¡Es mi momento!

Ya habían pasado un par de semanas desde la acampada, y se acercaban los exámenes finales. El club de cocina, y la academia en general, había acudido a Jin y a mí para que los ayudáramos a estudiar. Yo había conseguido escabullirme, pero Jin no había tenido tanta suerte. Hitomi tampoco se había librado, y era mucho menos estricta que Jin.

Abrí la puerta de mi cuarto. Estaba solo en ella, pero no me disgustaba. Podía colocar mis cosas de cualquier manera sin miedo a molestar a nadie. Cuando iba a cerrar la puerta, un pie evitó que lo hiciera:

Yena: ¿Puedo pasar?

Dani: Ah, sí claro.

Yena entró y observó el desorden. Amo una habitación desordenada. Incluso tengo una tienda de campaña hecha con mantas. Rezo todas las noches para que no decidan poner una inspección de las habitaciones:

Dani: Siento el desorden.

Yena: ¿Bromeas? ¡Es fantástico!

Se tiró en mi cama, que parecía que hubiera pasado un tornado por ella, y suspiró:

Yena: Si mi padre no me lo prohibiera, yo también tendría la habitación así.

Dani: No pensé que te gustara el desorden.

Yena: ¿Por qué no?

Dani: Porque soy raro. Me gustan cosas raras.

Ella me miró y sonrió:

Yena: Yo no creo que seas raro.

Yo me sonrojé. Su sonrisa es preciosa:

Dani: ¿Y a que viniste? ¿No estabas estudiando con Hitomi?

Yena: Es incapaz de explicar nada. El resto de estudiantes son unos escandalosos. Vine a ver si podías ayudarme.

Dani: ¿Yo?

Ella asintió y sacó un montón de libros y libretas. Ese era mi momento para mostrarle mis cualidades. Y no las que están pensando. Cochinos.

Unas horas después:
Yena: Ya están.

Dani: A ver.

Revisé los ejercicios uno por unos:

Dani: Todos correctos.

Yena: ¿¡En serio!? - Agarró la libreta sorprendida y sonrió - ¡Increíble! ¡Gracias por ayudarme!

Dani: De nad...

Cuando me abrazó, casi se me sale el corazón. Cuando se apartó, ambos estábamos rojos de vergüenza. Nos despedimos y ella se fué. Me eché sobre la cama y me dormí.

Yena en su casa. Narra Yena:

Yena: Bueno, parece que él realmente es muy atento. - Entonces miré a mis pechos, que hasta ahora habían estado sujetos por una venda - Mierda, no paran de crecer...

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