¿Amarillo?


Rojo sostuvo la pokéball con ambas manos, sin saber que hacer a continuación. Ciertamente tenía que hacer algo, pues tanto el profesor como su nieto parecían estar a la espera. Observó el botón en medio de la pokéball y lo pulsó frente a él. ¡Algo muy pesado y grande lo golpeó en la cara y se aferró a la misma!

—¡Quítenmelo!

El profesor retrocedió y lo mismo su nieto. La creatura gruñía furiosamente y el muchacho sentía el dolor por las zarpas detrás de sus orejas.

—¡Abuelo, quítale esa cosa!

—¡Estás loco, es peligroso! ¿Ya viste lo que tiene en la cola? Ten cuidado cuando se lo quites.

Verde se dio cuenta de lo que decía. El ser balanceaba de un lado a otro de forma muy peligrosa una llama en la punta de su cola.

Los asistentes llegaron, pero tan pronto comprendieron lo que sucedía, se dieron la vuelta asustados por el chico con la lagartija roja en la cara. Rojo estaba asustado zarandeándose de un lado a otro, haciendo que la llama en la cola del pokémon quemara las cortinas.

—¡No esperes que yo se lo quiete! ¡Tiene que hacer algo, abuelo!

Oak asintió.

—Por supuesto. Tengo una idea. Alcánzame el extintor.

Su nieto lo hizo, y con él, Oak apagó las llamas de las cortinas. Su laboratorio estaba a salvo, pero Rojo aún tenía un pokémon en la cabeza.

—¡Muchacho, ten cuidado! ¡No vayas a quemarme los libros!

—Abuelo, ¿no tienes otro extintor?

—No, son muy caros. Pero descuida, ya controlé el fuego.

—¡Qué rayos puede debilitar al fuego!

Entre que forzaba con las manos a la criatura para apartársela, Rojo gritó:

—¡Arrójenle agua esta maldita bestia, por el amor de Arceus!

Verde sonrió. Tomó una de las pokéball de la bandeja de su abuelo apuntándola hacia el aterrado muchacho, antes de pulsar el botón de liberación.

Rojo gritó más fuerte. Ahora había una segunda criatura pegada a él, específicamente su pierna derecha estaba atrapada entre sus fauces. Al menos su ritmo era menos frenético gracias a aquél ser. Verde carraspeó mirando impresionado a la tortuga.

—No se suponía que pasara eso. ¡Oye tú, suéltalo!

Alguien más entró al laboratorio. Impresionada, Azul retrocedió cuando Rojo casi la golpea. La tortuga era tan terca como la lagartija de su rostro para soltarlo. La muchachilla de espaldas se acercó a su hermano y abuelo.

—¿Y aquí qué está pasando?

—¿Qué haces aquí, Azul?

—Venía a decirle al abuelo que tengo listo el mapa que me encargó. ¿Y ese quién se supone que es?

Oak carraspeó.

—Mi querida Azul, permíteme presentarte al rival de tu hermano en su aventura pokémon. Su nombre es Rojo. Rojo, te presento a mi nieta, se llama...

—¡Azul! ¡Ayúdame a quitarme estas porquerías y te limpio la casa por un mes!

Rojo pateaba a ciegas su pierna contra la pared para quitarse a la tortuga. Debido al dolor que le causaba el pokémon en su cabeza, no sabía si estaba lastimando a la tortuga tanto como se estaba lastimando el pie; dado al resistente caparazón que tenía, imaginó sería lo segundo. La niña consideró tan buena oferta.

—Tengo una idea, ¿por qué no hacen que un pokémon de agua le quite esa cosa de la cara?

Verde giró los ojos hacia atrás.

—Magnífica idea. Salvo que está el detalle que lo que tiene colgándole de la pierna es mi pokémon de agua, y ningún caso que me hace.

—¡Pues quítaselo primero para que te obedezca! ¡Hazte a un lado!

Impaciente, la niña iba a tomar la última pokéball, pero su abuelo molesto la apartó.

—¡Espera! ¡Tú no debes de tomar un pokémon!

—¿Por qué no? Alguien tiene que ayudarlo, y te sobra uno.

—Ya está apartado, y si lo sacas de su pokéball quedará atado sólo para obedecerte a ti como cualquier inicial lo hace.

Azul observó a Rojo forcejeando más con su propio pokémon que con el de su hermano, y a Verde exigiéndole al suyo que soltara al chico sin conseguir nada.

—Sí, me abruma la lealtad que demuestran. ¡Dámela ya! Sólo será un momento. Quizá algún día me dé cuando crezca el irme sola por el mundo como mi hermano, sin necesidad de correrme de la casa.

—Espera... ¡Qué! —Verde se desatendió de su pokémon al escucharla—. ¿A quién corrieron de la casa?

—¡Dame el pokémon, abuelo!

—No. Ya te dije porque...

—Dame una mejor razón para que no me des un pokémon a mí.

—Porque eres una chica.

Un silencio muy incómodo surgió entre la familia Oak, salvo por los alaridos histéricos de Rojo que volvía a danzar por ahí al sentir los dientes del pokémon tortuga cerrarse con mayor fuerza en su pierna, así como los diminutos y puntiagudos colmillos del reptil rojizo sobre su cabeza.

—¡Pero a ella si supo reconocer que es una chica! —gritaba exaltado quemándose las manos, cuando sin querer sujeto la punta de la cola del pokémon—. ¡Por qué no lo comprueba primero levantándole la falda!

—¡Te estoy ayudando, idiota!

—Perdón, ¡No me di cuenta porque tengo todavía a dos monstruos de porquería intentando devorarme!

Azul lo ignoró.

—¿Es en serio, abuelo? Ese es un pensamiento muy machista. En otras regiones una chica puede ser entrenadora de pokémon. ¿Cuándo piensas modernizarte, anciano?

—No lo sé. Tal vez en diez de años.

—¡Azul! —volvió a interrumpir el chico en apuros. Lucía extraño, como si quien hablara fuese la espalda roja del pokémon—. Tienes mi voto a que serás la mejor entrenadora de todos los tiempos. Puedes demostrárselo a tu abuelo aquí mismo, haciendo, ¿no sé? Tal vez... ¡Quitándome estas porquerías de encima!

Esta vez no se detuvo a pedir permiso, la niña tomó al momento la pokéball teniendo la prudencia de apuntar el haz de luz de donde la criatura saldría a una esquina despejada. El profesor no tuvo oportunidad de detenerla. De pronto, algo que parecía una especie de rana con un bulbo rojizo rosado encima, estaba frente a ella. El ser ladeó su cabeza manchada hacia la niña que exclamó asombrada por el encuentro:

—Vaya, que feo está. No importa. ¡Tú, cosa! —.Le señala al pokémon de su hermano encima de Rojo—. Derriba a esa basura ahora mismo.

El ser retrocedió, y al darse impulso, consiguió golpear a Rojo justo en el pecho tirándolo al suelo. Sobre él, con sus patillas lo golpeaba para evitar que se levantara.

—¡Muchas gracias, Azul! ¡Ahora son tres!

La escena era lamentable. Finalmente la irritación del profesor llegó a un límite que ignoraba tenía. Se llevó la mano al bolsillo de la bata de donde se sacó una cuarta pokéball.

—¿Qué es eso? —preguntó su nieto.

—Algo que atrapé en el bosque anoche cuando me corrió... ¡digo! Cuando tuve la diferencia de opiniones con tu abuela. Cuando lo encontré me puse a aventarle piedras y darle con una vara, por lo que tuve que hacer algo para que no me atacara cuando terminé por vaciarle la vejiga encima.

—¿Y por qué hiciste todo eso?

—No lo sé. Estaba muy ebrio.

Oak sacó al pokémon antes que Rojo iniciaría entre jadeos su protesta, no necesitaba a un cuarto pokémon haciéndole daño. La criatura que salió estaba exaltada y lanzaba chispazos eléctricos entre su pelaje hediondo, pero principalmente en sus mejillas rojizas, parecía un ratón de gran tamaño de un color amarillento. Volteó a ver con furia al profesor, y este dio un paso al frente.

—Oye, tú. Te atrapé, así que ya conoces las reglas. Chamusca esos pokémons, excepto al...

Las mejillas del ratón eléctrico se iluminaron y de pronto lanzaron un rayo hacia Rojo antes que el profesor terminara de darle la indicación. El muchacho se movió en ángulos imposibles como si se tratase de un muñeco de trapo convulsionándose. El pokémon de su cara y su pierna saltaron por los aires hasta darse de bruces contra las paredes, el de Azul continuaba saltando como si nada sobre su pecho.

El pokémon eléctrico jadeaba tan fuerte como Rojo tratando de recuperar el aire. Cuando se calmó, Azul se acercó con interés al pokémon ya más relajado.

—¡Pero si es adorable! Frunce el ceño y se exalta igual que la abuela.

Oak lo regresó de vuelta a su pokéball con miedo a que el ratón la lastimara ahora a ella.

—Tienes razón, creo que ya recordé por qué me desquité con esa cosa. Oye, niño. ¿Estás bien?

Rojo se enderezó bastante conmocionado. Seguía sentado en el suelo, al ver a su lado derecho retrocedió asustado a gatas. Su pokémon caminando dificultosamente había regresado a su lado.

—¡Cambié de opinión! ¡No quiero a esa cosa! ¡No quiero a ninguno! ¡No quiero nada!

—Calma, calma, niño. ¿Crees que es difícil para ti? Este pequeño como los otros han estado encerrados mucho tiempo esperando ser liberados por un entrenador a quien cuidar y proteger. No puedes culparlos por sentirse algo excitados. Piensa que ellos tienen tanto miedo de ti, como tú de ellos.

Aunque no aparentaba intentar volver a atacarlo, la lagartija de fuego le mostró a Rojo sus dientes con las garras en alto, y quizá fuera una figuración suya, pero pudo jurar que esa cosa estaba sonriendo con malicia.

—¿En serio tengo qué quedármelo?

—Lo liberaste, ya es tuyo. Si no lo quieres dejará de tener utilidad y tendré que ponerlo a dormir.

El muchacho no quería tener ningún peso de consciencia. Tal vez con el tiempo podría funcionar.

—Está bien. Me quedaré con... ¿Qué se supone que es?

—Charmander, el tipo fuego. Vaya que lo escogiste con carácter.

—Pensé que si voy a andar sólo por mi cuenta necesitaría algo que me brindara buena protección, y bueno... el fuego es peligroso para muchos. ¿Pero será peligroso para mí?

—Por nada, ahora que es tuyo te será siempre fiel ya estando más calmados. ¿Quieres ponerle un nombre?

—No estoy muy seguro. Mejor lo dejo así —la lagartija había bajado las garras, pero aún su boca seguía entreabierta mirando con ansiedad al niño. Rojo se tentó las marcas que le produjeron sus peligrosos incisivos bajo y sobre su cara—. ¿Realmente me será fiel a partir de ahora?

Acercó una mano cauteloso, pero tuvo que retirarla tan pronto Charmander intentó darle una buena dentellada. Oak tosió.

—Con el tiempo lo será. Y bien, Verde. ¿Te gusta tu nuevo Pokémon?

La tortuga, aunque más afectada que Charmander por el ataque eléctrico, parecía haberse repuesto un poco. Impresionado, Verde la tenía entre sus brazos

—Es genial, abuelo. Gracias. Oye, Rojo, creo que mi pokémon parece mucho mejor que el tuyo.

Rojo se sintió un poco resentido. La tortuga era extraña, pero desde cierta forma actuaba con Verde más agradablemente. Miró a su lagartija pensando que quizá cometió una equivocación al elegirla. Ese ser era de naturaleza agresiva.

—Y lo mejor es que yo también ya conseguí un pokémon.

Azul le había apartado a Rojo el helecho andante. La criatura ronroneó ante la caricia de la jovencilla. De pronto desapareció cuando Oak volvió a presionar el botón de la pokéball para llamarlo de vuelta consigo.

—Lo siento, Azul. Pero Bulbasaur no es para ti.

—¡Deja de ser tan machista, abuelo! Soy dos años mayor que estos incompetentes. Puedo manejarme mejor con el pokémon que estos dos juntos.

—Dos años significa que además de mujer, eres demasiado vieja para emprender un viaje pokémon.

—¡Qué me dijiste!

—Además, aunque retrasado de tiempo, el pokémon que sobra es para otro chico que se supone debería ya estar aquí. Fin de la discusión.

Azul intentó nuevamente protestar, pero al final pareció pensárselo bien antes de cerrar la boca y refunfuñar. Rojo llamó a Charmander de vuelta a su pokéball tal como el profesor lo había hecho con Bulbasaur. Parecía ir comprendiendo mejor la dinámica.

—Bien, pues gracias. ¿Ahora que se supone que haga?

—Vete y que tu charmander te conozca un poco. Ahora puedes ir a ciudad Verde si aún quieres hacerlo. Puedes enfrentar a tu pokémon con los que se te crucen en el camino.

—No será necesario. Ya le he dicho que los pokémons que hay en ruta uno son dóciles, no me dan miedo —más miedo le daba su propio pokémon.

—Pues tendrás que enfrentarlos. Charmander sólo se hará fuerte entrenando, seguirá débil si no lo haces.

—No estoy seguro que la mejor forma de hacerlo fuerte sea atacando a seres inocentes más débiles que él mismo. Parece algo que sólo un abusivo haría —aunque ciertamente su pokémon tenía un aspecto de bravucón por sí solo—. Tal vez sólo tenga que enseñarle algunos trucos y... perdón. ¿Es normal que su cola estuviera quemándose?

—Por su puesto. Es un pokémon de fuego. Si la cola se le apaga se muere.

Eso lo desconcertó.

—¿Por qué? ¿Tiene el corazón en la cola?

—Por supuesto que no. Tiene algo así como un nervio del mismo hasta la punta. Su temperatura es muy elevada que por eso entra en combustión, pero descuida. Mientras no se enfríe todo le irá bien.

—¿No es ese un punto débil demasiado expuesto?

—No empieces, aún me duele la cabeza.

—Está bien. ¿Y qué es lo que sabe hacer? Me refiero además de perder el control.

—Embestir y bajar la defensa de sus oponentes. Es un buen comienzo, aprenderá movimientos nuevos conforme se haga más fuerte.

—¿Pero qué clase de movimientos puedo enseñarle? ¿Ni siquiera sé muy bien cómo funciona aún todo esto?

—Aprenderá los movimientos por sí sólo. Despreocúpate.

—¿Y cómo sabré que los ha aprendido?

—Te lo hará saber, créeme. Deja de ser tan desconfiado, mira a mi nieto. Parece más entusiasta que tú por el viaje que va a realizar.

Verde se sobresaltó.

—Sí... Algo escuché de eso pero... ¿de qué viaje están hablando todos?

El viejo se mordió la lengua.

—No, nada. Sólo pensaba en voz alta. ¿Qué te parece tu squirtle?

—Bastante bien, gracias. No puedo esperar a mostrárselo a la abuela. De eso tampoco me quedó muy claro lo que dijiste. Mencionaste que ella descubrió algo y regresará por su cuenta después. ¿Qué fue? ¿Una nueva clase de pokémon?

Aprehensivo, el viejo miró con vergüenza a Rojo. El muchacho reconoció su decencia de abochornarse como mínimo.

—Descubrió algo, en efecto. Y en cuanto se haga a la idea pues... lo que tenga que suceder, será. Por el momento no te preocupes por mí. Sé que tengo el apoyo de tu hermana y de la madre de... —tosé recordando que Rojo seguía ahí—... de un viejo alumno, una amiga muy, pero que muy especial.

—De veras que le odio —soltó Rojo por lo bajo.

Verde se encogió de hombros.

—Sigo sin entender, pero están bien. No te olvides de mí, sabes que cuentas con mi apoyo, abuelo.

—Hablo de las personas con las que estaré a partir de ahora.

—En ese caso no cuentes conmigo, viejo —interrumpió Azul antes que su hermano volviera a preguntar a qué se refería—. Si la abuela no va estar en casa, no tengo por qué quedarme contigo sola.

—Solos —le corrigió Verde—. No pretendas que no existo, Azul. No quieres que nos quedemos solos.

—Lo que sea —vuelve a hablarle a su abuelo—. No te ofendas, pero tienes unos modos que no soporto mucho. Creo que me regresaré con la abuela a ciudad Fucsia, si no te importa.

Claro que a Oak le importaba.

—Azul, por favor. Mira, regresa a casa de una buena vez. Más tarde iré contigo a hablar seriamente de esto. Verás que te haré entrar en razón.

Molesta, la niña estaba por volver a protestar, pero de pronto pareció hacer un esfuerzo en aguantar su coraje. Murmuró un perdón al abrazar a su abuelo sorprendiéndolo con su acción. Él le regresó el abrazo pensando que ya la tenía, pero al soltarse, bastante molesta, la niña golpeó el escritorio haciendo que la última pokéball se callera antes de salir a pasos largos del laboratorio.

—Igual que la vieja —murmuró el profesor pensando en su esposa mientras recogía la pokéball de Bulbasaur—. Bien. Verde, Rojo, necesito pedirles un favor. En ciudad Verde a estas horas debieron de llegar el resto de... mi equipo de laboratorio que necesito para el estudio de pokémons. Sean buenos y vayan por él. Cuando regresen les tendré algo muy especial preparado. ¿Está bien?

—Por supuesto que no —sentenció Rojo—. Su nieta ya me hizo el juego de darme dinero a cambio de hacerle ciertos favores, sólo para al final resultar que me usó por nada, salvo para su propia conveniencia.

—Suena a algo que le hubiese pasado a tu madre.

—¡Que dijo!

—Dije que en efecto no es dinero, pero igual sí te daré algo, a los dos les daré algo a cambio. Pero no vamos a arruinar la sorpresa. Partan, y sirve que hacen más fuertes a sus pokémons luchando.

Con una última mirada despectiva, Verde vio al chico antes de salir feliz con su nuevo pokémon. Rojo observó la pokéball donde estaba su Charmander, pero antes de partir se volvió al profesor.

—Su "equipo de laboratorio", serán de casualidad sus pertenencias que su mujer le manda tras haberlo corrido de la casa.

Oak no le contesto de mala manera, hacía un esfuerzo para no hacerlo.

—Ya vete, niño.

—Está bien. Más vale que valga la pena lo que nos dé. Por cierto, llámele a mi madre. Está ansiosa por convertir mi habitación en su maldito cuarto de juegos.

Consiguió hacer que el viejo se sintiera algo culpable, pero no por mucho. Media hora después de hacer la llamada y quedar con la señora Cátsup para más tarde, un niño de rasgos asiáticos de diez años se presentó al laboratorio casi corriendo y derrapando en el suelo. Llevaba una mochila en apariencia bastante pesada por el bulto de la misma.

—¡Lo lamento, me quedé dormido!

—Me doy cuenta. Eres el último en llegar.

—Me desvelé preparándome para mi viaje pokémon. Tengo todo lo necesario para irme de aventura yo solo con los pokémon.

—Vaya, tú sí que derrochas entusiasmo. Eso es bueno. ¿Qué dicen tus padres acerca de esto?

—No tengo padres. Vivía en un orfanato.

—Eso explica mucho.

—Lo sé. Gracias a este permiso finalmente pude irme de ahí.

—Bien. ¿Qué pokémon vas a querer? Tienes tres opciones.

—¡A Charmander!

—Lo siento, ya fue tomado. ¿Tenías otro en mente?

—Maldición. Bueno, me quedo con Squirtle.

—Ya lo eligieron también. Sólo me queda Bulbasaur

—¿Por qué me da a elegir si sólo le queda un pokémon?

—Me gusta ver la cara de desilusión de los niños. ¿Lo quieres o no?

—Ya qué. Deme a la cebolla con patas.

—Muy bien, aquí lo tienes... ¿Cómo me dices que te llamas?

—Amarillo.

A Oak se le ocurrieron una docena de chistes que decirle al chico asiático por su nombre, pero se las calló todas. Había llegado de por sí haciéndose una pésima reputación en el pueblo, por lo que agregar "racista" a la lista, sería terminar de encender la hoguera.

—Disfruta tu pokémon, Amarillo.

—Gracias. ¡Yo te elijo, Bulbasaur!

Pero lo que salió de la pokéball que le entregó no fue el Bulbasaur que le quedaba. Pegándose a la cara del niño y dejándole inconsciente por la terapia de electrochoques que le proporcionó, la rata eléctrica se soltó del chiquillo para irse contra Oak.

—¡El Pikachu con rabia!

Asustado, pero a tiempo, Oak logró llamar al pokémon de vuelta a su pokéball. La cara del niño estaba chamuscada y seguía retorciéndose y convulsionándose por la descarga eléctrica. El profesor estaba asustado.

—Creo que racista me quedaba mejor que infanticida —reflexionó—. ¿Pero dónde demonios está el Bulbasaur?

Mientras tanto, en su nueva casa. Azul apresurada había dejado salir a Bulbasaur de la pokéball en su habitación para ponerle las cosas en claro.

—Más vale que no te atrevas a ponerme un... lo que sea que tengas encima. Ahora eres mío. ¿Puedes ayudarme a empacar?

Con sus lianas, Bulbasaur tomaba las ropas que señalaba la niña, arrojándolas hacia la maleta abierta sobre la cama; la misma Azul la había puesto ahí nade más llegar. Lo reconocía, el Bulbasaur era práctico. Fue fácil sacarle al abuelo durante el abrazo la pokéball de pikachu y arrojarla cuando golpeó el escritorio, al mismo tiempo que tomaba la de Bulbasaur. Consideró quedarse con el ratón eléctrico, pero por muy adorable que fuera ciertamente lucía más temperamental.

—Ni creas abuelo que me quedaré sola contigo para ser tu sirvienta —musitó en voz alta pensando en lo poco que su abuelo había arrojado cuando hablaron en el laboratorio—. ¿Quién será la mujer por la que la abuela te corrió? Es igual. La abuela me aceptará de vuelta. No tengo nada que ver con eso.

Bulbasaur terminaba de hacer la maleta. De pronto a la niña todo le pareció una mala idea.

—Realmente es peligroso hacer un viaje hasta ciudad Fucsia sola. ¿Iré con mi hermano?

Desechó la idea tan pronto le vino. Verde trataría de retenerla con el abuelo, en realidad trataría de retenerse a sí mismo también en cuanto comprendiera en lo que se había metido.

Había empezado mal con el otro chico, Rojo. Reconocía por otro lado estaba bien centrado, aunque era algo aprensivo. Además su pokémon también era de carácter y por tanto un buen guardaespaldas.

—Rojito, es tu día de suerte.

Faltaban un par de cosas, pero estaba decidido. Leharía al chiquillo el favor de proporcionarle su encantadora presencia comocompañera de viaje. La pregunta sería el cómo convencerlo.

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