CAPÍTULO 39: Amor para la princesa

¡Sábado de Central Park! Se ha convertido en una tradición familiar para nosotras.

Acordé verme con Patrick y las madres de las amigas de Luna en esa zona del parque a la que suelen ir para que llevaran a los niños a jugar. Para nuestra buena suerte, el clima estaba excelente, como si hubiésemos regresado al verano.

—¿Cómo me veo, mamá? —preguntó la rubita, alzando los bordes inferiores de su vestido de mangas cortas con estampado de rayas blancas y amarillas y abotonado en el centro.

—¡Lindosa! —chillé, en serio se veía adorable.

—¿Lin qué? —ladeó la cabeza con confusión.

—La mezcla de linda y hermosa.

—Mami, déjame las mezclas de palabras a mí. No es lo tuyo —negó con la cabeza, haciendo una mueca graciosa que me hizo reír.

—Ok. ¿Y qué tal me veo yo? —hice lo mismo que hizo ella con mi vestido, el cual era amarillo completo de tirantes y escote corazón también con botones en el torso.

—Fantabulosa como siempre —sonrió.

—Perfecto. Entonces ya podemos ir a Central Park a jugar.

—Sí —hizo una pequeña mueca, algo raro teniendo en cuenta que siempre que hablamos de juegos se anima.

—¿Te pasa algo, pequeña? —acaricié su mejilla.

—No me gusta dejar a Mr. Jack solito —hizo un puchero.

Oh, Mr. Jack. En estos pocos días ha desarrollado un enorme cariño por el gatito, lo considera su hijo y le cuesta dejarlo solo en casa. De hecho, en las mañanas antes de ir a la escuela, se despide de él como si fuera la última vez que lo vería.

—No te preocupes, rubita. Él está durmiendo en tu habitación, sabes que descansará durante un par de horas más. Además, ya me encargué de cerrar bien la puerta y las ventanas, y le dejé comida por si despierta hambriento, no habrá problema.

—¿Estás segura?

—Cien por ciento.

—Ok —asintió—, vayamos a jugar.

Tomé su manita y salimos del departamento. Juntas caminamos con destino a Central Park. Llegamos pocos minutos después a esa zona especial donde ya se encontraban Milly, Vivi, Rachel y Tommy, todos con sus respectivas madres y, en el caso del pequeño, con su tío. Tan pronto llegamos a donde estaban, los saludamos e instantaneamente Luna se unió al resto de los niños en sus juegos.

Acompañada de Patrick, me senté sobre una manta de picnic bajo la sombra de un árbol. Aproveché para tomarle un par de fotos a la rubita, sonreía feliz y quería inmortalizarlo, aunque no hablo solo de las imágenes.

—Te veo muy feliz desde que se confirmó que Luna es Anne —comentó Patrick mientras me observaba tomar las fotos.

—Bastante. Luna está feliz y eso me hace feliz a mí. Y todo te lo debo a ti —le sonreí—. Aún no creo que no quieras aceptar el dinero por el tiempo que invertiste buscándola, soy tu cliente y debo pagarte.

—Ya te dije que no. Además, con ver tu sonrisa y la de Luna es suficiente —dijo, observándome con esa mirada dulce, esa que le regalas a una persona por la que sientes algo especial.

Me removí incómoda sin apartar mi mirada de la suya. Patrick es un hombre único. Amable, cordial, inteligente y atractivo sin lugar a dudas, incluso es mi tipo, pero...

—Patrick, tengo...que ser sincera contigo —comencé a decir a pesar del nudo que se estaba formando en mi garganta, rechazar a alguien no es tarea sencilla y mucho menos en estas circunstancias—. Estoy muy agradecida por lo que hiciste por mí e independientemente de eso me has dado a demostrar que eres una persona maravillosa.

—Pero... —rió ligeramente, temiéndose lo que le diría a continuación.

—Pero no puedo verte como algo más que un amigo. No quiero ni estoy preparada para una relación en estos momentos de mi vida y aunque quisiera no puedo ofrecerte nada más que mi amistad —coloqué mi mano sobre la suya—. Lo siento.

Sus labios se alzaron formando una pequeña sonrisa y colocó su otra mano sobre la mía.

—Me lo temía —admitió con cierto aire de decepción—. Nunca te dije directamente que me gustabas, pero te di mis sutiles señales porque con tu angustia buscando a Anne no creí que fuera apropiado que te coqueteara ni nada parecido. Aun así, me esquivaste con la misma sutileza en cada vez.

—En serio estoy muy apenada contigo.

—No tienes por qué estarlo —se encogió de hombros—. Somos adultos maduros y no eres la primera ni la última mujer que me rechazará. Aunque sí me gustaría conservar tu amistad.

—¡Por supuesto que sí! Me encantaría mantener a mi lado a un ser tan excepcional como tú.

—¿Te puedo dar un abrazo?

—Claro —asentí en respuesta.

Nos envolvimos el uno al otro en un cálido abrazo. Puedo decir sin temor a equivocarme que conocer a Patrick Gray ha sido uno de los hallazgos más gratos con los que me he topado aquí en Nueva York.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! —oí gritar a mi hija, lo que provocó que diera un respingo y me separara de mi amigo.

Cuando me giré, divisé a mi rubita corriendo despavorida hacia mí, tan rápido que en un parpadeo ya la tenía enfrente.

—¿Qué pasa, linda?

—¿No escuchas? El señor de los helados está cerca de aquí. ¡Mi cuerpo pide chocolate! —chilló esto último con un toque de dramatismo.

—Ok, busquemos al heladero —reí y me levanté—. Regresamos dentro de un rato, Patrick.

El distintivo sonido del camión de helados provenía de unos pocos metros más adelante, pero no lo veíamos. Caminamos un poco más hasta llegar a una pequeña plaza, ahí lo divisamos, rodeado de un pequeño montón de niños. En una fracción de segundo Luna tiró de mi mano y me arrastró hasta posicionarnos junto al montículo de infantes. Pocos minutos después llegó nuestro turno, no necesitaba preguntarle a la niña qué quería, era obvio.

—Por favor —me dirigí a la chica de cabello corto y azul oscuro que servía los helados—, un cono de chocolate con chispas de chocolate y sirope de chocolate.

—Y si tiene algo más que sea de chocolate, póngalo también —ordenó la rubita a pesar de no alcanzar el pequeño mostrador del camión.

La chica que servía los helados rió y se inclinó ligeramente para ver a Luna.

—¿Eres amante del chocolate, pequeña?

—Sí —asintió rápidamente.

—¿De casualidad te llamas Luna? —preguntó la encargada, dejándome descolocada.

—Sí, ¿por qué?

—Un señor me pidió que te diera esto —dijo, sacando un oso de chocolate blanco de tamaño mediano.

—¡Wow! —chilló Luna con ojitos brillantes.

Esto es muy raro. ¿Por qué alguien dejaría un regalo para mi hija? ¿Habrá sido esa persona que siento que me vigila?

—Disculpe, señorita —intervine, no podía permitir que mi niña aceptara el postre de un desconocido—. Soy la madre de Luna, ¿me podría decir quién fue ese señor?

—No me dijo su nombre, solo me encargó darle este oso de chocolate a una niña rubia llamada Luna. Sé que es un hombre joven, de cabello negro y estaba acompañado de una mujer morena que si mal no escuché, se llama Allison.

Al fin pude respirar. Por un momento pensé que se trataba mis padres o algo así.

—Entonces fue la tía Ally —sonrió mi hija, recibiendo su oso—. Pero, ¿quién era el hombre? Patrick no es pelinegro.

—Patrick no, pero yo sí —dijo una voz detrás de mí.

Me giré, encontrándome con Ally y junto a ella nada más y nada menos que Aaron. ¡Claro! ¿Quién más si no? Aaron es fanático de dejar sorpresas así en los lugares poco antes de aparecer, él lo llama ''entradas triunfales con guarnición''. Se veía muy bien con su cabello oscuro desordenado y sus enigmáticos ojos negros que a tantas chicas habían deslumbrado, pero lucía aún mejor al estar parado junto a la morena, no me canso de decir que hacen una pareja preciosa.

—¡Aaron! —chillé, envolviéndolo en un gran abrazo, llevaba meses sin verlo.

—Hola, mi Sol hermosa —dijo, alzándome un poco—. Te extrañé.

—Y yo —nos separamos—. Ally me contó que estarás aquí en Manhattan durante un buen tiempo.

—Sí y a mí me contó todo sobre Luna. De hecho... —se agachó para quedar a la altura de la niña, que se encontraba escondida detrás de mí—. Hola, bonita —le sonrió.

—Ho...la —respondió la pequeña, un poco nerviosa ante la presencia del extraño.

—Todo está bien, rubita. Él es el tío Aaron, un viejo amigo mío de toda la vida. ¿Y sabes dónde vive?

—¿Dónde? —musitó.

—En Hollywood, donde se hicieron todas las películas de Barbie que tanto te gustan.

—¿En serio? ¿Hasta Barbie: Escuela de Princesas? —Aaron asintió—. ¡Wow!

—¿Me dejas verte mejor, Luna? —pidió mi amigo.

La niña se acercó lentamente a él, esbozando una sonrisa tímida.

—¡Es igualita a ustedes, Gin! —sonrió ampliamente mi amigo.

—Todos lo dicen —sonrió Ally—. Yo fui la primera hacerlo.

—Sí, tiene el color de ojos y cabello de Gina, pero se parece más a Derek.

Tan pronto la rubita escuchó el nombre de su papá su expresión cambió a una triste.

—¡Aaron! —lo reprendió Ally, haciendo que se levantara.

—¿Qué dije? —preguntó confuso.

—Luna nació el mismo día que Derek murió —susurré en su oído—. El accidente, ¿recuerdas?

—¡Mierda! Es cierto —Aaron golpeó su frente y volvió a agacharse frente a mi hija—. Lo siento, linda. No era mi intención hacerte sentir mal.

—Está bien —murmuró, cabizbaja.

—Aaron, como no lo arregles, te mataré —gruñó Allison entre dientes.

El pelinegro tragó saliva ante la amenaza de la morena, él sabe perfectamente que la cumplirá y yo la ayudaré.

—No puedo dejar que una niña así de bonita esté triste. ¿Qué tal si compramos mucho helado de chocolate?

—¡Cierto! No compramos los helados, rubita.

—¿En serio me vas a comprar helado? —preguntó mi niña con los ojitos brillando.

—Todo el que quieras —aseguró Aaron.

—¡Fantabuloso! —chilló.

—¿Fantabu qué? —rió mi amigo.

—La mezcla de fantástico y fabuloso —aclaré su duda.

—Nueva palabra para el diccionario —rió Aaron antes de cargar a la rubita—. Vamos por esos helados, princesa.

(...)

El resto de la tarde todo se centró en los juegos de Luna. Me vi involucrada en todos y cada uno de ellos, desde crear pompas de jabón hasta montar en una calesa y fingir que era un carruaje real; era muy divertido ir saludando a la gente que veíamos en el camino como si en verdad fueramos unas princesas.

Durante todo este tiempo me encargué de que nada ni nadie mencionara algo que pudiera recordarle a Derek. Mi intención no es que no conozca quién fue su padre, al contrario, pero recién acaba de enterarse de que cumple años el mismo día que él murió y esto aún la entristece. Apenas está asimilando que soy su madre biológica, por ende se le dificultará un poco superar el tema de su papá.

Me las tuve que ingeniar para arrastrar a todos a la feria porque ella quería montar en el carrusel. La dejé comer chocolates, dulces, algodón de azúcar, galletas y todas las golosinas que quisiera, pero todo con moderación obviamente. Compré un montón de juguetes, souvenirs y nuevos libros para su colección. En resumen, la estuve mimando como nunca.

Regresamos a casa cerca de las 6:30 p.m. luego de despedirnos de Patrick, los amigos de Luna y de Ally y Aaron, estos últimos podría jurar que se dirigían al hotel más cercano. Estando en casa, lo primero que hizo la rubita fue lanzarse de cabeza al sofá, estaba agotada de tanto jugar.

—Mami, me voy a quedar a dormir aquí hoy —me informó con su voz amortiguada al tener la carita estampada contra uno de los cojines.

—¡Eso sí que no, señorita! —la tomé de los piecitos arrastrándola con ligereza—. Tienes que bañarte y cenar. La cena cargada de verduras para contrarrestar la gran cantidad de azúcar que consumiste hoy.

—¡Pero, mamá! —espetó en desacuerdo mientras se levantaba del sofá.

—Pero nada, Luna —me puse ruda—. Al baño, ¡ya!

—Está bien —exhaló con desánimo.

La acompañé hasta su cuarto y luego de cerciorarme de que todo estuviese en orden con Mr. Jack, quien para mi sorpresa aún se encontraba durmiendo, preparé el baño. Luna apareció un rato después.

—Ya estoy lista para bañarme, mami —anunció mientras se recogía el cabello en un moño alto.

—Tu baño ya está listo también —le respondí mientras imitaba su acción con mi cabello—. Vamos a bañarnos.

—No, mamá —se posicionó entre la tina y yo—. Me quiero bañar yo sola.

Su petición me tomó por sorpresa. Es cierto que con el pasar de las semanas se ha ido sintiendo más cómoda con la idea del baño, pero pensé que necesitaría un tiempo más para intentarlo por su cuenta.

—¿En serio? —asintió en respuesta—. ¿Estás segura? —inquirí, más por precaución que otra cosa.

—Sí. Creo que... —le echó una ojeada fugaz a la tina y volvió a mirarme— ya no necesito que estés conmigo. Ya no me da miedo, puedo sola.

Me di unas palmaditas mentales en la espalda al escuchar eso. Hace unos meses habría tenido que arrastrarla al baño y luego inventarme lo que sea para entretenerla mientras la bañaba. Ahora parece haberlo superado, ya no me necesita y eso me hace sentir orgullosa de ella por ser tan valiente y de mí misma por haber hecho un buen trabajo como madre.

—Ok, cariño —le sonreí, acariciando su mejilla—. Entonces hazlo tú solita y yo te esperaré para cenar.

—Ok, mami.

Me quedé un ratito más viendo cómo se desvestía y entraba a la tina. Comenzó a aplicarse el gel de baño y a jugar con sus juguetes de hule, todo eso sin ningún inconveniente.

Es cierto, ya no me necesita.

Con una sonrisa en el rostro, salí de allí para dirigirme a mi habitación. Yo también necesitaba un baño, así que puse a llenar mi bañera mientras iba a mi clóset a buscar qué ponerme. Al abrir las puertas, la caja de zapatos que contenía los recuerdos de Luna y Derek cayó sobre mí y luego al suelo. Me agaché para recogerla, había caído de forma tal que la gran mayoría del contenido quedó disperso en el piso.

—Mierda —mascullé para mí mientras me agachaba para recoger ese desastre.

Mientras organizaba y guardaba las fotos noté que no tenía sentido esconderlas de nuevo, Luna ya lo sabe todo y podría recrear el viejo mural de fotografías que tenía en casa de mis padres aquí.

—Será lindo —puse la caja de regreso a su sitio—, pero lo haré mañana.










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Nuevo capítulooo!!!

El penúltimo para ser exactos. Aún no me creo que estemos tan cerca.

Luna superó su trauma por las bañeras. ¿Qué les pareció?

Besos de Karina K.love 😉

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