5: Confusión
No me hacía falta mirarme en un espejo para saber que mi nariz y mejillas habían adquirido un intenso tono rojizo a causa del frío. A veces me preguntaba si el espantoso tiempo londinense no era un castigo a pagar por el elitismo y la prepotencia que gastaban sus gentes.
Los almendrados ojos de Evelyn se interpusieron en mi campo de visión, arrastrándome fuera de mi ensimismamiento.
—¿Te encuentras bien, Wendy? —preguntó de manera dulce, a la vez que fruncia con sutileza sus rubias cejas.
Parpadeé un par de veces antes de volver por completo en mí misma.
—Sí —murmuré—. ¿No te has planteado jamás por qué la gente se empeña en organizar fiestas al aire libre cuando se puede oler desde el día anterior que va a llover?
Los ojos de mi amiga sonrieron ante mi comentario.
—Supongo que, porque si no, nunca se celebraría nada —me respondió.
Resoplé.
—Pues yo estaba segura de que tu madre iba a aplazar lo de hoy —dije—. Hasta me aposté con tía tres de mis sombreros favoritos a favor de que el evento se cancelaría.
Era una tradición no escrita que, en cada temporada social, los Harston se encargaran de escoger un día, normalmente a finales de enero, para organizar la celebración más ostentosa de la misma. Una fiesta que comenzaba poco antes del mediodía y que se alargaba hasta pasada la medianoche; por supuesto, las actividades, la comida y los cotilleos estaban asegurados. Y nunca les faltaba detalle, puesto que su organizadora, Vanessa Harston, era una de esas mujeres que se alimentaba de las opiniones de los demás, por lo que se encargaba personalmente de que nadie fuese capaz de criticar ni el más mínimo detalle de su mayor orgullo. Por eso me resultaba tan extraño que hubiese decidido seguir adelante, aun oliéndose el inminente diluvio.
La mirada miel de Evelyn se suavizó causa de la risa.
—Ambas sois las personas más excéntricas que conoceré jamás —sonrió—. Se nota que sois familia —añadió, ocultando con maestría la melancolía en su voz.
—Bueno, diría que ella me supera con creces, no le tiembla el pulso ni al desplumar a su sobrina predilecta —comenté con gracia a la vez que repasaba, por sexta vez, la gran marabunta de asistentes.
—¿A quién buscas con tanto empeño? —inquirió mi amiga.
Fruncí mis tupidas cejas, pues no era normal que Evelyn, pese a ser una gran observadora, compartiese sus pensamientos en voz alta. Me alegró el saber que, poco a poco, se empezaba a sentir segura en nuestra amistad.
—¿Tú sabes quién de todos esos caballeros es Charles Robinson? —pregunté sin reparos.
Según me había dicho Margot era un hombre de pelo castaño, ojos azules y muy apuesto; mas por mucho que intentase encontrar a alguien así entre todos los varones que ya habían llegado, ninguno se asemejaba a la imagen mental que había concebido mi cerebro.
Los finos labios de mi amiga se torcieron con genuina confusión.
—¿Desde cuándo te interesa el duque? —preguntó sin poder caber dentro de su asombro.
—Tan solo quiero conocer a la comidilla de esta temporada —aclaré, quitándole importancia—. Ya sabes lo que disfruto viendo a las primerizas intentar llamar desesperadamente la atención de un hombre —mentí, pese a saber que Evelyn no se iba a tragar esa falacia.
Sin embargo, si la rubia intuyó que no estaba siendo del todo sincera con ella, no dijo nada; se limitó a mirarme unos segundos con un sentimiento taciturno en sus ojos y, en seguida, endulzó el gesto.
Eso provocó que me sintiese terriblemente culpable por no decirle la verdad. La congoja de volver a ver atisbos en mí de una persona que pensaba haber dejado atrás me agrió la sangre. Me aterrorizaba la idea de saber que, pese a no querer mentirle de manera consciente, lo había hecho de todas maneras, porque eso significaba que la inseguridad estaba volviendo a hacer trinchera en algún lugar de mí corazón.
Las finas manos enguantadas de la rubia me devolvieron a la realidad cuando se cernieron sobre mi antebrazo.
—Tu perverso sentido de la diversión nunca dejará de sorprenderme —sonrió—. Ven, la última vez que lo vi estaba cerca de la carpa de los tentempiés —me explicó mientras tiraba de mi con una suavidad que me calentó el cuerpo.
Me limité a darle las gracias en silencio mientras la seguía. Era consciente de que el mayor talento de Evelyn era leer la verdad en las personas, por lo que ella había decido conscientemente no cuestionar mi reciente actitud y seguirme el juego. Admiraba su inagotable amabilidad.
Tras unos cinco minutos dando vueltas cerca de la carpa donde la mayoría de ladies y señoritas se hallaban enfrascadas en una conversación, mi amiga se paró en seco.
—Es ese —susurró a la vez que trazaba una línea imaginaria gracias a un sutil gesto de cabeza.
Mis ojos siguieron el camino marcado por sus dorados cabellos y me di de bruces con una espalda ancha, atractiva, que se hallaba vestida con la chaqueta típica de los trajes de montar. Sin embargo, lo que produjo que un escalofrío trepase por mi espina dorsal no fue la emoción de haber encontrado a mi objetivo, sino la oscura y reconocible mirada del hombre que se encontraba hablando con él en aquellos instantes. James Edwards.
¿Acaso estaba condenada a tener que lidiar con su arrogante altivez cada vez que saliese de casa?
Suspiré, intentando suplirme de emociones positivas. Le había prometido a Margot que me esforzaría por ser más simpática con él, y estaba decidida a probarle a mi testaruda amiga que el problema de esa enemistad no era mi actitud.
—Voy a ir a saludar a lord Edwards, ¿me quieres acompañar? —dije con la sonrisa más genuina que pude fingir.
Los párpados de Evelyn se abrieron con incredulidad, a la vez que yo me mordía los carrillos con disgusto por haberme visto obligada a usar el nombre de ese insufrible como excusa para acercarme al hombre que me interesaba.
—¿Desde cuándo saludas a gente que no soportas?
—Desde que nuestra querida Margot me obliga a hacerlo —dije con sarcasmo.
La risa de la rubia invadió mis oídos y, sin previo aviso, tiró de mí en dirección a ambos caballeros, aceptando mi propuesta. Me replanteé si debía cambiar de amistades por otras que no disfrutaran viéndome sufrir.
Conforme fuimos acortando distancia, el buen humor que rezumaban las estoicas facciones de James Edwards se fue apagando. Noté como sus labios se tensaron en una fina línea que proclamaba el desarraigo que le causaba mi cercanía, acción que prendió un fuego rabioso en mi interior. Quería borrarle aquellos aires de superioridad de un puñetazo.
Respiré hondo y, tragándome todo mi orgullo, le dediqué una radiante sonrisa antes de hablar:
—Buenas tardes, lord Edwards, me alegro de volver a verle. —Cada palabra que dije se clavó en mi estómago como un cuchillo.
Noté como una de sus oscuras cejas se levantó con sutileza a causa de mi simpatía.
—Lo mismo digo, señorita Fernsby —me correspondió con cautela. Seguidamente su mirada se posó en Evelyn—. Señorita Harston —saludó, esta vez, con notable agrado.
—Perdonen la interrupción —comencé a decir, intentando no chirriar los dientes—. No pretendíamos molestar.
Aproveché esa falsa disculpa para hacer contacto visual con el hombre que lo acompañaba. Este tenía una expresión agradable en su rostro que, por supuesto, como bien había dicho Margot, era bastante atractivo. Sus ojos poseían ese tono de azul principesco que no pasaría desapercibido ante ninguna mirada, y estaban acompañados de un pelo castaño recortado que hacía resaltar su nariz respingona y sus largas pestañas. Sus rasgos no eran tan varoniles como los de lord Edwards y era un poco más bajo en comparación, pero entendía porqué se había convertido en la sensación de la temporada.
No pasó inadvertido ante mi inquisitiva mirada cómo las cejas del duque se elevaron con sutileza, denotando que me había reconocido. Por supuesto, yo tampoco podría olvidar la cara de alguien que me hubiese vomitado encima.
—No se preocupe, no interrumpen ustedes nada importante —comentó el duque de forma educada—. Encantado de conocerlas, soy Charles Robinson —se presentó acompañando sus palabras con una sutil reverencia.
—Igualmente, yo soy Wendolyn Fernsby y ella es mi buena amiga, Evelyn Harston —dije señalando a la rubia con elegancia.
Los ojos azules del duque se abrieron con sorpresa al escuchar el apellido de esta última.
—No sabía que era usted hija de la anfitriona —declaró mientras intentaba esconder su incredulidad—. Pensaba que lady Harston ya me había presentado a todas sus hijas.
Las amarfiladas mejillas de Evelyn se tiñeron de rojo a causa de ese comentario y mi corazón se agitó con pena al saber lo mal que habría encajado mi amiga ese desplante tan público.
—Supongo que los nervios le habrán jugado una mala pasada a madre —la excusó titubeante—. Es usted su invitado de honor, milord —terminó de decir cabizbaja.
—Oh —exclamó lord Robinson con modestia—, por favor, no merezco tanto reconocimiento por un título heredado, señorita Harston —intentó restarle importancia, como si el ducado de Wellington no fuese más que un trozo de pan duro.
—Si me permite intervenir, duque, estoy segura de que, dado a su estatus, lady Harston no ha querido hacer otra cosa que reservarle el placer de conocer a la más bella y dulce de sus hijas hasta el baile que corona la velada —salté en defensa de Evelyn—. Ella suele ser bastante excéntrica con sus procedimientos sociales.
Mi amiga me observó de reojo con la gratitud impregnado cada curva de su rostro, mientras, lord Robinson nos sonrío con amabilidad. Sin embargo, todo mi alrededor se desvaneció al escuchar cómo una voz varonil murmuraba a mi lado:
—Y no es la única mujer excéntrica de este evento.
Por supuesto mis ojos se clavaron de inmediato en lord Edwards, el cual miraba hacia otro lado con tedio. Tomé aire, recordándome que estaba en ese lugar para acercarme al duque, no para enzarzarme en una nueva pelea con aquel petulante que se hacía llamar caballero. Por lo tanto, y haciendo de tripas corazón, comencé a reírme de manera descontrolada, acción que atrajo de nuevo la taciturna mirada del pelinegro en mi dirección.
Si me iba a calificar cómo excéntrica, me aseguraría de serlo.
—Como siempre, cuenta usted con un sentido del humor exquisito, milord —le dije.
Las obsidianas de sus ojos me estudiaron con cautela, procurando no dar ningún paso en falso que pudiese delatar lo que verdaderamente estaba pasando por su cabeza en aquellos momentos. Noté como su marcada mandíbula se tensaba antes de responder:
—Como siempre, es la única que consigue sacar a relucir mi lado más ingenioso —su tono fue pausado, tranquilo, sonó casi como un verdadero cumplido.
Mas, ambos sabíamos que lo único que me acaba de llamar era insoportable delante de mi amiga y del potencial candidato a convertirse en mi futuro marido. Lo detestaba. Pero detestaba aún más la sonrisa de suficiencia que escondían las comisuras de sus labios, mientras él se refugiaba tras una máscara de seriedad impenetrable.
—Oh —exclamé—. Hará que me sonrojé —dije con elegancia, sabiendo que la indiferencia era el mejor golpe de revés que podía propiciarle a su ego—. ¿Van a participar en la cacería de esta tarde?
—Estábamos hablando de eso justamente —intervino de nuevo el duque—. Por lo encapotado que se encuentra el cielo, no creo que seamos capaces de hacer otra cosa que pasearnos por el bosque antes de que comience a llover —explicó mientras nos observaba a Evelyn y a mí con ojos simpáticos.
—Sí, eso se ha estado comentando —concordé—. Por eso lady Harston ha propuesto realizar una carrera de jinetes como reemplazo antes de que comience la tormenta —me inventé—. ¿Verdad, Evelyn? —busqué complicidad en mi amiga.
Esta última me dedicó una mirada abrumadora, la miel que habitaba dentro de sus ojos con derretía de preocupación.
—Esto... —tartamudeó—. Sí, eso he... escuchado decir a madre —me siguió el juego.
Debía recordar comprarle un buen par de pendientes a mi amiga por la confianza ciega que siempre depositaba en mis mayores locuras, Margot ya me hubiese encerrado en un manicomio a esas alturas de la conversación.
—¿Qué les parece? ¿Participarán? —pregunté.
Ambos hombres se miraron el uno al otro con la confusión latente en sus rostros.
—Supongo que, si es el deseo de la anfitriona, no podemos negarnos —se aventuró a hablar lord Robinson con amabilidad—. ¿No cree, lord Edwards?
El pelinegro miró de reojo al duque, antes de volver a plantar sus inquisitivos ojos en mi persona.
—Por supuesto —afirmó, aunque no pasó desapercibido ante mi sagaz mirada que escondía las manos tras su espalda con nerviosismo.
Ese hecho me hizo sonreír de oreja a oreja. Cuando se me había ocurrido ese plan, hacía tan solo unos minutos, solo pretendía propiciar la situación perfecta para acercarme al duque. Sin embargo, no pude evitar que la boca se me endulzara al inferir que mi reciente archienemigo no se sentía cómodo con la nueva actividad que se iba a realizar.
—¡Perfecto! —la felicidad que sentía se filtró a mis palabras—. Pues avisen a los demás caballeros de que en media hora se llevará a cabo la actividad.
Lord Robinson levantó las cejas con confusión, pero me sonrió enseguida.
—Como usted guste —dijo el duque.
Yo me tomé su aceptación como el pistoletazo de salida para dispersarme junto a Evelyn y comenzar a esparcir el rumor de la carrera.
Sin embargo, tras despedirnos como el decoro exigía, una mano fuerte y grande se cernió sobre mi brazo, provocando que me detuviese en seco y diese media vuelta para enfrentar a quién quiera que fuese el descarado que se había atrevido a tocarme. No me sorprendió que el susodicho se tratase de lord Edwards.
—¿Qué está planeando? —inquirió con brusquedad.
Hice un movimiento para zafarme de su agarre, cosa que no fue difícil, ya que su tacto, pese a ser firme, también era amable y correspondió de inmediato a mi muda petición. Un cosquilleo que jamás había experimentado antes se esparció por todo mi organismo desde la zona donde sus dedos me habían abandonado.
—¿Qué motivos le llevan a pensar que estoy tramando algo? —le contesté utilizando el mismo tono cortante que él había empleado conmigo.
Las implacables obsidianas de sus ojos no se separaron de mis pupilas en ningún momento, mas me prohibí achantarme, por lo que levanté la barbilla con orgullo.
—Empezando por ese patético intento de fingir que siente simpatía hacia mí y terminando porque estoy seguro de que lady Harston no ha organizado esa carrera de la que ha estado hablando —dijo de manera seca y contundente.
Entrecerré los parpados.
—Si tan seguro está de esas falsas acusaciones, milord, lo único que tiene que hacer es hacer caso omiso de mi presencia y de mis ocurrencias —le contesté—. Estoy segura de que ambos saldríamos ganando si lo hiciese.
Su rostro se oscureció, provocando que me fijase en que su nariz era recta y angulosa, por lo que, en conjunto con el negror de su pelo, cejas y ojos; le hacía adquirir un aire peligrosamente aterrador.
—Si tan desesperada está por conseguir que la ignore, ¿por qué no deja de zumbar a mi alrededor? —su voz sonó calmada, pero no pude evitar intuir que esas palabras escondían mucho más de lo que reflejaban.
—Créame, milord, que no hay nada que desee más en el mundo que no tener que volver a encontrarme con sus nefastos modales —contrataqué con rabia—. ¿No será usted el que no deja de rondarme a conciencia?
—No se dé tanta importancia —fue su única respuesta, la cual, por supuesto, agitó con fuerza la ira incandescente que llevaba reprimiendo en lo más hondo de mi estómago.
Lo observé unos segundos en silencio. Jamás en mis veinticuatro años de edad me había cruzado con un hombre que me alterara tanto, y había tenido que lidiar con muchos caballeros desagradables durante todas las temporadas londinenses. Sin embargo, había algo en el carácter de aquel varón que me hacía perder la compostura más de lo que estaba acostumbrada y eso me descolocaba. No me gustaba.
—No lo hago —le contesté—. A diferencia de usted, que al parecer se siente con la potestad de esconder su falta de modales tras esa patética máscara de arrogancia.
Mis palabras solo consiguieron que la ceja derecha de lord Edwards se elevara con sutileza, pero pude ver reflejado en sus ojos lo mal que le había sentado ese último comentario.
—Si me permite darle un consejo —retomé la palabra—. Cuando deje de actuar como un imbécil integral, quizás, se empiece a dejar de sentir tan desdichado.
No le di la oportunidad de que me contestase, pues dicho esto, di media vuelta y volví al lado de Evelyn, la cual se había enterado de toda la conversación, pues me esperaba tan solo unos pasos por delante.
—¿No crees que has sido demasiado severa? —preguntó algo cohibida.
Yo aún me encontraba intentando calmar el incontrolable latido de mi corazón a causa de la confrontación. Estaba segura de que los oscuros ojos de aquel hombre me perseguirían en mis peores pesadillas.
—Evelyn, tienes que aprender a no dejar que ningún hombre te pisoteé solo porque se crea con el derecho de hacerlo —le expliqué—. Y para ello, a veces, tienes que ser una arpía.
La rubia negó con reiteración con la cabeza.
—Bueno... —suspiró—. Dejando a un lado esta acalorada discusión, ¿qué pretendes conseguir con todo el tema de la carrera? —inquirió, genuinamente preocupada.
Me obligué a encerrar bajo llave el cúmulo de sentimientos confusos que la conversación con lord Edwards me había provocado, y a centrarme en el plan que estaba a punto de llevar a cabo.
—La cosa es, Evelyn —le sonreí—. Que tu madre no se negará a celebrar nada que se haya rumoreado que ella ha dicho que va a hacer —expliqué—. Además, tenía que elegir una actividad que se me diese lo suficientemente bien.
—¿Para qué? —preguntó, la confusión se palpaba por todo su dulce rostro.
—Para poder llamar la atención del hombre que me interesa.
Nota de la autora: ¡Hola! Perdonad la tardanza :( Han sido semanas duras mentalmente y también siento que, de alguna manera, quiero que la historia de Wendy sea TAN perfecta que nunca cumplo con mis propias expectativas. Pero bueno, he vuelto con la energía renovada... ¡espero que os guste un montón este capítulo! Esta semana intentaré subir otro más para compensar <3
Un abrazo,
Camshe x
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