REVELACIONES - 6 -


REVELACIONES 6

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Rabia.

Lo gracioso de estar en un punto donde tu mente esta iracunda, es que no piensas en nada. Solo en destruir lo que te ha puesto así, sin importar quien sea... Es sorprendente como puedes arruinar lo que amas por unos momentos de rabia desatada.

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Atlantis.

El imperio perdido.

El lugar de sueños.

La ciudad del futuro.

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Que gran chiste es tu mera existencia, ahora.

El rey se hundió con todo su reino para nunca volver.

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El italiano sintió un escalofrió mientras estaba acurrucado con una cobija en su sala. No faltó mucho para que recibiera un mensaje de Grecia, solo diciendo una cosa. "El mar está muy agitado hoy, Italita, hace que mi cabeza me duela". Y después de ese mensaje, otro, casi al mismo tiempo, de Egipto. "Sentí tremendo escalofrío hace un momento, como cuando sé que ustedes, tú o Grecia hacen una estupidez."

El italiano abrazó sus piernas para después escuchar otra notificación, esta vez, de parte de Vaticano.

"El mar está igual que cuando él estaba aquí según tus diarios, puede ser que al final no necesitemos indagar más en cosas que no recuerdas, él vendrá a recordarle a todos quién es"

Solo sintió su estómago revolverse, mientras cubría por completo su cabeza con la cobija, apretando el abrazo de sus piernas, tratando de controlar su corazón en estrés. ¿Por qué tenía que estar involucrado en algo del pasado? Él ya no era esa persona, no lo era, lograría suprimirlo y nada pasaría.

"Respira, respira." Se decía internamente, pero, esos ojos verdes brillantes se hacían presentes y poco a poco la avaricia de Romano tomaba control en su mente de nuevo.

— ¿Mi amor?

"¡No!"

Los gritos de la mente de Italia eran desgarradores, no quería que Romano interactuara de ninguna forma con España, con su dulce España, no podían tocarlo, no quería, solo podía gritar tratando de concentrarse para que volviera su mente a tomar el control.

Pero, era tarde, el español deslizaba la cobija de él, para quedar frente a frente.

— ¿Qué ocurre? ¿Estáis bien? — ver los dulces ojos dorados del español, como el oro, mirándole con tanto cariño, acariciándole sus mejillas.

— Siempre has sido tan dulce. — dijo Romano, ante la ignorancia del español. España nunca había podido distinguir cuando el Imperio tomaba las riendas del cuerpo del italiano. Y esto era porque realmente el Romano sabía imitar muy bien a Italia. — Tus manos cálidas me hacen sentir bien, mejor que cualquier cobija cubriéndome.

— ¿Estáis bien? — repitió el español, besándole las mejillas mientras se recostaba con él, en el sofá.

— Si estoy en tus brazos siempre estaré bien. — dijo Romano, ante la sorpresa del italiano, abrazándose del español, sintiendo la calidez del cuerpo del mayor con él. — Me encantas España, me encanta como cuidaste de mí siempre...

— Mi dulce, Italia. — sonrió el europeo, acariciándole la espalda, pegándolo a él. — Parece que te hicieron a la perfección para mí, tan bello y único.

— Nunca dejes de amarme, España. — dijo el romano. — Nunca dejes de hacerlo.

Y así, los ojos del italiano volvieron a tomar el control, aferrándose al español.

Eran muchas cosas que inundaban su cabeza, la primera, era que Romano no obedecía a nadie, no hacía nada por nadie, más que por él mismo. Pero, al mismo tiempo, Romano no odiaba a España, es más, le quería, por la época en la que Italia estuvo bajo el cuidado de España. Aun así, el italiano no dejaría ni que su yo del pasado interviniera en su relación, más cuando le había costado tanto reconstruirla.

Sintió los brazos fuertes del español rodeándole, y solo pudo derretirse en ellos, delineando la espalda del hispano con sus dedos, de acariciar esos músculos, ese cuerpo, lo adoraba, era suyo, solamente suyo.

Comenzó con besarle el pecho, dándole suaves besos hasta subir al cuello del español, y besarle, restregando con sus manos el bulto del español mientras este comenzaba a acariciarle la cintura, deslizando sus dedos a su trasero, estrujándolo, haciéndole soltar un gemido al italiano. Quién, sin pensarlo, se posicionó encima del hispano.

— ¿Mi amor?

— Tómame. — dijo el italiano mirando al español. — Quiero sentirte hoy, quiero saber que solo eres mío, como yo solo soy tuyo, saber que nunca te volverás a separar de mí. No haré nada que tu no quieras, quiero estar siempre contigo, España. — y no pudo controlar esas lagrimas saliendo. — Quiero estar... siempre a tu lado.

— No tienes que pedírmelo, lo haré. — dijo el español limpiando con delicadeza esas mejillas, mientras besaba dulcemente sus hombros. Sintiendo como la piel del italiano se estremecía con su toque. — No dejaré que aparten mi corazón de nuevo, solo te necesito a ti, mi amado, Italia.

Fue dulce, como le gustaba al italiano.

Le gustaba mucho sentir los labios del español en su piel, desnudándolo lentamente mientras se estremecía con los besos y suaves mordidas en sus puntos sensibles, amaba ser tratado con tal delicadeza, al igual que amaba que lo hicieran un desastre. Pero lo que más adoraba, era ver al español entre sus piernas, devorándolo lentamente, haciéndolo gemir con cada movimiento que su lengua hacía, sintiendo el temblor en sus piernas y sus jadeos inundando la habitación.

Su España, solo suyo, solo debía serlo así durante toda la eternidad.

No podría haber alguien más que él, no podía, moriría de celos, moriría de todo. Necesitaba siempre ser sus piernas las que apretaran alrededor de la cintura del español, mientras este embestía tan profundo que solo gritos y jadeos inundaban su sala, necesitaba a este hombre más que nada, era su oxígeno, su todo, y no estaba dispuesto a perderlo.

Pero.

Mientras el italiano se derretía en los brazos del hispano, una suave música se tarareaba por los túneles ocultos del Vaticano, donde un hombre, de cabello marrón y ojos de igual color, caminaba por ellos, usando una simple túnica que usan todos los padres de iglesia. Un hombre joven, un hombre delgado, un hombre que soltaba una sonrisa mientras leía ciertos diarios que tenía en la mano.

"El que tenga el poder sobre ese country, tendrá el poder sobre el mar. Y tener el poder sobre el mar, lo es todo. Britania no suelta su nombre, no importa cuanto lo he torturado, pero no importa, será mío, es más, ya es mío con el simple hecho de saber que existe. Las historias de Grecia no eran mentira, el gran lugar de Poseidón, ¿te debería llamar, Atlantis?"

Y el Vaticano rio, caminando por esos túneles, escuchando gritos a lo lejos, en el lugar donde los mayores secretos que hay de muchas cosas, se encuentran resguardados en sus bóvedas.

— Al parecer, no eres un mito. — sonrió el Vaticano. —Ah, Atlantis, el dulce Atlantis, la mina de oro que todos quisieron tener, ha regresado. Será divertido ver realmente el monstruo que debiste ser y nunca se te permitió. Será divertido ver cómo te llevas entre tus olas mi último rastro de fe... Oh gran Atlantis, ven a jugar una vez más con los romanos...

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"¿Estoy condenado a morir por todas las cosas que he hecho? Puedo dar vida, pero, aun así, el mar me ha traicionado..."

El joven solo podía ver a la nada, no estaba concentrado en su madre que tenía enfrente.

No estaba concentrado en nada, solo podía estar con un rostro de una amarga sorpresa, mientras poco a poco sentía sus lágrimas caer lentamente por sus mejillas. Sintió unas manos, tocándole sus hombros, sujetándole después su rostro, donde veía esos ojos con galaxias encapsulados diciéndole algo, pero solo podía estar así, sin decir nada, mientras trataba de asimilar lo que le habían dicho.

"¿Cómo podías asimilar algo de esa magnitud?" se preguntaba la isla en sus adentros. Nada de lo que conocía era verdadero, nada en absoluto. Era como si toda su vida fuera una puesta de teatro, y él fuera un actor con el papel estelar. Lo amas, te metes en él, pero muy en el fondo, no eres tú. Hablando las cosas claras, habían violado todo de él.

Le habían quitado su identidad, quitado sus memorias, haciéndolo pequeño y voluble, donde aceptaría un nuevo nombre, aceptaría una nueva vida impuesta, y donde estaría bajo la mente de la persona que tiene en frente. Vivió toda su vida, con una correa en su cuello, y esta era la primera vez que la veía, una cadena de oro rodeándole el cuello tan fuerte, que poco a poco fue descubriendo que algo andaba mal, y cuando lo hizo, aquel, su dulce amo, le pareció un monstruo.

No era su madre quien tenía en frente, solo un sujeto que lo tomó y lo moldeó a su gusto, fingiendo jugar a la casita mientras se regodeaba con él. Solo era alguien que le había arrebatado todo, y ahora trataba de parecer que esto no era tan malo.

Que gran chiste.

Que gran humillación.

Que gran puesta en escena del mexicano.

¿Qué era? ¿Un perro? ¿Uno que recoges de la calle y lo nombras? ¿Era eso? ¿No tenía valor? ¿No valía nada ante los ojos del latino? ¿No valía lo suficiente para dejarle sus memorias? ¿No se supone que lo amaba? ¿No se supone que lo ama más que nada? ¿No se supone que la persona delante de él es la persona que más lo ha de amar y cuidar?

¡Porque!

¡¿Por qué?!

¿Por qué la persona que más ama? ¿Por qué él le había mentido de esta forma? ¿Por qué él le había destrozado tanto? ¿Por qué?

¿No se supone que me amas, México?

¿No se supone que siempre me dirías la verdad?

¿Qué me has hecho? ¿Qué diablos me hiciste? ¡¿Por qué me traicionaste de esta forma?!

¡MALDITO HIJO DE PUTA!

— ¡Boris! — Gritó el latino, sacándolo de su mente.

El joven solo pudo mirarlo entre lágrimas, mirando esos ojos que ocultan galaxias, tratando de pronunciar algo ante la rabia acumulada dentro de él, tratando de decir cualquier cosa. Lo que fuera, sea lo que fuera, necesitaba hablar ya.

— ... ¿Qué me hiciste? — dijo el joven mirándolo.

— No te hice nada, te di una segunda oportunidad. — comentó el mexicano acariciándole el cabello. — Se que se ve mal, pero déjame explicarte, estabas destinado a perecer, así que, que, decidí darte esta oportunidad, de que demostraras que eres el mejor, necesitaba tenerte conmigo. El mundo te necesitaba, y sabía que, si podía tener una oportunidad de traerte de nuevo, lo haría, mi dulce Boris...

Y el chico separó las manos del latino de su cabello y rostro. Mientras esa tormenta comenzaba a retumbar en el cielo, y las olas del mar comenzaban a agitarse.

— ¿Por qué? — dijo el joven mirando con desesperación y un corazón roto al latino. — ¿Por qué no regresarme cómo era? ¿Por qué cambiarme? ¿Por qué no darme todas mis memorias? ¿Por qué no llamarme Atlantis desde el comienzo?

— Era necesario, es que, no sé cómo explicarlo, pero... Atlantis debía morir, Boris. Tú no eres Atlantis, ya no más, eres alguien me...

— ¡No! — dijo la isla dando unos pasos hacia atrás, mientras los rayos azotaban en el mar. — ¡No! ¿¡Soy un proyecto tuyo acaso!? ¿¡Querías jugar a la casita conmigo!?

— ¡No es así, Boris!

— ¡Me quitaste todo! Quien era, mi historia, mi vida, para ser "Borislav", para ser tu versión de mí. Porque no era lo suficientemente bueno para vivir. Tenías que... mezclarme contigo porque no merecía vivir. O dios, ¡soy como un maldito perro que adoptaste, le pusiste nombre y lo exhibes como tuyo!

Y con cada grito, el nivel del mar y el oleaje comenzaba a pegar con fiereza las costas mexicanas, mientras el latino miraba alrededor, era un clima parecido a un tsunami a punto de hacer impacto. Una gota de sudor recorría por su cien mientras veía a su dulce hijo, destrozado, mirándole...

— No, no es así, era necesario, Boris, escúchame todo esto...

— ¡No me llames Boris! — gritó el joven dando pasos hacia atrás. — No me llames así, no lo hagas. No vuelvas a llamarme así. Oh por dios, toda mi isla es un chiste, un maldito chiste... Mi historia, los Boslas... ¡Oh por dios los Boslas! ¿Qué les has hecho? ¿Qué le has hecho a mis humanos? — dijo la isla tomando su cabeza. — ¡Todas esas runas! ¡Todas esas limitadas y pocas runas antiguas! Eran... eran...

Y el deseo de vomitar llegó a él, esas runas talladas, ese color azul, su mineral de vida. Solo memorias de una ciudad siendo consumida, de sus humanos muriendo entre las olas, de toda su vida escapando por sus manos. Una masacre, una enorme y espantosa masacre...

"¿Qué diablos haces? Mátalo."

Y allí lo vio.

Por primera vez.

Un hombre, en su mente, encadenado a un lugar aislado en su memoria.

Un hombre de cabellera blanca y larga, tan larga como la de México, con una piel morena exquisita, lleno de heridas, sujeto de los brazos, pies y cuello por cadenas al suelo. Un hombre desgastado, con heridas en su cuerpo, con runas azules y pintura de guerra en su rostro del mismo color. Un hombre que le miraba con ojos azul neón.

Un hombre tan enorme como su padre, incluso más.

Un hombre sometido.

"Mata a este maldito, nos arrebató todo. Mírate, no eres nada. Ve lo que se suponía que teníamos que ser, éramos un dios a comparación de los demás, y ahora, somos esto. Yo encadenado y tú siendo su perro obediente. ¿Es gracioso, no? El gran imperio perdido, es un buen nombre para nosotros, yo perdido en tus memorias, y tú, perdido en la vida... que gran chiste somos... y ya que somos un chiste en la existencia, hay que asesinarlo, le haríamos un favor al mundo manipulado por él. Rompamos su corazón."

El joven jadeaba de rodillas, tratando de recuperar el aire, saliendo de ese lugar donde ese hombre se encontraba, para regresar a la playa, a esa tormenta, a ese dolor en el alma, a todo lo que estaba pasando en ese momento.

"¡Mátalo!"

"Hazle un favor al mundo"

— Boris, mi amor, tienes que comprender que hice lo mejor para ti. — dijo el latino acercándose poco a poco, con esas manos temblorosas y lágrimas en el rostro. Sujetando al chico, levantándolo, y sujetando su rostro. — No podías vivir como Atlantis, no podías. La muerte me dio una lección ese día, Pangea me dijo que...

El joven solo podía ver el rostro nervioso y con ansiedad de su madre, mientras este acariciaba con tanto amor sus mejillas. Viendo esas galaxias dentro de sus ojos moviéndose rápido, alteradas. Recordaba un poco esos ojos, un recuerdo lejano, donde pudo ver a Olmeca, acompañado de imponentes hombres que lo resguardaban.

"¡Mátalo! Antes de que llame a los otros sujetos y sea muy tarde."

— ¡No te me acerques! — gritó el joven dando pasos hacia atrás. Empujándolo lejos de él. Su cabeza lo estaba torturando con memorias rotas, ira desencadenada y un corazón hecho trizas. — ¡Ya no hables! ¡No quiero escucharte!

— Boris, mi cielo, mi niño... tienes que escucharme, tienes que entender que...

— ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE! — comentó la isla cubriendo sus oídos.

Fueron unos segundos, solo un par.

Donde las runas de constelaciones se hicieron opacas, aquellas preciosas runas de constelaciones se perdían como un tatuaje mal cuidado, y comenzaban a surgir runas potentes y azules, como si su piel estuviera pintada con pintura azul en su bella piel morena. En especial esa runa en su ojo izquierdo, que parecían tres líneas azules saliendo de su frente a la mitad de su mejilla pasando por su ojo.

Y no era solo la aparición de las runas, era el crecimiento del cabello del chico, que comenzaba a crecer poco a poco, mientras ese brillo azul en su pecho aparecía. El mexicano solo pudo sentir un Déjà vu, mientras podía ver esa enorme energía acumulada en el cuerpo de su pequeño. Donde este comenzaba a arañar su pecho hasta al final hacerse sangrar, para revelar que debajo de la piel, un brillo azul, como un cristal, se encontraba.

"Lo llamo el corazón de Atlantis, Olmeca. Es único de mis tierras, es lo que me hace, es lo que controla el flujo de la vida. El gran corazón de Atlantis descansa en el interior de su rey. Un cristal capaz de curar lo que sea, de ser un arma como de ser una bendición. Todos mis humanos tienen un pedazo de él, cerca de ellos. Por eso son tan longevos. ¿Sabías que los atlantes viven más de 100 años? Tengo el futuro dentro de mí, eso es perfecto..."

— ¡Tsk!

Y su piel se cerraba, encerrando dentro de él la fuente de vida más poderosa que se haya presentado en la tierra. El muchacho paró los jadeos, paró el nerviosismo y el estrés, cuando miró sus manos y vio esas runas presentes. Sintió su cabello largo y blanco, como sintió su pecho, y lo único que pensó era que todo de él era diferente.

Se sentía diferente.

Su cuerpo estaba lleno de vitalidad, de una energía única. Solía llamarle ansiedad, pero, no era eso. O tal vez si, sea lo que sea, sentía como que el hombre encadenado en su cabeza comenzaba a romper sus cadenas poco a poco.

Y eso se sentía bien.

Porque venía cargado de un frenesí de ira sin precedentes.

Lo malo de tener tanto tiempo a un perro encerrado, es que, si ve una salida, por más mínima que sea, se aferrará a ella hasta salir por completo. No importa lo que tenga que destruir a su paso.

— Boris... tranquilo.

— ... Te odio. — dijo el chico mirándole. — Nunca pensé decirlo a alguien sinceramente. Odié cuando Suecia rompió mi corazón, pero realmente nunca lo odié a él, solo la situación. Odié a UK por lo que me hizo, pero realmente no lo odio, es raro lo que siento por él. Odié la presión que ONU ejercía sobre mí, pero no lo odio, es un gran amigo. Pero a ti, a lo que eres, lo que fuiste y lo que serás, lo odio con cada célula que tiene mi cuerpo. Quiero verte muerto, sufriendo, desaparecer, y después quiero revivirte, quitarte todo, y traerte como mi estúpido secuaz, al que golpearé diario, y que me sonreirá diario, porque no conoce nada mejor que mi maltrato. Se me ocurrirá un nombre ingenioso para llamarte. Te gusta el nombre de Boris, ¿no? Puedo dártelo.

El mexicano solo trató de contener sus lágrimas, pero no pudo, no dejaban de salir. Nunca había visto esos ojos violetas mirándole con tanto odio, nunca tan muertos, nunca una expresión de esa forma en el bello rostro de su hijo. Su bello niño, aquél que corría sin descanso por la colmena, que dormía junto a él, aquel a quien le fascinaba nadar y explorar el espacio. Ahora le odiaba más de lo que ha odiado a alguien.

Y aun así, no se arrepentía de lo que había hecho.

No cuando sabía que era la única forma de tenerlo.

No cuando sabía que tener a Atlantis no era una opción, pero...

"Es sacrificio... y es hermoso a la vez, es algo que un dios de la creación no entendería."

— ... Déjame explicártelo. — dijo el mexicano con voz rota. — Déjame explicarte porque...

— Tanto tiempo siendo tu títere, dejando que me moldearas a tu gusto, y me llamaras diferente. — dijo el Bosla interrumpiendo al mexicano. — Mi cabeza es un caos, memorias perdidas, nuevas memorias, no sé cómo soportarlo. Estoy en un punto de quiebre mental, ya no distingo que se supone que soy, y tengo tanta rabia acumulada de años dentro de mi cabeza que apenas puedo contener, todo por ti, todo por tu maldita culpa.

— Boris...

El mexicano se tensó de golpe cuando esa enorme ola se llevó consigo todo el muelle con puestos que había a la distancia. Haciendo que el mexicano escupiera sangre, y comenzarán a activarse las alertas por tsunami en su país.

— Dije que no me llamaras así, maldito hijo de puta.

— ... tengo que explicarte. — dijo el mexicano tosiendo un poco. — Tu existencia en este mundo significa destr...

El golpe certero en el rostro que se llevó el mexicano le ardió, más cuando quedó en el suelo y sintió una enorme patada en su abdomen que lo hizo vomitar por la fuerza. Maldito sea el día en el que este niño había heredado la fuerza de Rusia. Apenas pudo respirar cuando otro golpe llegó y solo sintió su cabeza dando vueltas. ¿Por qué? ¿Por qué no se estaba defendiendo? Los golpes de Boris eran duros, pero era muy inexperto aún, podría tenerlo en el suelo si quisiera, su velocidad era superior a la de su hijo. Entonces, ¿por qué?

— Era un imperio... destinado a la corona de oro. — dijo la isla, sujetando el cabello del latino, arrastrándolo con él hacia el mar. — No, no, no destinado, es por mí que esa corona de oro existe. La gran corona de oro con brillo azul. ¿Fui yo quien le dio ese brillo? Seguro que sí, siempre debió ser mío todo, pero tú me lo arrebataste.

— ¡Yo no te asesiné! — gritó el latino tratando de zafarse. — ¡Yo no lo hice!

— No quiero escucharte. — dijo la isla. — Sé que tú no me pusiste en el fondo del mar. Sé que no fuiste tú quien me asesino.

— ¡Fueron los nórdicos! ¡Yo nunca te haría daño, Atlantis! ¡Ni siquiera cuando todos me lo dijeron! ¡Nunca lastimaría algo de ti! ¡Nunca!

Y la risa de la isla se hizo presente, para después pisar de lleno el rostro de su padre, haciendo que su cabeza se hundiera en la arena. Estaba disfrutando mucho verlo sufrir, aunque su corazón ardiera, era un alivio ver sufrir a alguien que no era él. Era un frenesí de desquicio total, entre lágrimas que salían al dañar a alguien al que ama, pero igual satisfacción de verlo sufrir, era un cumulo de emociones que solo lo ponían más desquiciado por cada minuto que pasara.

— ¿Qué? — dijo el joven. — ¿Por qué estás tan seguro? ¿eh? ¿Te quedaste como espectador mientras me mataban?

— ¡Ellos estaban allí! — gritó el mexicano para después escupir sangre. — Cuando Mictlantecuhtli me alejó de ti, los vi, estaban allí.

— No. México, no. Por un momento, para... piensa, idiota. ¡Piensa!

Dijo la isla, siguiendo su camino, comenzando a llegar al mar, mojando sus pies mientras esas enormes olas comenzaban a formarse, cosa que hizo que el mexicano aferrara sus manos en la arena, no quería entrar en el mar, era peligroso, más si Boris planea matarlo.

— Ah... Cómo todos, le tienes miedo al mar. Es solo agua, México. Una vez hundido ni lo sentirás, ya estarás muerto antes de que toques el fondo. — y esa sonrisa, la sonrisa del mexicano, con los mismos hoyuelos, en su pequeño.

— No me hagas hacerlo, por favor, para. — dijo el mexicano, comenzando a encender sus runas.

— Si no estás seguro de lo que pasó, no hables mierda de alguien más. ¿No tú me enseñaste eso? Maldito hipócrita. Tú no estabas allí cuando morí, ni siquiera estás seguro de nada, y estoy seguro que solo supones porque ellos estaban allí. Mira, te lo diré, para aliviar tu odio a los nórdicos. No recuerdo mucho aún, pero, sé que ellos no me asesinaron.

— ¿Qué?

— Intentaban ayudarme, intentaban ayudarme liderados por el fantasma de maquillaje azul. Y después truenos, agua, dolor, sangre y gritos es lo único en mi mente.

— ¡Ellos llegaron a tu isla para conquistarte!

— No voy a negar eso. — dijo la isla suspirando. — Pero, algo cambió su plan cuando estaba allí, a punto de morir, porque ellos trataban de ayudarme. Lo sé... — y una sonrisa volvió a su rostro. — Es gracioso, has pasado años y años odiando a unos hermanos, que lo único que trataron de hacer, fue salvarme. Debes sentirte como mierda ¿no? Ya somos dos.

El mexicano frunció el ceño, era imposible. Los ojos enfurecidos de los nórdicos, queriendo eliminar al lobo del no retorno. Era imposible, ellos iban para asesinarlo, era imposible que no fueran ellos, lo era. ¿Por qué ayudarían a Boris si ellos querían eliminarlo en primer lugar?

— Estas confundiendo memorias, ellos quieren asesinarte. — Dijo el mexicano sintiendo el agua comenzando a cubrirle, haciendo que se zafara del agarre de su hijo. — ¡Basta, Boris! ¡Deja de aumentar el nivel del mar!

— ¿Eh? ¡Ja! ¿Le tienes miedo a un poco de agua? — Y en un chasqueo, una ola enorme, de 20 metros formándose para impactar las costas mexicanas se formó. — Solo te dolerá un poco, tus tierras son enormes. Vamos a asesinar a uno de tus estados. ¿A quién matamos primero? Hagámoslo como papá, ¡Una jodida ruleta rusa!

— Basta.

Fue impresionante como el mar se puso calmo de golpe, e hizo caer de rodillas a la isla. Y, a decir verdad, fue impresionante ver esas alas de colores salir. Y esos ojos de galaxias mirándole, como si estuvieran a punto de darle la mayor paliza de su vida.

— Tienes que detenerte, ahora.

— ¿Por qué? ¿Eh? ¿Por qué he de parar? ¿Querías que olvidara que puedo hacer esto? ¿Querías que me quedara sometido al plan perfecto de lo que querías convertirme?

— Boris, te lo advierto.

— ¿Qué? ¿Vas a matarme? Hazlo, ya sucedió una vez, me encantará ver qué nuevo nombre me pondrás cuando me traigas de vuelta. ¿Misha? ¿Dimitri? ¿Sergei? ¿Pedro?

— ¿Qué te hace pensar que te regresaría?

— Auch... dolería si fuera verdad, pero estas llorando, México.

"El mayor error que hizo la Luna en la historia del universo, fue sentir amor."

Las mejillas seguían empapándose de lágrimas que no dejaban de salir. La persona que tenía enfrente era su hijo, tenía los ojos de su gran amor en él, tenía su sonrisa, tenía ese cabello blanco como la nieve que se cruzaba con la calidez de su piel. Había cosas que adoraba de Boris solo con verlo.

Adoraba como siempre tenía una mirada tan cálida, incluso cuando estaba roto. Amaba como solía dormir hecho bolita, sin importar su edad, lo hacía desde la colmena, y no pudo dejar de hacerlo nunca más. Adoraba como solía pasar horas y horas hablando del espacio si alguien tocaba el tema. Adoraba como su cabello volaba libre sin importar nada, amaba ese tierno rostro que hacia cuando estaba nervioso.

Le gustaban, no, le encantaban como se marcaban esos hoyuelos cada vez que sonreía con ese perfecto rostro que tiene. Amaba como dormía tranquilo en sus brazos.

Estaba condenado a amarlo, era su hijo, lo que más adoraba en el mundo, la mezcla de un amor perfecto. Y es allí cuando se dio cuenta, que destruirse el corazón él mismo, separando a Rusia de él era imposible, pero, lastimar a Boris, era simplemente algo que nunca pasaría en su cabeza.

— Mamá. — y allí estaba, las manos de su pequeño sujetándole el rostro, viéndolo. — Veamos cuanto tiempo aguantas sumergido en el agua.

Fue rápido, era demasiado rápido.

Cómo Borislav lo sujetó y lo arrojó al mar, para después, comenzar a hundirlo con él. En ese mar agitado y salvaje, donde comenzaba a tratar de liberarse del agarre de su hijo intentando salir, pero, no podía, no podía porque tendría que golpearlo, tendría que quitar las manos de su hijo de su cuello, mientras este comenzaba a clavar sus dedos, tratando de ahogarlo o arrancarle la cabeza, lo que sucediera primero.

"Ser madre realmente apesta." Se dijo a sí mismo en su cabeza, mientras sentía los dedos de Borislav entrar en su cuello, haciendo fuerza para destrozarlo.

Así que lo hizo.

Lo golpeó.

Y no fue un golpe simple, la mandíbula de su hijo quedó colgando, como si se hubiera tragado un explosivo y le hubiera explotado en la boca. Por supuesto que vio la expresión de dolor de su hijo, pero, lo único que hizo fue sujetarle el cabello y jalarlo con él hasta la orilla. Una vez fuera, vomitó toda el agua salada mientras escuchaba los quejidos de la isla, sosteniendo su rostro.

Aprovechó ese momento, para acabar por morderlo, tomando lo que necesitaba para curar su cuello, y después alejarse de él. Sus heridas se curaron en su totalidad, pero Boris no podía curarse, nunca le habían golpeado tan fuerte para hacerle explotar parte de su rostro. Así que estaba asustado, claro que lo estaba, era un maldito niño.

— ¿Tienes todas tus memorias? ¿Oh sigues hablando mierda, niño? — dijo el latino. — ¿Eh? ¿Ya recordaste tu habilidad del mar? ¿Recuerdas como sanar eso? Sigues siendo igual de voluble que siempre Atlantis, devuélveme a Boris.

El enojo de la isla era evidente, aún más después de ese comentario. Solo acabó por levantarse, arrancar la mandíbula inservible que tenía colgando, y poco a poco hacer aparecer una nueva, hasta tener su rostro con toda normalidad de nuevo. En cuestión de segundos.

Y como en cuestión de segundos curo sus heridas, igual en cuestión de segundos el mar comenzaba a retroceder de las costas. Mientras esas runas azules de la piel morena comenzaban a brillar cada vez un poco más.

— Traté de salvarte de tu destino, Atlantis. — dijo el latino. — Traté innumerables veces, pero estabas condenado a perecer.

— Voy a hundirte conmigo. Voy a destruir mi isla, y hundirte conmigo. Aquí. Ahora. Se acabó.

Cuando esa mirada violeta brillante, dejó de ser violeta y se volvió azul neón. El mexicano sintió su corazón arder. Más cuando ante sus ojos, presenció como una enorme ola comenzaba a formarse, no solo en su costa, la inmensidad de ella era imposible de medir con la vista. Era una sentencia de muerte que estaba aceptando, una que a lo mejor era justa.

No podía lastimar más a Atlantis, y Atlantis no pararía hasta verlo muerto, así que dejar que lo hundiera era justo, así se evitarían problemas más adelante.

Pero.

Cuando esa ola comenzó a congelarse, y vio al ruso llegar corriendo, sintió pánico. No pánico porque descubriera la verdad, sino, pánico de que Atlantis tocara un cabello del ruso, pero, la isla estaba tan en shock como lo estaba el latino, más cuando el ruso se acercó a ambos, y sin decir nada, acabó por abofetearlos y después abrazarlos.

El ruso los sostenía fuerte contra él, la isla como el latino no sabían que hacer, solo pudieron notar que los brazos del ruso tenían mordidas, y ambos tenían la mala costumbre de delinear las heridas con sus dedos, les tranquilizaba, era como una forma de decir que se recuperaría.

— Tus estados estaban muy dañados, todos los de la costa. No estabas así que dejé que me mordieran. — dijo el ruso, sujetando el rostro del latino. — Deja de hacer estupideces, México.

El latino solo pudo ver el rostro del ruso, quien volteó a ver el rostro de su hijo.

— Orión llamó. — mencionó el euroasiático sujetando la barbilla de su pequeño. Claro que podía notar esos ojos, ese cambio de runas, ese cabello largo, ese cambio en su hijo, pero... — Está asustado por el mar, es muy joven y no puede estar solo sin tu guía. Deja de hacer estupideces, Borislav.

— Yo lo estaba causando. — dijo la isla mirándolo.

— Lo sé. — respondió el ruso.

— Yo lastimé a los estados de México.

— Lo sé.

— Yo voy a matarlo.

— ... ¿eso es lo que quieres realmente?

— Si. — respondió la isla. — ¿No vas a detenerme? ¿No vas a congelarme y arrojarme al mar para que me muera? ¿Vas a congelar todo para que no pueda salir? ¿Vas...

El ruso solo acarició el rostro de la isla, como siempre lo hacía, solo dándole una suave caricia en las mejillas.

— Nunca te lastimaría. — respondió el ruso. — Pero, no puedo dejar que lo lastimes.

Y la isla solo apretó los puños, moviendo las olas para romper el hielo, mirando al ruso mientras dejaba sus lágrimas correr, entre ira, decepción, todo. ¿Elegiría a México? ¿Elegirá a México? Se preguntaba, y solo podía pensar en una forma de saberlo.

— No le hagas daño a tu padre, Boris. — dijo el mexicano. — No cuando está aquí. En mis tierras. Si quieres matarme, al menos deja que este lejos de aquí antes de que trates de hundirme.

— ¿Él lo sabe? — dijo el joven mirando al latino — ¿¡Él lo sabe!?

— No, no lo sabe. — y el latino comenzó a lagrimear. — Boris, necesitas entender que...

— Cállate. — dijo la isla.

El nudo en la garganta del joven apenas podía aguantarlo.

Solo acabó por fruncir el ceño mientras regresaba el mar a la normalidad. Después solo paso sus manos por su cuello, caminando hacia el mar, pateando la arena.

— Boris... — dijo el ruso, antes de ser interrumpido.

— Me alegra... me alegra tener tus ojos en el presente, son gentiles, el hielo encapsulado en el violeta eterno. Me gustan, son gentiles como tú. — dijo el chico comenzando a caminar hacia atrás, hasta ver de nuevo a uno de sus lobos salir del mar esperándolo. — Eres genial, me alegra haber sido tu hijo, Rusia. Eres... eres realmente un gran padre. Uno que nunca tuve, uno que sabe, que a veces solo necesitas la verdad, como la que tú dices solo con mirarme, porque sabes que lo que quiero.

— ¿Qué está pasando? — preguntó el ruso.

— Qué te lo cuente el hijo de puta que decidiste amar, tienes malos gustos, es tu único defecto.

— ¡Boris!

El grito del mexicano, queriendo alcanzarlo, corriendo hacia él, fue en vano, cuando el chico desapareció en las olas del mar, dejándolo solos en la playa, sintiendo el agua golpear sus pies, sin poder hacer más que solo mirar a su pequeño irse.

Al final, solo pudo mirar al ruso que le miraba sin poder entender qué diablos había sucedido.

— Tengo que hablarte de algo, y lo que decidas hacer después de lo que lo diga, lo entenderé. Nunca te dejaré de amar, incluso si decides odiarme. Pero espero que entiendas, que tengo que detenerlo antes de que se haga más daño a sí mismo.

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Las olas golpeando a la orilla de su isla eran salvajes, se sentía, así que las barreras de emergencia comenzaron a alzarse. Y una joven androide comenzaba a acercarse al chico que había llegado junto a un lobo blanco, quien se quedó mirando las runas que habían sido talladas en la piedra.

— Bienvenido, amo. — dijo la mujer parándose a su lado.

— Soy Atlantis.

— Así es. — comentó la mujer. Haciendo aparecer en sus manos un teclado holográfico. — ¿Quiere entrar a mi memoria Core? Puede ver lo que está almacenado allí.

— ...

Ese oleaje solo comenzaba a subir, al igual que las barreras comenzaban a subir de nivel. A lo que la isla, solo podía mirar esas runas, para después mirar al androide.

— ¿Dónde está Orión? — comentó el Bosla.

— Desde que la marea ha subido por su humor, se encuentra en su hogar acompañado del joven Marco y el joven Hugo. Lo ha estado buscando e intentando comunicarse con usted. Pero descuide, desactivé las líneas para que no pudiera comunicarse con ONU o alguien del exterior hasta su regreso. Aunque, a decir verdad, tiene un hijo brillante, logró comunicarse con Rusia. Su padre.

— No quiero que errores así vuelvan a cometerse, si te diseñé para parar comunicaciones, es para que incluso mentes como la de Orión no puedan hacer nada. Has bien tu trabajo.

— Me disculpó, amo. He actualizado mis datos, no volverá a suceder.

— Mía.

— ¿Sí?

— ¿Por qué me llamas "amo"? — dijo la isla, sin apartar la mirada de las runas.

— Esta inestable, no quiero decir nada que lo haga ponerse más inestable. Y dado que no me ha dicho como debo referirme a usted ahora, la palabra "amo" es algo que es neutral.

— ¿Tú quién crees que soy? ¿Borislav o Atlantis?

— Me reservo mis comentarios.

— Te lo ordeno.

— En este momento, Atlantis. — respondió la mujer.

— ¿Y te agrada?

— No.

— ¿Prefieres a Borislav?

— No. Quisiera que dejara de dividirse como el mar. — y la Androide miró el rostro de la isla. — ¿Qué desea que haga?

— Prepara a MANTA 001 y 002. — suspiró la isla. — Que lleven a esos estados fuera de mis tierras.

— Como ordene, estará listo MANTA 001 para que los jóvenes Hugo y Marco regresen a sus hogares. ¿Qué hará con MANTA 002?

— Prepáralo para mí.

— A sus órdenes, amo.

La isla solo siguió su camino, dejando a la mujer detrás, mientras escuchaba el mar salvaje, con un oleaje enorme y turbio, acercándose poco a poco a su hogar. En el camino, miró ese letrero, "Bienvenidos a la Isla Borislav". Era un letrero que había escrito de niño, con pinturas, en una madera cerca de su hogar. Lo había pintado con su madre, lo había colgado con su padre, y ahora, había destruido y arrojado al mar con sus manos.

Solo suspiró, llegando a su hogar y abriendo la puerta.

Lo primero que miró fue un Orión que rápido se acercó a él sujetándole el rostro, como si lo revisara, cada centímetro, preocupado, para al final, abrazarlo. Un abrazo de su hijo, se sentía cálido. Sujeto el mentón de su capital, para ver esas runas que iban de la mejilla de su pequeño pasando por el cuello a su pecho.

Runas azules.

Azules potentes.

— ¿Qué está pasando? Si tú cambias yo cambio. — dijo la capital. — ¿Qué con estas runas? Parecen las antiguas que encontramos. ¿Qué les pasó a tus ojos? ¿Por qué tu ropa tiene sangre? ¿Qué pasó? Papá...

— ... ¿Te gusta esta isla? — dijo el Bosla mirándolo.

— ¿Eh? — y el rostro confundido del joven le miró. — Claro, es mi hogar.

— ¿Te gustaría dejar de ser un estado y ser un país?

— ¿Qué?

— ¿Qué tal si tú te conviertes en Borislav?

— ... Me estas asustando. — dijo el joven dando un paso hacia atrás. — ¿Qué?

— ...

— ¿Papá?

— Perdona, no soy igual que ese hijo de re mil putas, no voy a imponerte a ser alguien que no quieres, tranquilo. Siempre serás mi bella capital, solo necesito recuperar todas mis tierras. — Ese temblor en su ojo, mientras miraba con ojos muertos a su hijo hizo a la capital tensarse. — Orión, puedes...

— ¡Boris! ¡Boris! ¡Estás bien! ¡Estábamos preocupados!

Esas dulces voces, esos bellos brazos abrazándolo, sujetándole el rostro. Ah, Marco y Hugo eran los estados más hermosos que había visto. Pero pertenecían a otro country, no importaba cuanto lo abrazaran, nunca podría tenerlos, al menos no ahora, no hasta que tome el control de todo...

— Estoy bien. — comentó la isla. — El mar se calmará. — y ese temblor en el ojo se presentó, haciendo que los estados tuvieran miedo de esa expresión. — Tienen que regresar a casa.

— Pero... — dijo Hugo antes de ser interrumpido.

— Sin excusas, vayan a casa.

— ... Boris, queremos ayudarte, luces mal. — fue Marco quien le acarició el rostro. — Mírate, tus ojos se ven raros, estas lleno de sangre, está el mar así, ¿qué pasó? ¿Qué te hicieron? ¿Quieres ayuda? Honey, dinos...

— Orión, MANTA 001 está listo, llévalos a sus casas. — dijo la isla mirando a su hijo. — Que lleguen a...

— ¡Boris! — gritaron al unísono ambos estados.

— ¡Dejen de llamarme así! ¡Suban al maldito avión y lárguense de mi isla! ¡No los quiero aquí! ¡Largo! No necesito a estados mediocres rompiéndome el culo cuando tengo que lidiar con cosas más importantes que...

Fue certero el puñetazo que recibió la isla en el rostro.

Su capital se había puesto enfrente de los estados, protegiéndolos, ante la mirada de sorpresa de su padre.

— Si vuelves a insultarlos juro que me largo para nunca más volver. — dijo su capital. — ¡Mírate! ¿Quién eres?

— ... No lo sé. — respondió la isla, quien por un momento regresó a esos ojos violetas. — Hugo, Marco, lo lamento, yo nunca los lastimaría, yo no pienso eso, yo nunca pensaría...

— Llévanos a casa Orión. — dijo Marco tomando el brazo de la capital. — Mi amigo no se encuentra aquí, al parecer, ser un country es mucho más importante que ser el mismo, así que, vámonos. Hugo, nos vamos.

— Espera, Marco, Hugo, bebés...

— Es asqueroso que un estúpido país nos llame así. — fulminó Hugo saliendo del hogar con Marco seguidos por Orión.

Y las palabras no salieron después de eso. ¿Qué diablos había dicho? Solo pudo sujetar el brazo de su hijo antes de que este saliera por completo.

— Orión.

— ... Se trataba de ser mejor que ellos, no volverte todo lo malo de ellos. — dijo su capital. — Cuando me tuviste en tus brazos la primera vez, dijiste... — y la capital comenzó a lagrimear. — Dijiste, "Quiero poner el futuro en tus manos, en la de todos". Me llamaste Orión. Por la constelación brillante, un gran cazador, hijo de Poseidón, con la habilidad de caminar sobre el mar...

— Orión, lo lamento...

— Nos gustaba, nos gustaba creernos los amos del océano. — sonrió la capital. — Pero desde que el mar ruge, ya no veo a mi padre... ojalá encuentres quien eres, porque yo solo respondo a Borislav, no a quien sea que se supone que eres tú.

No pudo decir nada.

Solo los vio partir. En instantes, había perdido a sus mejores amigos, y había perdido la confianza de su capital, en solo segundos. Acabó por sujetar su cabeza, recordando todo, estuvo a punto de asesinar a su madre, dejó a su padre, ¿Qué diablos había hecho? ¿Qué diablos pasaba? ¿Por qué había hecho todo eso?

— ¡Sal de mi cabeza! ¡Basta! — gritó, pero lo único que tuvo como respuesta, fue su celular sonando que se encontraba en la mesita de la sala. — ¡Basta, Atlantis! ¡Vas a arruinarlo todo!

Se acercó a él, y acabó por contestar, solo para escuchar la voz del finlandés, del otro lado de la línea, mientras se escuchaban gritos de fondo y una discusión.

— ¿H—hola? — y esa voz temblorosa mientras sujetaba su cabeza salió.

— Boris, no tengo mucho tiempo, le estoy haciendo un favor a Suecia. No sé qué diablos ocurrió contigo y Dinamarca, pero ella esta enloquecida, Suecia trata de calmarla, pero no sé si funcionará. Seguramente va a querer buscarte.

— Dile que espere a que yo lo llame.

— Pero...

— Que espere.

— Ella quiere asesinarte, ¡¿Estas loco?!

— Que lo intente. No conseguirá nada.

— ¿Boris?

— Dile a Suecia que espere a que lo llame.

Y colgó.

Solo para acabar de ver su reflejo en la pantalla negra del celular, donde esos ojos azules volvían a predominar. Suspiró levantándose, cambiándose la ropa empapada y poniéndose unos jeans, una playera y una sudadera negra encima.

— Bueno, si no puedo matar a México ahora, vayamos por otro que estaba allí cuando morí. Veamos si aún tiene fe en sí mismo.

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— ¡BASTA!

Fue lo que salió de la boca del islandés, al ver a sus hermanos a punto de pelearse, deteniéndolos en el acto. Todo había sido un caos desde que Dinamarca había subido a la aeronave. La mujer había abordado el avión que los llevaría de regreso a casa, pero lo primero que hizo la mujer, fue sujetar al sueco del cuello mientras daba instrucciones de todos ir a sus tierras.

Nunca había visto a su hermana tan alterada, gritándole en la cara a Suecia que nunca en la vida deberá acercarse a Borislav de nuevo, comentándole sobre la profecía del Lobo del No Retorno, las runas, lo que es Boris. Todo.

Suecia se zafó de su agarre, mientras Dinamarca no paraba de gritar.

Y eso no paró, hasta llegar al castillo de la danesa.

No paró, hasta que Suecia se hartó, y acabó por golpearla, nunca había hecho eso, Suecia nunca había golpeado a ninguno de sus hermanos, pero lo hizo, estaba harto, estaba furioso, así que el islandés solo hizo lo que tenía que hacer, parar todo antes de que siguieran.

— No vuelvas a manchar el nombre de Borislav con tus sucios insultos, Dinamarca. — dijo el sueco.

— ¡Ja! — la mujer sostenía esa mejilla enrojecida y ensangrentada por el golpe. — Nos acabará matando. Solo que estas tan ciego ante su luz que no puedes ver lo que has olvidado, Suecia.

— ¿De qué diablos hablas?

— Lo recuerdo. — dijo la danesa con ojos de locura. — Lo recuerdo, no definido, pero recuerdo la profecía susurrando por las ramas del Yggdrasil, la profecía de los dioses. Un lobo del no retorno.

— Dinamarca. — dijo Noruega, dando pasos adelante, cubriendo a Colombia. — Hablemos de esto en otra ocasión.

Todo este maldito tiempo, la danesa se había olvidado quien los estaba acompañando. Esos ojos amarillos fueron directo al latino quien se escondía detrás del noruego, más cuando esos dulces ojos miel se cruzaron con los fríos ojos de la danesa.

— ¿Qué? Tiene la runa, es un nórdico, es parte de nosotros. — rio la mujer sujetando su cabeza. — Trato de protegerte Noruega, trato de hacerlo, trato de hacerlo con todos. En especial a Colombia, esta tan cerca de ese maldito, tengo que proteger sus tierras del mar...

— Dina. — dijo Finlandia. — Mírate. Estas hecha un desastre.

Todos sus hermanos miraban a la mujer, nunca la habían visto así. Ensangrentada de sangre que no era suya, con un golpe en su rostro, su cabello alborotado y desarreglado, su mirada llena de estrés y locura, sus runas brillantes y lista para la guerra.

— Dinamarca. — dijo el colombiano, zafándose del agarre y protección del noruego mirándola. — ¿Qué pasa?

— Borislav va a matarnos si nos descuidamos. — dijo la danesa sujetando con cuidado el bello rostro del colombiano, ante la mirada alerta de sus hermanos. — Tú me crees, ¿verdad?

— ... ¿Por qué Borislav quisiera lastimarlos? — preguntó el colombiano, sujetando las manos de la mujer, hablándole con dulzura, sintiendo esas manos temblorosas con sangre seca en ellas. — ¿Por qué Boris haría eso?

— Es que él no es Borislav, no es una Isla común. No es alguien que solo nació de México y Rusia. — dijo la mujer. — Es un maldito error que lo tenemos que regresar a la tumba de donde salió. Su mera existencia marca el no retorno, y una vez allí, nada lo va a detener.

— Dina. — dijo el latino. — Boris es testarudo, explosivo y muy infantil, pero... nunca lastimaría a alguien que ama.

— Borislav no, pero él otro sí. — dijo la mujer sujetándole los hombros. — Su mente está fragmentada, está hecha añicos, donde el otro está ganando, ya no hay marcha atrás. Está cayendo en la desesperación, y es mi trabajo sacarlo de su miseria. Voy a matarlo antes de que se vuelva un problema, porque no puedo dejar que lastime a otro de mis hermanos.

— ¿De qué diablos hablas, Dinamarca? ¿Nos lastime? Borislav nunca ha lastimado a nadie de nosotros, todos estamos... — hablo Finlandia, pero la danesa solo cubrió su boca.

— ¿Recuerdas esta profecía? — dijo la mujer mirándole.

Nació un lobo.
Uno blanco y negro, que asesina con su sangre.
Nació un lobo.
Uno de colmillos blancos y sonrisa falsa que grita de hambre.
Nació un lobo.
Creyéndose hijo de dioses, que crece de una manera indiscriminada.
Un lobo que poco a poco se vuelve peligroso ante mi mirada.
Un lobo al que parece que solo yo le veo los colmillos en esta encrucijada.

Hijo de salvajes e imperios, un lobo indomable.
Si, nació un lobo, que poco a poco se vuelve inestable.

Nació un lobo, sediento de poder.
Uno que hará a todos caer a su Merced.
Uno salvaje e indomable,
Uno que quiere lo impensable.

Nació un lobo, que engaña con sus ojos.
Hijo de astros y obscuridad, con un sinfín de antojos.

Nació un lobo que me ha declarado la guerra.
Dónde en esta fría misión, mi corazón le está dando tregua.

Nació un lobo que marca el punto de no retorno.
Dónde si me descuido cambiará mi entorno.

— La recuerdo, en su totalidad. Una profecía dada a nosotros, ante el Yggdrasil. Ante nuestros dioses... una profecía. — dijo la mujer, señalando al sueco. — Que fue decretada por Veðrfölnir, antes de que el lobo del no retorno lo lastimara.

El sueco se quedó mirando a su hermana y después negando con la cabeza. Ninguno de los nórdicos recordaba nada, nadie, y eso desesperaba a la mujer a un nivel inimaginable.

— ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! — dijo la danesa. — ¡Su sangre! ¡Es su sangre! La maldita droga GR manipuló todo este maldito tiempo nuestras memorias, manipulando que no recordemos a su pequeño monstruo. Pero te contaré lo que recuerdo... lo que he luchado todos estos años por recordar, lo que he indagado sin descanso. — y una risa psicótica se escuchó mientras la mujer sujetaba su cabeza. — Ocultado por un dios que todo lo sabe, el maldito lobo está aquí, aquél que puso a Suecia en la situación que está.

— Dina, Borislav nunca me ha lastimado. — dijo el sueco.

— Tu habilidad, Suecia. — dijo la mujer mirándolo. — Todo ese dolor, todo el control del futuro fue arrebatado de ti. "Dónde en esta fría misión, mi corazón le está dando tregua." No importa si es el pasado, el presente, o un futuro. Siempre caerás enamorado ante ese lobo. Han cegado a nuestro halcón del futuro, incapaz de ver lo que acontece, incapaz de tener el futuro de nuestro lado, el maldito mexicano ha controlado a todos, ¡absolutamente a todos! De que olvidemos todo, olvidemos quien realmente es esa cosa que le salió del vientre.

— Dina. — dijo Noruega. — Es que...

— Tus garras lo lastiman. — dijo Dinamarca. — El fuego de Finlandia no le hizo daño, pero tus garras si, Noruega, lo hacen porque eres Fenrir, el destructor de dioses. — dijo la mujer sujetando su cabeza. — ¿No crees que eso es curioso, Noruega? ¿No lo crees?

— ... hm... mis garras lastiman a todos, estas sobre pensando lo que sucedió.

— ¡El fuego de Finlandia lastima a todos! Pero parecía que solo estaba poniéndole luz con una linterna a México, nada de él se dañó. ¿No crees que eso es curioso? ¿No lo crees?

— Dina... — el noruego suspiró. — Es que si siento que es raro...

— Noruega, no puedes estar creyendo que... — dijo el sueco, a lo que el noruego interrumpió.

— Cuando fue el punto de quiebre, y traslade la cápsula. Hubo un momento en donde el me miró con el mayor desprecio posible. Lo sentí en mi espalda, no era ni del tamaño de uno de mis ojos, y, aun así, sentí mi piel erizarse ante su presencia. Pensé que iba a atacarme, pero no lo hizo. — dijo el noruego. — Así que decidí olvidarlo, pero, no es la primera vez que México demuestra desprecio total hacia nosotros.

— Noruega, no hables de México si no tienes idea de lo que está sucediendo. — dijo el colombiano. — Sé que México no los aprecia, lo sé. He tenido muchos problemas con él, su carácter es fuerte, es testarudo y no escucha a nadie cuando se le mete una idea en la cabeza, pero... pero nunca lastimaría a nadie, México no es así.

— Colombia. — dijo la danesa. — Eres su familia, pero incluso tú, no puedes negar, que se siente extraño todo esto. Súbitamente el fin del mundo se desencadena con él, y él se vuelve el único salvador, su sangre es lo que nos mantuvo vivos, y al despertar, solo recuerdos borrosos o inexistentes en nuestra memoria. Y no solo eso, tuvo un hijo, en un mundo destruido, tuvo un maldito hijo. ¿Cómo mierda lo hizo? ¿Cómo? ¿Viste como estaban todos los falsos receptivos? ¿Viste como estaba la tierra en las grabaciones de la colmena? ¿Cómo mierda México sobrevivió a todo eso?

Y el colombiano acabó por mirar a la danesa, por primera vez, cuestionándose algo que nunca había pensado, o tal vez, algo que había pensado, pero, nunca se había hablado con México antes... porque...

"México es curioso, Colombia. Ahora sales con un nórdico, con Noruega. Tienes esa runa nórdica, y México la desprecia, ten cuidado. Sé que nunca te lastimaría, pero, se puso como loco cuando vio esa runa marcando tu piel. Se pone como loco con los nórdicos, como si los odiara... pero a la vez les tiene miedo... ¿Por qué será?... ¿Por qué el corazón de Inti en mi arde cuando me acerco a él? ¿por qué? He allí la pregunta. Amo a mi hermano, pero todo es muy raro, así que investigaré, solo déjamelo a mí."

"Perú, si México descubre que estás haciendo planes detrás de su espalda, él no volverá a confiar en ti."

"Bueno, si no encuentro nada, se lo diré. Pero si encuentro algo, no importa cuanto lo ame, si es una amenaza tendré que detenerlo. No te preocupes, México siempre ha tenido la fuerza, pero, ¿Quién diablos crees que tiene el cerebro?"

Perú parecía seguro ese día. Ha estado siguiendo los rastros que ha dejado México, volviendo a la colmena, a recuperar la memoria core que se dañó cuando dio a luz a Borislav, recuperando grabaciones, todo. De eso ya años, y Perú nunca había informado nada.

— ... No lo sé. — respondió el latino.

— Amo eso de ti, Colombia. — dijo la danesa. — Estas dispuesto a mentirme con tal de protegerlo. Lo amo, es audaz, pero se te olvida que puedo leer todo en tu mente. — sonrió la mujer.

— ¡Espera, Dinamarca! ¡Lo que mencionaba Perú solo eran simples conjeturas! México nunca nos lastimaría, él es...

— Un dios. — concluyó la danesa mirando al colombiano. — Sangre que salva, ser el único en pie en un mundo destruido, traer a la vida a alguien poderoso y la única forma de lastimarlo es por aquel que destroza dioses. No hay que pensarlo demasiado.

— Dinamarca, ¿qué mierda estas diciendo? ¿Un dios? Los dioses no existen, son suposiciones de los humanos... — dijo el finlandés.

— Hay una teoría nacida en Israel. — dijo la danesa. — Una teoría que puede salvar a todos si se aplica a tiempo.

— Dina... — dijo el islandés. — No tiene nada que ver con lo que dices si...

— Después de todas las desgracias que Israel ha sufrido, decidió crear una teoría. — continúo la mujer. — Si en una sala, diez hombres reciben la misma información sobre un acontecimiento, y los diez hombres llegan a la misma conclusión. Es el deber del décimo hombre nombrado en esa sala, estar en desacuerdo. No importa lo improbable, loco, estúpido que pueda ser estar en desacuerdo, el décimo hombre tiene como tarea pensar que los otros 9 hombres en la sala están equivocados, así que recaba información y se prepara para cualquier situación que esta pueda desencadenar. No somos 10 hombres en esta sala, somos seis países, de los cuales, 5 han llegado a una conclusión lógica y absoluta, pero mi deber como el sexto hombre es estar en desacuerdo con ustedes y prepararme, por más improbable que parezca.

— Si es un dios, somos nada alrededor de él, ¡Dinamarca, idiota! — gritó el finlandés.

— El mexicano nos tiene miedo por algo, y creo que se debe a que tenemos a un lobo que descuartiza dioses para cenar, ahora su miedo es racional. Traer a su lobo del no retorno aquí solo es una prueba más que quiere deshacerse de nosotros, porque si uno de todos aquí muere, significa que Fenrir permanecerá atado al Yggdrasil sin poder moverse. Es mi deber evitar que alguno de ustedes caiga ante ese juego.

— ¡Solo conseguirás meternos en problemas! — gritó el finlandés.

— Que bueno que tengo mi perspicacia de mi lado. — dijo la danesa. — No voy a dejar que dañen a otro. Voy a matar a su maldito monstruo antes de que haga algo impensable. Y a ti... — la mujer miro al sueco, directo a los ojos. — No importa cómo, no importa cuando, pero de alguna forma, voy a arrancarte a Borislav del corazón y evitar que te sigas destruyendo, Suecia.

El sueco acabó por suspirar, dejando que la mujer siguiera su camino. Seguida por Islandia.

— Va a matarlo, Suecia. — dijo Noruega. — Lo mejor es que te alejes de él.

Finlandia soltó una risa, tomando a Colombia del brazo, alejándolo un poco de Noruega, conocía esa mirada en Suecia, estaba molesto, y el comentario de Noruega solo lo había hecho cabrear más.

— ¿Me pides que lo deje solo? — dijo el sueco mirando a su hermano. — ¿Tú? ¿De todos nuestros hermanos? ¿Tú? Que gracioso, él único que pensé que entendería que no puedo hacerlo, es quien me lo pide. Dime, si esta situación fuera al revés, y a quien Dinamarca quisiera matar fuera Colombia, ¿Qué harías si yo te dijera que lo dejes solo y a su suerte?

— Eso no pasaría nunca, ya que yo no me enamoré de una bomba de tiempo. — respondió el noruego.

— Vamos a calmarnos quieren. — intervino el finlandés colocándose entre ambos. — Miren los entiendo, Dinamarca dijo algo que tiene sentido para Noruega. Y Dinamarca amenazó con algo, que es impensable para Suecia. Los entiendo, es una mierda, pero, pelearnos entre nosotros ahora no ayudará en nada. Tenemos que ver cómo solucionar esto y proteger a Borislav para evitar que una tragedia ocurra.

— Sólo te importa Borislav porque lo ves como un comodín para acercarte a Rusia. — dijeron ambos, tanto Suecia como Noruega mirándolo. — Nos repugna tu hipocresía.

— Hijo de puta, aparte de que me pongo de tu lado. — se quejó el finlandés con el sueco.

— No necesito tu ayuda si solo buscas otros fines, no te acerques a Borislav.

— ¡Nadie debería acercarse a Borislav! — renegó el noruego. — Nadie sale de aquí, es un caso perdido, no podemos involucrarnos más.

— ¡Qué te calles tú! — dijeron al unísono Finlandia y Suecia.

A los ojos del colombiano, solo podía ver tres niños chiquitos peleando por cosas que querían hacer. Y eso le estaba cabreando demasiado, ya que era ver a Venezuela, Ecuador y Panamá discutiendo por cosas sin sentido.

— ¡Basta los tres! — Dijo al fin el colombiano poniéndose en medio de los enormes nórdicos. — ¡Son unos niños tremendos! Noruega tiene miedo de que le pase algo a Suecia, Suecia tiene miedo de que le quiten a Boris, y Finlandia tiene miedo de que Boris muera porque eso mataría a Rusia. ¡¿Qué no simplemente pueden decirlo?! ¡Son una bola de niños infantiles!

Y los tres nórdicos se quedaron mirando al latino, que realmente era pequeño a comparación de ellos, y, aun así, allí estaban, escuchándolo.

— Suecia, ¿qué piensas hacer? — preguntó el colombiano.

— Quiero salvarlo, primero... ah, ¿pudiste hablar con él? — dijo el sueco mirando a Finlandia.

— Dijo que esperaras su llamada. — comentó el finlandés mirándolo.

— Bien... Colombia, te necesito. — dijo el sueco. — Eres el único que puede distraer a Dinamarca. Cuando llegue el momento, te necesito para que pueda escapar sin que ella lo note de inmediato. Tengo que ir por Boris y llevarlo a un lugar seguro, en su Isla solo esta desprotegido. Una vez que llame, me pondré de acuerdo con él y nos iremos.

— ¿A dónde diablos planeas irte? — dijo el finlandés. — No hay donde puedas huir sí...

— Encontraré una maldita forma, la cosa es que no puedo dejar solo a Boris si Dinamarca lo comienza a cazar.

— Lo haré. — dijo el colombiano ante la sorpresa de los hermanos. — Protege a Boris. Y... te ayudaré si prometes, si prometen no lastimar a México ni a Boris.

— ¿Eh? — dijo el noruego. — Pero, ¿qué tal si él busca matarnos?

— Promételo, todos, prométanlo. — concluyó el colombiano. — Yo me encargaré de él, pero prometan que ustedes no le harán daño.

Y ante esa mirada miel, los tres nórdicos fueron débiles, así que no quedó más remedio que aceptar y sellar la promesa bajo su runa. Ninguno podría lastimar a México ni a Borislav. Al final estaban a tiempo de evitar todo, al menos eso era lo que pensaban.

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Solo podía caminar por esas calles, en esa madrugada, sintiendo la lluvia en su cuerpo.

Roma era una bella ciudad, llena de historia, llena de grandeza, llena de todo, como memorias, que él anhelaba. Le gustaba el sonido que hacían sus zapatos en los charcos de agua, le gustaban las luces, todo, era muy lindo. Y entonces lo vio, el inicio del Vaticano.

Sintió un escalofrío en su espalda, al ver esas esculturas y bello arte, sintió miedo, pero aun así siguió su camino.

— Disculpe, joven. — y un guardia se acercaba a él. — No puede entrar, estamos cerrados. Las visitas guiadas comienzan mañana desde las 7 de la mañana.

— ...

— ¿Joven?

Esos ojos neón se pusieron en el guardia, para después dar una cálida sonrisa, acercándose a él.

— Lo siento, no me había dado cuenta que había llegado a... dios, ¿cómo se llama este lugar?

— Es el Palacio Apostólico. Aquí descansa el señor Vaticano. Su acceso no es permitido, lo lamento.

— Ah, diablos, pensé que sí. — dijo el joven, retirándose la capucha, dejando ver su rostro. — ¿No pueden hacer una excepción?

— Isla de Borislav. — dijo el guardia sonriendo. — Esta todo empapado, ¿tiene una reunión con el señor vaticano a esta hora?

— No realmente, solo quería ver si podía recibirme, pero no esperaba que se soltara la lluvia. Quisiera secarme un poco e ir a conseguir un hotel. — comentó el Bosla.

— Lo ayudaré, y daré aviso que está aquí, estoy seguro que al señor vaticano le encantará recibirlo.

— Si, si, seguro que sí, le gustan los jóvenes. — sonrió la isla. — Bueno, te sigo.

Y así acabó por seguir a ese joven guardia, quien lo dejó entrar al área de seguridad, donde le dio un par de toallas y ofreció una muda de ropa a lo que la isla se negó. Se quedó con el guardia mientras este marcaba por teléfono y hablaba en italiano sobre la visita de la Isla Borislav al Vaticano.

— Entiendo, muchas gracias. — respondió el guardia colgando. — Discúlpeme mucho Borislav, pero no puede ver al señor vaticano a estas horas. Puedo ayudarle a conseguir un hotel, y podrá verlo en la mañana.

— Descuida. — sonrió la isla levantándose. — Me has ayudado bastante.

Y así acabó por golpearlo dejándolo noqueado en la cabina, mientras salía de allí y comenzaba a entrar en el recinto. Todo era muy hermoso, y con mucho lujo. "Ah claro, los bendecidos por su dios", pensó la isla, adentrándose. Todo estaba muy callado, a veces se cruzaba en su camino guardias o mayordomos, pero estos no lo notaban, sabía muy bien como permanecer quieto en las sombras y seguir su camino.

Le sorprendió mucho ver a jóvenes y niños, correteando por los pasillos, usando simples blusones blancos, con marcas de mordidas y besos que dejaban ver su piel desnuda. Eso le cabreo un poco, claro, estaba en la casa de la pederastia. Aquí solo niños y jóvenes verían. Siguió su camino hasta encontrarse con unas puertas adornadas de oro y plata, y al entrar, encontrarse con un posadillo que da a una iglesia.

Y allí es cuando lo vio.

A un hombre, un hombre de cabello castaño y ojos de igual color. Quien estaba sentado en primera fila, de rodillas mientras al parecer hacia algunas oraciones. Era un hombre joven, en años humanos diría que se veía de unos treinta y tantos. Era atractivo, delgado y alto. Es lo que se podía notar con el pijama simple de blusón que utilizaba.

La isla solo ingresó y acabó sentándose en otra banca, mirándolo mientras acababa las oraciones.

— ¿De qué sirve orar si nunca pasa nada? — dijo la isla, dejando que se escuchara el eco en ese recinto. — Nunca he entendido tu religión.

— Se necesita fe. No solo con pedir las cosas se solucionan.

— Pero, ¿orar no es eso? — dijo la isla mirando las pinturas exquisitas de ese lugar.

— Orar es pedir algo, donde buscas una guía para permitirte acciones. Dios no te va a dar amor si lo pides, el amor debe crecer de ti. Dios no te va a dar un trabajo, te va a fortalecer tu voluntad de conseguirlo. Orar es aumentar la fe, es querer aumentar tu entusiasmo. Por eso la gente ora, porque necesitan en el silencio de la oración, ese impulso que los haga salir adelante.

— Que bonitas palabras viniendo de un pedófilo de mierda. Es lindo. — sonrió la isla.

— Disculpa, sé que tu madre ni padre te educaron, pero, no podemos decir groserías en los recintos.

— Esta bien, hagámoslo a tu forma. A ver. — dijo el Bosla poniéndose de rodillas. — Perdóneme padre, creo que he pecado.

— Ah, bien, sigamos tu juego.

Y así, el vaticano se levantó, y acabó por sentarse junto a lado de la isla, mientras sacaba un cigarrillo y lo colocaba en su boca encendiéndolo, dejando que el humo escapara de su cuerpo. Después solo puso su mano en la cabeza de la isla, dando unas palmaditas suaves.

— Aunque te dije que no, ya estás aquí, así que háblame. ¿Qué quieres confesar, hijo mío?

— Hoy ha sido un día genial padre, me he despertado, he tratado de matar a mi madre, destruí mis amistades y le rompí el corazón a mi capital. Y aun así no me siento satisfecho, no pude matar a mi madre. No, no es mi madre, no pude matar al hijo de puta que borró mis memorias. — suspiró la isla. — Tengo algo de envidia padre, todo en lo que usted vive, es un cúmulo de arte para recordar su historia.

— Son solo reflejos. — contestó el hombre, echando su cabeza para atrás, dando otra fumada, sacando humo. — Reflejos de cosas que quisiéramos tener. Aunque a decir verdad me gusta, la fe puede tener muchas caras, pero esta es mi favorita. Cada una de estas pinturas, detalles, esculturas, se basan en memorias únicas. — eso tenso a la isla, mirando al hombre disfrutar el cigarrillo. — Y creme que todas las memorias y secretos se encuentran aquí. Ante los ojos de dios no se oculta nada, así que todos los secretos los tengo resguardados. Aunque, a decir verdad, perdí mucho en el punto de quiebre, pero Italia logró preservar la mayoría de mis bóvedas.

— ¿Cómo es eso posible? — dijo la isla. — Incluso en la destrucción conservó todo.

Y una sonrisa perfecta se mostró en el rostro de Vaticano. Dejando el humo escapar. Mirando como la perfecta luz que la luna dejaba entrar en ese recinto no era más que una belleza única.

— Por qué Dios está aquí. Simplemente por eso. — dijo el hombre levantándose. — Dios no abandona a sus hijos, ni en tiempos de desesperación. Es una lástima, para las personas como tú, rechazados, malditos, malos augurios en tierra, que lo único que hacen con su mera existencia es dejar caos y destrucción. Así que son los abandonados, los abandonados por un Dios que no piensa darle misericordia a un ser tan repugnante como lo eres. Atlantis...

La mención de su nombre puso de golpe de pie a la isla.

— Eres el enemigo en común. Nunca serás un santo, nunca podrás vivir en este mundo, porque Dios, sea lo que sea que sea, te abandonó desde el inicio de los tiempos, y nadie quiere, a un maldito caído que no hace más que generar problemas.

— Si alguien quisiera matarte, ahora mismo, ¿crees que tu dios te salvaría? — dijo la isla mirándolo. — ¿Realmente crees que lo haría?

— Claro, ya lo ha hecho, lo hará una vez más. — comentó el Vaticano, tirando su cigarrillo, extinguiendo el fuego con su pie. Levantándose para caminar más al altar.

— Pongámoslo a prueba. — dijo la isla poniéndose a unos metros de él. — Veamos qué es lo que hace tu dios ante un caído.

— No tienes idea, con quien te estas metiendo, lindo niño del mar, imperio torcido, que incluso su propio amigo dejó morir a su suerte. El gran imperio perdido, que chiste es tu mera existencia, Atlantis. Ni el mar, que era tuyo por derecho, te quiso. Te dejó morir, como el maldito malnacido que has sido siempre. Estas solo en este mundo, debieron dejarte en esa colmena bajo tierra.

— ¿Lo supiste siempre?

— ¿Siempre? No. — dijo el hombre mirándolo. — Nunca había tenido ganas ni recuerdos de Atlantis, en el punto de quiebre menos, pero fue cuando te vi, de la mano de tus padres, fue cuando te vi, que tanto Italia como yo sentimos un cosquilleo. A diferencia de Italia, me puse a buscar en toda la información que teníamos en las nuevas bóvedas, me puse a ordenarla por años, y entonces encontré diarios, unos viejos, desgastados y apenas legibles diarios. Entonces comencé a leerlos, pero era gracioso. Leía uno de ellos y lo olvidaba. Como si alguien borrara cualquier indicio de que tenía el conocimiento de ello.

"¡Siempre he tratado de protegerte, Atlantis!"

— Entonces hubo un día en donde me desesperé, y me quedé sin dormir por días, leyendo y releyendo todo, hasta que te encontré. Una gran isla del océano con el poder de dioses. Aquél que gobierna el mar, gobierna todo el planeta, ¿no crees? El gran deseo de Romano, era poseer a aquel que gobernaba el mar.

— ¿Él me asesinó? — preguntó el Bosla.

— No lo sé. — dijo el hombre, con sinceridad. — Solo sabía de tu existencia, y sabía de tu muerte, pero, en los diarios no estaba claro quién te había asesinado. — Y en sus manos acabó por hacer aparecer una espada larga y de plata. — Solo sé que estabas condenado, chico. Y que no necesitamos a la "Atlántida" en este mundo, ni en ninguno. ¿Quién quiere a un maldito que ni la misma Pangea quiso? Dejándolo hundido sin hacerlo resurgir. Ni siquiera tu nueva madre te quiso lo suficiente para salvarte, solo sirves como un perro al que le cambian el nombre por diversión. — y una sonrisa brotó en el rostro del hombre. — Si sales con vida hoy, búscame, me encantará compartir otro día memorias del pasado contigo. Es más, seguramente a Italia le encantará.

— Tsk...

— Oh... mírate, eres un niño. Esas lagrimas no dejan de correr, ¿te dolió que te dijeran la verdad? ¿De qué nadie te ha querido con vida en este mundo, Atlantis? ¿De qué fracasaste y nadie ni nada recuerda tu legado? Que patético.

El joven tocó sus mejillas sintiéndolas húmedas, y sintiendo demasiado dolor dentro de sí. ¿Qué es lo que lo motivaba? Al final, tal vez México tenía razón. Nadie quiere a alguien como él, así que ser otra persona era lo mejor, para evitar estar confinado a una colmena, o en el fondo del mar.

— Veamos que puedes hacer lejos del mar.

Por supuesto que le ardió como el demonio cuando esa espada lo atravesó de golpe. Le dolió aún más cuando el vaticano la deslizó a la izquierda cortándole parte del torso. Acabó por sujetar la hemorragia mientras trataba de concentrarse para sanar, pero, le dolió más cuando esa espada volvió a apuñalarlo de nuevo, esta vez atravesándole la mano que estaba sosteniendo la herida previa.

— ¿Crees que por sostener una cruz no se defenderme de ti? Por dios, recuerda que moriste Atlantis. Tú solo eres un desdichado lleno de ira, y ahora tristeza, porque se está dando cuenta que, en este mundo, no hay nadie que lo quiera. Y yo, para mi desgracia, yo seguiré aquí, incluso aunque todos ustedes mueran, porque la fe es más poderosa que tu estúpida cultura.

Y lo hizo.

Acabó por lanzar un golpe, pero no importaba cuantos golpes lanzara, o cuanto tratara de encontrar un punto débil, el vaticano lograba esquivar todo, y atravesarlo con esa espada larga, fina y de plata en cada golpe. Su sangre manchando el fino mármol blanco le ardía, pero al mismo tiempo comenzaba a recuperarse. No pudo ver el golpe que lo hizo caer al suelo, y allí fue donde se dio cuenta que había una hermosa cúpula de mosaicos que daba al exterior.

Mirando como toda esa lluvia golpeaba gentil el vidrio.

— Vaticano...

— ¿Si? — dijo el hombre sosteniendo su espada en el cuello de la isla sin atravesarlo.

— Si me muero, pienso llevármelos a todos conmigo. Así ya no estaré solo. — dijo la isla mirándole. — Pero pienso llevarte a ti como un amigo, será divertido. Entre desquiciados nos entendemos, ¿no?

Antes de que el vaticano cortara el cuello de la isla. Esa cúpula estalló, haciendo al romano alzar la vista, para después esquivar los vidrios que habían caído, pero, sin que lo esperara, como si fueran pequeñas balas, cientos de gotas acababan de atravesar su cuerpo.

— La Atlántida no solo controla el mar, controla el agua. — dijo el chico, con miles de pedazos clavados de vidrio en su cuerpo y rostro. — Además tengo el poder de sanación, y esto arde mucho, pero me duele más lo que me has dicho.

Y la isla caminó, dejando su sangre chorrear hasta alcanzar la espada del Vaticano, tomándola.

— Es una lástima que mi mineral de vida no sane mentes rotas. — dijo la isla mirando el cuerpo del vaticano comenzando a dejar un charco de sangre debajo de él, tratando de reponerse. — Porque así podríamos salvarnos ambos, y tal vez, pudiéramos entendernos.

— Tsk...

— Pero si estoy destinado a ser destrucción. — dijo el joven sacándose un pedazo de vidrio del rostro. — Entonces seré el mejor. Una cosa bien debo hacer al menos... Asesinaré a ti, a Italia y a mi madre, al menos podemos estar juntos todos debajo del mar.

Y ese rostro sin luz sorprendió al Vaticano, le recordaba a alguien, había visto ese tipo de rostro en algún otro lado, pero no lo recordaba por completo... no por completo...

"Si estoy destinado a ser tu alimento solo porque soy un rebelde, entonces seré el mejor. Al menos en el dolor podemos estar todos juntos."

Un joven, de cabellera negra y ojos azules, que siempre huía al mar.... Un joven con tanto dolor que lo convirtió en odio y desesperación, un joven que perdió su resto de humanidad y se convirtió en un monstruo... Britania.

— ¡BORIS!

Y como una luz enviada por Dios.

El español estaba allí, agitado, en las puertas, y justo detrás se encontraba un asustado italiano, quien rápidamente corrió hacia el Vaticano, sin importarle que la isla tenía un arma, cortó su muñeca y comenzó a ayudar al hombre a recuperarse. Después, el español corrió al chico, acercándose con cuidado, retirándole los cristales que seguían clavados en su cuerpo, cortándose la muñeca y haciéndolo beber a la fuerza.

— ¡Hn!

— ¡Bebedla crio! — dijo el español quitándole la espada. — ¡¿Qué diablos ha pasado?! ¿Qué han hecho ustedes dos? — continuó el español sacándole más vidrios. — Mírate, estas todo herido, ¿qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde están tus padres?

— ... España.

— ¡Borislav!

— No tengo padres, y vine a asesinar a ese hijo de puta y después al otro. — comento el menor. — Y lo hubiera hecho si no hubieras llegado, solo apártate y regresa a tu casa.

— ¿Boris?

— ¡Qué te quites! ¡Tú no tienes que ver con esto! — comentó la isla empujando lejos al español, tomando la espada y clavándola en el hombro del italiano, quien se interpuso a que lastimarán más al Vaticano.

— Tsk... — el italiano acabó por abrazar al Vaticano. — Por favor, te lo pido, por favor, no le hagas daño.

— ¡BORIS!

El español acabó por sujetarlo y someterlo por detrás, inmovilizando a la isla en lo que el italiano retiraba la espada de su hombro, y ayudaba a Vaticano a ponerse de pie. El español lo estaba sometiendo, para que no pudiera dañarlos, ¿por qué? ¿Por qué los protegía? Después de todo lo que hicieron.

— ¡Qué diablos haces! ¡Déjame asesinarlo! ¡Tengo que hacerlo! — gritaba la isla, tratando de zafarse del agarre del español. — ¡Suéltame! ¡Suéltame!

Y esas gotas de lluvia se detuvieron comenzando a alzarse y prepararse para salir con tal velocidad y presión para volver a atravesar a todo lo que se presentara en su camino.

— ¡Cuidado, España! — gritó el Vaticano.

— ¡No le hagas daño! ¡Me quieres a mí! — gritó el italiano. — Es a mí a quien quieres matar, ¿es porque soy Romano? ¿Lo es? ¡Dejaré que lo hagas! ¡No toques a España! ¡No lo toques! ¡No lo lastimes!

— ¡Boris! — gritó el español. — ¡Para!

— ¡No me llames así! ¡No es mi nombre! ¡Nunca lo fue! ¡Soy Atlantis! ¡La gran Atlántida y vengo a asesinar al hijo de puta que provocó todo mi declive! Fue en una noche como esta, donde había truenos y lluvia, sé que vi a alguien como él. ¡Era él! ¡Estaban allí!

Y un empujón, con solo un empujón mando a volar al español contra la pared. Fueron segundos, en lo que el español parpadeo y vio esa agua siendo controlada por la isla, donde el italiano se puso de pie, frente al Vaticano que comenzaba a incorporarse. El italiano levantó sus manos, mientras esos ojos se coloreaban de un verde más potente.

— ¡No, Boris!

Fue difícil para el español, hace mucho que no utilizaba su don.

Más cuando de quien se estaban protegiendo era de ese dulce niño que corría por su casa y le recordaba mucho a sus colonias. El niño que se quedaba horas y horas escuchándolo hasta quedar dormido. El niño que solía quedarse dormido, hecho bolita, cerca de sus playas, o quien solía comer todas las tapas que el español solía prepararle.

Era su niño, uno pequeño que se parecía mucho a su madre.

Pero, como pudo, alzó rápido una barrera de oro puro. Protegiendo en un capullo a su pareja con Vaticano. Tuvo que correr y embestir a la isla que estaba dispuesto a destruir ese capullo de oro, sujetándole las manos, tratando de mantenerlo en el suelo, mientras el italiano y el vaticano eran liberados de esa protección de oro.

— ¡España! — dijo el italiano.

— ¡No lo toques! ¡No hagas nada, Italia! ¡No toques a mi niño! ¡Vete de aquí! ¡Vete ya!

Fueron solo unos segundos, en lo que la isla quería alcanzar al italiano, pero no, el español comenzó a someterlo en la tierra, con cadenas de oro, obligándolo poco a poco a hundirse, cosa que solo enloquecía más a la isla, aún más que la imagen de ver al italiano huir de allí.

El grito enorme de frustración del Bosla se hizo eminente en toda la iglesia, logrando zafarse, rompiéndose las clavículas y sanándolas una vez fuera, para acabar por hacer caer truenos tan fuertes y poderosos que estaban incendiando una capilla del Vaticano.

— ¡Tú, maldito idiota! — gritó la isla, mirando al español. — ¡Lo tenía! ¡Los tenía a ambos! ¡Los tenía! ¡Tienen que morir! ¡Tienen que hacerlo! ¡Tienen que!

— ¡Basta, Boris! — dijo el español sujetándole los brazos. — ¡Basta!

— ¿Los defiendes? — dijo la isla viéndolo. — ¿Por qué? ¿Por qué te abre las piernas? ¿Por qué? ¿Por qué tomas su lado?

— Boris, tranquilo... tranquilo, tienes que ver tus acciones, te estas dejando llevar por tu ira. — dijo el español mirándole, haciendo una mueca de dolor. Fue allí cuando la isla vio esa madera que atravesaba uno de los costados del torso del europeo. — Tranquilo, solo respira conmigo, vamos.

— ¿Lo defiendes porque son como tú? — dijo la isla mirando al español con esos ojos azul neón. — Malditos idiotas que llegan a un lugar e imponen su voluntad, claro, eres igual a México, igual a Romano, lo eres. Todas las atrocidades que hizo en el pasado, y ahora quieres que me detenga de asesinarlo.

— Boris, eso es el pasado. — dijo el español.

— Lo voy a asesinar, y no me interesa si tú te pones en el camino, será matar a dos mierdas que no debieron sobrevivir desde hace mucho, tu pisada en la historia es una maldita catástrofe para la historia de civilizaciones que asesinaste.

— ¡Boris...! — y esos ojos dorados como el oro miraron al Bosla. Sujetándole el rostro. — ... No dejes que las emociones de tus memorias del pasado, dominen tu corazón. Tienes que proteger lo que eres, y ser mejor de lo que pensaste...

— ...

— Mi niño, si sacar tu ira es lo que necesitas, puedes seguir usándome a mí. Yo ya no soy Imperio Español, Italia y Vaticano no son Romano, y tú... tú no eres Atlantis ya más. Se mejor... nuestra historia nos moldea, para tratar de ser mejor en el futuro.

— ¿Cómo quieres que sea mejor si ni siquiera conozco mi historia? Me la arrebataron.

— Boris.

— No voy a detenerme si vuelves a interferir.

Dijo la isla, retirando ese pedazo de madera del torso del español. Para acabar por besarle, pero no un beso de amor, sino que solo le transmitía saliva, que como una luz azul recorría el cuerpo del español hasta su herida, sanándola por completo. Después el chico se despegó de él, y desapareció allí más rápido que un rayo.

"¿Cómo quieres que sea mejor si ni siquiera conozco mi historia?" Esas palabras estaban en la mente del español, mientras acariciaba su torso, donde se suponía que tenía una herida que ya estaba por completo sanada. Miraba como toda la tormenta estaba calma ya, y la lluvia se sentía como suaves toques en la piel ahora.

— Creo que te fallamos mucho... Atlantis.

Dijo el español, tomando su celular y marcando.

— ¿En dónde estáis? ... Se fue, pero, ambos se vienen para mis tierras, no pueden estar aquí... por favor, no alertes a ONU... por favor, no lo alertes, Italia, por favor... solo está confundido, es muy como su madre es... está muy alterado con la noticia... ¡Pues yo también lo estoy, él debe estar que se lo lleva todo! ¡Coño! ... ¿cómo que ya has alertado a ONU? ¡Italia! ¡Italia joder esperadme allí, ya voy! ¡No, no estoy herido!... ¡Borislav nunca me lastimaría, joder! ¡Esperadme allí! ¡Voy en camino!

Y si, el celular del español sonaba con un mensaje en la pantalla rota apenas colgó la llamada.

La ONU ya estaba al tanto de lo sucedido en Vaticano, así que todos tenían la alerta, de que, si veían a la Isla Borislav, fuera inmediatamente reportado, para que ONU pudiera ir por él.

— Coño... será mejor que te ocultes bien crio, hasta que aclares tu mente.

Dijo el español saliendo de aquel lugar, corriendo lo más rápido que podía.

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"Sistema incógnito activado. El señor ONU te está buscando, ya se encuentra en camino a la isla. Todos los países están al tanto de ti, amo. Estas catalogado como una amenaza. ¿A dónde nos dirigimos ahora?"

La isla solo podía ver sus manos, llenas de sangre, aun temblaban después de esos golpes, y aun sentía dolor en su pecho de solo recordar las palabras que había dicho el español. Vaticano lo había destruido, pero, el español lo había confundido más.

Solo apretó los puños y se recargó en su asiento.

— Llama a Suecia. — dijo el joven con voz rota, regresando a esa mirada violeta llena de lágrimas. — Por favor...

"Llamando a Suecia, conectando con los distractores, una vez hablando con él tiene un tiempo límite de 5 minutos antes de que la señal pueda ser interceptada."

— ¿Boris? ¿Boris, mi amor?

— ... Suecia, no puedo ir a mi isla. — dijo el joven. — He hecho cosas que hice con ira. Y ahora no puedo ir... ¿Puedo quedarme contigo?

— No puedes venir a tierras nórdicas, Dinamarca quiere asesinarte, es peligroso. ¿Qué ha pasado? ¿Qué es todo esto? ¿Qué hiciste con ella? ¿Qué le dijiste para que estuviera así? ¿Qué fue lo que pasó en Vaticano?

— En resumen, descubrí que soy Atlantis. Y me enojé mucho. Porque recuerdo ciertas cosas, y entre ellas, que mi madre me dejó morir. Qué Romano estaba en mi muerte. Así que decidí, en asesinarlos a ambos, pero... no puedo. No puedo, porque no puedo lastimar a Rusia y España. Golpeé a España y él seguía tratando de razonar conmigo, dijo que estaba bien sentirse enojado, dijo que me comprendía, pero que no podía... no podía dejar que mi ira por algo del pasado destruyera lo que soy, y ahora... ahora no sé qué hacer. ONU va a asesinarme, me van a sacar del TOP cuando me aíslen de nuevo, y... creo que destruí a mi familia así que no es como si pudiera volver con ellos. No tengo nada... creo que me voy a hundir de nuevo.

— Pero, ¿qué dices?

— Sé que es impresionante lo de ser Atlantis, pero...

— Boris, ¿No tienes nada? ¡Me tienes a mí! Atlantis, Borislav, quien tú quieras ser, siempre me puedes tener a mí. — dijo el sueco.

— ... ¿Incluso después de lo que hice?

— Te amaría, aunque pusieras este mundo de cabeza. — dijo el sueco.

— Mierda... — y una suave risa acompañada de lágrimas salió del Bosla. — Te amo.

— Te amo mucho más.

— ¿Qué hago ahora?

— No puedes venir a tierras nórdicas, pero si se a donde puedes ir.

— ¿Eh?

— Escúchame, aunque me arda y sienta tanta ira por esto, sé que es el único lugar donde estarás seguro y que te protegerá de todos, incluso de ONU. Ve con UK, su castillo tiene un lugar para aterrizar, oculta a MANTA. Iré por ti, pero quédate allí, no hay lugar más seguro que ese para ti ahora, iré por ti, lo prometo, y sé a dónde podemos ir después. Solo espera un día allí, solo uno y estaremos juntos.

— Suecia, no puedo ir con él, sabes que yo... yo no sé qué diablos pienso de él. Y Atlantis... Atlantis tiene alguna fijación con él, tengo miedo de que pudiera lastimarte si...

— Eres débil ante él, lo sé, pero tranquilo, no es para siempre, no lo es. Iré por ti, mi amor.

— Los nórdicos van a odiarte.

— No me interesa, los dejaría siempre si te tengo conmigo. Eres mi dulce Boris, no importa quien fuiste en el pasado, eres mi Boris, y eso es lo único que me interesa.

— Te amo. Te amo demasiado, gracias por quererme.

— ¿Te lo dije no? Solo contigo me siento bien, en paz y feliz.

— En paz y feliz. Iré con UK.

— Iré por ti después, no es necesario que lo llames, solo ve y entra en ese castillo. Él entenderá.

— Lamento lo que pueda ocurrir, Suecia, no quiero que pienses que lo prefiero a él.

— Sé que me amas, es lo único que necesito saber... — dijo el sueco. — Y joder, estoy muriéndome de celos ahora, así que no lo menciones. Llega allí, iré por ti, espera por mí, por favor.

— Te esperaré siempre.

Y así lo hizo, puso las coordenadas en el sistema, y acabó por llegar a ese enorme castillo apartado, donde aterrizó con el menor ruido posible, y suspiró dentro, frotando sus manos, sintiendo terror de bajar.

"Britania..."

El joven sujetó su cabeza, y acabó por limpiar sus lágrimas, cerrando sus ojos para volver a abrirlos y presentar esa heterocromía, con un ojo azul neón y otro violeta intenso y brillante. Tomo su pulsera y bajó de la nave, para sentir el frio clima, y caminar hacia la luz que daba una de las entradas, donde lo vio allí.

Con un simple pantalón cómodo negro, y una playera blanca encima, abierta, dejando ver su perfecto torso al descubierto. La isla simplemente le miró, y después se quedó inmóvil, mirando como esos ojos azules le examinaban de arriba abajo, viéndolo empapado, y con manchas de sangre en la ropa, además de echo un desastre.

Y por supuesto, notar esa heterocromía en sus bellos ojos.

— Necesito tu ayuda. — dijo el chico. — Yo lamento presentarme así, pero...

Y el inglés acabó por correr hacia él, abrazándolo, sosteniéndolo cerca de él para acabar por besarle. No un simple beso, uno pasional que le arrancaba el aliento, que lo hacía derretirse entre sus manos, donde apenas tenía fuerza y solo pudo rodearlo, pasando sus dedos por el cabello rebelde del reino, sintiéndose tan caliente y feliz en sus brazos.

— No dejaré que nadie te haga daño, te mantendré seguro. — susurró el inglés, mirándolo. — ¿Atlantis?

— ¿Britania? — dijo la isla. — Escucho ese nombre en mi mente, de cómo mis memorias lo gritaban sin cansancio.

— Nos volvemos a ver, te veía en sueños... sin recordarte, que osadía la mía al olvidarte, ¿no crees?

Y esos ojos se llenaron de lágrimas, mientras veía al hombre que tenía frente.

— Es lindo ver un rostro conocido al fin. Uno que sé que no me lastimará, porque sufrió mucho conmigo.

— Al fin te encuentro, me dabas muchas señales y al fin estás aquí. — suspiró el reino.

— Estoy aquí. — dijo la isla limpiando sus mejillas.

Y el inglés sonrió, besándole la frente cargándolo en sus brazos. Enredando a la isla entre besos y caricias, llevándolo dentro de su castillo, donde pensaba, que nunca más, separarían a este chico de él, no importaba que tuviera que hacer, lo mantendría seguro a su lado.

Incluso si eso implicaba quemar el maldito mundo.

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Y pues aquí podemos observar como el Boris si es hijo de su mamá, porque solo él y el México causan caos cuando se emputan. JAJAJA okya.

La historia de Atlantis y Britania es la más bonita, pero como nota, que no es nota porque ya se dijo. Estos dos no estaban en una relación romántica, recuerden que Atlantis era pareja de Huitzilopochtli. En la historia de Atlantis de explicará.

Cosas que aprendimos:

— Atlantis no es un pan de dios.

— Rusia ama mucho a su familia.

— Dinamarca siendo GOD, como siempre jaja, la amo.

— Vaticano al fin salió ¡Yeii!

— Suecia ama lo suficiente a Boris como para entender lo que está pasando e incluso aunque sienta celos, buscar el mejor lugar para él. Ya que piensa primero en su bienestar. Estrellita al bebo uvu <3 lo amo.

— España siendo GOD de nuevo.

Nos vemos en el siguiente cap, bais.  

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