▪ DIECINUEVE ▪

Junio de 2015

Un mes más tarde, llegó el tan ansiado final del curso y con él, el pistoletazo de salida para las vacaciones de verano, mis últimas como estudiante de secundaria.

Con el pelo recogido en una coleta algo despeinada por el calor, guardo en mi mochila los libros y apuntes que aún quedaban en mi taquilla. Despego medio folio con el horario dibujado y las fotos de la tapa de metal grisácea que me hice con mis amigos antes de irme a Londres, supongo que de eso ya hace bastante.

Los exámenes fueron una locura. Aún no sé cómo pude conseguirlo entre tanto alboroto. Reconozco sentir cierto pavor ante los del año que viene de cara a la entrada de la universidad, y que marcarán en gran parte mi futuro académico y profesional.

Sept capta mi atención dando saltos de alegría.

—¿Adivina quién ha sacado una matrícula en informática? —me muestra sus notas.

—¡Felicidades, Sept! Te lo mereces.

Mi mejor amiga se muestra entusiasmada tras ser aceptada en un campamento orientado a estudiantes de último año de instituto que quieran dedicarse al mundo de animación y robótica. En ese momento, Joan se une a la conversación.

—Saludos señoras. Observen este cuerpazo, porque en menos de cuarenta y ocho horas aterrizará en la maravillosa playa de Santa Mónica.

—Demasiado sol para mí. —me río—¿Cuándo vuelve tu padre?

—Mañana. Iremos a recoger a mi hermana a la universidad y después de eso, ¡hola moreno perfecto y paseo de la fama! Puede que incluso conozca a Leo DiCaprio.

—Si él huye de la ciudad, sabremos que así fue—dice Sept.

En ese instante, André, el estudiante de intercambio y ligue de Joan camina hacia nosotras con el cabello algo despeinado, supongo que por el entrenamiento de Lacrosse.

—Hola, André—saluda Sept con la mano.

André sonríe levemente y acaba por centrarse en Joan, como siempre.

—Hola, ¿podemos hablar? —le pregunta serio. Parece importante.

—¿Ahora? —se queja Joan—André, te lo dije el otro día. No tenemos una relación como tal, puedes liarte con quien te dé la gana este verano.

—Así que, sin compromiso, no somos nada...—baja la voz.

Parece decepcionado y, sin embargo, mi mejor amiga no parece percatarse de ello.

—Exacto. Escríbeme luego, podemos vernos antes de irme—le guiña un ojo.

Una vez se ha marchado, Sept y yo nos quedamos mirando a Joan buscando una reacción ante lo que acaba de suceder, pero solo obtenemos su habitual evasión con todo lo que rodea a André.

—¿Qué? Ya lo hemos hablado, seguimos en el instituto, no pienso atarme tan pronto.

—Lo que tú digas. —dice Sept—Por cierto, Kara ¿Has vuelto a hablar con Dorian?

—No desde la boda. Pero estoy bien, es decir, no estábamos hechos el uno para el otro. Fue lo mejor.

Al menos esa es la conclusión a la que llegué después de comer helado en cantidades industriales y escuchar a Taylor Swift en bucle. Creo que una parte de mí sabía que no era el indicado, pero no estaba preparada para dejarlo marchar tan pronto.

—Tendré el móvil encendido todo el verano. —dice Sept—Haremos videollamadas siempre que lo necesitemos, ¿de acuerdo?

Me despido de mis amigas en un abrazo grupal sin poder evitar derramar alguna lágrima. Al acabar, doblo el pasillo y subo las escaleras hasta la clase del Señor Tormund para conocer la nota final de la materia.

Al entrar en el aula, la mayoría de mis compañeros celebran victoriosos el aprobado, pero yo me hielo con solo ver el rostro de mi profesor enfocado en un periódico. Me acerco hasta su mesa tragando saliva. Mis manos comienzan a humedecerse y a temblar.

—Llega tarde, Abbot. Espero que el próximo año corrija su impuntualidad—dice sin apenas levantar la vista de su lectura.

¿Próximo año? ¿Es que acaso he suspendido? Eso es imposible, estudié un montón.

Al cerrar el periódico, me entrega el formulario de notas, nerviosa lo recojo con los ojos entrecerrados y poco a poco los abro hasta encontrarme con un notable alto. Respiro aliviada.

—Veo que su esfuerzo ha merecido la pena. —comenta mi profesor—El Señor Ianson estaba en lo cierto, tiene potencial.

Espera, ¿qué acaba de decir?

—¿Noah dijo eso?

—Si, por ello fue por lo que me propuso ofrecerse a darle clases particulares.

Recuerdo que, a principios de año, obligué a Noah a decirle al Señor Barlowe que declinaba la propuesta, cuando en realidad fue él quien tomó la iniciativa. En verdad quiso ayudarme y no por un estúpido trato.

—Espere, no entiendo nada. Pensaba que usted se lo impuso.

—¿Por qué iba a hacerlo? —se levanta de su asiento— Tiene suerte de tener a un compañero como el Señor Ianson, incluso a pesar lo acontecido durante este curso.

****

Tras veinte minutos de trayecto en tren, llego a casa. El aire acondicionado me refresca nada más entrar, ¡este calor es insoportable! Dejo la mochila en el recibidor cuando veo a mi madre salir de la cocina portando un vaso de café con hielo.

—Kara, ¿ya has hecho las maletas? Tu padre llegará en una hora—dice dejando el vaso en la cómoda junto a las escaleras.

—Estoy en ello. ¿Es verdad que Mya viene con nosotros?

—Tu tía cree que necesita conectar con la naturaleza. Al final solo es una excusa para disfrutar de su cuarta luna de miel. Veremos a ver cuánto duran esta vez. —menciona quejándose de la esnob de su hermana—Por cierto, ¿qué tal química?

—¡Notable alto!

—¡Eso es estupendo, cariño! —exclama rodeándome entre sus brazos— Cuando vuelvas de la casa de tu padre, iremos a celebrarlo. —se separa acariciándome el pelo—Sé que me dijiste que en otoño te mudarías con tu padre y si esa es tu decisión, la aceptaré.

Asiento. Aún no me he decidido. Por una parte, pasar más tiempo con mi padre sería estupendo, pero no sé si quiero dejar atrás todo esto, por mucho que me chocara al principio. Creo que me he acostumbrado al ajetreo de esta casa.

Tras ello, subo hasta mi habitación. ¿He mencionado que odio hacer el equipaje? Bajo una maleta de lo alto del armario subida a una silla algo inestable. Al conseguir que toque el suelo, veo que aún conserva las pegatinas que colocaba para no confundir mi equipaje en los campamentos de verano.

Pasaré las vacaciones en la cabaña del lago de mi padre, haremos hogueras en la orilla y acampadas. Mya se viene este año, así que veremos cuánto dura sin apenas cobertura y rodeada de bichos.

Dejo la maleta sobre la cama, y comienzo a meter la ropa con perchas incluidas. Busco entre los cajones de mi escritorio el cargador del ordenador, el móvil y los tapones para silenciar los ronquidos de mi prima. Más vale prevenir que curar.

Oigo unos pasos en el pasillo, al alzar la vista veo a Noah saliendo de su dormitorio con un libro en la mano. Pienso en lo que me reveló el Señor Tormund esta mañana. Pienso en aquella conversación al amanecer en diciembre, en cómo me sentí la primera vez que bailamos o en la forma de decir que hago su vida más interesante.

Camino hacia la estantería buscando una caja en forma de libro de tapa dura roja y letras doradas. Al localizarlo en la segunda balda, lo abro descubriendo en su interior un diario del mismo color que escribí cuando tenía catorce años antes de marcharme a Londres.

Comienzo por ojearlo sin poder evitar dibujar una pequeña sonrisa en mi rostro. Aparte de escribir acerca del colegio nuevo tras mudarnos, de echar de menos a Oli y de quejarme de Mya, el ochenta por ciento consiste en dedicatorias efímeras para actores de los que estaba perdidamente enamorada.

Es entonces, cuando al llegar a la última página encuentro un sobre blanco con una carta, aquella que escribí para Noah.

Me siento en la cama, sin atreverme a abrirla. Recuerdo que me quedé despierta de madrugada, comprobando que fuese perfecta, sin errores ortográficos y con muchas pegatinas de corazones para dejar claras mis intenciones.

September me peinó con una trenza hacia un lado y Joan me obligó a usar colorete para "resaltar". Estaba hecha un manojo de nervios y ellas esperaron a mi lado hasta que acabara la clase de Noah para declararme.

Apenas le vi salir, extendí mis manos con aquella carta en la que era sincera y le mostraba quien era en verdad. Y aunque ahora sé que no la recibió por miedo, aún recuerdo su mirada esquiva ante mi propuesta y lo tremendamente avergonzada que me sentí después.

Al salir de mi habitación, contemplo el dormitorio de Noah. A pesar de todo, sigo preguntándome qué hubiera pasado si finalmente la hubiera leído, pero supongo que no podemos cambiar el pasado.

—¡Kara, tu padre ya ha llegado! Date prisa—oigo a mi madre llamarme desde la planta baja.

A los minutos, bajo por las escaleras arrastrando la maleta y una bolsa de viaje con cierta dificultad. El Señor Ianson y mis padres hablan animadamente mientras mi prima me observa de brazos cruzados.

—A este paso nos darán las uvas—se queja.

Termina colocándose unas gafas de sol y saliendo del adosado de morros. Gracias por ayudar, querida prima.

Mi padre, al verme, me saluda con un beso en la cabeza y recoge una de mis maletas para meterla en su vieja camioneta. Mi madre se acerca a mí con los brazos abiertos.

—Llámame cuando lleguéis. Acuérdate del repelente antes de dormir y que no se te olvide el protector solar, por favor.

Me despido del Señor Ianson antes de que busque privacidad para hablar por teléfono con Alexandra sobre el viaje de sus hijos. Pasarán el verano en la residencia de su madre en París como viene estipulado en la custodia

Yacob se levanta cabizbajo del sofá del salón junto a Noah. Sostiene el terrario de su querido Timothy entre lágrimas. Su padre me pidió si podía quedármelo el resto del verano para evitar las complicaciones de viajar con un camaleón en un vuelo trasatlántico. No me hacía mucha gracia al principio, pero tampoco puede ser muy complicado cuidarlo, ¿cierto?

Yacob hace un mohín sin apartar la vista de su fiel amigo.

—Te mandaré fotos y videos todos los días—le digo para animarle.

—¿Lo prometes?

Asiento.

Mi padre regresa por la bolsa de viaje y de paso, Yacob lo acompaña hasta el vehículo para comprobar que Timothy viaja en el asiento trasero y no en el maletero.

—Creo que me he dejado el móvil en el escritorio—comento.

Hago el amago de subir por las escaleras, pero mi madre me detiene ofreciéndose a traérmelo dejándome a solas con Noah en el recibidor.

Lo observo algo incómoda, dudando en romper el silencio. Él mantiene las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros.

—Así que París. —comienzo—Debe ser increíble.

—Mi madre se pasará la mayor parte del día en su trabajo, así que probablemente lo más parisino que vea será el llavero de la torre Eiffel de Alanah.

—Yo siempre he querido tener uno. —me encojo de hombros—A lo mejor te sorprende.

—¿Pasarás el resto del verano en la casa de tu padre, entonces?

—Ese es el plan. —me llevo un mechón detrás de la oreja—Quería decirte que tenías razón respecto a Dorian. No le quería como debía y solo me estaba engañando a mí misma.

—Siento que fuera así—dice dando un paso adelante.

—Ya, bueno.... Supongo que no es fácil saber la respuesta de todo.

Oímos al Señor Ianson llamar a su hijo por algo relacionado con los pasaportes y, a pesar de ello, él parece no haberlo escuchado.

—Kara, yo....

—No hagas esperar a tu padre. —le interrumpo—Ten un buen verano, Noah.

Me atrevo a acercarme a él y de cuclillas, beso su mejilla fugazmente. Me separo con las piernas temblorosas y acabo dándole la espalda. La bocina del coche de mi padre me reclama varias veces, seguido por la voz chillona de la impaciente de mi prima.

Por un instante, dudo en volver la vista atrás y contemplarle unos instantes más, pero creo que no será necesario.

Me subo al vehículo, no sin antes volver a abrazar a mi madre y entregarme mi teléfono. Mya lidera el asiento del copiloto y, por lo tanto, la elección de la cadena de música.

Mi padre arranca la camioneta, me despido con la mano desde la ventanilla bajada junto al terrario de Timothy. Nos alejamos del adosado hasta perderlo de vista al doblar la esquina de la calle de adosados de ladrillo rojo.

Contemplo el ajetreado Boston preguntándome cómo es posible que en menos de diez meses mi vida haya dado un giro de ciento ochenta grados.

Observo a mi padre y a Mya cantar desafinadamente un éxito de Queen y no puedo evitar emocionarme al haberme reencontrado con el padre al que siempre quise.

Esbozo una sonrisa por mi madre, el Señor Ianson y su futuro juntos. Por haberme dado la posibilidad de formar parte de una nueva familia que no esperaba, pero con la que ya no me imagino una vida sin ella.

Y al final, cuando abandonamos la ciudad, y nos adentramos en la carretera a través de bosques de árboles de hoja perenne, termino preguntándome si Noah se habrá dado cuenta de la carta que he dejado en su escritorio y que escribí hace dos años para él: "Por todas aquellas razones por las que te quiero".

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