Familia Real

Nunca pensó que criar a una niña iba a ser tan complicado a pesar de las riquezas y comodidades a su alrededor.

Milo siempre fue una niña muy difícil.

Siempre fue una niña muy revoltosa, energética y de carácter bastante fuerte.
Siempre de mal humor en las clases de baile y tan contenta empuñando una espada de madera junto a su padre.

A pesar de las protestas de la reina Camile, el rey insistió que su pequeña princesa tuviera conocimientos sobre peleas. Y es así que Milo, a sus cinco años, comenzó con los entrenamientos.

A la edad de diez años, la princesa dominaba tanto la espada como el baile de salón. Porque si, su madre nunca desistió de enseñarle etiqueta y modales a Milo.

Pasaba tiempo con Kardia en el gran salón observando y escuchando atentamente a su padre mientras planeaba estrategias de guerra.

Renegaba de los enormes vestidos que la obligaban a usar y que cada vez que podía, los cambiaba por pantalones, camisas y botas cómodas.

Aunque adoraba a su madre, prefería pasar tiempo con el rey.

Los zapatos con un leve tacón resonaban con furia sobre el suelo de piedra. Caminaba lo más rápido que su abultado vientre le permitía.

Esa misma tarde llegaría la comitiva de la familia real de Alnasel. Hace meses habían planeado está reunión para proponer el compromiso de Milo con el hijo mayor del rey Sisifo, Aioros.

Había buscado a su hija toda la mañana por todo el castillo. Necesitaba arreglarla para que esté presentable ante la familia real.

- Su majestad - llamó una joven sirvienta con la cabeza gacha - el gran salón está listo y decorado para recibir a los invitados.

- Perfecto - le habló como si lo que dijera no le importara. Era realmente así, estaba más preocupada buscando a Milo - ¿Haz visto a la princesa?

- Su alteza está en el campo de entrenamiento, su majestad - la joven sirvienta agachó aún más la cabeza intimidada por su reina. Camile le hizo un gesto con la mano para que se retirara - con permiso su majestad.

Mientras la reina de Sargas observaba como la joven se alejaban a toda velocidad de su presencia, suspiraba frustrada por el comportamiento de su hija.
La princesa en vez de estar en su alcoba para que la servidumbre la arregle para recibir a los invitados, estaba entrenando y sudando bajo el sol.

Volvió a hacer sonar fuerte sus tacones, el ruido retumbaba por todos los pasillos vacíos del castillo.

Esquivando gente llegó a las afueras, donde a unos metros podía ver el cabello rojizo de Milo y la visión que tuvo de su hija fue lamentable.

El pelo estaba desmarañado, su hermoso rostro de porcelana sucio y su ropa desaliñada y cubierta de tierra.
Parecía una niña pobre que vive en las afueras del pueblo o aún peor.

La reina la miró con una expresión de horror.

Su maestro apenas se dio cuenta de la presencia de su majestad, paró inmediatamente el entrenamiento de Milo.

La niña siguió la mirada de su maestro y se encontró con su madre para a los lejos, vestida con un elegante y hermoso vestido azul marino. Ambos manos estaban posadas en su abultado vientre de ocho meses de embarazo.

La niña corrió hacia su enojada madre.

- Mamá - hablo Milo con una sonrisa pícara en su rostro, dobló un poco sus rodillas y simuló agarrarse el inexistente vestido en forma de saludo.

La reina rodó los ojos - Milo - llamó en un tono duro - Sabes que deberías estar preparándote para la celebración.

- Lo siento, mamá - agachó su cabeza borrando su sonrisa. Se había olvidado completamente del tiempo entretenida con su maestro - no quería perder el entrenamiento de hoy ya que más tarde no podré.

- Vamos - ordenó la reina y Milo la siguió sin objeción. Sabía muy bien que la reina estaba enojada.

Si no fuera porque ella era una reina, la estaría arrastrando hacía su alcoba.

Milo solo seguía lentamente los paso de su madre, miraba su espalda, su cabello tan rojo como el propio y su delicado y fino andar. Su madre no caminaba, flotaba sobre el suelo.

Mientras recorrían los pasillos del castillo hacia la habitación, las personas que pululaban por diferentes motivos, la observaban de reojo, murmurando cosas inentendibles para ella.

Metros después se unieron dos sirvientas que las acompañaron hasta la alcoba. La reina de Sargas les hizo una seña con la cabeza para que abrieran la puerta y poder entrar.

Apenas Milo cruzo esa puerta, dos sirvientas más y su nana comenzaron a desvestirla, tirando a un lado la ropa andrajosa, que probablemente terminara descartada.

Cuando se notó desnuda frente a las demás mujeres y su madre, se encogió del frío.

- Prepárenla - ordenó la soberana - quiero que esté decente para cuando los reyes de Alnasel lleguen.

- Si su majestad - respondieron todas al mismo tiempo.

Milo camino hasta la gran bañera de metal, metió un pie y luego el otro, para terminar de sumergirse completamente dentro del agua caliente. Segundos después, tuvo a dos mujeres lavando su cabello y cuerpo.

Arrugaba el rostro tratando de aguantar el dolor que sentía cuando peinaba su cabello. Le formaron algunos bucles y le hicieron un medio recogido con trenzas. Si cabello rojo resaltaba con cualquier peinado que le hicieran.

Suspiro resignada cuando vio toda la ropa que tenía que ponerse, capas y capas de tela que solo le iban a molestar y dar calor.

Se quedó quieta en el medio de la habitación para que las mujeres la vistieran y terminarán de arreglarla

- Que encantadora princesa - alago sonriendo su nana - estará preciosa para los invitados.

Milo no era tonta, había escuchado a sus padres hablar de un compromiso y aunque no hayan dicho nombres, sabía que se trababa de ella con algún príncipe. Tampoco que es hubiera muchos familiares reales a quien pudieran casar, así que lo dedujo por descarte.

Su nana la acompaño hasta donde su padre y madre se encontraban preparados para recibir a la familia real de Alnasel.

Cuando llegó junto a su madre, está la miró con una tierna sonrisa. Su madre era hermosa y delicada.

Ella también era una preciosa princesa.

A lo lejos, Milo podría observar toda la comitiva real. Con sus guardias y estandartes.

También había una pequeña parte del ejército Alnaseles. No es que precisaran mucho, los reinos eran amigos desde hace décadas.

Los enormes caballos detuvieron su marcha en una perfecta coreografía a unos metros de ellos. Dos carruajes pararon frente a la familia real de Sargas.

De uno de los carruajes bajaron algunos sirvientes y damas de compañía de la reina y del otro, que era más grande y lujoso, bajaron primero dos jóvenes y luego los reyes.

Milo examinó a ambos jóvenes, para tener diez años era bastante observadora y dedujo que serían los príncipes y lógicamente por rango, la comprometerían con el mayor.

Una expresión de horror paso por su rostro, el chico era mucho mayor que ella, calculaba que tendría al menos dieciséis años ¡Era mucha la diferencia! Si bien sus padres no la casarían hasta que cumpla los quince, aún así le parecía mucho.

El otro niño rondaba en la edad de ella, quizás uno o dos años más.

Ambos tenían ojos color jades y cabello castaño, el del mayor un tono más oscuro.

No estaban mal, ninguno de los dos. Se notaban que entrenaban y eran guerreros.

Al menos eran buenos ejemplares y no la obligarían a despojar a un príncipe escuálido que no podría levantar una espada.

Sonrió por sus pensamientos.

El rey, Kardia de Sargas, dejó de lado toda formalidad y abrazo a su amigo Sisifo. Ambas reinas se quedaron un paso atrás de los reyes y se saludaron con los típicos movimientos formales. Los príncipes quedaron a la espera de ser presentados formalmente.

- Amigo, siempre es un placer verte ¿Qué tal el viaje?

- Tranquilo, siempre es un placer viajar por tus tierras - le tocó el hombro - Su majestad - saludó a Camile.

- Su majestad Sísifo, un placer recibirlo en nuestro castillo y a usted también reina Cressida - Camile saludo cordialmente.

- Basta de tanta formalidad que me agobia, ya tengo a tantos consejeros y lores lamiéndome el culo todos los días - ambos reyes rieron.

- Kardia - Sísifo sonrió de lado - ¿Recuerdas a Aioros? - con una mano toma el hombro del joven y lo acerca hasta ellos - mira como ha crecido, se ha convertido en todo un muchacho apuesto y valiente.

- Aioros, que grande que estás. Te presento a mí hija Milo, la princesa de Sargas.

El joven sonrió y posó sus ojos jades en la niña parada junto a la reina. Ella lo observaba con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Recordaba haberla conocido cuando puedas apenas podía caminar

- Señor - bajo levemente la cabeza - un honor volver a verlo luego de tantos años. Kardia rindió con una orgullosa sonrisa.

- Y esté - arrastró al niño hasta ellos - es Aioria, mí hijo menor y futuro capitán del ejército - dijo con orgullo Sísifo.

- Su majestad - saludo Aioria, el niño tenía una voz bastante gruesa su edad.

De inmediato Aioria y Milo intercambiaron miradas.

Ella al tenerlo más de cerca contempló sus facciones.

Dos hombres gemelos de gran estatura y cuerpo fornido se acercaron al rey de Alnasel.

- Su majestad - llamó uno de ellos - estamos listos para acomodar los caballos en los establos para darles agua y comida.

- Claro Saga - concedió Sísifo.

- Hyoga los acompañará a los establos y les indicará el lugar que les preparamos - Kardia se dio la vuelta y llamo al sirviente encargado de las caballerizas.

Ambos hombres, que estaban enfundado en armaduras ligeras, a diferencia de las que usaban en una batalla, se retiraron junto al sirviente.

Milo no paso desapercibido las miradas que intercambiaron uno de los gemelos con el príncipe.

- Vamos Sísifo - hablo Kardia poniendo una mano en el hombro de su amigo
- mis sirvientes los llevarán a sus alcobas. Deben estar cansados por el viaje - el rey de Alnasel asintió - los esperaremos para la cena.

El anochecer se había hecho presente en el reino de Sargas. Milo, en su habitación escuchaba a su nana hablarle de algo que, para ser sinceros, no le estaba prestando atención. Estaba entretenida observando por la ventana el anochecer y el pueblo más allá de las murallas del castillo.

- ¡Milo! No me estás escuchando - regaño su nana. Milo salió de su ensoñación volteando a mirarla - te estoy preguntando que vestido te gusta más para la cena - la anciana señaló - el rosa o el violeta.

La niña puso cara de asco, si era sincera, prefería pantalones y botas. Los vestidos eran realmente incómodos.

— Ninguno, los vestidos son horrendos. No sé porque mamá me obliga a usarlos.

— Mi niña, tu madre es permisiva y te deja que uses lo que quieras todos los días — su nana se acercó hacia ella con el vestido violeta en sus manos — hoy hay invitados y solo te pide que entra ocasión lo uses — le tiene el vestido — es una cena formal con los reyes y príncipes de Alnasel. Es una cena importante — le sonrió dulcemente — solo por esta noche y te prometo que trataré de hablar con la reina para los otros días.

Milo bufo, pero luego le sonrió a su nana con la misma ternura — Está bien, tienes razón. Solo es una noche.

Sus padres la estaban esperando ya salón para cena. Caminaba junto a su nana y una sirvienta por los largos y fríos pasillos del castillo.

A unos metros de distancia de la gran puerta de madera que daba al salón, se encontró con el príncipe Aioros y uno de los gemelos hablando y riéndose. Por lo que puedo mirar, se dio cuenta que el gemelo era unos años mayor que el príncipe.

Se acercó un poco más hasta que Aioros se dio cuenta de su presencia. Ambos hombres cesaron su conversación al instante.

— Su alteza — el joven inclinó su torso en modo de saludo y le sonrió tiernamente — ¿Me concedería el honor de acompañarla al salón? — preguntó ofreciendo su brazo aún con su hermosa sonrisa plantada en el rostro.

Milo levanto la mirada hacia el joven mucho más alto que ella y luego la posó en su nana, en busca de aprobación. La anciana de cabellos grises asintió.

— Por supuesto, príncipe Aioros — aceptó su brazo y le sonrió.

Aioros intercambio miradas con Saga y este se puso detrás de los príncipes para escoltarlos hacía el salón.

Caminaba tonados del brazo. Se notaba su diferencia de edad y sobre todo de estatura.

Aioros podía sentir la mirada de Saga sobre su nuca.

Al entrar ambos al salón se ganaron la miradas de todos, sobre todo la del príncipe Aioria.

Caminaron aún tomados del brazo y como todo un caballero, Aioros le corrió la silla para que Milo se sentará. Le sonrió amablemente y se colocó al otro lado de la mesa junto a su hermano menor.

La cena fue amena, entre charlas y chistes entre los reyes, pequeñas palabras compartidas en tres las reinas, silencio por parte de los príncipes y Milo y muchas miradas sutiles entre Aioros y Saga.

— Kardia, me tomé el atrevimiento de hacer un acuerdo antes de partir aquí con respecto al compromiso.

— Oh no Sísifo, no hablaremos está noche de política y menos en la mesa. Hablaremos de ese asunto mañana luego del desayuno.

Ante tal comentarios, el príncipe y futuro heredero al trono de Alnasel enrojeció al instante y comenzó a toser ahogado con comida. Miró a Saga y este frunció el ceño.

Se había escapado a hurtadillas de su alcoba. No conocía bien el castillo pero se las arreglo para lograr salir sin ser visto.

En su hogar, lo hacía muy seguido. Escaparse a altas horas de la noche era su hobby preferido.

Pasaba horas juntos y hasta noches enteras volviendo justo al amanecer.

Hacerlo en un reino que no era el suyo podría ser muy arriesgado, pero viendo la cara que puso su amante se dio cuenta que este encuentro no podía esperar.

Salió por una de las puertas de servicio que daban a los establos.
Había encontrado una nota escrita con una letra que él conocía a la perfección, diciendo que se encontrarían allí cuando el castillo este dormido.

Se colocó su capa y se tapo la cabeza para no ser reconocido. A lo lejos divisó a Saga en la entrada de los establos esperándolo.

— Pensé que no vendrías — hablo con su voz gruesa y varonil.

— Sabes que siempre tendré tiempo para ti — contestó mientras ambos entraban en el  interior de los establos.

— No me dijiste que tu parte tenía pensado comprometerte con la princesa Milo — reprochó.

— No lo supe hasta durante el viaje — acarició su mejilla cariñosamente — sabes que tarde o temprano algo así iba a pasar. Soy un príncipe Saga y heredare el trono.

— Lo sé — resoplo — es solo que es muy pronto y ella es apenas una niña. Tu padre está loco.

Aioros sonrió — es una niña si, pero por eso mismo esperaremos hasta que cumpla los quince años y eso, amor mío, nos dará más tiempo juntos — beso sus labios.

Saga agarró sus mejillas con ambas manos — escápate conmigo mí príncipe, huyamos lejos de tus tierras, solo tu y yo — propuso mirando a sus ojos.

Aioros volvió a besarlo — Me encararía, lo sabes. Nos encontrarían fácilmente y te matarían. Es mí deber hacer esto Saga.

— Entonces amor mío, seré tu eterno amante porque me niego a renunciar a ti. Cásate con ella, ten hijos con ella pero tu  corazón me pertenece y el mío siempre estará en tus manos — Aioros sonrió.

— Te amo tanto — lo acarició — nos quedan cinco años para pensar y quizás acepte escaparme contigo.

Saga lo empotró contra una columna de madera y comenzó a devorar su boca con hambre.

Amaba a su príncipe y sabía que eso no era correcto, pero no podía evitarlo y en el corazón nadie manda.
Se había enamorado de él desde que Aioros tenía quince años y entrenaban juntos. El joven era perfecto ante sus ojos y aunque el le llevaba cuatro años, igualmente lo amaba y le rendía devoción.

Alzo un poco al menos y este enrolló sus piernas alrededor de la cintura de Saga.
El gemelo lo recostó cuidadosamente con la intención de hacerle el amor en ese mismo instante.

No le importaba que Aioros se casara, él tenía razón con que algún día lo haría, eso no hacía que no le doliera o molestara. Pero si tendría que ser su amante lo sería, no le importaba cumplir ese papel con tal de tenerlo a su lado.

Lo amaba con tanta intensidad, con cada fibra se cuerpo y se negaban a dejarlo ir por un estúpido matrimonio.

Sin dejar de comerse la boca, ambos hombres se desnudaron y se entregaron al fuego y la pasión que desbordaba a ambos.

Hola mis bellos lectores.
Les dejo el primer capítulo de esta historia. Espero que les guste y la disfruten.

Gracias por leer.

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