Azul
—Mamá, por favor, ¿podrías reconsiderarlo? Esto de correrme de la casa es una locura.
Había discutido con su madre porque en lugar de encontrarlo por la mañana con la mochila ya preparada, estaba aún dormido a sus anchas en el suelo en una extraña posición. Ninguna de sus excusas como aquella de que había perdido la consciencia y se había desmayado, había colado para que se compadeciera de él. Tuvo que alistarle la mochila ella misma y luego aventarle un balde de agua para despertarlo; al ver que eso no funcionó, le hizo tragar un poco de cerveza para reanimarlo, pero como tampoco había servido, salvo para que el muchacho volviera a balbucear algo de un médico, le había hecho inhalar un polvo blancuzco y extraño que lo volvió en sí. Cuando quiso saber lo que era y si le podía dar algo más, ella lo acusó de vicioso, explicándole que sólo se trataba de polvo para hacer leche de fórmula, pues qué otra cosa podía ser, además con lo caro que estaba no podía desperdiciar cada onza en él. Su madre no admitía réplica alguna a esas alturas.
—No es una locura y deja de tener esa actitud tan mala. ¿Sabes cuántos niños de tu edad sueñan con una oportunidad como la que se te está presentando?
—¿Ninguno?
—Cientos, ¿y sabes dónde están ellos ahora?
—¿Orfanatos?
—En sus casas con padres que les impiden salir a cumplir sus sueños. Cuando tenía tu edad, no había nada que quisiera más, que el salir de aventura con un pokémon.
—¿Y por qué no te dejaron mis abuelos hacerlo?
—Porque eran cerrados de mente. Creían que si lo hacía llegaría a casa derrotada como una perdedora, posiblemente embarazada de algún fulano que hubiese conocido por ahí. Bien, ¿ya estás listo? Pues ve con el profesor Oak a su casa que vas tarde, salúdamelo cuando llegues. Si es posible le pides que me llame después, necesito preguntarle algo sobre el catálogo que me dejó sobre mesas de billar.
—Dime que no hablas en serio.
Su madre se recompuso, volvía a ser esa amable mujer que todo mundo quería, por lo que era constantemente visitada por hombres amables, los cuáles siempre fueron atentos con Rojo las pocas veces que cruzaban palabras con él hasta donde recordaba, a diferencia de esas mujeres que siempre llegaban gritando y reclamando cosas que no alcanzó a comprender durante su infancia. De pronto se sintió terriblemente asustado.
—Mamá, ¿realmente quieres que haga esto?
—No hagas esto por mí, hazlo por ti mismo, tesoro.
—Pero yo no quiero hacerlo, de veras que no.
—Qué pena, verás cómo con el tiempo le agarras el gusto. Parte hijo mío, parte. Que tengas una maravillosa aventura.
Su hijo derramaba lágrimas
—Te extrañaré mami.
—Si hijo mío, yo también, también sé que me extrañarás. Adiós.
Tras cerrarle la puerta en la cara, el lloroso muchacho inseguro caminó por el pueblo Paleta, su hogar hasta hace unos momentos, si es que se le podía llamar pueblo a un sitio que no tenía ni una docena de casas.
No estaba seguro de dónde vivía el dichoso profesor Ok, pues su madre ni siquiera le había dado una dirección, aunque imaginó se trataba de aquella casa que hasta hace unos días estaba en venta, donde algunos camiones de mudanza estuvieron rondando. Al aproximarse, se encontró a una niña frente a la puerta cargando una bolsa de supermercado.
—¡Hey! Hola, disculpa. ¿Vives aquí?
La niña se puso algo tensa. Rojo temió haberla asustado; pese a las preocupaciones que tenía, no pudo evitar notar lo guapa que era: largo cabello castaño, ojos cafés, delgada y lucía muy bonita en ese vestido negro de una pieza. Debía de tener como doce años. Su aspecto era exquisito, tierno, delicado y por su dulce expresión, hasta vulnerable.
—No menso, nomás ando de visita. ¿Qué se te perdió?
—Ah... perdón, es que busco a una persona. ¿Un tal Ok?
—Sí, Ok, todo bien, chido. Bueno, adiós mocoso.
—¡No! Espera, ese es su apellido. Ok.
—¿No querrás decir Oak?
—Eso, Ok, eso mismo. ¿Sabes si vive aquí?
—Vivía, todavía lo alcanzas si vas al laboratorio de mi abuelo.
—¡Perfecto! Muchas gracias. ¿Y dónde queda el laboratorio de tu abuelo?
—Oye, que la bolsa está pesada.
Recordando su modales, Rojo se acercó rápidamente para ayudarle, ciertamente la bolsa era pesada. La niña estiró los brazos dándose su tiempo antes de abrir con sus llaves la puerta y entrar. Rojo la siguió abochornado por ingresar al hogar de alguien que apenas conocía.
El lugar era un caos, con restos de cajas de comida apiladas por los rincones, la mesa del comedor estaba hecha un asco; sobre los sillones había prendas de ropa aventadas por doquier, muy diferente al que fue su hogar donde siempre procuró tener todo en orden, antes de que su madre se enfadara con él por no recoger el tiradero que ella misma solía hacer.
—Haber, pásale en lo que te hago un croquis. Deja eso por ahí y no hagas desorden.
—¿Más?
—¿Dijiste algo?
—No, nada. Yo... creo que puedo despejar un cachito de la mesa para ayudarte con esto.
Al volverse la niña ya no estaba. Dado que no sentía que tuviese mucha prisa en realidad, se dio la tarea de ayudarle un poco. El contenido de la bolsa resultó ser comida de microondas y sopas instantáneas; también algunas revistas, un par de películas, una caja de maquillaje, aparte un paquete de cigarrillos y un cartón con cerveza que no entendió como consiguió comprar, si en apariencia el mandado lo había hecho ella sola.
Abrió el refrigerador donde la mitad de su contenido se trataba de más cerveza, refrescos y comida instantánea; la otra mitad eran restos de comida rápida, leche y otros aperitivos que dudosamente seguirían siendo comestibles por el hedor que despedían. Como pudo acomodó lo que iba adentro dándose la libertad de sacar lo que claramente estaba vencido para tirarlo, sintiéndose culpable por tomarse tantas molestias siendo sólo un invitado a medias.
Había hecho a un lado los platos sucios del lavabo para verter el contenido de un cartón de leche, cuando la niña regresó con un papel en la mano.
—¡Oye! ¿Pero qué crees que haces?
—Perdón, es que esto parecía vencido.
—¡No estaba vencido, bebí de eso ayer! ¡Aún servía!
—¿En serio? ¿No te has sentido extraña? ¿Vómitos o... ya sabes? ¿Problemas al ir al baño?
—¡Y a ti que te importa si estoy menstruando! Dame eso —le quita el cartón y tantea si aún queda algo—. Maldición, sólo dejaste la mitad. Apenas lo compré el mes pasado.
Más que apenado, el niño se había asustado para variar, aunque esta vez no por él.
—Sabes, no creo que sea tu... ciclo, lo que te está enfermando del estómago.
—Vómitos, diarrea, claro que es eso. Ya deja de preguntar intimidades que ni te conozco.
—Ok, te lo tengo que decir. La menstruación no te ocasiona... pues, diarrea.
—¿Alguna vez has menstruado?
—No.
—Entonces no opines. Además ya te dije que no es Ok, es Oak —da un trago al cartón antes de dejarlo en la mesa. Se limpia el bigote amarillento de la leche y le da el papel—. Ahí te señalé el laboratorio del abuelo. Mi hermano estará allá si lo buscas.
La muchachilla miró con interés el refrigerador. Ciertamente el chico en poco tiempo había dejado las cosas más al alcance y mejor ordenadas.
—Bueno, igual gracias por ayudarme.
—No hay por qué —examinaba el papel. Los dibujos eran bastante buenos, no parecía ser algo garabateado de rápido. Más que un croquis, la niña había dibujado un mapa de todo el pequeño pueblo, hasta encontró su casa ahí—. Dibujas muy bien, gracias. Me servirá.
—Por nada. ¿Quieres uno?
El niño casi se cae de la impresión. La niña tenía un cigarrillo en la boca, un encendedor en una mano y de la cajetilla ofreciéndole uno en la otra.
—¡Pero qué haces! Tus padres te matarán si aparecen y te ven fumando.
—Ya sólo vivo con mi abuelo. No creo que le moleste, él no fuma.
—Ese no es el problema. Tú tampoco deberías de hacerlo.
—Vaya, que fresa eres —se guarda el cigarro sin llegar a prenderlo—. Ya está, no te vaya a dar un infarto, niño —vuelve a ver el orden que hizo el muchacho, así como la hora del reloj colgado en la pared. O veía su programa favorito, o se ponía a asear la casa. Cuestión de prioridades—. Oye, ¿tienes prisa?
—Pues... se supone que llego tarde a... lo que sea que vaya a hacer —pensó: más que tarde era falta de interés lo que tenía—. Pero ya me voy, no te preocupes. De nuevo, gracias.
—¡Espera! No te estoy corriendo. Dime, ¿cómo te llamas?
Se sintió incómodo, como le sucedía siempre cada vez que se presentaba con alguien por primera vez.
—Me llamo Rojo.
—Buen apodo, ¿pero cómo te llamas?
—Ah... Rojo Cátsup.
Se quedó seria un momento, probablemente pensando que le estaba tomando el pelo, pero ese niño realmente no parecía estar bromeando. No pudo evitarlo, soltó la carcajada.
—¿Es en serio? Te llamas Rojo y Cátsup, Cátsup como la salsa de tomate, Cátsup como el kétchup.
—Sí, bueno. Ya me voy.
—¡No, espera! Perdón. No es que piense que tu nombre es algo extraño, pero, pero... —fue imposible contenerla: otra carcajada—. Arceus, que nombre tan estúpido, de veras.
—¡Bueno, ya estuvo! Necesitabas algo tú... ¿Cómo dices que te llamas?
—Espérame, espérame —inhala aire y contiene el aliento un momento antes de recobrar la compostura—. Ya está. Perdóname. Me llamo Azul.
Aunque extraño, pero nada gracioso, Rojo por pura malicia y desquite, sonrió e hizo una mueca como si estuviese por echarse a reír, cuando de la mesa, la niña tomó un cuchillo con una sonrisa algo perturbadora mientras con un trapo comenzó a limpiarlo proyectando la punta hacia él.
—A que mi nombre si es bonito y nada ridículo, ¿verdad?
—¡Sí! ¡Baja eso! Es un nombre muy lindo. ¿Te lo pusieron por algo en particular?
—Sí, el abuelo me dice que el azul era el color favorito de mi madre. ¿El rojo es el de la tuya?
Una vez en su más tierna infancia, Rojo le había preguntado a su madre el porqué de su nombre, por toda respuesta ella se encogió de hombros diciéndole que un nombre tenía que ponerle, sin que pareciese haber más explicación. Por cierto, también había notado los colores azules, verdes, amarillos, rosas y hasta cafés en la casa, de vez en cuando algunos morados; ya sea en la pintura, los muebles o su ropa también. Una vez le habían ofrecido en una tienda un muestrario de cortinas rojas en distintos tonos, pero ella los rechazó mencionando algo que aborrecía ese color.
—Sí, algo así.
—Lo sabía. Tienes un nombre muy original. Por cierto, ¿quieres ganarte un par de billetes?
—Pues... creo que necesitaré algo de dinero. Ya ni siquiera tengo casa. Verás, mi madre me dijo...
—Sí, sí, todos tenemos problemas, es una pena. Mi problema es que me dejaron como la cenicienta sola a recoger la casa, cosa que sin ayuda pues no puedo. ¿Te importaría ayudarme un poco, niño lindo?
Su voz se había dulcificado, jugueteó con su cabello mirándolo como si se tratara de una estrella de cine. El coqueteo funcionó, por lo que a Rojo no le importó pasarse la siguiente hora recogiendo la cocina mientras la niña dijo haría lo propio en la sala, ayudándose con el ruido del televisor como fondo para distraerse, dándole completa libertad para que acomodara como creyese pertinente las cosas, de esa forma el chico dio lo mejor que pudo por ella.
Cuando terminó de secar lo platos que lavó y de acomodarlos en la alacena, fue a la sala pensando en seguir ayudándole en algo. Azul ciertamente no había avanzado mucho por no decir nada. La encontró tirada en el sofá viendo en el televisor algo que parecía una telenovela de aventuras.
—Ah... Azul, ya terminé aquí.
—Perfecto. Sé buenito y ayúdame un poco con los cuartos de arriba.
Ni siquiera había despegado los ojos del televisor al hablarle. Aquello le pareció demasiado, aun no sabía exactamente cuánto le iba a pagar por ser su sirviente.
—¿Por lo menos has comenzado?
—Me estoy tomando un descanso. Recuerda que vine de hacer las compras, tú mismo comprobaste lo pesada que estaba la bolsa que cargué desde ese trayecto tan largo.
—Llevabas en su mayoría cosas innecesarias. Además, el supermercado sólo está a dos calles de aquí.
—Guarda silencio. Crono y los otros están por regresar desde el pasado al reino.
Le valía un pimiento el estúpido programa. Apagó el televisor y ella finalmente le prestó atención.
—¡Oye, estaba viendo eso!
—Sabes, no quiero discutir. Ya tengo que marcharme. Sólo dame lo que puedas para irme de aquí.
—No seas tan codicioso. Ya te di un mapa. Ahora prende ese televisor y vete.
Su irritación se convirtió en enojo.
—Es un chiste, ¿verdad?
—Está bien, no tienes por qué prenderlo. Sólo alcánzame el control. Que flojo eres, de verdad.
—Me largo de aquí.
—¡Oye! No tienes que ser tan grosero. ¿Así tratas a las niñas que quieres ligarte? Seguro por eso no tienes novia.
—Tengo mayores preocupaciones en esta vida, niña tonta. Casi todas comenzaron de hecho la noche pasada —contestó mientras abría la puerta y Azul seguía gritándole desde el sofá—. Y no estaba tratando de ligarte.
Un cerrón después, Azul con fastidio se levantó por el control para terminar de ver su programa, pero este ya había terminado.
—Perfecto, ahora tendré que esperar a ver larepetición —no pudo concentrarse en el programa siguiente. Por algún motivo siguiópensando en Rojo—. ¿Mencionó que buscaba a mi hermano o a mi abuelo? Oh, bueno.Los dos le quedan de camino.
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