Prólogo
CUANDO LO CONOCÍ
La primera vez que me atreví a hablarle, me encontraba jugando baloncesto en el parque de mi antigua casa, a la edad de diez años. Llevaba una coleta, mis pantalones de gimnasia y un abrigo gris que casi siempre usaba. Ese día papá había comprado mi primer balón y lo había llevado para hacer amigas, sin contar que ellas preferían saltar la cuerda o hacerse trenzas, algo que no me gustaba, pero si me lo permitían hubiera intentado.
Estaba haciendo mis canastas a la perfección, imaginaba que estaba en una inmensa cancha, como los verdaderos juegos, tirando la pelota y esperando a encestar alguno de mis tiros, de pronto mi balón golpea a la pared y rebota hacia el otro lado de la cancha, recorriendo un largo camino hasta el fondo de las gradas donde me acerqué corriendo a recogerla antes de que se me dificulten sacarla de aquel sitio.
Una pequeña voz chillona me sorprende.
—¿Es tuyo el balón?—preguntó limpiando sus mejillas con el cuello de su abrigo.
El niño lo toma entre sus manos y me lo lanza de regreso. Sus ojos parecían irritados de tanto llorar ¿O lo estaría imaginando?
Prometo que iba a marcharme incluso si is sospechas eran ciertas, estaba por irme... pero algo vino a mi mente haciendo que maldeciera a mi interior. Papá me hubiera regañado si me marchaba dejándolo así.
Lo hice por papá, al menos es lo que me digo.
—¿Te sucede algo?—pregunté, gateando con el balón en un brazo. Llegué a su lado y de mis bolsillos saqué el dulce que mi hermano mayor me había dado al dejarme en la puerta de la escuela—. Es de mis favoritos, saben a mora.
Lo tomó entre sus manos y luego lo desenvolvió, metiéndolo en su boca.
Ahí había ido el soborno de Mikel para no contarle a papá de su escabullida por las noches y la cajetilla de cigarrillos.
—Sabe horrible.—se quejó.
Pestañeé.
El no se inmuta pero aún lograba notar cada vez más lo enrojecido de su rostro, y sus ojos marrones irritados.
—Entonces devuélvemelo.—exigí dolida. ¿Cómo mi único gesto de generosidad era rechazado de esa forma? Sólo él podía ser así.
Le tendí mi mano.
Estaba insinuando algo completamente lógico y esperaba que lo entendiera.
—¿Quieres que lo escupa en tu mano?—preguntó asombrado, parecía que no era lo que esperaba. Alzó sus cejas abriendo un poco sus ojos marrones.
—Pues con agua se le quita.—contesté molesta estirando mi mano aún más hacia él, esperando que de veras lo escupiera en ella.
Estaba riendo mientras saboreaba el caramelo.
—Eres un cerdo. —susurró esbozando una sonrisa.
—Y tú un desagradecido.—mascullo dando vueltas al balón entre mis manos.
¡Esa era mi oportunidad!
Debía levantarme de inmediato y marcharme ¿Entonces por qué seguía mi trasero en esa cerámica y aún compartiendo aire con él ? A veces pienso que estaba tentado a ser así.
—¿Quieres ser mi amiga? Cerdito. —pregunta luego de unos minutos.
— No me llamo así. —respondí de inmediato a la defensiva. Pero luego lo pensé, Sería mi mejor amigo y no me volvería a molestar. Me había dado un comodín, al menos era lo que creía y tendría un amigo, no uno que fuera a mi misma escuela, tal vez jamás lo vuelva a ver cuando me vaya—. De acuerdo, seré tu amiga.
Ese día que había ido con la intención de hacer mi primera amiga, no pensé que conseguiría a uno tan llorón y débil, aunque sí un fastidio, después de todo, todos en algún momento llegamos a serlo.
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