al mismo tiempo.
* * *
—¡Por fin estamos cerca de llegar, Pikachu!
El Pokémon roedor no parecía particularmente impresionado por esto. Como su entrenador, también estaba sucio, cansado y estresado, pero por algún motivo el chico asiático era persistente en mantener esa sonrisa forzada en su cara mientras fingía que todo estaba bien, cuando era obvio que lo que más deseaba era echarse a llorar y regresar al orfanato. Al menos ahí tenía una cama y comida diaria servida a la mesa, por no decir un baño de uso compartido, pero un baño de verdad a final de cuentas.
—¿Sabes que mejoraría esto? ¡Que tengamos el desafío de un entrenador!
Es verdad, recordó Pikachu. Tampoco paraba de repetir eso. Aunque a veces la idea de cierta manera entusiasmaba al pokémon también, no se habían encontrado con ningún otro entrenador hasta ahora.
—¿Qué pasó aquí?
El Pokémon interesado se acercó al chico cuando algo pareció impresionarlo fuertemente. En el camino un sujeto estaba sentado de espaldas a un árbol con expresión abatida mirando sus pokéballs frente a él.
—Hmm... ¿Señor? ¿No quiere tener una batalla Pokémon? Este... ¿Se encuentra bien?
El sujeto lo miró como si se tratara de un fantasma.
—Ya no me quedan pokémons que puedan pelear. ¡Esos malditos mocosos tramposos acabaron con todos!
—¿Quiénes fueron? ¿Realmente alguien pudo vencer a todos sus pokémons?
—Sí, a mis pokémons también. Me refería a que acabaron con todos los cazabichos de la zona. Algunos están por ahí tratando de recuperar la salud de sus pokémons inyectándoles pociones, mientras otros están buscando llegar desesperados a algún centro Pokémon. ¡No queda nadie ya!
Amarillo se asustó. Ya había escuchado hablar de eso alguna vez.
—¿Fueron miembros del equipo Rocket?
Como muchos, el cazabichos ya había escuchado alguna vez hablar de aquella organización criminal. Se trataban de sujetos crueles y despiadados. Se decía que sus integrantes eran sujetos de temer, personas quienes se dedicaban a robar, mentir y atacaban a la gente para quitarles a sus pokémons. Nadie merecía encontrarse con esos desalmados.
—No lo creo, no robaron mis pókemons. Oh, perosi de verdad existe la justicia en algún lado, deseo que ese par se tope conellos algún día.
Esta historia continuará... ya.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top