▪ TREINTA Y CUATRO ▪
Marzo de 2017
Pertenecemos a mundos distintos.
La frase por excelencia con la que los escritores pretenden atraparte hasta la última página de su libro. Aquella por la que sigues leyendo hasta altas horas de la madrugada, a pesar de que tengas un examen al día siguiente, o llorando a moco tendido cuando el principal interés romántico de la protagonista le pide que solo sean amigos.
¿Noah y yo pertenecemos a mundos distintos? Más bien a categorías distintas. No por cuestión económica o una estúpida clase social en pleno siglo XXI, sino por ese sentido al deber que siempre acaba interponiéndose entre nosotros. Y tampoco por ese viaje para descubrir su "yo interior" sino por la inestabilidad que siento cuando estoy cerca de él. Es como agarrarse a un clavo ardiendo, necesito a alguien que sea los cimientos del muro, no un tronco que flota en medio del océano.
El sol se oculta tras los edificios de "La Gran Manzana" cuando llegamos a la estación. Guardo el portátil en la mochila antes de salir del tren, pero decido dejarme puestos los auriculares, Keegan y Alanah discuten sobre el último episodio de Anatomía de Grey, y eso puede ser interminable.
Estaremos en Nueva York hasta mañana por la tarde, que será cuando salga nuestro tren de vuelta a casa. Hace un par de meses, el Señor Barlowe nos invitó al estreno de su obra "Magnolia Ferguson", un musical de comedia romántica que promete sorprender a la crítica, o al menos eso esperamos. La personalidad histriónica de mi antiguo profesor puede resultar abrumadora.
Tras treinta minutos en las puertas de "Penn Station", donde una señora de unos ochenta años nos amenazó con darnos una paliza si no le cedíamos el primer taxi que encontramos, un cretino trajeado que iba gritando por teléfono pensó que era la papelera para el resto de su sopa de pollo hirviendo y casi nos asaltan por no querer la propaganda de un restaurante de la zona, conseguimos subirnos a un taxi.
Sin embargo, la cosa no acaba ahí. Tras el viaje en taxi más caro de la historia, al llegar al hotel que Keegan reservó y, del cual estoy convencida que es la cuna de todas las cucarachas de esta ciudad, nos informaron que nuestra habitación había sido precintada por la policía por algo relacionado con el consumo de sustancias ilegales. Así que, en resumidas cuentas, hemos acabado en la acera a menos de dos horas del estreno del musical al otro lado de la ciudad.
Alanah habla por teléfono intentando conseguir alguna habitación disponible, cosa que parece imposible por la celebración del día de San Patricio este fin de semana.
—Al menos nos han devuelto el dinero—dice Keegan sentándose a mi lado. Desenvuelve el papel de aluminio de un perrito caliente de once dólares en la mano.
—Hay miles de hoteles en esta ciudad y justo tenías que reservar en el que se alojaría un asesino en serie. —mis tripas rugen al percibir el olor de la cena de Keegan—Por no hablar de que hemos perdido la reserva en la mejor hamburguesería de la ciudad con la que llevo semanas soñando. ¿Sabes cuantas horas llevo sin probar bocado, Keegan?
Estoy hambrienta y tengo tal frío que casi no siento el dedo gordo del pie.
—En mi defensa, tenía buenas críticas. —da un bocado despreocupadamente—Incluso un famoso se hospedó hace un par de meses. Un tal Frank Gall....no sé qué.
—¿El diputado Frank Galloway Junior? —Alanah interrumpe su llamada—¿El mismo que fue acusado de corrupción y posesión de drogas que detuvieron en un hotel con su amante?
—¡De eso me sonaba! Debería haberle echado mostaza.
—Yo te mato—elevo la voz apretando los puños.
—Quizás más tarde. —interviene Alanah—Vayámonos de aquí antes de que ese gato nos convierta en su aperitivo—señala un animal oscuro junto a una alcantarilla.
—Eso no es un gato.
Tras identificar a ese animal como la rata más grande que he visto en mi corta existencia, montamos en el segundo taxi de la noche hacia Chelsea, un barrio de Manhattan a quince minutos del teatro donde tendrá lugar la obra del Señor Barlowe.
Subimos hasta el tercer piso del edificio de apartamentos sin ascensor. Huele a comida hindú por todas partes. ¡Tengo un hambre terrible! Hasta el punto de plantearme comer una de las hojas del ficus del descansillo.
La puerta del 3A se abre, reconociendo a la inquilina con un botellín de cerveza en la mano, pantalones de cuero y un top de flores vaporoso al instante.
—¿Joan? Pensaba que estarías el fin de semana en New Hampshire con tu hermana.
—¡Sorpresa! Se canceló por el temporal—se acerca a mí con los brazos abiertos, pero se detiene—¿Por qué hueles a sopa de pollo?
—Porque esta ciudad es cruel y maleducada.
—El baño está en la segunda puerta a la derecha. Puedes usar mi champú, es cien por cien orgánico. Y, además os he comprado la cena, —señala varias bolsas de papel en la encimera de su pequeña cocina—¿quién se gasta doce dólares en un perrito caliente?
—Eran once y estaba buenísimo. —replica Keegan de brazos cruzados.
—Si le tiraste la mayor parte a esa rata—añade Alanah entrando al apartamento.
—Pero parecía feliz cuando nos fuimos.
En menos de media hora, me he duchado, secado el pelo y puesto un vestido granate de manga larga y corte por la cintura. Sentada en el taburete junto a la encimera, doy el último bocado a la samosa de verduras. Keegan, a mi lado, proclama que incluirá platos hindúes en su futuro restaurante.
El piso de Joan, a pesar de ser de planta abierta, resulta acogedor. Las paredes están pintadas de azul celeste que hacen resaltar el sofá rojo frente al mueble de madera del televisor. El piano portátil de Joan está colocado a mitad del pasillo que conecta con su habitación, bajo un corcho repleto de partituras y pósteres de todo tipo.
Mi teléfono comienza a sonar. Me aparto de Keegan para contestar a la llamada de mi madre donde le aseguro que hemos llegado bien y que todo está en orden, omitiendo ciertos detalles, por supuesto. Es capaz de venir a buscarme con un megáfono y envolverme en papel de burbujas hasta que lleguemos a casa.
Dos minutos más tarde cuelgo, y, al regresar al salón, encuentro a Keegan embobado observando a Alanah, quien se pinta los labios de espaldas a él. Alanah tiene ese don de lucir perfectamente adecuada a cualquier situación que se le presente. Podría llevar unos vaqueros rasgados a una cena de gala y aun así declararse la "mejor vestida", algo que parece atraer a Keegan inevitablemente.
—Bueno, yo me marcho ya. —anuncia Joan poniéndose una chaqueta de cuero—Según salgáis, el metro está todo recto a la izquierda. Os tenéis que subir en el de la dirección Uptown & Queens Local C E y os bajáis en la Estación 7 Avenue. Intentad no hablar muy alto, mi compañera de piso es muy pesada con todo eso de estudiar.
—¿No vienes? Pensaba que el Señor Barlowe te había invitado.
—Tengo que resolver un asunto primero. Pero estaré para la fiesta de después.
—¿Qué fiesta?
*****
Llegamos un poco tarde al estreno, pero aun así fue increíble. Nada más entrar y mostrar nuestras entradas nos acompañaron hasta nuestros asientos en la zona VIP. Saludamos a lo lejos al Señor Barlowe y a su prometido, el Señor Tormund, antes de sentarnos junto a antiguos alumnos del instituto que formaban parte del club de teatro. Había olvidado lo que me imponía ese profesor, aún puedo recordar la sensación de sudor frío cuando entregaba las notas de los exámenes de química.
La obra en cuestión no estuvo nada mal. Era acorde al estilo dramático de mi profesor, un amor imposible en pena época del romanticismo entre un detective británico y la sobrina de un capitán del ejército, prometida a un duque enamorado de sí mismo.
Al acabar el tercer acto y, tras las ovaciones, saludamos al Señor Barlowe en condiciones obsequiándole con un regalo de parte de su antiguo club de teatro, un reloj de bolsillo que Keegan encontró en una tienda de segunda mano y que, para los entendidos, se considera una reliquia. Menos mal que lo pagamos entre quince personas.
Cuando llegamos al edificio de apartamentos del Señor Barlowe, frente al Central Park una hora más tarde, está diluviando. Alanah paga al taxista en efectivo antes de salir del coche. Nos resguardamos en el portal del edificio donde un botones nos abre la puerta con una amplia sonrisa. Me quito las manoletinas encharcadas temblando antes de entrar al edificio. Lo que menos me apetece es ir a una fiesta con mis profesores del instituto, así que hemos acordado que nos marcharemos en una hora y media exacta, el tiempo suficiente para que vean que asististe a una fiesta, pero no el insuficiente para que crean que era forzado.
Subimos en el ascensor hasta la planta veintidós. Ni siquiera hemos de recordar la letra de la puerta, puesto que el barullo del interior nos indica del apartamento correcto. Empujamos la puerta encontrándonos con el reparto del musical en el salón del Señor Barlowe. Suena "Heavy" de Powers a todo volumen. La imagen de una de mis profesoras ligando descaradamente con uno de los actores de la obra no se me olvidará jamás.
—Creo que voy a vomitar. —murmuro quitándome el abrigo.
En ese momento, Joan aparece con cuatro botellines de cerveza bailando al son de la música.
—Por fin habéis llegado. —reparte las bebidas entre nosotros—¡El Señor Barlowe sí que sabe montar una fiesta!, creo que acabo de ver al protagonista de Scrubs en el baño.
—No deberíamos beber delante de esta gente.
—¿Y qué van a hacer, mandarle una nota a mi madre por comportamiento indecente? —se ríe junto a Alanah—Acabo de ver al de literatura jugando al póker con una encantadora veinteañera que no se parece en nada a su mujer. Deja de obsesionarte con el control y diviértete.
—¡Apoyo la moción! —añade Alanah brindando con mi amiga—Veamos cómo está el mercado. —termina arrastrándome hasta el salón.
Los noventa minutos acordados se convierten en el doble y, cuando anuncian repartición de chupitos, pierdo la cuenta. Veo a Joan ligar con el camarero-modelo fingiendo no saber hacer cócteles. Y soy testigo de que en la graduación podía hacerlos con los ojos cerrados, sobre todo para poner celoso a André.
Sentada en un sillón de cuero junto a la ventana, le doy a "me gusta" a una de las fotos que ha subido Joan a redes sociales y en la que salgo con los ojos cerrados para variar. Un minuto más tarde, mi prima me escribe ofendidísima de la vida por no haberla invitado con nosotros. Lo siento, pero no quiero ser la niñera de un grupo de universitarios.
—Deberíamos integrarnos—dice Keegan dándole un sorbo a su copa.
Alanah charla animadamente con un grupo al otro lado de la sala.
—¿Por qué no decirle la verdad?
—No quiero estropearlo. —da otro trago—Además, no puedo competir con Charles.
—Charles es un imbécil, estirado que hace promesas y nunca las cumple. Pero tú y Alanah...—resoplo—Os reís de los mismos chistes malos, compartís las mismas aficiones, termináis la frase del otro sin daros cuenta y, por alguna razón, no os importa hacer el ridículo en un karaoke, incluso si son las cuatro de la madrugada. —me pongo en pie dedicándole una sonrisa—Nunca la he visto pasárselo tan bien como cuando está contigo. No seas como yo y dile la verdad.
Paso la mano por su brazo antes de ir a la cocina a por un refresco y comida. Tengo examen el lunes y no puedo permitirme una resaca matutina, así que los canapés de salmón ahumado y paté son mi mejor aliado.
Joan acaba de sobar al camarero a unos metros antes de mirarme y mostrar un gesto de desaprobación.
—Kara, me decepcionas. —dice tomando la segunda copa de vino tinto de la noche—¿Es que no te he enseñado nada?
—Puedo divertirme sin emborracharme, gracias.
Nunca tomo alcohol y desde luego no voy a empezar a hacerlo en una fiesta con mis antiguos profesores de instituto.
—Eres como un cachorrito en una caja de cartón. Por suerte para ti, el rubio de las dos en punto está interesado en las habilidades de una futura cirujana—señala mis manos seguido de un guiño.
—Creo que paso. Por cierto, ¿dónde está André? —doy un sorbo a mi vaso—¿Le has escondido en algún armario para uso personal?
—La monogamia nunca ha entrado en mis planes. Nueva York es la ciudad que nunca duerme, ¿por qué decantarme por uno solo? Y si no quieres al rubio, —deja la copa en la encimera—mami tiene hambre.
Niego con la cabeza. Si eso es así, me pregunto por qué tenía una tarjeta de San Valentín de André anclada en el corcho de su apartamento.
Tras una visita al baño, regreso por el pasillo a la puerta que conecta con la cocina, pero la presencia de un invitado sorpresa detiene mi entrada. Noah y el Señor Tormund charlan animadamente ajenos a la fiesta a su alrededor. Alanah saluda a su hermano antes de ignorarlo para cantar la primera canción del karaoke en la televisión del salón. ¿Qué pinta Noah en esta fiesta? Al ver que se acercan, me oculto tras la pared, lo que me permite oír parte de su conversación.
—El programa es excelente, y quizás podrías adelantar materias y graduarte antes. —comenta el Señor Tormund—Tengo un conocido en la ETH en Zúrich que estaría encantado en tener un alumno sobresaliente en el proyecto.
—Se lo agradezco Señor, pero todavía no he decido el siguiente paso. He de valorar todas las opciones.
—No abandones los estudios Noah, pocos poseen una memoria similar a la tuya.
—Suena igual que Kara.
—No se equivoca. La persistencia de la Señorita Abbot por los estudios me parece destacable. Debo admitir que al principio pensé que desistiría en el intento, pero acabó siendo una de las mejores alumnas de su promoción. Aunque eso ya lo sabrás.
—Era la última en apagar la luz. —hace una pausa—Creo que siempre la he admirado por eso. Al fin y al cabo, ella es, en realidad, unas de las razones, sino la única, por la que me marché. Quería encontrar algo que me apasionara como ella.
—Espero que lo sepa.
—Es complicado. Nunca leía mis cartas, aunque en perspectiva, debo decir que yo tampoco sé si las hubiera leído.
Varias voces interfieren entonces, asumo que de profesores por los términos académicos que se incluyen en la conversación. Pero ya había dejado de prestar atención. No sé cuándo he comenzado a contener la respiración ni cuando mi estómago ha decidido cerrarse en banda, pero si algo sé es que la Señora Ianson tenía razón, fui una de las razones por las que Noah se marchó hace más de un año.
*****
Al menos ha parado de llover. Compruebo la hora en la pantalla del teléfono para luego devolver las manos a los bolsillos de mi abrigo. Son las dos de la mañana en punto, hace un frío que pela y apenas pasan taxis. Iríamos en metro, pero Keegan, que ahora canta una versión desafinada de "I'm Singing in the Rain" de Gene Kelly, ha bebido más de la cuenta y no nos apetece llamar la atención para que nos asalten en mitad de la noche.
Por fin, un taxi clásico amarillo se detiene frente a Alanah. Como puedo, convenzo a Keegan de montarse en el vehículo mintiendo con que vamos a ver el musical "Chicago". Dejo que se apoye en mi hombro y, con Alanah, conseguimos llegar hasta la puerta, pero antes de entrar, él se detiene a oler su cabello.
—Tu pelo huele a avellanas...—Keegan arrastra las palabras— y me gustan mucho las avellanas.
—Vaya, eso de mezclar sí que te ha sentado fatal. —sonríe Alanah algo sonrojada sentándose a su lado—Intenta no vomitar en el taxi.
¿Debería hacerle una foto para conmemorar este momento? Al menos ha conseguido pronunciar las palabras "me gustas" y "Alanah" en la misma frase. Vamos avanzando, supongo.
Procedo a seguir los movimientos de Alanah cuando una voz conocida menciona mi nombre. Al darme la vuelta, encuentro a Noah alzando una mano saludándome. Antes, desde el pasillo, no me había fijado, pero va vestido con traje y corbata, demasiado formal para la ocasión.
—¿Ya os vais? —pregunta dando un par de pasos.
—Noah...—mi cuello se tensa inevitablemente—Keegan no se encuentra muy bien que digamos y yo tengo examen el lunes así que... ¿Te ha invitado el Señor Tormund?
—Algo así. Quiere que me matricule en la Universidad de Nueva York en otoño. Tengo una entrevista el lunes con el decano de la facultad, supongo que la obra era una excusa para que viniera.
—Vaya, es... genial, me alegro por ti.
—En realidad, aún no sé si voy a tomar esa opción—termina dirigiendo sus pupilas a la acera mojada.
—Yo creo que ya lo has decidido. Solo hay que verte. —elevo las comisuras revisando su traje de punta en blanco—Corbata azul y mocasines a juego. Es evidente que quieres esa plaza, Noah. Hace un año, hiciste ese viaje porque querías descubrir quien eras, puede que ya lo hayas hecho.
—No quiero equivocarme. Y no sé si quiero dejar Boston todavía.
—Ya lo dejaste una vez, ¿cuál es la diferencia? —me encojo de hombros.
En ese momento el taxista con voz ronca ante mi tardanza suelta un "Oiga, ¿va a subirse o no?". Le doy la espalda dispuesta a entrar en el coche cuando Noah decide utilizar su última carta.
—Tú te quedaste.
Me planteo si esa frase es una declaración o una excusa para no afrontar las mil variables que evade constantemente. Veo como Alanah rueda los ojos y Keegan para de reírse por un instante. Vuelvo a girarme parar encararlo.
—La primera vez también estaba en Boston y decidiste marcharte, sin despedirte. —mantengo el contacto visual—No sé qué tiene que ver eso ahora.
—Porque da igual lo que haga. Todo parece complicarse entre nosotros independientemente de la dirección que sigamos.
—No puedes tomar decisiones de este tipo en base a lo que sientas por alguien. —alzo la voz frunciendo el ceño—Las relaciones cambian, constantemente, pero tu futuro profesional depende de las que tomes en este instante. Y si yo soy una de las razones por las que prefieres anteponerlo, entonces ya tienes tu respuesta.
—¿Y por qué no puedo priorizarte? ¿Por qué no podemos elegir esto?
—Porque no debería ser tan difícil. ¿No te das cuenta? —bajo el tono tratando de amenizar la situación—Antes pensaba que dar el paso sería tan fácil como bailar bajo la lluvia. Ahora siempre llevo un paraguas por precaución.
—¿Y si lo fuera?
—No somos la excepción a la regla.
Declaro apretando los labios. Entonces, sin pensarlo dos veces, saco del bolsillo del abrigo el llavero de la Torre Eiffel que Noah me regaló en las Navidades y que había guardado desde entonces. Es hora de avanzar.
—Pensaba que Alanah...—murmura alzando las cejas antes de volver a mirarme—La tenías después de todo este tiempo.
—Le pedí que no te lo dijera. Estaba enfada y... En parte agradezco que así fuera por todo lo que ocurrió después. —me acerco a él sosteniendo su mano y acabo depositando el llavero en ella. Suspiro en silencio al perder el contacto con ella—Si vas a la entrevista o no, no quiero convertirme en la razón por la que te vayas, ni tampoco por la que decidas quedarte.
Me alejo de Noah y veo como cierra la palma antes subirme al taxi de vuelta al apartamento de Joan.
*****
¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Entendéis a Kara? ¿Vosotros habríais leído las cartas o, por el contrario, las hubierais devuelto sin abrir? ↓ Os leoooo ↓
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