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Bienvenido al mundo de la lcura


        Luego de ese día en el bosque, los encuentros eventuales, a veces fortuitos, muchos programados, fueron dándose con el pasar de los días. Notas intercambiadas, durante cambio de clases, durante el almuerzo, o haciendo alguna clase de deporte, tampoco podían faltar.

Ya no había motivo para la lejanía. Tampoco estaba dispuesto tan siquiera a considerarla.

La fresca brisa de esa noche entraba por la pequeña y única ventana del lugar, evitando que me asfixiara con lo sofocante que era estar con todos reunidos en el mismo lugar, más aún cuando no le hablaba a casi nadie. Me encontraba sentado en el suelo, con la espalda recargada sobre mi cama mientras observaba las manecillas de mi reloj corriendo. Tan concentrado estaba que ni siquiera había notado cuando es que Santiago había llegado hasta mi lado.

—¿Qué tanto miras?—cuestionó llamando mi atención, terminando de secar su cabello.

—Nada. Sólo cuento los minutos—murmuré sin siquiera inmutarme un poco—¿El baño estuvo bien?

—Estuvo refrescante.

Dijo, más yo no respondí. Así que, seguramente pensando cómo hacerme hablar, carraspeo la garganta.

—Los exámenes están casi a la vuelta de la esquina—habló dejándose caer sobre su cama—Las institutrices no saben hacer otra cosa más que tenernos tan estresados a todos. ¡Mira! Incluso Ithan ya se durmió, ese niño no se duerme tan fácil.

—Debe estar cansado—respondí levantándome desinteresadamente en realidad.

—Si, bueno—dijo soltando un pesado suspiro—Supongo que para las chicas debe ser igual. Seguro Dionora ya se ha de haber escabullido hasta la biblioteca.

—¿Cómo lo sabes?—pregunté mirándole.

Él sonrió. Sabía perfectamente que había dado en el blanco.

—Bueno. Es lo que acostumbra a hacer. La biblioteca es su lugar favorito en todo el mundo. Además...

Pero ni siquiera me espere a que terminara de hablar. Había escuchado biblioteca y Nora en la misma oración. ¿Qué más necesitaba?

—¡Oye! ¡Jungkook!—me llamó, pero yo me negué a voltear—¿Qué crees qué haces?—me cuestionó interrumpiendo mi paso al sujetarme de la muñeca—El toque de queda es pronto. Si una profesora entra y no te ve, van a castigarte.

—No voy a tardar, o trataré al menos—dije soltándome con gentileza—Cúbreme, ¿Si?

—Ash, supongo que estas acostumbrado a siempre salirte con la tuya—murmuro antes de que yo saliera de la habitación.

Camine por el pasillo que parecía infinito, apenas alumbrado por unas cuantas lámparas, cubierto con ese tapiz que seguramente ya no duraría por mucho. Este me conducía a las escaleras para bajar al primer piso. Con cuidado, baje los escalones tratando de no hacerlos rechinar. No podía arriesgarme a ser atrapado, aún no.

Necesaria y obligatoriamente debía cruzar por la puerta que abría paso a la oficina del rector. Me baje a gatas, y con sigilo continué hasta sentirme a salvo. Seguí caminando con tranquilidad hasta dar con la biblioteca.
Al entrar, pude observar lo solitaria que era esta, lo abandonada que la tenían, el polvo por todo el lugar los delataba.

Observe cada sección, camine entre cada estante hasta dar con su silueta.

Entonces me quede ahí, de pie mirándola. Una risa se escapó de mis labios al observar que aquella de cabellos dorados se colocaba de puntillas al no ser lo suficientemente alta como para bajar ese libro que seguramente tanto deseaba. Así que, antes de que ella notara siquiera mi presencia, me acerque y a sus espaldas estiré mi brazo para tomarlo, llamando completamente su atención.

—¿Este es el que querías?—cuestione tendiéndole aquel libro de pasta azul.

—¿Co-cómo es que...

—Soy adivino—la interrumpí divertido—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar durmiendo ya?

—¿Puedo preguntarte lo mismo, Gotti?—cuestionó actuando juguetona. Aceptando el libro gustosa.

—Ya sabes—divague echándole un vistazo a los diversos y numerosos títulos que nos rodeaban—Buscando algo con que entretenerme.

—¿Te gusta leer?—pregunto curiosa.

—No—conteste posando mi mirada en sus ojos—Me gusta más escuchar—dije señalando el libro entre sus manos.

Una sonrisa adornó su rostro.

—¿Qué tipo de historias te gusta escuchar?

—No sé, ¿Cuáles serán?. Tal vez, de terror—solté acercándome bruscamente a su rostro, haciendo que saltara asustada.

Yo reí. Ella me golpeó el brazo.

—O quizá, de drama—continúe caminando al rededor suyo—Ya sabes, si una historia no contiene un buen drama, es aburrida.

—¿Lo crees?

—Lo es. ¿Qué tipo de relato es el que recién escogiste?

—Mmm. Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino—contestó.

—¿Enserio? Habiendo tantos libros, escogiste ese. ¿Por qué?.

—Porque disfrutó leerlo. Hay una frase en especial...—murmuró caminando para alejarse un poco de mi—El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo.

—¿Cuáles son esas dos maneras?—cuestione acortando la distancia que ella había sacado.

—La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo.

—¿Y la segunda?—cuestione ya muy cerca de su rostro.

—La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio—susurró acercándose cada...vez...más.

Tanto que incluso pude sentir nuestras respiraciones mezclarse. Nuestro aliento chocando el uno con el otro. El sonido de ambos corazones, haciendo ruido como un tambor. La lluvia que se había hecho presente segundos atrás como una sutil melodía de fondo.

—¡¿Quién anda ahí?!—se escuchó cerca haciendo que ambos nos sorprendiéramos.

—Hay que correr—fue lo único que dije antes de envolver mi mano en su muñeca para arrastrarla conmigo hasta fuera de esa biblioteca.

—¡Alto ahí!—se escuchó detrás, más lo suficientemente lejos como para siquiera estar cerca de atraparnos—¡Esperen a que les ponga las manos encima!

Necesariamente se debía cruzar el patio si quería llegar al edificio de las chicas. Sin embargo, el clima esa noche no nos la pondría fácil.

—¡Está lloviendo muy fuerte, Jeon!—habló Nora observando por encima de su hombro.

—Supongo que no tenemos opción.

—¿Eh? No, no, ¿Qué hac...—pero ni siquiera termino de cuestionar, cuando ya la había introducido al agua conmigo para seguir corriendo.

Al instante en que pisamos el patio, nuestros cuerpos fueron empapados por las gotas de lluvia. Inmediatamente luego de entrar al edificio, busque el armario de utileria para encerrarnos ahí. Y por la rendija, pude mirar a la maestra pasar, buscándonos.

—Estuvo cerca—susurró la chica dejándose caer al suelo exhausta—Eso fue demasiado arriesgado, ¿Crees que nos haya reconocido?

—No lo creo, estaba oscuro y le sacamos gran ventaja—respondí tumbándome a su lado.

—Espero que así sea.


El tiempo nunca es suficiente, pero se nos vino encima. Siguió pasando, la lluvia siguió cayendo. Mis ojos comenzaban a cerrarse por el sueño, pero aún no podíamos arriesgarnos a salir.
Repentinamente, sentí como la chica recargó su cabeza sobre mi regazo, causando que mis ojos se abrieran a tope sin advertencia.

—¿Duermes?—hablo.

—No—conteste bajando la mirada para mirarla—Estoy aquí.

Entonces, mi vista no puede evitar toparse con esas diversas cicatrices en su muñeca que se asoman de ese suéter. Como un impulso, llevo mi mano con lentitud y con las yemas de mis dedos las acaricio suavemente aún con temor de herirla, pese a que estas ya habían cicatrizado.

—Son horribles, ¿Cierto?—dijo casi en un susurro.

—¿Te duelen?

—Nunca dejan de doler—me respondió dejando caer su cabeza sobre mis muslos para mirarme, pude escuchar su voz rompiéndose—Aunque hayan sanado.

—Quizá nunca sanaron realmente—susurré—¿Desde cuándo?—me atreví a preguntar.

—¿Desde cuándo?—repitió, y lo pensó un momento—Desde que mamá me dejó—murmuró tragando saliva—Recuerdo que, cuando ella murió, llore tanto, que perdí la conciencia un minuto. Rapé toda mi cabeza y baje tanto de peso, no pude dejar de usar un gorro por meses. Los chicos se burlaban de mi.

—¿Cómo pudieron tan siquiera atreverse?—le solté altanero, haciéndola sonreír—Les daré una lección, conocerán a mi abogado.

—Sabes. Lo cierto es que, las cuestiones nunca se van, ni me dejan tranquila—cambio el tema—¿Para que jugar...si voy a perder? ¿Por qué hablar con un Dios...si no tengo prueba de que él exista? ¿Para que decir hola...si tendré que decir adiós algún día?

Mencionó y yo no hice más que escucharla. Más que mirarla con lástima, y me odie por tenerle lástima.

—¿Para que enamorarse...si existe el desamor? Y...¿Para que dejar entrar a alguien...si sé que mi corazón podría romperse?—susurro, una gota resbalo sobre su mejilla, rompiéndome en pedazos—No puedo ver lo bueno en todo lo malo, no puedo alegrarme cuando estoy triste, no puedo ver el lado bueno en una situación difícil. Supongo que no hay razón de que exista.

—Vamos. Eso no es verdad—dije tragándome el nudo en mi garganta—Todos tenemos ese tipo de cuestiones: ¿Estoy aquí por una razón...o fue porque mis padres bebieron mucho? ¿Qué sentido tiene despertar por las mañanas? Ya sabes, la misma mierda de siempre. Pero sabes que...Juegas para ganar, hablas con Dios, porque es bueno desahogarse y creer en algo, dices hola y no precisamente debes decir adiós, puedes decir un hasta luego..

—Jungkook...—susurró levantándose para mirarme.

—Te enamoras, porque el amor es inesperado e inevitable, y...no siempre alguien debe romperte el corazón, porque tu corazón será suficiente. Hay razón para la existencia de todo, Nora. Creo que, también hay razón para que estemos los dos, ahora, encerrados aquí hablando de esto mientras temblamos de frió.

—Estoy loca—soltó consternada.

—Y yo estoy loco—dije frunciendo el entrecejo.

—No entiendes.

—Acércate. Déjame susurrar en tu oído—dije. Y ella hizo lo que pedí—No tengo nada en contra de ser normal. Pero...la locura parece más divertida. ¿No lo crees?

No pude ni parpadear, cuando ya sus brazos me habían rodeado. Dionora estaba abrazándome, y ese cosquilleo en mi estómago era difícil de controlar. Después de unos segundos así, ella se separó lentamente sin despegar la mirada.

—La primera vez que te vi...no fue cuando me trajiste a este lugar para quitarme mi broche—mencionó sonriéndome.

—¿A no?

—No. Fue cuando recién llegaste. Vi a tus padres, te vi a ti a través de mi ventana. Eras todo lo que podía ver en realidad. Y...

—¿Y?

—Escuché...de ti, hablando sobre Sophia.

Soltó, y la expresión en mi rostro debió delatarme.

—¿Ella es especial para ti? ¿No? Después de todo, le pediste a tu padre específicamente que la cuidara.

—Bu-Bueno, es que...

—No soy ella Gotti—me interrumpió dejándome sin palabras—No sé, quizá me estoy equivocando, o estoy suponiendo cosas que no son. Pero, sentí que debía dejarlo claro, supongo que, una parte de mi tiene un poco de miedo al ser comparada quizá.

—Yo...jamás podría compararte con nadie, Nora.

—Lo sé. Pero, no mencione a Sophie por eso. Sino por otra razón.

—¿Entonces?

—Sé reconocer cuando una persona ha sufrido.

—¿Cómo podrías saberlo?—cuestione sonriendo con dulzura. Ella era dulce.

—No puedes engañarme a mi. Pude leerlo, eres más transparente que el agua—murmuro tomando mi mano entre las suyas mientras me sonreía—A ella no le bastó tu corazón. Pero para mi, Gotti...eres suficiente. Eres más que suficiente.

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