▪ CUATRO ▪

Mi abuelo dice que el ajedrez cuenta la historia del jugador. Optar por una posición defensiva o no corresponder al ataque, es producto de su educación, lealtad y empatía. Claro que solo es un juego.

Un grupo juega partidas rápidas bajo la sombra de los arces rojos en pleno Boston Common. Salí temprano a correr por el parque. Joan, mi amiga y capitana del equipo de atletismo, me instó a que espabilara o me daría la patada, literalmente. Su competitividad no tiene límites, y más aún desde lo de su hermana.

Hace dos semanas, admitieron con honores a su hermana mayor en Berklee, una universidad de renombre dentro del mundo artístico. Y aunque no quiere admitirlo, no haber sido la primera en cruzar la meta, no le hace especial ilusión. Siempre tuvo claro que la música clásica no era su vocación. A su juicio, su mundo es demasiado elitista para ella.

Escucho "Something's Triggered" de Cecilia Krull en mi móvil de vuelta a la residencia Ianson. Mientras subo las escaleras, mi vecina, la Señora Dumsay, me regala su fría mirada matutina. Una mujer de setenta años que dedica la mitad de su día a criticar a medio vecindario. Es dueña de un par de adosados al final de la calle, y por ello cree que tiene el derecho a juzgar a aquel que pase delante su puerta.

Acelero el paso, incómoda. Nada más llegar, guardo las deportivas en el zapatero de la entrada.

—¡Feliz cumpleaños! —anuncia Alanah entrando al recibidor.

Los Ianson y mi madre la siguen con sombreros de fiesta desde el salón. Alanah sostiene una pancarta con mi nombre en mayúsculas. Yacob, a quien no parece hacerle mucha gracia, sujeta el otro extremo con Timothy en su hombro. Me pregunto si todos los camaleones te observan tan fijamente.

—¡Dime que te hemos sorprendido! Mi padre no sabe guardar un secreto, pero esta vez me he encargado de que no lo estropease—dice.

—Sigues castigada, pero hoy puedes hacer un descanso—añade mi madre.

Me quito los auriculares sin saber exactamente qué decir.

—Gracias. En serio. Pero tengo que ducharme y he quedado para hacer un trabajo así que...—comienzo a subir las escaleras.

—¿En tu cumpleaños? Si hay tarta y aún tienes que soplar las velas—dice Alanah.

—Es que no puedo saltármelo, pero de verdad que gracias a todos. Por todo esto y, me ha encantado lo de los sombreritos.

Subo un par de escalones hasta que mi madre me detiene. Se apoya en la barandilla de la escalera.

—Kara, solo será un momento.

—Es que llego tarde. Lo siento—me aparto subiendo al segundo piso.

Una hora más tarde estoy sentada en la cafetería junto al instituto. Joan teclea desde su portátil añadiendo información al trabajo de historia. Sept se dedica a revisar redes sociales cada cinco minutos. Si algo ocurre en el instituto, ella lo sabrá. A veces es peor que Mya, y eso es mucho decir.

Doy vueltas al lápiz entre los dedos. Quizás no debí haber sido tan borde con los Ianson, pero lo que menos me apetecía era quedarme en casa. Al final es mi día, ¿no? Técnicamente, yo puedo decidir una vez al año, así que escojo no celebrarlo.

—¿Hoy es veinticuatro? —pregunta Sept arrugando la nariz.

—No—miento.

—Kara, ¡es tu cumpleaños! —se levanta de la silla—Esto es un desastre. Tenía todo preparado. Iba a comprar cupcakes y llevaríamos globos con purpurina dentro.

—¿Purpurina? —hago un mohín.

—Puedo ir y volver a casa en treinta minutos. Joan, encárgate de que no se mueva de la silla.

—Pensaba que el del padre militar era yo—se queja Joan.

—No, no es necesario, en serio. Alanah ya se encargó de eso esta mañana. Además, ¿qué mejor plan hay que estar con vosotras?

No muy convencida, vuelve a sentarse.

—Está bien. Pero al menos deja que pida un trozo de pastel. Aquí no los hacen tan mal.—desbloquea su móvil—Lo que no entiendo es por qué no me saltó la notificación.

Sept revisa la pantalla detenidamente, y Joan me mira con un "te lo dije" dibujado en su rostro. Hace unos días, le pedí que convenciese a mi amiga de cabello rosa que era una mala idea cualquier tipo de celebración, y que eliminase la notificación del calendario de su móvil.

—¿Qué tal si dejas el móvil y hacemos el trabajo? Me gustaría aprobar alguna asignatura este curso—coloco el libro de historia frente a ella.

—¿Es que Noah no va a ayudarte con eso?

—A lo mejor es otro tipo de enseñanza—dice Joan.

—No podía faltar el chiste malo—miro la pantalla de mi portátil.

—Vamos. —se queja Sept—Dices que no te importa, pero curiosamente siempre acabas un poco más cerca de él. Es el destino.

—Es una estupidez. Lo único que puede interesarme de Noah Ianson es su memoria.

—Mentirosa—añade Joan.

—¿Yo? ¿Y si hablamos de él? —señalo la entrada del café.

André, el ligue de verano de Joan entra en escena. Habla con un par de chicos junto a la barra.

—¿Por qué no le saludas? Llevas evitándolo desde que comenzó el curso. Puede que tengáis química—dice Sept.

—Yo no lo he evitado, simplemente quería ahorrarle la humillación. No debe ser fácil olvidar a alguien como yo—vuelve la vista a su ordenador.

Sept y yo nos miramos y acto seguido se levanta. Lo saluda efusiva con la mano ignorando a Joan. Mantiene una pequeña charla con él antes de invitarlo a la mesa.

—Chicas, os presento a André.

—Encantado.

Respondo amablemente mientras Joan, aún perpleja, no dice nada.

—André me estaba contando que era de ¿Buenos Aires? —continúa Sept.

—Río de Janeiro.—corrige—Trasladaron a mi madre en verano.

—Un chico de mundo. Joan, ¿no fuiste allí en verano?

Esta la fulmina con la mirada.

—No quiero parecer borde, pero tengo que irme.—interrumpe André—He quedado con el equipo de Lacrosse. Ya nos veremos por el instituto.

Se marcha a uno de los sofás al otro lado de la sala. El equipo lo recibe con vítores y abrazos. No parece tan humillado.

—¿Habéis visto eso? Ha fingido no conocerme. Pobre, debe sentirse intimidado.

—O a lo mejor no se acuerda de ti. —trago saliva en cuanto me mira amenazante—Pero seguro estoy equivocada.

Unas horas más tarde regreso a casa. Supongo que puedo esperar una regañina por parte de mi madre, sumada a una charla de hora y media de alguno de sus talleres de padres.

Me quito la gabardina nada más llegar. Oigo risas en el salón y opto por enfrentarme de una vez por todas. A lo mejor puedo disimular y soplar las velas este año.

Un hombre de espaldas habla con el señor Ianson y mi madre. Alanah se ríe sentada en el sillón mientras Yacob hace un puzle en el suelo y Noah lee un libro junto a la ventana.

—Kara, por fin has llegado—me saluda mi madre.

El hombre se da la vuelta reconociéndolo.

—¿Papá?

—Hola, Kara—sonríe levemente con su incipiente barba.

—Pensamos que sería una buena idea celebrar juntos tu cumpleaños. —continúa mi madre.

De nuevo, no sé qué decir.

—Stanley, ¿te apetece tomar algo? —Simon rompe el silencio.

Mi padre asiente y ambos se marchan hacia el comedor. Me acerco a mi madre.

—¿Qué es esto?

Siento como mi mandíbula se tensa sin poder evitarlo.

—Se está esforzando, dale una oportunidad.

Minutos más tarde, nos acabamos sentando alrededor de la mesa. Mi padre, frente a mí. El Señor Ianson ha preparado su "asado de ternera especial" para este tipo de ocasiones.

—Bien. Hay patatas, guisantes y la salsa de arándanos Ianson. Por favor, serviros lo que más os apetezca.

Alanah, a mi izquierda, se echa una cucharada de guisantes en su plato. Me pasa la fuente al terminar.

—Stanley, tengo entendido que fuiste profesor de derecho—dice Simon.

—Sí, fue hace tiempo. Ahora regento una pequeña tienda de pesca en el lago. Siempre veraneábamos allí cuando Kara era pequeña—responde sirviéndose puré de patatas.

—Vaya, qué cambio tan radical —añade Alanah llevándose un trozo de carne a la boca.

—Tu padre me ha contado que vas a estudiar derecho.

—Si, me iré a Washington en unas semanas.—dice al acabar de masticar—Mi novio estudia en Stanford. Al principio me pareció una locura una relación a distancia, pero solo está a cuatro mil quinientos setenta y siete kilómetros. Y con la tecnología de hoy en día es como estar en la misma habitación.

Que me lo digan a mí, que he sido testigo de cada empalagosa videollamada de madrugada. Aunque ahora vivo en su habitación, creo que es lo justo.

—¿Noah, verdad?—pregunta mi padre—¿también estudiarás derecho?

Su inesperada amabilidad me sorprende. Tiene una sonrisa dibujada de oreja a oreja, muy diferente a la última vez que lo vi.

—No. —se adelanta Simon—Noah dirigirá mi empresa cuando me jubile. Aún quedan muchos edificios que construir en la ciudad, ¿verdad, hijo?

Noah asiente. Supongo que debe ser fácil tener toda una vida planificada. Saber a qué quieres dedicarte y ser capaz de responder a "¿dónde te ves dentro de cinco años?". Yo ni siquiera sé qué narices hago aquí.

—Espere. —interviene Alanah—Por eso me suena tanto, usted es Stanley Abbot. Fue profesor en Harvard, ¿verdad? Tengo todos sus libros. Es una de las razones por las que me decanté por la abogacía. Fue una lástima que lo dejara.

—No lo dejó, lo echaron—suelto inconscientemente.

La mesa se queda en silencio ante mi revelación.

—Es complicado—se excusa mi padre.

—Dio una clase borracho y el rector se enteró. —añado—No es tan difícil de explicar.

—Kara—mi madre intenta pararme los pies.

—No podían permitir que dañase la reputación de su universidad, así que, le dieron el finiquito—doy un sorbo a mi vaso de agua.

—Suficiente—me advierte mi madre.

—¿Por qué te enfadas? ¿Acaso miento? —miro a mi padre—Solo me llamas una vez al año y a veces ni te acuerdas de quien soy. ¿Y esto?. Solo es algo momentáneo hasta que encuentres otra excusa para no dejar de beber.

—Creo que debería irme—dice incómodo.

—No, claro que no. —interviene mi madre—Kara, eso ha estado fuera de lugar. Discúlpate ahora mismo.

—No. —levanto el tenedor señalándola—No pienso disculparme por decir la verdad. Crees haber formado una familia perfecta y piensas que un anillo puede cambiarlo todo. Pero, en realidad, sigue siendo una farsa.

—No pienso hablar de eso ahora. Esto es una falta de respeto y no pienso tolerarlo.

—¿Y cuándo vamos a hacerlo? No puedo hablar de él, no puedo mencionarlo, ni siquiera puedo recordar su voz. —mis ojos se empañan—Lo dejasteis solo. Y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo—me levanto de la silla.

—Vuelve a sentarte ahora mismo.

—Gracias por la fiesta, señor Ianson—dejo la servilleta de tela sobre la mesa.

Salgo corriendo de esa casa. Las lágrimas recorren mis mejillas sin poder remediarlo. Pierdola noción del tiempo entre las calles de la ciudad.

Al cabo de un rato, choco con alguien sin querer. Al alzar la vista, encuentro a Dorian, el joven del avión y de la residencia de estudiantes. Me mira estupefacto y yo, aún con la respiración agitada, solo consigo abrazarme a él.

Acaba rodeándome entre sus brazos en silencio mientras yo no puedo parar de llorar. Hundo más aún mi cabeza en su pecho hasta compaginar mi respiración con sus latidos.

Ignorando mi sentido común lo acompaño a su piso en el centro de Boston. Al parecer, la habitación de la residencia era de la chica con la que estaba aquel día. Lo único que sé de él es lo que me ha contado Mya. Un estudiante de Melbourne que odia el surf y que trabaja a tiempo parcial en la biblioteca.

Nada más cruzar la puerta, deja unas bolsas de comida tailandesa en la cocina. A primera vista, es un piso modesto y bastante ordenado, demasiado para ser de un estudiante.

—Como te iba diciendo—continúa—, el piso no estaba mal de precio. Y bueno, quitando a Rufus y al jugador de las cajas de pizza de al lado, no está nada mal.

—Ya veo.

Avanzo hacia fondo de la sala convertido en salón. A la derecha hay dos puertas, que imagino corresponden al baño y el dormitorio.

—Lo mejor son las vistas—pasa a mi lado hacia la ventana del fondo.

Abre las cortinas dejando ver la ciudad iluminada a través de la escalera de incendios. Varias macetas decoran la parte no transitable de la misma.

Tras lavarme la cara y descalzarme, charlamos largo y tendido en el sofá a la vez que cenamos. La luz tenue del apartamento resulta acogedora. Por alguna extraña razón me siento cómoda con él. Puede que sea por pura desesperación, o porque me aterra volver a casa y lidiar con mis padres. Pero por ahora, no quiero tener que pensar en ello.

Me habla acerca de su familia, la universidad y de por qué tomó la decisión de apostar por la filosofía. Cuando se ríe, unos hoyuelos se forman en sus mejillas. Hay algo en su forma de hablar, no sé que es. Pero, me hace pensar que quizás no seamos tan diferentes.

—¿Y qué hay de ti? Apenas has hablado—apoya el brazo sobre el respaldo.

—Aparte de ir al piso de un desconocido en mitad de la oscura y peligrosa ciudad de Boston, no hay mucho que contar—doy un bocado al pad thai de la caja de cartón.

—¿Y vas a contarme que es lo que te sucedía? Parecía que huías de algo.

—Quizás otro día.

—¿Así que vamos a vernos otro día?—dice dibujando una sonrisa en su rostro.

—Dadas las estadísticas, no me extrañaría.

—Me encantaría.

El ruido del tráfico de la ciudad entra a través de la ventana. Nos miramos en silencio. Puede que mi impulsividad acabe traicionándome de nuevo. Me planteo todas y cada una de las posibilidades de lo que pasará a continuación y trato de no sonrojarme por ello.

—Debería irme—dejo finalmente la caja en la mesa de centro.

—Aún no has probado el postre.

—Creo que por esta vez es suficiente.

Le ayudo llevando los recipientes a la cocina antes de acompañarme al pasillo.

—¿Seguro que estás bien?—se apoya en el marco de la puerta.

—Sí, pediré un taxi—digo poniéndome el abrigo.

—Ha sido un placer Kara Abbot.

—Ha estado bien.—doy un paso fuera—Adiós, Dorian.

Cierra la puerta a la vez que pulso el botón de bajada del ascensor. De pronto, vuelve a abrirse, iluminando el oscuro pasillo.

—Kara, ¿no te apetecerá llevarte las sobras? —me mira descalzo desde el interior de su apartamento.

—Creo que no—me río.

—Que tengas buen viaje entonces.

Sigo esperando y, al cabo de unos segundos, Dorian reaparece en escena.

—¿Y bebidas? No las hemos abierto y sería un desperdicio. Si quieres podemos tomar la última ronda o...

Camino hacia él, tomo aire y, sin pensarlo, acabo juntando nuestros labios intentando no chocar nuestras narices.

Me separo un segundo y lo miro expectante antes de dar el siguiente paso. De repente, él acorta la distancia que nos separaba correspondiendo a mi beso. Coloca sus dedos en mi mandíbula, atrayéndome a él. Recorro su espalda con ambas manos, deslizándolas por su jersey, aferrándome a su cuerpo. Mis mejillas arden en el frío pasillo del octavo piso. Y por una vez, me dejo llevar.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top