CAPITULO X
Terminamos pidiendo dos platos extra, porque el lugar preparaba deliciosa lasaña y yo podía morir en ella. Mikel sostenía su estómago como si estuviera en gestación, mientras que la mesera se acercaba algo tímida.
—¿No desean algo más? —susurró.
—¿Tú número?—preguntó mi hermano, la chica lo ignoró y le mostró la factura de lo que se nos hacía por el momento—. Creo que sí, sólo pagaremos por lo que ya consumimos.
—¿De veras irás a vivir a una hora de casa? Puedes ahorrar eso viviendo con nosotros.—insistía, lo había hecho durante todo el almuerzo.
—. Ser independiente es mi sueño.—admitió seriamente—. No siempre actúo con inmadurez, querida hermanita.
La chica tomó el dinero de mi hermano y se marchó.
—. Pero si mueres de hambre en días difíciles, llámame.—contesté con sigilo, a veces este tipo de comentario de mi hermano lo incomoda. Pero debía intentarlo. Mikel me sonrió y por encima de la mesa estiró su brazo izquierdo hasta mi cabeza y alborotó mi cabello.
—No pasará, estaré bien.—tomó sus cosas y yo las mías para marcharnos—. Sólo debes ya declararte a Kenny, ese es tu deber.
¡Cielos! ¿Por qué le pasan tantas cosas en su loca cabeza de neurólogo? Si no fuera por su carrera, estuviera segura de su falta de cerebro y tacto.
Estaba a punto de gritarle por millonésima vez del día que lo que pensaba, como de costumbre, era sólo su imaginación, porque mis sentimientos habían quedado en el pasado. Pero otra vez su figura me sorprendió, pues la ciudad es lo suficientemente pequeña y las casualidades son tan próximas que verla por segunda vez, dolía cada vez más. Llevaba un abrigo negro muy largo y su cabello rizado estaba recogido a diferencia de la última vez. Hoy no andaba completamente sola, alguien tomaba su mano y la ayudaba a bajar de un auto negro con ventanas negras, imposible de visualizar su interior y en especial quienes iban en la parte de atrás del auto.
—Al menos tiene la vida que quería.—susurró mi hermano con ironía—. ¿Si vamos por un helado de menta y chocolate? —sonrió mi hermano, intentando que me alejara de aquella escena.
—. Conozco un lugar.—sonreí.
Salimos normalmente, ellos estaban muy lejos para poder ver cómo compartían un grato momento entre dos padres y su pequeño niño. Quería correr y gritarle que odiaba que fuera feliz, que odiaba que sonriera como si nosotros no existiéramos para ella.
La heladería estaba decorada en blanco y negro, pasaban sólo música de kpop y lo había buscado en google maps cuando llegamos con papá, así que estaba emocionada de al fin conocer este sitio.
—¿Cuantas bolas quieres en tu helado?—preguntó mi hermano.
—Tres.—respondí—. De vainilla, Chocolate y...
—Menta.—agregó, caminando hacia la caja.
Abrí mi celular. Había eliminado la app de Messenger y hoy en la mañana la volví a descargar ¿Por qué? No lo sé. Tenía varios mensajes de la misma persona, una chica de mi anterior escuela, no éramos muy cercanas, pero sí lo suficiente para saber que sólo me escribía para tareas. Era mi única amistad, después de Kenny. Sus mensajes sólo decían que quería saber si estaba bien y que le respondiera. Le envié un "Hola" acompañado de un emoji con sonrisa. Entonces, antes de que mi hermano apareciera, tomé fotos al lugar, no conmigo en ellas porque odio salir en fotos.
—. Tú helado.—Mikel se había pedido lo mismo—. Espero y esto no sea una bomba por la noche, consumir mucha azúcar es también dolor en mi conciencia ¿Sabes?
— Puedo comerlo por ti,—bromeé. Tomó una gran cucharada de su helado—. Tu conciencia debe ser muy fuerte.
—Lo es, así como tus sentimientos por el torpe y emocional de...
No concluyó. Menos mal, porque hubiera arruinado mi helado. Una llamada lo frenó, escuchó con atención lo que la otra persona le decía por el celular y asentaba como si lo pudiera ver. Parecía preocupado. Le dijo una que otra monosílaba, luego colgó.
—¿Problemas?—deducía.
Su rostro parecía anunciar una tercera guerra mundial.
—Hay problemas con los papeles y el número de departamento.—sonaba preocupado—¿Quieres volver a la urbanización? Será una hora más y podremos ir al cine luego.
—No.—respondí, no quería quedarme una hora fuera aburrida—. Soluciona eso, puedo regresar a casa.
—¿Segura?—preguntó entrecerrando sus ojos y uniendo sus cejas—. Será rápido.
—Anda, no te preocupes.—insistí—. Te marco cuando llegue, terminaré este helado.
Me sonrió y besó mi frente:—. Te amo.—agregó al marcharse—. Me marcas cuando llegues a casa.
Hice un gesto de saludo militar y se marchó luego. Bien, ahora me quedaba sola.
Intenté no pensar en la media hora que me tardé comiendo el helado en mamá, o lo que sea que fuera ella para mí. No la odiaría tanto si en algún segundo de su vida lejos de nosotros hubiera intentado contactarnos, incluso papá se lo pidió para mi cumpleaños catorce, lo sé porque yo misma escuché aquella llamada. Pobre papá, lloró toda la madrugada.
Salí del lugar y caminé hacia una de las paradas, debía cruzar la calle para tomar el bus hacia la dirección de mi casa. Aún el auto negro estaba estacionado a dos calles, era inmenso y lujoso. Un auto sonó su bocina y eso hizo que me paralizara. Estaba parada en media calle. Quería moverme pero ver ese auto negro en la lejanía me dolía y quería que parara.
Alguien tomó mi muñeca en el mismo instante en que pensaba en la posibilidad de evadir al auto. Me giró hacia sí y tomó mi cabeza entre sus manos, podía escuchar su respiración.
—¡¿TE HAZ VUELTO LOCA?!—me gritó al llevarme a la acera—. ¡Te pudo tirar ese auto! —su mirada se suavizó—¿Estas bien cerdito?—asentí.
Hace segundos no lo estaba, la simple existencia me dolía, pero aquí junto a él y con sus manos en mi rostro me sentía bien. Kenny me abrazó.
Me tomó la mano al cruzar la calle. Estaba en silencio por unos minutos.
—Vi a mamá.—confesé—. Y ella está feliz, Kenny.
—No lo está.—afirmó para consolarme—¿Por qué lo estaría si sabe el daño que te ha provocado por mucho tiempo?
—Pues lo disimula muy bien.—agregué con ironía.
El autobús estaba aproximándose.
—Gracias por acompañarme.—dije—. Te veo mañana en la escuela.
—¿De qué hablas?—preguntó molesto—. Te llevaré a casa.
—Pero... debes estar por verte con alguien.—comenté, la forma en que vestía no parecía precisamente casual. Parecía que tendría una reunión importante.
—. No tenía ganas de ir, ahora es peor.—admitió—. Déjame acompañarte a casa, me sentiré mejor si lo hago.
Estaba pensando en la probabilidad de negar su compañía, pero el bus llegó y él subió de inmediato, luego pagó por los dos. Así que no podía negarme ahora.
—¿Te he metido en problemas?—pregunté minutos después—¿Debías ir a alguna entrevista o algo?
—¿Ahora quieres saber lo que hago?—sonrió—. Eso es algo nuevo, usualmente evitas hablar de temas privados y cosas que involucren historias tristes.
—Usualmente no me encuentro con esas situaciones en el día.—respondí—¿También ibas a tener una?
—Hoy es el cumpleaños de papá.—respondió.
—Los padres.—enfaticé. Suspiré. Suspiró.
Sacó su celular y abrió Spotify. Hace un tiempo él había creado una lista de canciones, era para momentos tristes. Posé mi cabeza en su hombro y él la suya en mi cabeza, mientras la música se reproducía. No hablamos en lo absoluto, pero ese gesto parecía un tipo de conversación en donde podía estar segura de que tomarnos las manos y quedarnos callados en el sofá, era la mejor salida para desahogarme.
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