HOMOFOBIA - 2
Fue silencioso.
El mexicano le sirvió un plato de quesadillas, y el ruso las comió, porque realmente le parecían ricas, acabo su plato y después el mexicano le sirvió otro plato sonriéndole, a lo que el ruso sonrió muy tenuemente comiendo, no se dijeron nada, solo se escuchaba el ruido de la televisión de fondo. Fue el mexicano quien decidió acabar con el silencio.
– Rusia, ¿Por qué aceptaste comer aquí? – preguntó, siguiendo su comida.
– No quería seguir vomitando. – respondió el ruso, comiendo.
– No está mal, querer un hombre Rusia.
– Cállate.
El mexicano suspiró viéndolo. El ruso terminó la comida, y después espero unos momentos sentado, asegurándose de que la comida llegara a su estómago, y comenzar a comer como se debe o acabaría perdiendo musculo y estaría demasiado flaco si seguía así, vomitando toda su comida. Alzo la mirada y vio al mexicano mirándolo mientras se amarraba unas vendas a su brazo, al parecer, marcas de corrupción.
– Tu país estaría mejor si realmente pusieras ley a todo lo que hacen mal. Nunca serás más que un tercermundista si sigues debajo de USA y de sus estúpidos tratados.
El mexicano frunció el ceño molesto. Para después suspirar.
– Seguro. – contestó. – Si ya terminaste, ya te puedes ir. – dijo el mexicano de nuevo, levantando la pequeña mesa de la habitación. – Que tengas buena noche.
Para sorpresa del mexicano, el ruso no se movió, seguía allí, sentado, como cachorro perdido, sosteniendo su estómago. El mexicano se maldijo a sí mismo una y otra vez en su mente, y se acercó a su botiquín, sacando medicamento.
– Toma, aliviara la acidez. Así que dormirás tranquilo. No quiero ser grosero, pero, quiero dormir.
El mexicano miró al ruso quien lo miraba, tomo el medicamento entre sus grandes manos y acabo por recargarse en el mexicano. México estaba en jaque, ni siquiera podía sentirse seguro en darle consuelo, el ruso golpeaba fuerte, y la verdad su labio le ardía a morir, No sabía si podía abrazarlo y decirle que todo estará bien.
– Rusia, no te muevas. El problema es que soy un hombre, ¿No? Okey, si no vieras un hombre, podría ayudarte mejor. – el mexicano tomó un pedazo de tela, vendando los ojos del ruso, y cuando se aseguró que no veía absolutamente nada, le deposito un beso en la frente abrazándolo. – Estarás bien Rusia.
El ruso, con temor, y con las manos temblorosas, subió las manos hasta abrazar la cintura del mexicano y sentir calidez por primera vez, un dulce abrazo, era hermoso, lo había visto en televisión, siempre quiso uno, y ahora al fin lo tenía. Sonrió abrazando más al mexicano, su cintura era pequeña, como la de una mujer, así que la ilusión era posible.
– México...
– Rusia, me estas apretando algo fuerte, suéltame tantito wey.
El ruso hizo caso, soltó el agarre, y el mexicano miro aquella venda que cubría sus ojos, empapada mientras suaves lagrimas caían de las mejillas del ruso. México se sintió impresionado, nunca pensó ver tan vulnerable al ruso, menos de esa forma, era.
– Rusia, ¿Qué quieres que haga? – dijo, con ternura, acariciándole la mejilla.
– ... Abrázame.
– Okey.
El mexicano le abrazo, mientras el ruso sentía la calidez de otra persona, ni siquiera abrazaba a sus hermanos, no lo hacía, pero, la calidez de ese país le encantaba. El mexicano estaba sonrojado, no podía decirle, no podía, debía ocultarlo, debía ocultar su atracción hacia él. El ruso se levantó, cargando consigo a un sorprendido país quien lo tomo por sorpresa que fuera cargado. Para después, caminar hasta tropezar en la cama, donde pego al país con él, y se quedó así, vendado de los ojos, abrazando al pequeño México.
Se quedo así, hasta la mañana siguiente.
Desando, añorando, que México nunca le quitara la venda nunca.
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El latino estaba sentado en su cama, cubriendo su rostro en una almohada. A su lado había un atractivo país, no, no solo atractivo, jodidamente atractivo país, con una venda en sus ojos, mientras tenía una erección queriendo escapar de sus pantalones. Si fuera una de las parejas del mexicano, ahora mismo estaría desabrochándole el pantalón para despertarlo de una manera super feliz. Pero no.
En su cama estaba Rusia.
En su cama estaba alguien que lo iba a asesinar si lo tocaba.
Pero ahorita mismo, el mexicano estaba en un mood vale madres, así que se acercó al ruso, dormido. Y acabo por desabrocharle el pantalón, liberando esa enorme erección.
– Joder, viva la madre Rusia... – dijo sonrojado, mientras se golpeaba a sí mismo. ¿Qué diablos iba a hacer? ¿Abusar del ruso dormido? No, no, acabo por cubrirlo moviéndolo un poco. – Rusia, es temprano, es hora de que vuelvas a tu habitación.
– hn...
– Rusia, vamos. – dijo el mexicano, moviéndolo, para después sentir los brazos del ruso rodeándole.
Aun con la venda, el ruso, semidormido, se acercó al rostro del mexicano, depositando un beso torpe e infantil en los labios del contrario. El latino se quedó estático, dejando que lo hiciera, para después, corresponder, guiando la boca del ruso como se debe. Siguió el beso, suave y tierno, mientras sentía en su pierna esa erección palpitante mientras los besos continuaban.
– Rusia, para. Soy yo, México.
El ruso paro, retirando su venda, para ver al mexicano debajo de él. Lo vio sonrojado mirándole, y ocurrió lo que tenía que pasar, el ruso hizo una enorme cara de asco, y aunque entendía porque lo hacía, era difícil para el latino evitar que no le doliera eso. El ruso entro en pánico, golpeando el rostro del mexicano de nuevo, para después correr al baño a vomitar. El de más edad acabo por sentarse en la cama, para después de unos momentos, levantarse para recoger, el abrigo y ushanka del ruso, para dejarlas en la mesa, escribiendo un mensaje.
"Iré a desayunar con mis hermanos, puedes irte cuando quieras, por favor, ya no me busques. No puedo ayudarte más, me duelen los golpes, no soy tan duro como tú."
El ruso leyó tal vez 4 veces esa nota antes de marcharse.
Había golpeado sin querer a México de nuevo, un país débil y tercermundista que lo único que hizo fue darle de comer y dejarlo dormir en su cama. El beso, ese beso él lo había forzado, no México, así que, ¿Quién es el culpable? Solamente él, ¿Debía disculparse? No, Rusia no se disculpa. Podía sentir en su espalda a su padre, apretándole los hombros, susurrándole.
"Si sigues siendo marica, te mataré Rusia..."
Pero debía dejar todo ese dolor atrás, su padre no estaba más, podía ser libre de las cadenas invisibles, las heridas, de todo que dejo aquel hombre enorme. Pero no podía, porque apenas caminaba por el pasillo vi a su amigo, Alemania, tomando la mano del chileno mientras caminaban juntos al comedor, iban a desayunar, y simplemente ese toque de manos, esa redundancia de pareja, lo hizo sentir tanto asco que acabo vomitando su cena de anoche en el pasillo.
Recordaba los golpes, recordaba estar amarrado y parado frente a esa pantalla, recordaba recibir un golpe fuerte en su abdomen y testículos cuando reaccionaba a las imágenes de porno gay frente a él. Recordaba estar parado sobre sus propias lágrimas, vomito y sangre mientras su padre sonreía. Una sola reacción de curiosidad o excitación, eran rápidamente reprendidas por un golpe.
Y no solo eso, no solo fue la homofobia.
También era cuando se sentía débil, también cuando se equivocaba en la estrategia de planes de guerra, también cuando no sacaba en los exámenes mayor puntuación que sus hermanos. También recuerda cuando su padre le rompió la quijada cuando le dijo a su pequeño hermano, Kazajistán, que eran un sol con hermosas alas doradas. Lo dijo porque eso creía, era su lindo hermano y quería llevarse mejor con ellos, no estar tan apartado de su familia, pero, solo acabo con una maquina sosteniendo su mandíbula por meses hasta que curara.
No podía demostrar otra cosa que no fuera un derroche de testosterona. No podía.
Cuando entro en el comedor, vio a diferentes country comiendo, al menos eso hacían hasta que lo vieron e hicieron un gesto de ansiedad. El ruso se encogió de hombros, caminando al buffet, sirviéndose comida, en basta cantidad, hasta que sintió una palmada pequeña en su espalda, allí estaba, el hermoso ángel dorado. Kazajistán le sonreía y le señalaba la mesa donde estaba Ucrania y Bielorrusia, para que se sentara con ellos.
El ruso sintió alivio de no comer solo, y se sentó con sus hermanos, no había mucho de qué hablar con ellos. Bielorrusia reía con Kazajistán, Ucrania estaba algo adormilado mirando su celular y comiendo, y él, bueno él solo estaba terminando su desayuno.
– Míralos, deberían regresar pronto. – dijo Bielorrusia captando la mirada de todos sus hermanos. – Son muy lindos.
– Lo son, ¿Verdad Ucrania? – pregunto el dulce ángel mirando a su hermano quien sonrió mirando a la dirección que todos sus hermanos miraban.
– Lo son bebé.
El ruso arqueo una ceja, y volteo a ver. Pero, hubiera deseado no haberlo hecho.
Allí estaba, México riendo en lo que Austria le acariciaba el cabello. Parecían estar teniendo una plática formal, incluso cuando el rostro del mexicano estaba hinchado de una mejilla y del labio aún. Sentía unas ganas de querer romper la mesa, de querer arrancar el techo, se podía notar por la manera en la que estaba tensando sus músculos, en cómo se comenzaba a desgarrar el fino suéter por la parte de sus brazos.
– Estuvieron casados Rusia. – dijo el kazajo sonriente. – Hace mucho tiempo, pero se divorciaron, aunque, llevan una linda relación, Austria dijo que México siempre fue hermoso, lindo e inolvidable, lo estima mucho, y ahora, parece que México está extrañándolo igual, ¿Pueden hacer renovación de votos?
– Si bebé, claro que si pueden. – dijo Ucrania sonriente. – Pero, si se divorciaron es por algo.
– Es asqueroso. – dijo el ruso golpeando la mesa espantando a sus hermanos.
Los tres, tanto la mujer como los dos hombres miraron a su hermano algo nerviosos, para después girar los ojos. Fue Bielorrusia quien le dio un golpe en la nuca al ruso, mirándolo.
– El estúpido de nuestro padre ya no está aquí, las cosas cambian Rusia, ellos son felices y está bien, deberías dejar de lado toda la mierda que te enseño. Maldito homofóbico. Si padre lo era, no lo tienes que ser tú Rusia, si, eres el mayor, si, eres el más grande y fuerte, si, te pareces mucho a él, pero no eres él. Vive tu jodida vida sin arrastrar sus lecciones contigo.
El ruso solo volteo a ver de nuevo al mexicano, quien estaba siendo revisado por Austria, quien veía las heridas en su rostro. Entonces, el mexicano le sonrió, acariciándole la mejilla, a lo que el austriaco acabo por besarle rápido en los labios, haciendo reír al mexicano.
"Ese es el problema Bielo, la cosa es... que si soy como él."
El ruso se levantó de su asiento, y camino hasta donde estaba el austriaco y el mexicano. Los miro captando su atención, y aunque el kazajo quiso intervenir, fue detenido por Ucrania. El ruso estaba fúrico, eso era evidente, Austria estaba nervioso en cambio, México, estaba molesto mirándole.
– ¿Te acostabas con mi padre no es así? Lo convertiste en un marica y por eso murió, cayendo rendido ante un asqueroso homosexual.
La cafetería se quedó en silencio.
Mientras el mexicano se levantaba de su asiento. Lo miro suavemente y después miro a su alrededor, notando las miradas de todos.
– ¿Se les perdió algo pendejos? O porque chingados estas de pinches chismosos. – dijo el mexicano. – Les doy pinches tres segundos para que todos se vayan a la verga de aquí y me dejen a este cabron y a mi solos. Una... Dos...
El mexicano no jugaba, menos cuando estaba furioso, así que, siendo un país violento, saco un par de armas, y sus alas, haciendo que todos dejaran la cafetería cuando dio los primeros disparos al techo. En un abrir y cerrar de ojos, solo quedaban ambos solos, la gran y poderosa Rusia, con el violento y trabajador México.
– Si, me cogía a tu padre. ¿Te afecta en algo? – preguntó el latino. – ¿Qué es lo que te afecta Rusia? Al menos tu padre tenía las bolas para no vomitarse cada vez que se la mamaba o cada vez que me lo cogía sin parar.
– ¡Cállate! – dijo el ruso cubriendo sus oídos, esa sensación de asco de solo recordarlo. – ¡Cállate maldito homosexual de mierda!
– Tanto odio, tu ira, déjame adivinar, es porque tu deseas lo mismo ¿No? Pinche closetero de mierda.
Y por supuesto pasó.
Ambos se fueron a los golpes, tal vez parecía una pelea definida por la diferencia de cuerpos. Pero, México era violento, México era sádico, México era de temer, pudo con el ruso y más, pudo soportar los golpes y seguirse peleando con él, hasta quedar encima del ruso dándole un buen golpe en la mejilla derecha.
– ¡Jodete pinche homofóbico de mierda!
Y pasó.
El ruso lo jalo del cuello de su camiseta, y le besó, temeroso, sonrojado, y rendido ante su propio ser. México quedo en shock, fue algo que salió de repente, mientras sentía los labios hinchados del contrario sobre los suyos. Acabaron separándose segundos después, y el mexicano se levantó dejándolo en el suelo, saliendo de la cafetería cubriendo su boca, evitando que lo notara, evitando que notara lo que pasaba, ignorando que ese beso, ese dulce beso, le traía memorias al mexicano.
Y no fue el único.
El ruso abrió los ojos mirando el techo, mientras fugaces recuerdos llegaban a su memoria, y el sudor frio, los jadeos y el sentimiento de asco volvían. Mientras se veía allí, de quince años, mientras estaba acostado en la hierba, y veía al mexicano con un casco de aviación subiéndose encima de él. Y después, un beso sucedió, entre ellos.
¿Ya había besado a México antes?
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