CAPÍTULO 2: Luna
Del otro lado de mi puerta se encontraba una pequeña niña que, si no calculé mal, debía tener unos 7 años. Estaba completamente mojada y temblando de frío, se abrazaba a sí misma cubriendo como podía sus delgados bracitos. Su aspecto demostraba descuido, tanto su piel como su ropa lucían un poco sucias, su cabello además de mojado también parecía estar enredado y las zapatillas que llevaba parecían sacadas de la basura. Además, sus rodillas estaban lastimadas, como si hubiese caído al suelo varias veces.
Pero lo que más me llamó la atención fue su comportamiento. Parecía estar muy asustada y no paraba de llorar. Demostraba temor y casi me atrevería a decir que desesperación.
Nunca había visto a un niño en ese estado.
—Por favor, señora, déjeme pasar —rogó desesperada mientras intentaba darse calor abrazándose a sí misma frotando sus brazos con sus manitas—. No quiero que me atrapen y me lleven de nuevo con ellos.
—Pero, pequeña, ¿dónde están tus padres? ¿Por qué estás así? —cuestioné a la vez que me agachaba para anivelar nuestras alturas.
—Se lo suplico, sólo déjeme pasar. No le voy causar problemas, por favor —suplicó llorando aún más, y aunque esto no huele nada bien algo me dice que no la abandone a su suerte.
—Linda, no puedo ayudarte si no me dices quién eres. Además...
—¡Ahí está! —el grito de uno de los dos guardias de seguridad del edificio me alertó y asustó a la niña.
Para cuando parpadeé ambos guardias ya se encontraban frente a mí. Uno de ellos tomó a la niña del brazo, sin ningún tipo de delicadeza. Me levanté de golpe.
—Lo sentimos, Srta. Parker —se disculpó el que sostenía a la pequeña—. Esta niña se escabulló dentro del edificio y ha molestado a más de un vecino. Pero descuide, ya mismo llamamos a la policía para que se encargue de ella.
—¡No, por favor! —su grito de súplica llamó toda mi atención. Sus ojitos celestes encontraron los míos, me rogaban que la ayudase—. Por favor...—murmuró con la vocecita quebrada.
Dios, ¿qué hago?
Es obvio que si permito que se la lleven, lo pasará mal. Sea cual sea el motivo por el cual está huyendo, no debe ser nada bueno, de lo contrario no se mostraría tan desesperada pidiendo ayuda.
Por otra parte, si la acojo, seré yo quien se meta en un problema.
Le eché un último vistazo y sentí cómo mi corazón se encogió cuando la vi presionando sus pequeños labios entre sí para contener un sollozo.
—Suéltenla —ordené, ganándome así las miradas de desconcierto de los presentes.
—¿Disculpe? —articuló el guardia que retenía a la mini ojiazul.
—Que la suelte, ¿no ve que la está lastimando? —acató mi orden y tan pronto la niña se vio libre, se refugió sosteniendo una de mis piernas—. Yo me encargaré de ella, no es necesario que avisen a las autoridades. Ya pueden retirarse, gracias.
—Pero...
—Pero nada, les di una orden —bramé con severidad y tomé el bracito de la pequeña y sobé con suavidad la zona en la que ejercieron presión—. Y la próxima vez sean más cuidados. Solo es una niña.
Ambos asintieron y sin decir una palabra más se marcharon. Tomé a la niña de la manita e ingresamos al departamento. Cerré la puerta tras de nosotras, me llamó la atención que no quiso adentrarse más. Me incliné hacia adelante en dirección a ella y apoyé mis manos sobre mis rodillas.
—Escucha, pequeña, te dejé entrar porque pareces ser una buena niña. Lo eres, ¿verdad? —asintió con timidez—. Pero tienes que contarme todo.
—Lo haré. Gracias por ayudarme —me regaló la mirada más genuina que he visto.
Me enterneció, me acerqué a ella e intenté no ponerla más nerviosa de lo que ya estaba.
—Comencemos desde el principio tú y yo, ¿ok? —asintió como respuesta—. Hola, pequeña.
—Hola —respondió en un tono apenas audible.
—¿Cómo te llamas?
—Luna.
—Qué lindo nombre, Luna —le acaricié una de sus sucias mejillas, parecía estar incómoda con mi tacto, pero eso solo duró un par de segundos.
—Gracias —murmuró.
—Bueno, Luna, ¿qué tal si te damos un baño y luego me cuentas cómo llegaste hasta aquí?
—De acuerdo —asintió con lentitud.
Llevé a la niña al baño principal y la ayudé a asearse. Tenía cierto temor o rechazo a entrar en la bañera. Me pareció extraño, pero supuse que simplemente estaba a la defensiva al tratar conmigo que no era más que una completa extraña. Aun así me las ingenié para bañarla.
Por algún motivo me dio mucha paz ayudarla con ello. Ella no emitió ni el más mínimo sonido y por lo mismo pareciera que estaba jugando con una muñequita. Conforme los vestigios de suciedad se iban esfumado, más fácil era detallarla; sin lugar a dudas era una niña hermosa, pero el descuido iba más allá de su indumentaria, también era físico.
Ya más limpia pude observarla mejor. Es rubia, tiene unos ojos azul océano hermosos y su pequeño rostro parece esculpido por ángeles. La envolví en una toalla y al cargarla comprobé lo que mis ojos ya habían notado, su peso está muy por debajo de lo que debería. Al llegar a mi habitación, la deposité sobre mi cama e ingresé a mi clóset en busca de algo que pudiera prestarle. Finalmente opté por una de mis blusas, que le quedó como vestido.
—Fue lo mejor que pude conseguir, Luna.
—Está bien para mí —asintió.
—Bien, ahora, ¿qué tal si desenredamos y peinamos ese lindo cabello tuyo?
—¿Me dolerá? —preguntó, llevando ambas manitos a su cabecita.
—Haré mi mayor esfuerzo para que eso no ocurra, lo prometo.
—Ok —susurró.
Busqué todos los accesorios y productos necesarios para domar esa cabellera salvaje, desde el secador de cabello hasta la crema capilar. Desenredé cada mechón de cabello con sumo cuidado y paciencia, no quería lastimarla. Me tardé un buen rato haciéndolo ya que su melena no era para nada corta, de hecho alcanzaba su cadera. Al concluir, sonreí satisfecha. Comencé a cepillar desde la raíz hasta las puntas y quedé maravillada con ese tono dorado, era precioso. Noté que lucía más cómoda conmigo cuando terminé y se giró para sonreírme.
—Tu cabello es hermoso, Luna.
—Gracias por arreglarlo —sonrió mientras apartaba su pelo hacia adelante, admirando lo brillante y sedoso que lucía ahora.
El timbre sonó y me pregunté si habría otra niña desaliñada pidiendo ayuda tras mi puerta, pero descarté la hipótesis al recordar que hace al menos media hora había pedido una orden de helado. Le pedí a Luna que me esperara, tomé dinero y caminé hacia la entrada. Al abrir, me topé con un chico que parecía haber acabado de regresar de la guerra. Su uniforme estaba empapado, su cabello también mojado caía desarregladamente sobre su frente y jadeaba como si hubiese corrido un maratón.
—Siento mucho la tardanza. No volverá a ocurrir. Por favor, no le dé una mala reseña a la heladería o me despedirán y... —lo estaba diciendo todo tan rápido que me costaba asimilar sus palabras— ...no tiene idea de lo horrible que estaba el tráfico y está diluviando allá afuera y...
—Para —lo detuve—. Me estás aturdiendo.
—Lo siento.
Extendí mi mano para entregarle el dinero. Lo tomó y me entregó la caja que contenía mi esperado chocolate.
—No daré ninguna mala reseña, creo que fue incluso inhumano de mi parte pedir una orden con este clima. Ve al lobby y dile a Marcus, el portero, que te dé una toalla, ropa seca y algo caliente de beber para que entres en calor. Dile que es de parte de Gina, la dueña del penthouse. Y no regreses a la heladería hasta que escampe un poco.
El chico se quedó perplejo y tuvo que parpadear un par de veces antes de reaccionar.
—Wow, muchas gracias.
—No es nada —le sonreí—. Ahora ve, antes de que te resfríes.
—Sí —asintió—. Gracias de nuevo.
Luego de ver al chico marcharse, cerré la puerta y suspiré. Una buena acción más en el día y me convertiría en Santa Gina, patrona de los desamparados bajo la lluvia. De regreso a mi habitación, hice una pequeña parada en la cocina —la cual es prácticamente un anexo de la sala de estar en vista de que no hay una pared de por medio que separe ambas habitaciones— y dejé el helado sobre la encimera.
Cuando regresé a la habitación, sonreí al ver que Luna había acatado mi orden al pie de la letra. Seguía sentadita en la misma posición y sin mover ni el más mínimo músculo. Es muy tierna a decir verdad.
—Hey, Luna —volteó hacia mí ante mi llamado—. ¿Te gusta el chocolate?
Sus ojos adoptaron un brillo especial al escuchar la palabra chocolate, por un momento me recordó a...
Sacudí la cabeza para despoblarla de esos pensamientos que nada tenían que ver con esta situación e hice un ademán para indicarle a Luna que me siguiera. Le dije que se sentara en una de las tantas sillas libres de la mesa de comedor y me obedeció ansiosa. Iba a entregarle uno de los pequeños botes de helado cuando reparé en sus bracitos delgados y su figura casi desnutrida en general.
No creo que darle solo helado sea conveniente.
Ella estaba de espaldas a mí y por lo mismo se me hizo fácil ocultar todo el helado en la nevera antes de dirigirme hacia ella.
—Luna, ¿te parece bien si cenamos primero? —posé mi mano sobre mi barriga—. Tengo un poco de hambre —no era mentira del todo, pero admito que exageré.
Ella imitó mi acción y por la mueca que se dibujó en sus labios deduje que ella sí tenía hambre, y mucha.
No quería ser la causante de que otro repartidor de comida contrajera pulmonía, así que me aventuré a cocinar. Luna estaba hambrienta, así que debía cocinar algo que no tardase mucho. Instantáneamente la pasta italiana vino a mi cabeza. Puse a hervir el agua para los fideos en una cacerola a la vez que me iba ocupando de preparar la salsa, por suerte tenía todos los ingredientes a la mano. Dejé ambas cosas cocinándose y fui a hacerle compañía a Luna, era hora del interrogatorio.
—¿Y bien, pequeña? ¿Vas a contarme de dónde saliste?
Me miró, tomó una gran bocanada de aire y se dispuso a hablar.
—Me llamo Luna Harrison, tengo 7 años y soy huérfana. Me escapé de una de mis casas de acogida porque allí hacían cosas muy malas... —se le comenzó a quebrar la voz e iniciaron los sollozos—. Me fui de ahí porque querían golpearme.
Su confesión hizo que se me estrujase el corazón. Los niños son mi punto débil y nada me conmueve más que los pequeños huérfanos que son abusados; en especial porque mataría por ser madre y cuidaría a mi hijo con mi vida. Llevé mi mano hacia sus mejillas y me dispuse a secar sus lágrimas. Cambié de asiento, ocupando el contiguo al suyo, la cargué, la deposité sobre mi regazo y la abracé mientras la escuchaba llorar en mi pecho. Sentí por ese breve momento la necesidad de proteger a esa pequeña criatura indefensa. No pensaba en lo mal que me sentía hace media hora ni en mi hija, ni en nada, solo quería hacer sentir mejor a esa niña.
—Lo siento mucho, pequeña.
Mantuvimos esa posición durante un rato hasta que el olor proveniente de la estufa me alertó que debía terminar de cocinar. No tardé mucho en preparar la pasta. Serví una porción para mí y otra para Luna antes de regresar a la mesa. Me fue imposible no dibujar una sonrisa triste en mi rostro cuando la vi degustar la cena como si fuera el más delicioso de los manjares, parecía que no había comido en días. Decidí comer, vigilando que ella no se atragantase por la rapidez con la que estaba engullendo. No me extrañó para nada que al culminar asintió tímidamente cuando le pregunté si le apetecía repetir.
Al concluir la cena, degustamos el esperado helado de chocolate. Me causó ternura ver a Luna tomando cucharadas muy pequeñas, como si quisiera que no se acabara. Le hice saber que había suficiente helado para que repitiese cuantas veces lo deseara, pero aun así siguió tomando poco a poco.
Es tan tierna.
No sé en qué momento ocurrió, pero cuando me di cuenta me encontraba en el sofá, con Luna sentada sobre mis piernas y con su pequeña espalda apoyada en mi pecho, viendo una película animada y ya había anochecido. El tiempo se me había ido volando, pasar tiempo con la niña resultó tan...relajante, diferente...especial.
Me gustaba.
Luna me hizo olvidar en un par de horas todo lo que he sido incapaz de ignorar y superar en los últimos siete años. Simplemente...es tierno estar a su alrededor. He compartido tiempo con otros niños —breves, a decir verdad—, pero no es igual. Ella es ese tipo de niña que te hace querer abrazarla, mimarla y guardarla en una cajita de cristal para que nadie vuelva a dañarla.
Quizás las sombras de mi vida disipen si me la quedo.
Luego lo pensé mejor. No es un juguete ni una mascota que pueda conservar a mi antojo, es una niña que pertenece a uno de esos programas de hogares sustitutos donde dejan a los niños hasta que se hartan de ellos y los envían a otro o de regreso al orfanato. Eso quiere decir que los padres sustitutos de esta niña, sean buenos o malos, deben estar buscándola y el hecho de que esté conmigo puede ocasionarme graves consecuencias.
—Luna —la llamé, ganándome toda su atención—. Lo siento muchísimo, pero no puedes quedarte conmigo.
—¿Por qué? —preguntó con los ojos empañados en lágrimas y se me partió el corazón, pero es lo que debo hacer.
—Porque es un delito dejarte aquí. No soy tu mamá ni tu tutora legal, ni nada tuyo. Puedo meterme en un gran problema.
—Por favor déjeme quedarme al menos por esta noche —juntó ambas manitas a modo de ruego—. Prometo no causarle problemas. Pero no me lleve de vuelta a esa casa o al orfanato, en serio no quiero volver.
Su cara de preocupación y tristeza estaban chocando con mi sentido de la responsabilidad. Mi deber ante esta situación era llevarla a la estación de policía más cercana, reportar a la niña como perdida y luego regresar a casa sin ningún tipo de responsabilidad con respecto a esto. Por otra parte no puedo dejar abandonada a esta niña a su suerte, es muy frágil y pequeña. Se ve a simple vista que en su hogar sustituto no lo pasaba nada bien porque, siendo sinceros, todos saben que la gran mayoría de esas personas acogen a los niños con la única intención de recibir la manutención que les otorga el gobierno y no atienden a los pequeños, otros incluso llegan a maltratarlos.
Teniendo en cuanta esto...quizás mañana me arrpienta...pero por ahora...
—Está bien. Puedes quedarte a dormir hoy, te quedarás en una de mis habitaciones de invitados.
—¡Muchas gracias! —me sonrió antes de abrazarme.
—Bueno, es hora de llevarte a dormir. Ya deberías estar en la cama.
—¿Ya? —formó un puchero al separarnos.
—Sí, ya.
La tomé entre mis brazos y la llevé hacia la habitación de invitados más espaciosa del departamento, la única ubicada en el piso de abajo además de la mía, las demás se encuentran arriba y no creí que fuera buena idea llevarla a una de esas por lo grande que es la escalera con respecto a su pequeño cuerpo, temía que pudiera llegar a caerse mañana en la mañana.
La recosté sobre la cama —la cual también lucía enorme comparada con su cuerpecito— y dejé que se acomodara para luego arroparla. Sonreí al ver cómo se acurrucó tal cual gatito.
—Dulces sueños, chiquita —me despedí de ella y deposité un beso sobre su coronilla antes de irme camino hacia la puerta.
Cuando estaba a punto de salir, Luna me llamó:
—¡Espera!
—Dime —le pregunté al dar media vuelta.
—¿Cómo se llama? No le había preguntado.
—Gina. Me llamo Gina.
—Hasta mañana, Gina —se despidió, acurrucándose nuevamente en la cama.
—Hasta mañana, Luna —apagué la luz para luego salir de la habitación.
—Desearía tener una mamá como tú —la escuché murmurar, descolocándome al instante.
Giré rápidamente sobre mis pies, pero al hacerlo me la encontré en la misma posición en la que la dejé, con sus ojitos cerrados.
Quizá solo lo imaginé.
Al abandonar por fin la habitación, no pude parar de pensar en Luna. No tengo idea de por qué, pero tengo la necesidad de protegerla. Quizás sea mi reprimido instinto materno, pero sin duda alguna no puedo dejar que sufra otra vez. Es demasiado tierna, linda y pequeña. Tengo que ayudarla.
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Hola segundo capítulo!
Espero que les haya gustado.
Pues...ya conocieron a Luna.
¿Cómo creen que siga esta historia?
Besos de Karina K.love 😉
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