«Cafetería»

15/09/10

El despertador despierta a Adrián con su incesante tintineo, con mucha pereza estira la mano por encima de las sábanas y lo apaga. Por fin es viernes, eso le alegra en cierta manera, pues ya no tendrá que madrugar hasta dentro de dos días.

Se arregla y cuando termina se dispone a hacer lo mismo con su habitación. Baja a desayunar rápidamente junto a sus padres.

—Mañana es fin de semana —tararea mientras se sienta en la mesa para desayunar.

—Mañana me acompañarás al trabajo a por unos papeles y después te llevaré a comprarte unas botas nuevas —le informa su padre sin preguntarle su opinión.

—¿Tengo que madrugar? —pregunta Adrián apretando los labios, no le apetece madrugar cuando podría estar durmiendo la mona en sus suaves y dulces sábanas, que lo abrazan cómodamente brindándole caricias.

—Tranquilo, te despertaré a las ocho y media —responde su padre mientras parte las galletas.

Adrián abre los ojos como platos, cualquier cosa antes de las doce en un fin de semana es demasiado pronto.

—Eso es muy pronto —exclama el joven aturdido, el mero hecho de pensarlo le mata las ganas de vivir, ¿acaso no es suficiente madrugar cinco días seguidos?

—Luego duermes en el coche, no te quejes... —sopla su padre mientras atiende a las quejas de su hijo.

Adrián entrecierra los puños, pero los relaja tras un momento, da igual, de todos modos tendrá que hacer lo que su padre le diga.

Desayuna y prepara las mochilas para un nuevo día de instituto.

Camina en dirección al instituto esquivando a las ancianas que ocupan la acera completa. Llega a clase y observa a la profesora Marisa apuntando en la pizarra los ejercicios para el día.

—Bien, estos son los deberes que tenéis que hacer hoy a partir de la explicación de ayer —informa la profesora tras dar por terminada la anotación en la pizarra.

Adrián se queda mirando la pizarra con cara de confusión, no prestó atención a la clase del día anterior, ¿cómo va a hacer los ejercicios? Maldita Historia, maldita Marisa. Peor imposible.

Abre el libro y la libreta, comienza a copiar los enunciados de los ejercicios, una vez que los tiene comienza su búsqueda, remueve las hojas de un lado a otro sin embargo no encuentra las respuestas. Al final se da por vencido y se tumba en la mesa cerrando los ojos.

Durante un par de minutos todo es tranquilidad hasta que un golpe en la mesa lo despierta, se levanta en respuesta con los ojos bien abiertos.

—Aquí no se viene a dormir, se duerme en casa —Marisa se encuentra frente a él—. Al aula de expulsión —finaliza señalando la puerta.

Adrián recoge sus cosas con total pereza y sale de la clase en dirección al aula de expulsión, la conoce demasiado bien, dos pizarras y diez pupitres. Ha estado tantas veces allí que tiene hasta un asiento favorito. Deja sus cosas en el último pupitre al lado de las ventanas. Cinco personas se encuentran en el aula vigiladas por un único profesor de guardia que mira el ordenador.

El joven suspira y se dedica a observar el cielo, nubes con forma de oveja adornan este, de color grisáceo indican que van cargadas de agua.

—¿Hoy tal vez no hay entrenamiento? —cuestiona el joven en apenas un murmullo inaudible, eso es algo que tendrá que discutir con el entrenador, pero las nubes no acompañan.

El fútbol es su pasión, pero siendo realistas hay miles de millones de jóvenes mejores que él y todos pelean por poder llegar a ser famosos e importantes en el mundo del balón. Ni de cerca él llegará a ser alguien en ese mundo.

Gotas impactan en el cristal transparente, las nubes comienzan a descargar su contenido dificultando así la visión de los edificios a cierta distancia.


La sirena suena y Adrián se dirige al aula de Física y Química. Espera junto a sus compañeros a que los profesores Julio y Patricia abran la puerta, mientras tanto se dedica a hablar de lo sucedido en la clase anterior.

—Menuda vieja más aburrida —habla Óscar cuando Adrián se apoya en la pared que da al patio.

—Ya ha pasado, ¿qué más da? —reniega Adrián dando así por zanjado el tema. No le apetece hablar de Marisa, ni de ningún profesor.

Los profesores llegan y abren la puerta, cada uno se dirige a la mesa de mármol que quiere. A ninguno le apetece complicarse el tema, así que se sientan junto a sus amigos. La explicación comienza y Adrián intenta prestar atención aunque vagamente lo consigue, al igual que en la clase posterior los ejercicios se le vuelven prácticamente imposibles de hacer. ¿Por qué tuvo que nacer tan distraído e impactado?

Tras dar por finalizada la clase se marcha de nuevo a su aula, sus compañeros van junto a él.

—Ahora Castellano, que aburrimiento —lloriquea Nacho mientras expulsa aire entre sus labios formando una pequeña pedorreta.

—¿Acaso hay alguna asignatura que no te aburra? —pregunta Antonio con ironía mientras ríe, sabe la respuesta, pero aun así quiere escucharla.

—Que yo sepa no, incluso me aburre gimnasia —Nacho se cruza de brazos mientras sube las escaleras.

—¡Con gimnasia no te metas! —exclaman Adrián y Carlos a la vez, nadie puede quejarse de su asignatura favorita, para ellos es como un premio después de un largo día de aburridas clases explicativas sin sentido aparente.

—Tranquilos, solo digo que no es de mi estilo —se defiende el joven, pues por un momento se ha sentido atacado por las palabras.

Incluso antes de llegar a clase ya saben que la profesora se encuentra dentro de esta. Salma es demasiado puntual, ningún alumno del centro tiene el derecho a quejarse pues nunca se ha retrasado, es más, los alumnos se quejan de que llega siempre un par de segundos antes y que por culpa de ello no les da tiempo de hablar entre los cambios de asignatura.

Llegan a la clase en completo silencio y continúan en silencio incluso después de sentarse en sus respectivos asientos. Un silencio indestructible predomina en el ambiente mientras que la profesora se encuentra observando a los alumnos. Pasa lista con la mirada y comienza a escribir en la pizarra el resumen de la explicación que está en el libro. Solo rompe el silencio para indicar los ejercicios que hay que hacer.

Todos comienzan a escribir, el único ruido capaz de ser captado es el del papel siendo escrito y alguna respiración que otra, es así hasta que un pequeño ronquido interrumpe el silencio. Rebeca se encuentra mirando el libro, con un boli en la mano derecha mientras que ella es zurda, con la otra mano aguanta su cabeza apoyando el codo en la mesa y finalmente su cabello tapando su rostro.

Adrián se agacha para ver sus ojos, se encuentran cerrados, que chica más lista, la boca de Rebeca está medio abierta, vuelve a salirle un ronquido. Antonio le da una patada a su silla, abre los ojos y cierra la boca en respuesta. Rebeca mira un instante a su alrededor y vuelve a cerrar los ojos continuando con su descanso.

Salma parece no darse cuenta, mira su tablet. ¿Qué estará haciendo? ¿Mirará videos? ¿Leerá libros? ¿Jugará a juegos? Adrián se intriga una y otra y otra vez. El joven observa a Matt el cual no despega la vista del libro, ¿cómo es que no se distrae? Ojalá fuera como él.


El final de la clase llega y consigo la sirena suena.

Adrián baja junto a los chicos al patio, pero observa que el sitio en el que siempre están sentados ya está ocupado por otro grupo. ¿Sus gradas ocupadas?, eso no se había visto en años. Solo los nuevos se sentaban ahí, pero rápidamente eran expulsados por el equipo de fútbol. ¿Quién demonios se creen para sentarse en sus sitios?

—¿Quiénes son esos? —pregunta José observando al grupo de seis chicos.

—No tengo ni idea —responde Salvador mirando hacia el regazo de unos de los jóvenes.

—¿Esa no es Susana? —apunta Maiquel tras observar a la joven que Salvador intentaba ver.

—Eso mismo iba a preguntar yo —dice Salvador.

—Y esa de allí parece Rebeca. ¿Verdad? —un desconcertado Carlos señala con el dedo.

—¿Y esa Astrid? ¿No? —dice Antonio con un cierto tono de melancolía.

—¿Qué está pasando aquí? —exige Carlos ferozmente subiendo el tono de su voz.

Adrián no dice nada simplemente se acerca hasta donde están los jóvenes y se planta delante de ellos cruzándose de brazos, los demás lo siguen desde cerca sin adelantarlo.

—Este es nuestro sitio —informa autoritario a los roba sitios.

Los jóvenes sentados lo observan sin pronunciar palabra, Susana se levanta poniéndose delante de Adrián.

—Corrección, este era nuestro sitio. Era tanto vuestro como nuestro, pero ahora también es de ellos —habla señalando a los jóvenes, probablemente estudiantes de bachillerato.

—Llegamos antes así que nos quedamos —sentencia uno de ellos sentado en el centro.

Adrián lo observa por un momento cayendo en cuenta de que es el mismo joven que sale junto a Susana en las fotos. Los chicos miran a Adrián sin saber que hacer, ¿nos vamos, nos quedamos?, preguntan con las miradas. Sin decir nada Adrián se marcha seguido por los demás, caminan por el patio sin dirección alguna.

—¿Adónde vamos ahora? —pregunta Óscar, quien siempre se ha mantenido en silencio.

—No lo sé —suspira Adrián frustrado.

—¿Y si vamos a la biblioteca? —propone Pablo, todos lo observan sin dar crédito a sus palabras.

—¿En serio la biblioteca? Antes prefiero los baños —escupe Salvador hablando por todos, nunca irán a la biblioteca si no es porque llueve.

Adrián mira al cielo, las nubes siguen ahí, aunque ya no descargan agua.

—¿Y si vamos a la cafetería? —propone Adrián tras observar como un par de jóvenes salen de ella. Todos se miran entre sí, sinceramente no tienen mejor opción.

—Allá vamos.- dice un feliz José, por fin tendrá un sitio en el que sentar su trasero y descansar.

Entran en la cafetería y casi todos los observan, buscan una mesa y toman asiento, tanto Óscar como Carlos buscan dos sillas aparte, ya que la mesa es de solo seis personas, les hacen hueco y se sientan como si estuvieran en una reunión.

—Nos han cambiado —habla un enfurecido Carlos.

—¿¡Qué te esperabas!? —pregunta un risueño Maiquel, como a él no le han quitado a la novia le da igual todo.

—No sé, que estuvieran un poco de luto, por nuestro amor roto —responde Carlos apoyando el rostro en la superficie de la mesa, suspira formando vaho, con el dedo dibuja una "R".

—Son todas unas arpías —menciona un apagado Antonio que mira por la ventana, echa de menos a su novia aunque no lo admita.

—¿Entonces tú hermana también es una arpía? —inquiere Adrián saliendo de su trance. Antonio se queda callado sin pronunciar palabra, no sabe qué decir—. A veces deberías pensar antes de hablar —finaliza el joven acomodándose encima de la mesa. Adrián no comprende tanto odio, ¿acaso es incapaz de sentir dolor?

—El lunes tenemos que ser más rápidos y llegar los primeros —anuncia Salvador golpeando la mesa. Adrián levanta la cabeza y lo fulmina con la mirada.

Por la entrada de la cafetería observa como Matt entra acompañado de otro joven, el mismo que estaba con él el otro día. ¿Quién es? Es algo que no puede evitar preguntarse. Los vigila con la mirada. 

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