▪ NUEVE ▪
Enero de 2015
El caos instaurado por Alexandra se disipó dos días antes del inicio de las clases. A pesar de estar registrada en uno de los mejores hoteles de la ciudad, insistió en alojarse en la residencia Ianson sin siquiera ser invitada y con todo lo que su presencia conllevaba.
A consecuencia, el prometido de mi madre convirtió el sofá del salón en su nueva cama. ¡Cualquiera le dice que no a mi madre! Pasaron de ser los tortolitos de la pista de baile a la máxima representación de la abstinencia: "ni me mires, ni me hables, ni me toques".
En realidad, entiendo al Señor Ianson. Su exmujer puede resultar muy convincente y es difícil decirle que no. Era divertido ver como sacaba de quicio a su hija por cada mínima cosa que hacía o criticar a Noah por ser tan extremadamente frío con ella.
Ni siquiera avisó de su vuelta a Roma. Dejó un mensaje en el contestador minutos antes de embarcar de vuelta a su querida Italia sin previo aviso. Yacob se encerró en su habitación, Alanah regresó a la Washington acostumbrada a las idas y venidas de su madre y fue la única vez que Noah no estuvo orgulloso de llevar la razón.
Creo que empiezo a entender su distanciamiento con el mundo. Su madre siempre se ha comportado de esa forma, incluso antes del divorcio, por lo que me dio a entender Alanah. Aparecía y desaparecía según se le antojaba y a sus hijos les traía por la calle de la amargura.
En cuanto a mí, he retomado la mala costumbre de morderme las uñas tal castor con un trozo de madera. Y todo gracias a Samantha, quien se dedica a amargarme la existencia cinco días a la semana.
A primera hora han anunciado la convocatoria de las elecciones al Consejo Estudiantil en el gimnasio. Los votos se colocarán dentro de una urna transparente que se guardarán en el despacho del subdirector. El recuento de votos será realizado por el Señor Barlowe, y un estudiante aleatorio para comprobar su veracidad.
—Señorita Abbot—pronuncian a mi lado.
Al apartar la vista de la ventana, me percato de la presencia del Señor Tormund observándome a través de sus gruesas gafas a cierta distancia.
—¿Se encuentra bien? —continúa.
El aula está vacía y el reloj encima de la pizarra marca las diez pasadas. Ni me he dado cuenta de que la clase hacía tiempo que había finalizado. Me levanto apurada cerrando el cuaderno de apuntes y apilándolo junto al libro de texto.
—Disculpe, he perdido la noción del tiempo.
¡Qué vergüenza!
—Antes de que se vaya quería comentarle acerca de su último examen. —me indica a la vez que saca un pañuelo y comienza a limpiar sus gafas—El primer semestre lo finalizó con buenos resultados, sin embargo, su último examen dista mucho que desear.
—He estado distraída últimamente. No volverá a ocurrir.
—Creo que puede alcanzar una buena media en esta asignatura, por lo que le he pedido al Señor Ianson que sea su tutor hasta que sus notas mejoren.
—¿Disculpe?
¿He oído bien? ¿Noah?
—Tengo grandes expectativas con usted Abbot. Estaré pendiente de sus avances—concluye llevándose consigo la fuerte colonia que desprende.
¡Esto es un completo desastre!
Los pasillos comienzan a llenarse de estudiantes de camino al gimnasio. Espero aferrándome a los libros de texto frente a la clase de física avanzada del segundo piso. Nada más sonar el timbre, aparto los dedos de mis dientes. A este paso los dejaré en carne viva. Los alumnos comienzan a salir y por fin consigo localizar a Noah entre ellos.
Mi presencia parece pillarle por sorpresa. En parte me gustaría que dejase de poner esa cara de idiota cada vez que me ve en el instituto, literalmente, nos vemos todos los días a la hora de la cena.
Le hago una seña con cautela para que nadie se percate. Me dirijo al pasillo junto a la sala de música, a estas horas vacío, esperando que el hombre de hielo haya captado mi mensaje.
Tal como esperaba, aparece segundos más tarde portando un cuaderno bajo el brazo.
—No puedes darme clase. —le intercepto—Dile al Señor Tormund que te es imposible por el horario o el equipo de lacrosse.
Noah arquea las cejas.
—Pensaba que lo necesitabas. No me importa si es lo que...
—No todo se centra en ti. —lo interrumpo firme. Bajo el tono de voz—Tan solo haz lo que te pido. Cuantos menos tiempo pasemos juntos, mejor.
—Kara...
No dejo que acabe la frase, pues me alejo de él integrándome con el resto de mis compañeros.
Tras depositar mi voto en la gran urna de cristal bajo la atenta mirada de Samantha y September, acudo como cada viernes al teatro. Como ayudante del Señor Barlowe, debo estar pendiente de que el guion sea recitado correctamente por el reparto de actores.
Contemplo, de reojo, la que será su gran obra desde las butacas de terciopelo. Sus alumnos practican bajo los focos en el escenario una de las escenas más importantes de la función. Sin embargo, yo solo puedo centrarme en la bandolera de cuero del profesor. Es ahora o nunca.
—Señor Barlowe, ¿le importa si voy un momento al baño? —pregunto a sus espaldas.
Asiente antes de continuar corrigiendo a los actores. Mido muy bien mi siguiente movimiento y, aprovechando la distracción, finjo tirar la bandolera en cuestión.
Me disculpo apurada, pero mi profesor parece restarle importancia. Una vez se da la vuelta, tomo prestado el llavero en su interior que incluye la llave del despacho del subdirector.
Subo las escaleras hacia el primer piso. A estas horas no hay un alma, salvo el club de teatro. Aprieto la mandíbula frente a la puerta prohibida repitiéndome que es la mejor opción, y segundos después entro en la sala a oscuras.
Quince minutos más tarde regreso al sótano. Pero antes de entrar, me encuentro a Keegan portando un árbol de cartón.
—Por fin has vuelto, el Señor Barlowe quiero que usemos la decoración del año pasado para el ensayo—baja su vista a mi mano cambiando su expresión de inmediato.
Automáticamente, lo escondo detrás de mi espalda.
—¿Qué haces? —deja el árbol a un lado.
—Nada.
—Kara, te podrían expulsar, por esto—baja la voz tratando de contenerse.
—No sé de qué me hablas. Llevo mucho tiempo fuera, debería volver.
Paso a su lado. No puedo mirarlo, pues sé que de hacerlo tardaría cero segundos en desvelarle la verdad, y no puede haber más implicados en esta historia.
*****
Horas más tarde, la familia Ianson, mi madre y yo nos reunimos a cenar. La tablet del Señor Ianson está colocada en el centro de la mesa con Alanah en la pantalla. Es la rutina de cada viernes, cenamos por videollamada relatando los acontecimientos de la semana.
Me dedico a marear el tenedor en el puré de patatas ajena a la conversación. El timbre nos interrumpe en mitad de la cena. El Señor Ianson se levanta limpiándose las comisuras con la servilleta, y revisa la hora en su reloj de muñeca.
—Cielo, ¿estás bien? Apenas has probado bocado—mi madre posa su mano sobre mi antebrazo.
—Estoy cansada. Solo es eso.
Me apoyo en el respaldo de la silla hasta que el prometido de mi madre reaparece en escena.
—Kara, este chico pregunta por ti—anuncia el Señor Ianson detrás de mí.
Al darme la vuelta me encuentro a Keegan cabizbajo con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros. Alanah le pide a Yacob que gire la Tablet en dirección al "no invitado" mientras Noah y yo cruzamos miradas. ¡Tierra, trágame!
—¡Keegan! No sabía que ibas a venir. Kara no me había dicho nada. —exclama mi madre dándole un abrazo—¿Cómo está tu madre?
—Trabajando como siempre—responde pasándose la mano por su cabello.
—Hola, soy Alanah—interviene acercándose a la pantalla—¿es una camiseta de Pearl Jam?
Keegan mira su ropa algo incómodo ante tantas atenciones.
—El mejor grupo de todos los tiempos—le dedica una amplia sonrisa.
Su gesto se difumina en cuanto reconoce a Noah al otro lado de la mesa. El hombre de hielo se mantiene como una estatua.
—¿Te apetece quedarte a cenar? —continúa mi madre.
—No, no puede. —intervengo apurada—Iba a dejarle unos apuntes de historia, lo había olvidado. Sígueme, Keegan.
Casi lo empujo para que suba las escaleras hasta el segundo piso, alejándole lo máximo posible de los Ianson. Nada más entrar en mi dormitorio, cierro la puerta.
—¿Es que te has vuelto loco? ¿Qué narices haces aquí? —bajo la voz.
—¿Por qué está Noah aquí?
—¿Y eso qué más da? ¿Cómo me has encontrado?
—Mya me lo contó. También me dijo que me llevaría una sorpresa y en verdad lo ha sido.
—Tienes que irte. —busco mi cuaderno de historia en el escritorio y se lo doy—Ya me lo devolverás el lunes.
—Kara, estaba preocupado por ti. Sé que no debería inmiscuirme, pero si necesitas ayuda, puedes decírmelo. Sea lo que sea, estaré aquí.
—Ya te lo dije. No sé de qué estás hablando.
—Mírame y dime que no te colaste en el despacho del subdirector y alteraste los resultados de las elecciones.
Me armo de valor para que no se me quiebre la voz y rompa a llorar.
—¿Es Noah? ¿Te ha obligado a alterar los resultados para favorecer a su novia?—continúa.
—Solo te lo diré una vez. No es asunto tuyo. Ahora márchate.
Abro la puerta y me echo a un lado. Respira hondo y recorre el camino hasta el pasillo.
—Espero que haya merecido la pena.
Veo como baja las escaleras cabizbajo desde el marco de mi puerta. El chico de la discordia se cruza con él al subir y, sin decirse nada, cada uno prosigue su camino. Noah clava sus ojos en mí y antes de dejarle pronunciar mi nombre, cierro la puerta del dormitorio.
*****
Probablemente haya dormido menos de cuatro horas. El insomnio no es bueno, pero tampoco puedo hacer mucho por remediarlo. Doy vueltas a la habitación como una posesa, expectante a que ocurra algo que cambie todo, un giro de ciento ochenta grados que parece no llegar.
Hoy es sábado, y el primer partido de la temporada de lacrosse entre institutos. En realidad, no somos muy buenos, y con Noah este año en el equipo no ganaremos ni en broma.
Llegué a primera hora de la tarde para ayudar a Joan con el equipo de sonido para el partido. Montamos los altavoces cerca de las gradas a la vez que varios alumnos colocan globos, banderitas de los colores del equipo y guirnaldas junto a las vallas. Encuentro a Keegan en el puesto de comida asegurándose de que todo funcione correctamente.
—¿Me vas a contar qué os pasa, o vamos a seguir fingiendo que todo va bien? —me pregunta Joan.
—¿Te lo ha contado? —trago saliva.
—Me dijo que habíais discutido, pero no por qué.
—No es nada. —cojo unas cajas de cartón finiquitando la conversación—Voy a tirar esto.
Sobre las cinco de la tarde las gradas se han llenado de estudiantes, padres y profesores. El Señor Ianson me saluda con la mano junto a Yacob. Me limito a sonreír esperando que nadie se haya dado cuenta. Mi madre tenía un juicio, lo que ahorrará muchas explicaciones innecesarias.
Los focos iluminan el campo verde. Las animadoras comienzan el espectáculo agitando sus pompones a la vez que los miembros del equipo discuten las jugadas que emplearán. Jugamos contra los Halcones de Boston, y todo dependerá del jugador estrella del equipo, el ex de Sept, un cabeza hueca que por su gran complexión ganaron la temporada pasada.
Unas chicas saludan a Noah desde las gradas e instantáneamente Samantha las fulmina con la mirada. ¿A quién quiere engañar? Acto seguido sube las escaleras hasta el señor Ianson y Yacob acompañada de una mujer rubia vestida elegantemente. Es entonces cuando me doy cuenta de quien se trata. Es la madre del niño que le hizo la zancadilla a Yacob.
Ahora entiendo por qué Samantha sabía que Noah y yo vivíamos juntos. Mi madre suele acompañar a Yacob y al Señor Ianson los sábados a los partidos de fútbol. La víbora solo tenía que sumar dos más dos.
Antes de comenzar el partido, el subdirector se posiciona tras el micrófono en medio del campo. Los asistentes se quedan en silencio esperando el resultado de las elecciones. Samantha regresa con su equipo y en un círculo, se dan las manos cerrando los ojos.
—Bien, seré breve. Me complace anunciar que la ganadora de las elecciones para el consejo estudiantil es Samantha Hills. ¡Enhorabuena!
Las animadoras felicitan a su jefa entre abrazos y fotos que luego colgarán en redes sociales. El resto de los alumnos aplauden desganados ante el resultado. Los sondeos, según el periódico estudiantil, apuntaban a September como clara ganadora, nadie entiende qué ha podido pasar, o más bien quien.
El partido comienza con el silbato del árbitro. Observo como Samantha baja las gradas desde el otro extremo mostrándome sus afilados dientes victoriosa. Decido seguirla esquivando a padres y alumnos centrados en el juego. Al llegar al aparcamiento la pierdo de vista.
—¿Cómo ha podido ganar Samantha? —preguntan a mis espaldas.
Al girarme me encuentro a Joan de brazos cruzados. Escuchamos la multitud al fondo.
—Habrá sido un golpe de suerte.
—¿De suerte? Kara, ¿de qué va todo esto? ¿Has tenido algo que ver en el resultado de las elecciones?
Ni siquiera sé qué decir. Me avergüenzo de haber hecho algo así, pero era necesario. Antes de poder contestar, la víbora aparece entre las sombras.
—Me ofende la duda. —interviene—¿Por qué no se lo cuentas, Kara? Cuéntale como amañaste las elecciones por miedo a que os descubran.
—¿De qué está hablando? —inquiere Joan.
—Noah y Kara viven juntos porque sus padres van a casarse, ¿o es que no te lo había contado?
—Basta—la encaro.
—¿Has hecho que Sept perdiese para que no supiesen que vives con Noah? Dime que no has antepuesto al chico que te gustaba a tu mejor amiga.
—No es eso. Déjame explicarte...
—Tuviste tiempo para hacerlo. —me interrumpe—Me voy con Sept.
Retrocede hasta marcharse.
—Hasta a mí me ha dolido—pronuncia Samantha.
—Ya he hecho lo que me pediste. Ahora borra el video.
—Nunca dije que lo borraría, solo que no lo difundiría.
—Pero he hecho lo que querías. Teníamos un trato.
—¿Y quién va a creerte cuando solo das problemas? Seguramente por eso tu madre seguía yendo a terapia cuando te fuiste a Londres. ¿Qué crees que pasará cuando se case? Nadie quiere juguetes rotos. —hace una pausa—Te avisaré cuando necesite algo.
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