▪ DOS ▪

Estoy de pie frente a la mujer que ha desencadenado todo esto. Y oigo su historia. De cómo una reunión para padres divorciados se convirtió en doce citas y una pedida de mano a principios de verano.

Junto a la puerta principal, el señor Ianson despide a los últimos invitados de su fiesta. En las escaleras hacia el segundo piso, Alanah y Noah permanecen en silencio. Ni siquiera me había planteado lo que este nuevo orden significaría. Mi antiguo, y erróneamente, amor platónico y yo seríamos casi familia. ¡Menuda vuelta a casa!

—¡Es una locura! Me niego rotundamente—alzo la voz.

—Kara, sé que los cambios no son fáciles, pero no estabas segura de Londres y ha resultado ser una experiencia de lo más enriquecedora. No tardarás en adaptarte—su tono es calmado, pero eso solo consigue enfadarme más.

—¿Adaptarme? ¡No pienso mudarme a esta casa! No puedes obligarme.

—Kara...

—En todo este tiempo, ¿no se te ocurrió contármelo? ¿Cuándo decidiste que ya no formaba parte tu vida?

—No vayas por ahí. —advierte señalándome con el dedo índice—Ya te lo he explicado, era lo mejor para ti.

—¿Lo mejor para mí era montar este circo? ¿Tienes idea de lo ridícula que me siento?

Su prometido se posiciona a su lado.

—Kara, tu madre y yo solo pensábamos en lo mejor para ti. Entiendo que no ha de ser fácil lidiar con una nueva vida, y te cueste aceptarlo, pero créenos cuando decimos que lo hicimos por tu bien.

—Disculpa, ¿pero desde cuándo tomas tú las decisiones sobre mí?

Era lo que me faltaba. Que un extraño tomara las riendas de mi vida. Juntos parecen la pareja perfecta y, se complementan como si creyeran haberse convertido en ella. Sin importarles a quien hayan arrastrado por delante. ¿Cómo pueden las personas cambiar tanto en un año?

—¡Kara! —mi madre me llama la atención.

—Me voy a dormir con Mya.

Mi prima, quien dormitaba a pierna suelta en el sofá del salón desde hace media hora, se incorpora entusiasmada.

—¿Nos vamos de fiesta? —pregunta.

—¡No! —mi madre y yo alzamos la voz a la vez.

—¿Y quién se va de fiesta? —continúa.

—Mya, vuelve a dormir. —le ordena mi madre. Vuelve a dirigirse a mí—No vas a ir a ningún sitio. Las decisiones las tomo yo, no tú. Entiendo que esto te resulte difícil, pero como todo, es cuestión de tiempo.— Rrespira hondo y mira a la hija del Señor Ianson—Alanah, ¿podrías enseñarle a Kara su habitación? Ha sido un vuelo largo y querrás descansar.

—Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedírnosla—añade el señor Ianson tratando de aliviar la tensión generada.

¿Y ya está? ¿Dónde está la democracia y el derecho a voto? Pensaba que era un país libre.

—Ven conmigo Kara.—Me dice Alanah acercándose—Podemos subir las maletas mañana.

*****

He pasado la mayor parte del fin de semana viviendo entre el espacio de la cama y el pequeño balcón del dormitorio que comparto con Alanah. He salido a correr a primera hora de la mañana para no perder el hábito, y conocer de alguna forma el vecindario. El adosado se encuentra a menos de diez minutos del Boston Common, el parque más famoso de Boston, y al que iba a jugar al béisbol con mi padre cuando era niña. Aunque de eso hace bastante.

Alanah, salvo por su obsesión con el orden y las interminables videollamadas con su novio en mitad de la noche, ha resultado ser una compañera de habitación excelente. Lástima que se marche a Washington en menos de un mes.

El pequeño de los Ianson, Yacob, un niño de unos nueve años, puede llegar a parecer invisible. Lo único que denota su presencia es un pequeño camaleón verde que pasea por la casa sobre su hombro. Creo que Alanah es la única razón por la que no me ha atacado mientras dormía. Esos ojos saltones no pueden traer nada bueno.

Visité a Oli al día siguiente de volver. Como siempre, yo era la única que hablaba mientras él solo se hartaba a escucharme. Creo que encontraría divertido este caos instaurado, y más aún verme desquiciada evitando a mi madre y su discurso de "tengo razón porque lo digo yo".

Hoy comienzo el penúltimo curso del instituto. Me he duchado casi al alba, y he tomado una manzana de la horrenda fuente de cristal de la cocina. Ni siquiera me despedí de mi madre o de su prometido, quien se esfuerza demasiado por caerme bien. No quiero parecer una adolescente repelente, pero no llevo bien los cambios. Y el tema espacio personal es un concepto que no resulta familiar en esa casa.

El mapa del móvil será mi aliado de camino al instituto. Antes tardaba quince minutos andando, ahora media horaen una lata que quiere batir el récord del tren más caluroso de la ciudad.

Llego a mi parada entre el sofocante bullicio de primera hora de la mañana. Salgo de la estación sujetando el móvil con la boca mientras anudo el pelo en un moño bajo. Una vez he acabado, me dispongo a dar un bocado a mi desayuno cuando alguien me interrumpe.

—No deberías morder eso—dicen tras de mí.

Giro sobre mis pies topándome con Noah. Al igual que yo, va vestido con el uniforme de corbata roja y chaqueta azul marino. Algo que resalta sus ojos del mismo color. Podría ser una de las razones que hacen honor a su apodo, sin embargo, se debe a su carácter glacial, arisco y solitario. Siempre me recordó a un iceberg en medio del océano. Su característica cara de pocos amigos, marca de la casa, es un ejemplo de ello.

—Es artificial. Poliestireno—aclara.

—Por eso era tan ligera. —aparto el objeto de mi boca—Menuda estupidez gastarse el dinero en esto.

—Se lo diré a mi padre en cuanto lo vea—pasa por mi lado sin interrumpir su camino.

—¿Qué? No, espera.

—Por cierto—se detiene de golpe.

Casi me choco de bruces contra él. Automáticamente, da un paso atrás. El contacto físico nunca ha sido de su agrado, al menos eso dicen, y, sin embargo, es uno de los chicos más populares del instituto. Aunque una cosa no quita la otra. Supongo que para algunas chicas eso lo hace más deseable, el mundo al revés.

—Creo que estaremos de acuerdo en que uno de los mayores pasatiempos de los adolescentes son los denominados chismes o habladurías—continúa sin mostrar un cambio en su expresión.

—Bueno, técnicamente.

—Y tú y yo tenemos una historia.

—¿Disculpa? —abro los ojos aún más.

Mis latidos aceleran el ritmo a la vez que les ordeno calmarse. Todos tomamos malas decisiones alguna vez, o al menos sin pensar en las consecuencias. ¡No quiero ni recordarlo!

—Por ello creo que deberíamos considerar la posibilidad de coexistir en el mismo espacio sin que se conozca la nueva relación que puede llegar a unirnos.

¿Coexistir? Ni que fuésemos especies diferentes. ¡Esto es el colmo!

—Pensaba que no te importaba lo que pensaran los demás.—me cruzo de brazos— Supongo que todos tenemos inseguridades.

—Prefiero evitar riesgos innecesarios. Si no tienes nada que objetar—me extiende la mano.

—¿Qué haces?

—Hemos hecho un trato. Es lo que procede.

"Si no tengo nada que objetar". Acaba de insinuar que soy un estorbo en su vida y casi que le avergüenza que le relacionen conmigo. ¿Es que acaso hay alguna forma de tomárselo bien? No lo creo.

Me preparo para mandarle a tomar viento fresco cuando escucho mi nombre a lo lejos. September y Joan alzan emocionadas los brazos a unos metros de distancia. Aprovechando la distracción, Noah ha escapado. Pensándolo mejor, puede que montar el numerito cerca de la entrada al instituto no sea lo más indicado.

Nada más encontrarme con mis amigas nos fundimos en un abrazo. Sept es la chica más alta del curso y el polo opuesto de Joan. No tienen nada que ver, lo que ama una lo odia la otra, son como el perro y el gato. Incluso en el amor, una se enamora demasiado rápido y la otra prefiere el "si te he visto no me acuerdo", y, aun así, hacen el tándem perfecto. Como lo del color del pelo, una apuesta ridícula llevó a Joan a teñirse con mechas azules sobre su cabello negro, algo que le favorece y que ha repetido año tras año. Sept, a pesar de ganar, se tiñó de un rosa pastel que es la representación gráfica de su forma de ser, una romántica empedernida nata.

—Prométeme que no volverás a marcharte. No podría soportar a Joan sin refuerzos de nuevo. —dice Sept.

—Claro, porque soportar tu mal de amores es mucho más ameno—replica Joan.

—¿Qué hacías hablando con Noah? —pregunta Sept—¿No me digas que habéis arreglado vuestras "diferencias"?

—Claro que no. Tenemos que hablar—digo bajando la voz.

Tras recorrer la avenida principal a pie, llegamos al instituto. El edificio sigue intacto como lo recordaba. Las columnas blancas recorren las impecables paredes de ladrillo rojizo hasta el techo, donde una gran pancarta decorada con letras mayúsculas nos da la bienvenida para el nuevo curso. El hombre de mantenimiento pasa un cepillo enjabonado por las ventanas de la primera planta y el jardinero recoge las primeras hojas caídas del otoño.

Al pasar cerca del aparcamiento. veo al subdirector hablando con dos policías señalando un coche blanco con varias abolladuras en un lateral. Es increíble que siga ocultando su calva con un peluquín de lo más desfavorecedor.

Tras saludar a varios compañeros de camino a clase, he reunido al comité de emergencia junto a la ventana de clase. Miro de lado a lado antes de sentarnos en los pupitres. Les cuento la historia del nuevo novio de mi madre, la mudanza y mi cara de idiota al descubrir que va a casarse y que el hijo de su prometido es Noah Ianson Una vez he acabado se miran en silencio entre ellas.

—¿Qué? —repiten al unísono.

—¿Queréis bajar la voz?

Por suerte el resto de la clase sigue a su rollo. Me niego a volver a ser la comidilla del instituto. Una vez y no más, gracias.

—No sé cómo lo haces, pero siempre te acaban pasando este tipo de cosas—dice Joan apoyada en el respaldo de la silla.

—¿Qué mi madre se mude y se vaya a casar con otro tío sin decirme nada? —pregunto en voz baja.

—No. Que vaya a casarse con el padre del chico por el que estabas pillada. Es decir, ¿qué probabilidades había?

—¿Qué parte de "sé discreta" no has entendido? No podéis contárselo a nadie.

—A lo mejor no es tan malo. Puede que sea una señal. —Sept se sienta sobre el pupitre.

—Me humilló delante de todo el instituto—prosigo.

—En realidad él no hizo nada.

—¿De qué lado estás?

—¡Pero si es verdad! Lo que tienes que hacer es pasar de él. —coloca sus manos sobre mis hombros—Eres una mujer fuerte e independiente.

—Me mantiene mi madre.

—Te dije que tenías que alinearte los chacras—dice Joan.

Se retoca el pintalabios granate con la ayuda de un espejo de bolsillo. El timbre suena dando inicio a la clase. Apoyo la cabeza sobre el pupitre, ni siquiera he empezado el curso y ya quiero que acabe.

El Señor Yamazaki, mi profesor de historia, entra en la clase. La mitad de los papeles se salen de su maletín mal cerrado. Una gran mancha de café decora su camisa. Apostaría el dinero del almuerzo a que olvidó peinarse antes de salir de casa. Es un completo desastre, supongo que por eso me siento identificada con él.

—Buenos días y bienvenidos a vuestro penúltimo año—deja sus bártulos sobre la mesa de madera.

—¿Quiere un café, Señor Yamazaki?—pregunta Vaughan.

Es el gracioso de turno y curiosamente el ex de September. Definitivamente, nunca eliges de quien te enamoras.

—¿Piensa aprobar esta asignatura este año? El balón. El chico se lo lanza desganado—Los demás, página doce.

La puerta del aula se abre y un nuevo alumno entra en escena. El chico de cabello oscuro, tez tostada y ojos verdes capta todas las miradas.

—Disculpe, ¿Señor Yamazaki? Soy André Carvalho, acaban de admitirme—anuncia cerrando la puerta a su paso.

—Por supuesto, pase—le indica antes de retomar la clase.

—Joder—murmura Joan ocultándose tras su archivador.

—¿Qué haces? —pregunto desde el pupitre situado a su izquierda.

Sept sonríe sentada delante de Joan.

—No puede ser.—dice llevándose una mano a la boca—¡Es el mejor día de mi vida!

—¡Cierra el pico!—le ordena apurada.

—Es el tío de las mil y una noches. El ligue de verano de Joan—aclara Sept.

—¿El del bar de la playa? Es muy mono.

—¿Qué hace él aquí? Debería estar en la otra punta del mundo—continúa ocultándose tras la carpeta roja.

—A lo mejor quería una ronda más—respondo burlona.

—Creo que vas a poder preguntárselo—indica Sept.

El nuevo alumno camina hacia nosotras. Casualidades de la vida, el único sitio libre es el que está delante de mí y, por ende, a menos de dos metros de Joan. André nos saluda confundido por el gesto de mi amiga. De repente la clase se ha vuelto la mar de interesante.

*****

A la hora de comer bajamos a la cafetería abarrotada de alumnos hambrientos. Nos sentamos en una de las mesas circulares y aprovecho para repasar la interminable lista de tareas en mi agenda. Gracias al programa de intercambio, me veo obligada a cursar la mitad de mis asignaturas en clases avanzadas. Si biología es como las demás, creo que apenas veré el sol este año.

Joan prepara una maqueta de música electrónica desde su portátil. Tiene un don, en realidad es una excelente violonchelista, pero se niega a parecerse a su madre. Así que rehúye de la música clásica. Según ella, no está hecha para las futuras generaciones.

Veo a September caminar de hombros caídos. Acaba sentándose, a mi lado, derrotada.

—¿Qué tal la prueba de las animadoras? —le pregunto.

—Le di un puñetazo en el ojo a la capitana.

—¿Qué?

—Fue sin querer. Estuve practicando los giros todo el verano y ¡zas!, en todo el ojo. No me retirarán la beca de estudios por esto, ¿verdad? La madre de Samantha es la presidenta de la asociación de padres.

—Se lo tiene merecido, es una arpía—añade Joan.

De reojo, veo como James, el hermano pequeño de Sept se acerca junto a un grupo de chavales de su curso, incluido el exnovio de la jefa de animadoras.

—Ya me han contado tu metedura de pata hermanita, nunca mejor dicho.

—¡Piérdete, enano!

El grupo se marcha entre risas. Cuando me fui, James era encantador. Ahora parece un idiota redomado, acentuado por ese tupé engominado, nada favorecedor. ¿Cómo puede estar con esa gente? Sept me contó que entró en el equipo de fútbol el semestre pasado y que a partir de ahí su relación había cambiado.

Acaricio la cabeza de mi amiga.

—No todo está perdido Sept, al menos hasta que salgan las listas oficiales. ¿Quieres que te traiga la comida?

—Menú vegetariano, por favor—me tiende la tarjeta de estudiantes.

Me dirijo hacia la fila al otro lado de la sala. De repente oigo un ¡Cuidado!, detrás de mí. Al girarme parte de la bandeja de comida de un alumno cae contra mi ropa. Al menos no quema.

—Lo siento mucho—se disculpa el alumno de noveno—resbalé contra la pelota y...

—No te preocupes, ha sido un accidente—cojo varias servilletas del mostrador.

—¡Pelea de comida! —grita Vaughan al fondo.

La cafetería se convierte en una batalla campal. ¡Menudo imbécil! Los alumnos utilizan las mesas de fuerte, las albóndigas vuelan por los aires y masas de espaguetis con tomate quedan pegadas a las paredes. Nadie se ha librado del insultante desperdicio de comida.

Joan trata de tirarme un puñado de espaguetis, pero consigo agacharme a tiempo. Alzo la vista encontrándome con su rostro estupefacto. Al incorporarme veo medio plato de espaguetis sobre la camisa de Noah. Molesto, se quita la pasta lanzándola, sin querer, contra el traje del subdirector. La cafetería enmudece.

—¿Pero se puede saber que escándalo es este? ¡Que todo el mundo acuda a mantenimiento! Quiero verme reflejado en el suelo.

Los alumnos hacen lo ordenado y comienzan a abandonar la cafetería. Me doy la vuelta disimuladamente. Si no hago contacto visual, todo irá bien.

—Ustedes tres, no tan rápido. —dice el subdirector a mis espaldas—¿Por qué no me sorprende verlas en medio de este embrollo?

Mis amigas y yo cruzamos la mirada. Ni siquiera hemos empezado nosotras. Al menos esta vez.

—En realidad no es así. Verá, va a reírse—intervengo nerviosa.

—Estoy seguro de que la directora la escuchará atentamente. —me interrumpe—Señor Ianson, encontrará su primera y, espero, última visita enriquecedora a su despacho. Ha tenido usted un gran tino—se quita los restos de espaguetis del hombro y los estampa contra la espalda del hombre de hielo.

¡Menudo primer día!



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