4.-Inicia un nuevo viaje

Berwald estaba más que maravillado: tanta actividad, tanta agitación, tantos humanos y todos tan diferentes entre sí; unos entrando o saliendo de aquellas extrañas cuevas o simplemente caminando, merodeando por ahí. Era fascinante, nunca había visto algo así en su especie, ni siquiera en los nidos.

Habían tantas cosas por ver que no quería perderse de nada, pero igualmente cada cierto tiempo miraba al lugar al que entró Tino. Aún después de él, más personas ingresaron. Tuvo el impulso de seguirlos y averiguar lo que el otro hacía dentro, pero se contuvo. Después de todo le prometió no meterse en problemas y él era un dragón de palabra. De todas formas, tenía muchas otras maneras de entretenerse mientras lo esperaba, aunque deseaba no se demorara mucho tiempo, no le agradaba estar solo.

Sacudió la cabeza cuando un conocido sentimiento de incomodidad regresó. Antes, nunca le había importado. Su especie se caracterizaba por ser de criaturas solitarias, si bien ese agobio no conseguía borrarlo de ninguna forma, ni siquiera conviviendo con otros como él, quienes a pesar de no rechazarlo cuando buscó su compañía, si se mostraron bastante extrañados. Por esa misma razón trataba de no pasar mucho tiempo con otros dragones; no quería que se dieran cuenta de su grave predicamento. Por ningún motivo nadie debía enterarse que un humano le había robado el corazón.

Buscando distraerse, regresó a sus labores de observación. Fue atraído en particular a una pareja que venía saliendo una de esas extrañas cuevas. No a ellos en sí, sino a un objeto brillante que la hembra...la mujer llevaba en su mano, específicamente, en uno de sus dedos. Ella lucía muy feliz, aferrándose al brazo de su acompañante, quien igualmente sonreía, aunque algo más apenado.

Tuvo que entrecerrar los ojos para verlo mejor. Recordó tener algunas de esas joyas entre sus tesoros. Eran bonitas, pero nunca les prestó demasiada atención por considerarlas demasiado insignificantes y pequeñas, por eso no comprendía que ese diminuto objeto hiciera tan feliz a la mujer.

La curiosidad era mucha. Dio un paso al frente sólo para retroceder de inmediato. Le había prometido a Tino esperarlo. Aunque tal vez pudiera echar un rápido vistazo. No se metería en problemas, simplemente iría a resolver sus dudas y regresaría de inmediato, con suerte antes de que el otro lo descubriera. Con esa idea en mente, cruzó la calle y entró al lugar del que momentos atrás hubiera salido la pareja.

Creyó que debía ser una especie de guarida, por la cantidad de cosas guardadas ahí: coloridos tapetes, figuras de porcelana y otras elegantes decoraciones en repisas en las paredes; y lo principal, una serie de accesorios con joyas tras una vitrina, hacia la cual se dirigió más que nada por instinto.

-Bienvenido, ¿busca algo en especial?

Se detuvo para mirar a su interlocutor. Se trataba de un hombre rubio con el cabello un poco largo, ojos azules y una delgada barba. Además, iba elegantemente vestido y le sonreía de manera relajada.

Berwald lo ignoró y continuó viendo la vitrina, pero lejos de ofenderse, el hombre mantuvo su actitud confiada y se acercó a él.

-Ah, ¿Es un regalo?-le indicó algunas pulseras, collares y broches de formas variadas-O quizás... ¿Algo un poco diferente?-adivinó al ver que la atención del más alto estaba en los anillos-¿Para alguna dama, o un caballero importante?

Con el último comentario, el dragón finalmente se dignó a mirarlo. El vendedor rió disimuladamente, comprobando una vez más el buen ojo que tenía para identificar a sus clientes.

-Todo depende del propósito del anillo-explicó mientras tomaba unos de la vitrina para enseñárselos mejor-Si se trata de algún cumpleaños por ejemplo, recomendaría algo más llamativo, idealmente con su piedra de nacimiento-se enfocó en unos a base de de topacio y rubí para darle unos ejemplos-Pero si es otra ocasión especial...recomiendo los diamantes-le mostró unos diseños más finos y delicados.

-¿Para qué sirven?-cuestionó lleno de curiosidad.

-Son anillos de compromiso-explicó sonriendo, aunque un poco sorprendido del desconocimiento del otro-Debes darle uno a la persona con quien quieres compartir tu vida, a quien sea tu alma gemela, tu otra mitad...-tomó aire antes de continuar, tan inspirado como estaba-Al guardián de tu corazón.

De nueva cuenta, Berwald se mostró sumamente interesado. Relacionó esa frase con su situación actual sin poder evitarlo.

-¿Y si me robó mi corazón?

-Pues...sí, es otra forma de decirlo-asintió el otro rubio, tomando nota de agregar esa expresión a su lista de ejemplos.

-Si le doy uno de esos anillos, ¿él me lo regresará?

-¿Qué?-exclamó, por primera vez sin saber que decirle. Nunca antes un cliente le había preguntado algo así-No, no funcionan de esa forma-rechazó tratando no lucir muy indignado-Aunque si le das un anillo a esa persona y lo acepta, supongo que podría decirse que él o ella te estaría entregando su propio corazón a cambio.

El más alto meditó con cuidado lo que acababa de escuchar. ¿Podría ser que después de todo, hubiera encontrado una solución a su problema?

Revisó los anillos con cuidado y terminó por tomar uno, una exquisita banda dorada con tres pequeños diamantes. Se disponía a salir, cuando el vendedor lo detuvo.

-Lamento molestarlo, pero debo recordarle que tiene que pagar por su compra.

Ladeó la cabeza en un gesto de auténtica confusión. Humanos y sus extrañas costumbres. Hizo memoria que algo así había sucedido con Tino en el castillo. También se había enfadado cuando tomó aquella joya. De verdad no quería meterse en problemas, por lo que trató de pensar en algo que hacer.

-Si te doy algo a cambio, ¿me lo puedo llevar?-quiso saber para estar seguro.

-Por supuesto-asintió el hombre aliviado, ya temía que fuera a tratarse de un robo y peor aún que pudiera ponerse violento, en cuyo caso llevaría las de perder. Al menos tenía el consuelo que el Gremio de caballeros quedaba justo al frente de su tienda, por lo que podría conseguir ayuda fácilmente de requerirla.

Berwald lo consideró con mucho cuidado. Después de unos instantes sacó un pequeño cofrecito y se lo entregó sin más. No se quedó para ver la expresión del otro cuando descubrió la preciosa joya que había dentro, cuyo valor excedía el de la compra realizada por mucho.

-¡Hey, espere!-corrió tras de él hasta que lo alcanzó.

-Ya pagué-repuso comenzando a enfadarse.

-Y vaya que lo hizo-le dio la razón y le dirigió una respetuosa reverencia-Pero su generosidad es demasiada, no puedo permitir algo así, va contra mis principios.

-Tengo que regresar ahora o Tino se enojará-advirtió esperando no tener que recurrir a la fuerza.

El vendedor lo contemplo totalmente perplejo, parpadeando un par de veces antes de asimilar sus palabras y reaccionar.

-¿Tino? ¿Tino Väinämöinen, el caballero?-Berwald asintió y el otro echó a reír sin poder evitarlo-¡Vaya, vaya! Y yo creía que sólo le interesaban los dragones, nunca lo hubiera imaginado...-finalmente recuperó la compostura y le colocó una mano en el hombro, en señal de familiaridad-Está bien, no queremos que tu prometido se moleste antes de la boda-lo acompañó hasta la salida-Pero prométeme que yo seré el organizador. Será un verdadero placer... sin mencionar que mis servicios están más que cubiertos con esto...-explicó refiriéndose al rubí en forma de corazón-Dile a Tino que Francis le envía sus saludos y una gran felicitación.

Berwald ya no dijo nada más. Se había entretenido más de la cuenta y prefirió regresar al punto de espera que preguntarle al tal Francis de qué estaba hablando. Supuso que después podría preguntarle a Tino.

Para su buena suerte, el ojivioleta no se veía por ninguna parte aún. Regresó a ocupar su lugar tranquilamente, satisfecho por cumplir su palabra de no meterse en problemas y por además encontrar una aparente solución a su problema.

Su reflexión se interrumpió al percibir una presencia familiar. Miró atentamente a su alrededor, pero entre tanta gente se le dificultaba encontrar a quien buscaba, aunque eventualmente lo logró.

Recargada contra el muro de una cueva...edificio, se encontraba una joven mujer.

Su apariencia sin lugar a dudas era la de una humana común y corriente, pudiendo incluso resultar hermosa. Su cabello era largo y castaño, decorado con una pequeña flor. Con sus ojos verdes examinaba discretamente a los transeúntes. A primera vista lucía tranquila y despreocupada, si bien en realidad, era todo lo contrario.

Berwald la llamó sin siquiera mover los labios, utilizando el lenguaje especial que sólo los que eran como él podían comprender. La chica respondió de inmediato girándose hacia él, sin poder disimular la sorpresa, pero reponiéndose lo suficiente para contestarle de manera respetuosa.

Encontrar a uno de los suyos era sumamente increíble, mucho más tomando en cuenta que ninguno usaba su forma original. Cuando los dragones adoptaban aspecto humano, por lo general iban acompañados de algún otro. En su caso, no correspondió a lo último debido a su problema, pero en especial las hembras tendían a buscar compañía, por lo que ver a esa chica sola era sumamente inusual; y así se lo hizo saber, pero ella simplemente le respondió con la misma interrogante, silenciándolo de inmediato. Ni él ni ella querían hablar al respecto.

Quizás porque estaba pasando demasiado tiempo entre los humanos, Berwald pensó en intentar desarrollar una conversación más a fondo con la chica, de nueva cuenta la curiosidad podía más, pero no llegó a concretar su plan. Alcanzó a escuchar algunas, voces, entre ellas la de Tino, por lo que se obligó a quedarse ahí. Para cuando volvió a mirar hacia la desconocida, descubrió que ya se había marchado.

Mientras tanto, el ojivioleta continuaba tratando de asimilar toda la información expuesta en la reunión.

Tras la revelación inicial por parte de Arthur, llegó a temer lo peor, sin embargo sus miedos desaparecieron ante la descripción del supuesto hombre dragón: Un albino. Se permitió suspirar aliviado, con eso descartaba se tratara de Berwald, pero la calma no duró mucho. Hasta antes de reencontrarse con su acompañante, y el reporte del gremio, que los dragones pudieran cambiar de forma era algo que ignoraban por completo y que además venía a complicar su labor. Cazar a una criatura de por sí era difícil, tratar de hacerlo con una que podía ocultarse tras la apariencia de un humano lo sería mucho más. Como caballeros debían tener cuidado para distinguir a una persona normal de la que no lo era y evitar atacar a inocentes. Con un poco de suerte, esperaba conseguir un poco de información por parte de su "asistente".

-Lamento haberte hecho esperar-saludó feliz por verlo en el mismo sitio donde lo dejó antes-Ya está todo listo, podemos irnos aho... ¿Qué tienes ahí?-se interrumpió al notar que sostenía algo entre sus manos, horrorizándose al identificar el objeto.

-Entrégame tu corazón-demandó serio a la vez que le ofrecía el anillo.

El ojivioleta lo contempló con los ojos y la boca bien abiertos por el shock de la propuesta, demorando para reaccionar.

-¿Qué...? ¿Por qué...? ¿Cómo...?-balbuceó incapaz de saber que decir y sacudió la cabeza como para ordenar sus ideas-¿De dónde sacaste eso?-consiguió hablar al fin, preocupado de que fuera a repetirse un incidente como el del baile.

-Pagué por él-repuso inexpresivo-Dame tu corazón, ya tienes el mío. Si me das el tuyo, así dejaré de estar incompleto.

Tino se dio una palmada en la frente. En parte entendía el porqué esa conclusión, pero por otro lado, no comprendía que se le hubiera ocurrido una idea tan descabellada.

-Espera...-de pronto se percató de un detalle importante-¿Lo compraste? ¿Cómo? ¿Con qué?

-El regalo de la princesa-respondió señalando hacia el lugar dónde consiguió el anillo.

En verdad el caballero no tenía mucha noción sobre asuntos de economía y los costos de los distintos productos, pero no necesitaba eso para darse cuenta que Berwald fue estafado, en más de un sentido.

Al mirar a la tienda, logró divisar que fuera de ella se encontraba un hombre rubio viendo justo en su dirección. Al saberse descubierto, lo saludo entusiasta con la mano y le lanzó un beso para después entrar al local.

-Francis...-gruñó el ojivioleta. Tomó aire para calmarse antes de dirigirse a su acompañante-Mira...No sé lo que Francis te dijo, pero los anillos no son para eso.

La decepción del otro fue más que evidente, aún con su inexpresividad natural y Tino sintió una punzada de culpa por destrozar sus esperanzas, si bien creía eso era mejor a engañarlo.

-Tranquilo, está bien-se le acercó queriendo animarlo-Acordamos que luego de venir aquí, iríamos con el hechicero que la princesa Lilly nos recomendó, estoy seguro que él podrá ayudarnos...-miró nuevamente a la tienda, con la intención de reclamar por el engaño y recuperar el rubí, pero una risa estruendosa lo detuvo.

Se giró bruscamente para comprobar que se trataba de Alfred, seguido de cerca por Matthew y Kiku. Tino palideció. Ninguno de sus colegas podía ver a Berwald, no después de saber sobre el otro dragón con forma humana.

-Tenemos que irnos ya-lo empujó para obligarlo a caminar-Después arreglaré cuentas con Francis...-prometió severo, aunque Berwald no comprendía el porqué de su enojo-Hasta entonces, guarda el anillo.

Puesto que mucha gente lo conocía, el ojivioleta no quiso arriesgarse. El resto de sus compañeros probablemente esperarían a la mañana siguiente para iniciar con la misión y hasta entonces se quedarían en el pueblo, por lo que era arriesgado permanecer ahí. Anticipándose a que algo así podía pasar, aprovechó su visita al gremio para abastecerse con provisiones, medicinas y otros suministros útiles para el viaje, de modo que decidió que lo mejor sería acampar en las afueras. Honestamente, hubiera preferido descansar en una cama cómoda y no la intemperie, pero tampoco quería exponer a Berwald.

Al llegar al bosque, Tino comenzó a preparar todo para pasar la noche. Aunque el ambiente estaba algo frío, en el cielo no se divisaba ni una sola nube, por lo que al menos no tendrían que preocuparse por alguna repentina lluvia.

El siguiente paso fue hacer una fogata. Berwald se ofreció para ello, el otro inicialmente aceptó, pero tuvo que retractarse casi de inmediato y detenerlo al ver que pretendía tomar su forma original y usar su fuego.

Para cuando todo estuvo listo, ya había anochecido y ambos descansaban en torno al fuego. Fue en ese punto que el caballero se decidió a tener una detallada plática con su acompañante.

-Entonces...Hay... ¿Hay otros como tú que también puedan transformarse en humanos?

No le sorprendió tanto que respondiera afirmativamente, lo que sí lo dejó perplejo y preocupado fue lo que le dijo a continuación.

-Todos.

-¿Todos?-repitió confundido-Espera, cuando dices "Todos..."

-Todos los dragones-respondió como si fuera cualquier cosa y no una importante revelación.

-Pero...-balbuceó el caballero al cabo de unos minutos de silencio-¿Por qué me lo dices? ¿Acaso no es un valioso secreto para tu especie?

-Tú preguntaste-dijo tranquilamente, sin entender su inquietud-Ahora lo sabes. ¿Harás algo al respecto?

Tino guardó silencio de nueva cuenta. La pregunta no era una provocación ni una burla, sino una interrogante genuina, y reconoció que tenía razón. No podía hacer nada. La alternativa era desconfiar de cada persona que viera, por si acaso era una criatura disfrazada, dado que no era capaz de distinguirlos de un humano real.

-¿Y tu si puedes diferenciarlos?-el dragón asintió-¿Cómo?

-Porque somos iguales-explicó, algo aburrido de que le preguntaran cosas tan obvias-Yo los llamo y ellos responden, eso es todo.

-¿Pero cómo los llamas?-insistió sin rendirse. En su mente se imaginó a dos dragones en forma humana haciendo algún tipo de saludo especial, pero borró ese pensamiento de inmediato por considerarlo demasiado tonto-¿Qué tienes que hacer?

-Usar nuestro idioma-aclaró, y continuó hablando, anticipándose a lo que seguramente le preguntarían después-Ustedes usan esto para comunicarse-señaló su boca-Nosotros usamos esto- señaló su cabeza.

-¿La mente? Osea... ¿como si fuera telepatía?-le resultaba incomprensible, pero por otro lado, sonaba bastante lógico.

Muchos caballeros, magos y otros humanos se habían esforzado por determinar si los dragones eran capaces de comunicarse y razonar. Algunos defendían la idea de que podían ser seres pensantes y racionales, en tanto el resto, la mayoría, los veían más como bestias salvajes que solamente obedecían sus instintos. Marcado por su primera experiencia, Tino pertenecía a la primera corriente. Hasta entonces, creía que si aquel primer dragón no lo mató, fue por lástima o incluso compasión. Una criatura barbárica y cruel no lo hubiera pensado dos veces para lanzarse sobre un niño débil que se hubiera atrevido a desafiarlo. Berwald, en cambio, hizo todo lo contrario.

-Esa vez me dejaste escapar, ni siquiera me perseguiste-lo increpó, decido a obtener una respuesta, aprovechando que ya nadie los interrumpiría-¿Me viste tan poca cosa, que no valía la pena?

-Sí-afirmó inicialmente, y el otro suspiró, ya esperándose eso-...Y no-agregó a último minuto, lo que no hizo más que aumentar la curiosidad del ojivioleta-Los humanos nos temen y nos evitan, tú me buscaste voluntariamente. Los humanos son codiciosos y quieren nuestros tesoros, tú no. Aquellos que nos enfrentan, lo hacen para destruirnos, tú no lo hiciste. Me hablaste, fuiste diferente.

Tino se esforzó para no sonrojarse y evitar mencionar que probablemente ya no pudiera ser considerado "diferente". A fin de cuentas ahora era uno de los que cazaban y peleaban contra la especie de Berwald. Eso provocó que surgiera una nueva duda, y si bien la lógica le gritaba que podía ser un tema peligroso, era algo que tenía que saber.

-¿Que piensan los dragones de nosotros?-se señaló a sí mismo-Quiero decir, de los caballeros.

Se esperaba odio, enojo, resentimiento, que fueran considerados como enemigos incluso. Pero Berwald lo sorprendió al simplemente encogerse de hombros, restándole importancia.

-Si a un dragón lo mata un humano, se lo merece-sentenció carente de emoción-El humano fue más fuerte y él, débil.

-Pero... ¿No sienten enojo o tristeza por perder un compañero?-le resultaba imposible comprender esa mentalidad-¿Y si fuera uno de tus amigos?

-Mis amigos no son débiles-le respondió indignado-Nada puede hacerles daño.

El ojivioleta no sabía cómo reaccionar ni mucho menos que decir. Esa forma de pensar era muy deprimente y solitaria. Perder a un ser querido sin importar la causa siempre era un suceso lleno de angustia. Que los dragones lo tomaran como algo tan natural, un simple resultado de causa y efecto, era inadmisible.

-¿Alguno de tus amigos sabe lo que te ocurre?

Berwald negó enérgico, claramente ofendido.

-No lo saben, no deben...-dijo de tal forma que se percibía la preocupación en su voz.

Para el caballero, quien sabía que podía contar con el apoyo de sus compañeros y colegas siempre que lo necesitara, enterarse de pronto que Berwald había tenido que lidiar con la pérdida de su corazón completamente solo, le produjo un intenso malestar.

-Eso es muy triste-consiguió pronunciar al fin.

El dragón lo contempló intrigado y Tino demoró un poco para regresar a la realidad y caer en cuenta de sus palabras.

-De...de todas maneras...esa es su forma de vida y yo no debería meterme-rió nerviosamente tratando de liberar un poco la tensión que los rodeaba-Ya se está haciendo tarde, es hora de dormir-una ráfaga de aire le produjo un escalofrío-¿No quieres una manta? Taje una extra por si acaso-explicó mientras buscaba entre sus cosas, pero el otro rechazó el ofrecimiento sin quitarle la vista de encima-Bueno, pues...buenas noches-le deseó apresurado y de inmediato se acomodó en el suelo, dándole la espalda y cerrando los ojos para fingir que estaba dormido, tratando no pensar en su conversación por el resto de la noche, sin mucho éxito.

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NOTAS FINALES:

Breves apariciones... bueno, una aparición y el aviso de otra posible aparición. ¿Adivinan de quienes se trata? Breve retraso en la actualización, sinceramente me desconecté completamente del mundo y olvidé que tenía que actualizar, no vuelve a pasar!!! ...porque siento que escribo eso en todas mis historias??? En fin, trataré de ser una autora más responsable.

Si leyeron hasta aquí, muchas gracias!!!!

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