▪ VEINTINUEVE ▪

Primavera de 2016

Las nubes sobre Boston amenazan con iniciar un chaparrón, de esos que calan los zapatos en apenas segundos y sientes la incomodidad de los calcetines mojados a cada paso. Solo de pensarlo hace que acelere el ritmo.

Quince minutos más tarde, tras toparme con los ladridos del bulldog francés de mi vecina y culparme a mí de poner nervioso a su amigo canino, consigo regresar al adosado. Me apoyo sobre las rodillas dando una bocanada de aire tras subir las escaleras de piedra.

Acto seguido, compruebo mi pulso con la ayuda del reloj de muñeca y tomo un trago de agua al acabar. He salido a correr cada mañana de cara a la competición de atletismo de la próxima semana, mis piernas doloridas son prueba de ello.

Nada más entrar en casa, me quito las deportivas sin usar las manos únicamente para evitar agacharme. Tardaría media hora en levantarme, eso seguro. Paro la lista de reproducción y me quito los auriculares en el momento en el que mi madre aparece con una taza humeante desde el salón. Al verme, se sube las gafas de leer usándolas como diadema.

—He hecho ocho kilómetros en treinta y cinco minutos. —digo aún con la respiración agitada— ¿Sabías que van a hacer una representación medieval en el parque? Es este viernes, podríamos ir.

Sonríe fugazmente apoyando la taza en el mueble auxiliar de la entrada y recogiendo un montón de papeles. Algo me dice que oculta algo.

—¿Qué ocurre, ha pasado algo? —me acerco a ella.

—No, todo está bien. Ha llegado esto para ti. —continúa tendiéndome una carta—Es de Noah.

Mi piel se eriza al escuchar su nombre y leer el mío en el centro de ese sobre blanco escrito con su letra. Me lo pienso un par de veces hasta acabar sosteniéndolo entre mis manos sin mediar palabra alguna.

Mi madre espera mi respuesta. Nunca le dije lo que ocurrió aquella noche ni le hablé sobre nosotros, de cómo él me dijo que me quería y yo no pude responderle por miedo como otras tantas veces. Aun así, creo que algo presiente, quizás por esas ocasiones en las que me quedo en silencio cuando alguien lo nombra o como esa noche, cuando me abrazó tras llorar de madrugada por la impotencia de no ser sincera conmigo misma.

Sin embargo, ahora lo tengo claro. No quiero saber nada de alguien tan egoísta como para no despedirse de su familia, de sus padres, de su hermano pequeño o de mí.... incluso después de todo lo que había pasado entre nosotros.

—Ha llamado esta mañana y ha preguntado por ti. —se cruza de brazos—Está en un pueblo al sur de Filipinas trabajando como camarero en un hotel y dando clases de navegación. Claro que he omitido la última parte a su padre, no creo que....

—Puedes devolverla con las otras—interrumpo devolviéndole la carta.

—Pero, ¿no vas a leerla?

—Evidentemente, no. O la tiras tú o la tiro yo.

—Cielo, ¿quieres que hablemos? —pasa sus manos por mi cabello delicadamente—No quiero meterme donde no me llaman, pero sabes que estoy aquí y puedes contarme lo que sea.

—No me pasa nada—respondo dando un paso hacia atrás—¿Por qué no podéis entender que no quiero volver a saber nada de Noah Ianson en mi vida?

Tiro la carta en la papelera de la entrada antes de subir corriendo las escaleras.

*****

El viernes, antes de las vacaciones de Pascua, me reúno con mis amigas en el café/bar frente al instituto.

Escucho cantar a la voz de gallo de Joan tomando un mojito sin alcohol para hacer más llevadera la actuación. Me encantan las noches de karaoke, pero solo cuando mis oídos no sufren a su costa y más si estropea una canción tan mítica como "Walking On Sunshine" de Katrina and the Waves.

Mis amigas definitivamente no tienen sentido de la vergüenza y más desde que Joan intenta conquistar al chico de ojos castaños de la primera fila bailando para captar su atención.

La mayoría de mi clase celebra haber sido admitida en la primera plaza universitaria donde postularon y yo, sin embargo, me he quedado atrás. Aún no he recibido respuesta de las siete en las que solicité plaza. La incertidumbre es una tortura, empiezo a pensar que rellené parte de los formularios erróneamente, es algo que totalmente podría pasarme, conociéndome.

—Vamos, ¡alegra esa cara! —exclama mi prima detrás de la barra—¿Y qué si no te admiten en esa universidad de estirados londinenses? Ellos se lo pierden—desliza la bayeta húmeda por la madera.

—No es solo esa, es que no he recibido ninguna respuesta. ¿Y si se perdieron de camino? ¿Podría demandar a la oficina de correos? O peor aún—doy un golpe en la encimera—¿Y si recibieron la carta y se rieron de mi solicitud?

—¡Deja de decir tonterías! —exclama dándome en la cabeza con la bayeta— Estoy segura de que en menos de siete meses estaré en el aeropuerto despidiendo a mi prima favorita y que en menos de diez meses estarás presentándome a tus nuevas amigas británicas. —sube y baja las cejas descaradamente— Y ahora, disfruta un poco. Sal para cantar y hacer el ridículo para poder extorsionarte en un futuro.

—Mis días como cantante han acabado. Eso tenlo por seguro—doy un trago a la bebida con hielo—Gracias, por cierto.

Me guiña un ojo como respuesta. Discutimos el noventa por ciento de las veces, pero es ese diez el que hace que no la cambiaría por nada en el mundo.

—Hola, ¿Mya me pones otro mojito sin alcohol? Con menos hielo esta vez. —pide Hannan desabotonándose el abrigo de paño—Quédate el cambio—termina dejando un billete de diez sobre la barra.

—Vuestra generación va de mal en peor. —responde Mya—¿Dónde ha quedado el carnet falso antes de los veintiuno? ¡Qué pena de sociedad!

Mya se retira a preparar la bebida mientras al otro lado de la sala, Sept se sube al escenario. La presidenta estudiantil de cabello rosa pastel es aclamada por medio establecimiento cuando la música comienza a sonar.

—¿Qué tal, Kara? —me pregunta Hannan—Sept me contó lo de las solicitudes y, bueno...—saca un papel doblado de su bolsillo—Este es el teléfono de mi primo. Estudia marketing en Londres y también fue el último en recibirla. Seguro que puede ayudarte cuando te mudes.

—Vaya, ¡muchas gracias! Voy a escribirle ahora mismo—exclamo emocionada. Saco el teléfono y me apresuro a copiar el número.

—No hay de qué. —se aclara la garganta antes de continuar—He oído que Noah te envía cartas.

Levanto la vista de la pantalla nada más oír esa frase.

—Me lo contó Sept... Creo que no debí decir eso, pero...

—¿Esa es la razón por la que me das el teléfono de tu primo? —arrugo el entrecejo—Para que te cuente algo de Noah.

—No, claro que no. Eso es aparte, quería ayudarte...

—Porque si lo que quieres es que te cuente algo sobre él o esas ridículas cartas, debes saber que no me interesa nada que tenga que ver con Noah.

Trato de bajar el tono, pero solo de pensar en ello, me enerva la sangre.

—Solo quiero saber cómo está, es mi mejor amigo. Si Joan o Sept hubieran hecho lo mismo, ¿no querrías saber por qué? —pregunta encogiéndose de hombros—Tampoco se despidió de mí, Kara y, hasta ese día pensaba que compartiríamos habitación en una residencia. Y debería estar enfadado con él, pero cómo te he dicho, es mi mejor amigo, el único que tengo.

Mya deja el vaso con una servilleta de color borgoña. Hannan le da un trago corto dispuesto a irse. Sin embargo, su postura hace que me replantee mi actitud arisca y antes de que lo haga, decido otorgarle el beneficio de la duda.

—Llama a casa una vez a la semana. A su padre claro. —hago una pausa mirando al suelo—Creo que quiere ser Julio Verne y dar la vuelta mundo o algo parecido. Tampoco he querido preguntar, la verdad. —coloco un mechón de pelo tras mi oreja— Y sí, me envía cartas una vez al mes, pero nunca las abro... Eso es todo.

—Gracias.

En ese momento, Sept anima a Hannan a subir con ella al escenario. Automáticamente, deja el abrigo en la silla y el vaso a un lado. Pero antes de acompañar a su novia, me mira y dice:

—Deberías saber que a él le gustabas de verdad. Creo que fue antes de verano, en la fiesta en vuestra casa. No paraba de hablar de ti desde entonces.

Contengo la respiración. Mi móvil vibra ante un mensaje del primo de Hannan, cuando levanto la vista, él ya se ha ido.

Esa noche, al regresar a casa y encender la lámpara sobre la cómoda de la entrada, vi la carta de Noah dentro de la papelera. Pude haber ido directa a mi habitación, cerrar la puerta y olvidarme para siempre de él y su viaje por el mundo, cerrar esa etapa de mi vida. Pero, no lo hice y acabé recogiéndola antes de ir a mi habitación.

Verano de 2016

Nos graduamos el día más caluroso del año y nos tiramos a la piscina del instituto para celebrarlo.

Sept realizó el discurso a mitad de la ceremonia, algo que fastidió particularmente a su archienemiga. Samantha se limitó a aplaudir sarcásticamente de morros el resto de la tarde. Creo que fue admitida en la Seattle Pacific o en la de Portland, ahora es problema suyo.

Poso con mis mejores amigos frente a la cámara nueva de mi padre. Sostenemos a Keegan entre todos con las túnicas empapadas en cloro esperando a que salte el flash. Mi padre nunca ha sido muy amigo de las nuevas tecnologías. Cada vez que tiene que usar el gps acaba discutiendo con la pantalla así que o solemos llegar tarde o directamente cambiamos de plan.

—Papá, ¿queda mucho? —pregunto notando el cansancio de mis brazos.

—Casi está. —responde sin apartar la mirada de la cámara—El de la tienda me dijo que pulsara, ajustes, modo paisaje y seleccionara....

—Tengo hambre. —se queja Joan a mi lado—A este paso llegaremos a los postres.

—Tú sonríe, no queremos que reinicie la cámara otra vez—murmuro.

—¿Ese no se parece a André? —pregunta Sept inclinando la cabeza.

—Claro que sí. Creo que he visto a Ryan Gosling en el aparcamiento—se mofa Joan.

—El de camisa blanca y pantalón de lino beige. —continúa ignorándola—Al lado de la profesora de literatura, ¿se ha cortado el pelo?

—Joder.

Joan suelta a Keegan del susto de ver a su ex. Y, por si fuera poco, eso hace que el resto no aguantemos el peso y acabemos cayendo sobre la hierba.

Ayudo a Sept a levantarse y apuradas seguimos a Joan manteniendo las distancias. La llamamos varias veces intentando hacerle cambiar de idea, pero es inútil... ¡La que se va a liar!

—¿Se puede saber qué haces aquí?

—¿Por qué estáis todos mojados? —pregunta incrédulo.

—¿Y eso qué más da? —coloca sus brazos en jarras—Ya estás regresando al otro lado del país o de dónde vengas. Hoy no es tu día, es el mío y como tal quiero disfrutarlo. Así que, ciao—le da la espalda.

—Me han admitido en la Universidad de Nueva York.

—Felicidades. Me apiado de la gente de su ciudad—avanza hasta situarse a nuestra altura.

—Ya no dependo de los traslados de mis padres. Pienso establecerme allí y hacer las cosas bien esta vez. —pasa la mano por su pelo dando unos pasos hasta acercarse de nuevo—Sin otros rollos, ni relaciones abiertas, solo tú y yo.

—¡Una lástima! —se ríe—Porque yo si quiero divertirme.

—Entonces esperaré.

—¿A qué? ¿A qué el mundo deje de girar? ¿A qué nos invadan los extraterrestres?

—A que te enamores de mí. —añade triunfante—Te mandaré un mensaje cuando me instale. Estás invitada a la fiesta de inauguración, por supuesto.

Se marcha dejando a Joan con la cara hecha un poema. Tarda cinco segundos en reaccionar y en comenzar a despotricar acerca de lo engreído y narcisista que es. Al final acaba yendo a por el coche para irnos a cenar insultando en francés a todo aquel que pasa por su lado.

—No puedo creerme que ahora que me marcho viene la parte interesante—se queja Sept.

—No te preocupes, estoy segura de que no dudará en llamarnos de madrugada.

—A decir verdad—se cruza de brazos—pensaba que Noah vendría a la graduación, técnicamente también es la suya.

—Pues mejor que no lo haya hecho, estará tomando daitiris en la playa.

—¿Sabes? Siempre pensé que serías tú y Noah en la graduación o en última instancia tú y ....

—¿Kara? —una voz conocida pronuncia mi nombre.

Al darme la vuelta reconozco al chico de ojos castaños. Dorian me dedica una sonrisa de oreja a oreja antes de fundirnos en un abrazo. Se ha puesto con una camisa azul de manga corta y vaqueros, relativamente formal a como suele vestirse.

—Con camisa y chaqueta a juego, casi no te reconozco.

Hablamos la semana pasada y puede que le mencionara lo de la ceremonia.

—La ocasión lo merecía. ¡Felicidades!

—La madre de Keegan nos ha invitado a comer a su restaurante, ¿te apuntas? Cuantos más, mejor.

—¿Comida italiana gratis? ¿Cómo podría decir que no?

—¡Genial! Hay sitio de sobra en el coche de Joan—miro a Sept quien observa extrañada a un grupo cerca del aparcamiento—Sept, ¿todo bien? —le pregunto dándole un toque en el brazo.

—Sí, es solo que me pareció ver a...es igual—niega con la cabeza.

Aquel verano me despedí de mis mejores amigas, del instituto que me vio crecer y que me acogió cuando más lo necesitaba. No pude evitar emocionarme al enterarme de que el Señor Barlowe se marchaba a Nueva York y por fin cumplía su sueño como codirector en un musical de Broadway. Sin embargo, eso no fue lo más sorprendente de la tarde.

El foco se centró en el Señor Tormund cuando de la nada, se arrodilló y le pidió matrimonio al finalizar la velada. Descubrir su relación fue algo inaudito y muy emocionante. El Señor Ianson me contó que se conocieron en la facultad y que compartían una relación de casi veinte años. Está claro que la discreción es lo suyo.

Al recibir mi título, casi podía ver a Oli entre los asistentes aplaudiendo. Mis padres me regalaron una medallita de oro con una foto nuestra en su interior y por la noche, coincidiendo con su cumpleaños número doce, fuimos al parque a hacer volar farolillos de papel en su honor.

Otoño de 2016

Sept se marchó a California a finales de agosto, Joan se trasladó a Manhattan donde ha comenzado producción musical. Keegan, a regañadientes de su madre, está enfocado en sus estudios de cocina en Boston, creo que se arrepiente de no haber prestado especial atención en química durante la secundaria. Y, Hannan sigue en ingeniería en la MIT tal y como había planeado, a excepción de su nuevo compañero de cuarto en la residencia.

El equipo de Yacob ha ganado el primer partido de la temporada y en parte fue gracias a él. Entrenamos todos los fines de semana en el parque, creo que eso le ayuda a no pensar tanto en Noah. La última vez que hablaron por teléfono discutieron sobre cuando volvería a casa. Yacob quiso romper la guitarra de Noah contra el suelo, pero tras hablar con él, acabó llorando sobre la almohada de su cama.

En cuanto a mí, me complace anunciar que soy estudiante de primer año de Medicina en la Universidad de Boston y trabajo los fines de semana en la cafetería de la universidad. No es lo que había planeado, pero, al fin y al cabo, la universidad de Boston es una de las mejores.

Debo admitir que odié el primer día, odié conocer a gente nueva y no estar con mis mejores amigas. Prometimos hacer videollamadas semanales contando las últimas novedades, aunque cada vez son menos frecuentes, supongo que todo ha cambiado.

El taxi aparca frente al adosado de madrugada. Mis nuevas compañeras de clase me animaron a asistir a una fiesta en una residencia, ahora mismo no recuerdo de quien era. Bailé todas las letras de las canciones que recordaba, conocí a gente nueva y al final de la noche un estudiante de primero de enfermería me dio su teléfono antes de subirme en el coche.

Giro la llave en la cerradura lentamente. A estas horas todos deben estar durmiendo, y paso de tener que dar explicaciones.

Apoyo los pies en el frío parqué descansando de esos incómodos tacones que le pedí prestados a Alanah. Compruebo los mensajes del grupo de clase, espero que esas fotos se desintegren con el tiempo. El televisor en el salón está encendido con la teletienda emitiendo. A oscuras, me aproximo a apagarlo cuando veo al Señor Ianson en pijama con un bol de cereales y un paquete de galletas en el comedor. Del susto que se lleva al verme casi derrama parte del cuenco sobre el suelo.

—Kara, ¿no deberías estar durmiendo?

—¿No debería preguntar lo mismo? —alzo la ceja derecha—¿Qué ha sido esta vez?

—El proyecto de las torres Heyens no puede ser más importante que el viaje por nuestro aniversario.

—¿Ha cancelado el viaje a Venecia?

—No volveré a dormir en mi dormitorio—continúa frotándose la sien.

Contengo la risa. Las discusiones entre esta pareja son dignas del cotilleo de internet.

—Debería irme a dormir, el lunes tengo examen de microbiología. Buenas noches.

Retrocedo en dirección a las escaleras, pero cambio de idea.

—Señor Ianson, ¿cree que Noah volverá?

—Me gustaría preguntárselo. Supongo que lo hará cuando esté preparado.

Percibo tristeza en su voz. Su respuesta me sorprende y me enfada a la vez y más después de todos estos meses

—Pero.... usted es su padre. Es usted quien debería poner las normas, no al revés.

—¿Eso crees? Noah tiene dieciocho años, ha acabado sus estudios y está tratando de descubrir quién es mientras trabaja, por lo que ya no depende económicamente de mí.

—Suena condescendiente, sin ánimo de ofender.

—Entiendo que lo veas a así, pero, Noah tenía razón, había proyectado en él lo que yo esperaba de mí mismo. Tenía una mente extraordinaria, con cinco años resolvía problemas matemáticos sin apenas pestañear incluso nos planteamos adelantarle un curso varias veces.

—¿Por qué no lo hicieron? —pregunto sentándome en el borde del sofá verde.

—Bueno, tras el divorcio, cuando le diagnosticaron mutismo selectivo, creímos que era momento de parar. Tenía ataques de ansiedad constantes y decidimos esperar. —una mueca se dibuja en su rostro—Alanah me contó cuando te declaraste en San Valentín aquel año. Me dijo que después de aquello, intentó disculparse con una caja de bombones, pero no sé qué ocurrió al final.

—No lo sabía.

—No sé qué ocurrió entre vosotros ni por qué sigues negándote a abrir esas cartas. Pero si de algo estoy seguro es que nada de lo que haya escrito va a poder hacerte daño—me muestra una sonrisa cálida.

—Ni siquiera se despidió. No puedo seguir aferrándome a algo que quizás ya no exista. Necesito pasar página.

—Entonces, ¿por qué no le pides que no te envié más cartas?

—Bueno... es evidente. No quiero hablar con él.

—¿Es por eso o porque temes que ya no lo haga? —me pregunta antes de devolver sus ojos al televisor a un programa de dibujos animado—¡El inspector Gadget! Ya no se hacen series como las de antes.

El Señor Ianson se sienta en el sofá tomando una cucharada de cereales de chocolate mientras me indica la parte preferida de la serie. No puedes decir algo así y luego hacer como si nada, empiezo a entender por qué mi madre le ha enviado al sofá.

Pensé en esa frase muchas veces, contando estrellas cuando no podía dormir o en el metro cuando un simple gesto en un desconocido me recordaba a él escuchando una de esas canciones que bailamos.

En Acción de Gracias, descolgué el teléfono por primera vez. Oí su voz apenas unos segundos, repetía la misma palabra pensando que la llamaba se había cortado, pero no pude decir nada. Al final fue Alanah quien me cubrió ese día con una excusa absurda pero eficaz. Los meses transcurrieron hasta que cuando la nieve cuajó ese enero, él, regresó.

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