Por Siempre en Mi Corazón

-Respire, despacio y profundo...

Todo le daba vueltas, veía borroso y sentía un gran peso en su pecho.

-Paramédicos, ¿cuál es el problema?

-Voy por la mascarilla de oxígeno...

-¿Cuál es su nombre señor?

-Hy... Hyoga... Sa... Saltykov

-De acuerdo señor Saltykov, ¿se queda a menudo sin aliento?

Hyoga cerró los ojos, intentando concentrarse en las preguntas del paramédico, cómo si no supiera lo que le preguntarían. Respiró profundo, tratando de tomar el suficiente aliento para dar su respuesta.

-Mi.. miocardiopatía... hi... hipertrófica...- el rubio logró articular las palabras casi sin aliento.

-¿Toma algún medicamento?

-Amiodarona... y... Metoprolol...- justo cuando el paramédico recibió la respuesta del ruso, este último perdió el conocimiento.




-El electrocardiograma mostró una condición anormal en su corazón. Miocardiopatía hipertrófica.

-Suena mal...- Hyoga intentó parecer calmado y sorprendido, cómo si no esperara lo que el doctor le estaba diciendo.

-En este punto es tratable con medicamentos, no necesitará cirugía.

-Aún...- interrumpió, con eso se había delatado.

-Señor, esta enfermedad es hereditaria, ¿sabe si algún miembro de su familia lo padece?

¿Qué si lo sabía? Por supuesto, ¿cómo lo iba a olvidar? Recordaba aquello con vividez.

Cuando tenía alrededor de 16 años, su padre había muerto repentinamente de un ataque cardíaco, sucedió durante la cena; y aunque los servicios de emergencia no tardaron en llegar, los doctores de la Sala de Urgencias no pudieron salvarlo. Cuándo analizaron la causa del paro, los médicos concluyeron que se debía a una condición genética: Miocardiopatía hipertrófica.

Su abuelo no lo había sufrido, por lo que nadie se habría imaginado que el Sr. Saltykov padre tuviera una mutación en su corazón; después de aquello, Hyoga sabía que las probabilidades de que él desarrollara aquella condición eran del 50%.

Y la enfermedad no decepcionó en aparecer; cuando tenía 21 años, cinco años después del incidente de su padre, Hyoga corría desesperadamente para llegar a tiempo a un examen de la universidad, jamás llegó a aquel examen, pues comenzó a faltarle el aire e inmediatamente se desmayó.

Después de una visita a la Sala de Urgencias, y una llamada alarmante a su madre por parte de los doctores, el médico adjunto confirmó lo que el rubio ya sospechaba.




Hyoga abrió lentamente los ojos, estaba en la Sala de Trauma, le dolía el pecho y tenía una mascarilla de oxígeno que le ayudaba a respirar.

Miró a su alrededor, había tres médicos con batas blancas y varias enfermeras, todos hablando y gritando instrucciones, llendo de aquí para allá y haciendo un montón de cosas que Hyoga no entendía. Un caos total.

Y en medio del caos, se le sumaron dos doctores más: uno ya grande, como de unos 50 años, y otro más joven, de unos 27 años aproximadamente; a diferencia de los otros médicos, estos lucían una playera y bata azul.

-¿Llamaron a consulta quirúrgica?- preguntó el doctor mayor, un sujeto alto y rubio, de una mirada seria y un tanto aterradora.

-Hombre de 28 años, signos vitales normales, falta de aire y latidos irregulares, padece de miocardiopatía hipertrófica, se la diagnosticaron hace siete años, toma Amioradona y Metoprolol. Lo trajeron después de un dolor agudo en el pecho y dificultades para respirar, se desmayó de camino al hospital.

El doctor joven lo observaba detenidamente, y cuando sus ojos se encontraron, el cirujano le sonrió amablemente.

-Dime tu plan, Hazuki.

El joven médico salió el trance en el que estaba y volteó a ver al otro cirujano.

-Los medicamentos fallaron, no tiene paros repentinos... ¿miectomía septal?- respondió con el tono de voz más suave y adorable que Hyoga había escuchado en su vida.

-¿Está preguntando o afirmando?

-¿Afirmando? Aaaa... digo, afirmando.

-Bien dicho Shun. Llama a Cirugía, que reserven un quirófano, y prepárate para entrar.

-¡Hai!- el joven doctor le dedicó una última sonrisa a su paciente antes de proceder a cumplir las instrucciones de su superior.

Por otra parte, el ruso estaba a punto de preguntar que sucedía cuando volvió a perder el conocimiento.




Una vez más, el rubio comenzó a despertar lentamente. Esta vez se encontraba en un cuarto completamente diferente, era más bonito, y sin duda mucho más tranquilo.

Miró a su alrededor, parecía un cuarto sólo para él: había un par de sillones; unos monitores a lado de su cama, una enorme ventana a su lado izquierdo, donde tenía una gran vista de la ciudad; unos cuadros con bonitos colores; y a su lado derecho el joven cirujano de antes; estaba entretenido escribiendo algo en unas hojas.

Hyoga no sabía muy bien qué o quién era, o dónde estaba; intentó hablar, pero sólo pudo producir un sonido extraño, sin embargo fue suficiente para llamar la atención del atractivo doctor.

-¡Despertaste!- exclamó alegremente con una sonrisa en el rostro. Dejó lo que estaba haciendo y se aproximó al rubio convaleciente. Hyoga lo miró consternado, conforme iba recobrando el conocimiento podía ver y pensar con más claridad, y notó que el cirujano era más hermoso de lo que recordaba.

Su piel era blanca y suave, sus ojos y cabello de un color esmeralda precioso; el cabello era un poco largo pero no demasiado, lo llevaba recogido en una coleta baja; y su sonrisa, bueno, era tranquilizadora y adorable.

-¿Qué... pasó...?- preguntó Hyoga, débilmente.

-Te desmayaste y los paramédicos te trajeron aquí, los medicamentos fallaron, así que hicimos una miectomía septal...

-¿Una qué?- inquirió el rubio confundido.

-Quitamos parte del tejido engrosado de tu corazón, que es lo que provoca tu miocardiopatía, esto mejorará el flujo de sangre de tu corazón, impidiendo que te desmayes, los dolores en el pecho y la dificultad para respirar.

-Mi... mamá... tengo que llamar a mi mamá...

-Ya está en camino, dijo que tomaría el primer vuelo a Atenas.

Hubo un silencio momentáneo.

-Gracias... doctor...

-Hazuki. Hazuki Shun, un placer.- respondió el peliverde con otra sonrisa. Hyoga asintió y le sonrió de regreso.

-Soy Hyo...

-Hyoga Saltykov, jaja, lo vi en tu historial.

El ruso deseaba seguir platicando que aquel cirujano agradable, pero fueron interrumpidos por el médico alto y rubio de antes.

-Veo que ha despertado Sr. Saltykov. ¿Tiene preguntas sobre el procedimiento o proceso de recuperación?

-No, el Dr. Hazuki ya me explicó todo, gracias.

-Bien. Soy Albiore Rendón, cirujano adjunto, yo realicé su cirugía. Lo mantendremos en observación 48 horas, si todo va bien, le daremos el alta.

El cirujano asintió orgulloso y salió del cuarto.

-Creí qué tú habías hecho la cirugía...- Hyoga volteó a ver a Shun.

-Sí, asistí al Dr. Rendón, pero el fue el cirujano principal. Yo sólo soy residente de tercer año.

-Pues me agradas más tú que tu jefe.

Shun soltó una carcajada.

-Te vendré a ver en unas horas, ¿de acuerdo?

Shun tomó sus papeles y salió del cuarto, dejando a Hyoga suspirando por más.

Shun eventualmente volvió, varias veces de hecho, como si no tuviera más pacientes o rondas que hacer. Hyoga le agradaba demasiado, sin mencionar que era bastante atractivo también. Cuando la madre del ruso, Natasha, llegó, no tardó en ganarse su confianza y simpatía. De algún modo, a Hyoga le encantaba que su madre y Shun se llevaran bien.

La señora Saltykova también presentía que el joven cirujano provocaba algo en su hijo, por lo que cada vez que Shun llegaba a checar a Hyoga, ella salía por café, al baño o a cualquier cosa que se le viniera a la mente; dejándolos solos para que platicaran.




-Respira hondo... ¡genial!- Shun quitó el estetoscopio del pecho de Hyoga y lo colgó en su cuello. -En tres horas te daremos el alta.

-Oh...- Hyoga sonó decepcionado, no quería irse, no quería dejar de ver a aquel cirujano hermoso de ojos verdes. -Te voy a extrañar...

Shun desvío su mirada de los papeles que estaba firmando y la posó sobre el rubio. Sus mejillas enrojecieron.

-Yo también...- contestó tímidamente. -Pero preferiría que nos vieramos en un café en vez de un hospital, ¿no crees?- Hyoga rió.

-¿Qué harás esta noche?

Shun rió avergonzado y se mordió el labio inferior, estaba apunto de darle su respuesta al ruso cuando este perdió el conocimiento y el monitor a lado de su cama comenzó a sonar alarmantemente.

-¿Hyoga?- Shun se apresuró a sentir el pulso del rubio, pero no lo encontró.

-Oh no... ¡Código azul!- el cirujano gritó mientras comenzaba la reanimación cardiopulmonar en el paciente.

-¿Qué pasó?

-Estaba bien, y de repente perdió el pulso... ¡el desfibrilador!

-Cargando a 200.

-¡Despejen!

-Sin cambios.

-¡300!

-¡Despejen!




Ya se le estaba haciendo a Hyoga una mala costumbre quedar inconsciente de repente. Cuando despertó escuchó unas tenues voces; parecían ser Shun y su mamá.

-¿Sh...Shun?- el ruso articuló las palabras con dificultad, estaba débil y exhausto.

Shun esbozó una pequeña sonrisa, pero no era aquella adorable y alegre que le había dedicado antes, esta era casi de desilusión.

-¿Qué sucede?- preguntó Hyoga al ver la reacción del joven cirujano.

Shun tomó asiento a lado de la cama del paciente y comenzó a explicar.

-Me... me temo que la cirugía no funcionó... lo siento.

-Oh... ¿la volverán a hacer?- preguntó el ruso.

-No... no funcionaría...- Shun evitaba ver directamente a los ojos de Hyoga, lo cuál no era una buena señal para el rubio. El Dr. Rendón se limitó a pararse detrás de su residente, sin decir nada.

-¿Hay otra cirugía que puedan intentar?

Shun no contestó, pero no porque no tuviera la respuesta, claro que la sabía, pero no se atrevía a decirle.

-Nuestra única opción es un transplante de corazón...- no contestó el joven residente, sino el cirujano adjunto. Escuchar la noticia de parte del doctor argentino le cayó muy mal a Hyoga, hubiera preferido mil veces escucharla del joven japonés.

-Sumimasen...- susurró Shun, por fin mirando a los ojos azules del ruso.




Debido a que el corazón de Hyoga podría fallar en cualquier momento, se le internó en el hospital hasta que obtuviera el nuevo corazón.

Pero el ruso era joven y mientras se quedara en el hospital estaría bien, así que el corazón tardó más de lo esperado en llegar.

Cada vez que había un posible donante, este no era compatible con Hyoga o había alguien en la lista que lo necesitaba más que él.

En otras circunstancias, al ruso le hubiera parecido una pesadilla y una maldición, el karma de todo lo malo que había hecho en su vida; pero no lo sentía así, porque eso significaba que podía ver al joven y atractivo cirujano todos los días.

Como Shun le había dicho antes, sería mil veces mejor si se pudieran ver en una cafetería o en algún lugar más recreativo y entretenido, pero ciertamente todo era más fácil de sobrellevar si Shun estaba por ahí.

Llegaron a conocerse mejor, disfrutaban mucho de la compañía del otro. Llegó un punto en el que Shun iba al cuarto de Hyoga para hacer todo el papeleo y notas post-operatorias que tenía pendiente, en lugar de usar la estancia de los doctores, sólo para verlo y acompañarlo. Y cada vez que terminaba su turno, se quedaba horas con el ruso, hasta que este se dormía.

Sin embargo, Hyoga nunca le dijo sobre los sentimientos que tenía por él, y Shun tampoco se animó; el primero porque esperaba a que todo aquel borlote terminara, y el segundo porque la política del hospital no permitía que los doctores; así fueran adjuntos, residentes o estudiantes; salieran con sus pacientes. Aunque ciertamente no necesitaban decirse lo que sentían por el otro para saberlo.




El tiempo transcurrió, un año y nada, después otro más, y aún no había un corazón para Hyoga. Habría perdido la cordura por completo de no haber sido por Shun.

Este último consideró salirse del caso para poder al menos intentar alguna clase de relación íntima con el ruso, pero hacerlo significaba perder el acceso y control total de lo que sucediera con Hyoga; así como perder el privilegio de entrar y salir de su cuarto a voluntad, al no ser parientes no se le permitiría verlo más que en horas de visitas; y cómo Hyoga no iría a ningún lado sin un corazón nuevo, tampoco podrían salir a comer o a hacer algo. En resumen, esperar dos años siendo su doctor era la mejor opción para seguir viéndose.

Pero, aunque la vida pareció haberse pausado momentáneamente para Hyoga, no era el caso para Shun. Cuando conoció al ruso era cirujano residente de tercer año, pero dos años después se encontraba a punto de terminar su quinto y último año de residencia. El siguiente paso en su carrera era convertirse en adjunto.

Eso representaba dos problemas:

El primero, si decidía quedarse en ese hospital, una vez que se convirtiera en cirujano adjunto se le sacaría del caso, pues sólo se permitía un adjunto por paciente.

El segundo significaba cambiar de hospital, que era lo que Shun inicialmente había considerado cuando empezu su residencia, pero eso fue antes de conocer a Hyoga. De cualquier manera, Shun no podría seguir trabajando en el caso del rubio.

Debido a que en ninguna de las opciones se le permitía continuar cuidando de Hyoga, Shun decidió ir por la opción que más le convenía profesionalmente. Había demostrado ser un cirujano excelente, colaborando en distintas cirugías interesantes y escribiendo varios trabajos de investigación. Todo eso provocó que recibiera diversas ofertas en hospitales privados y de mucho prestigio.

-¿Cuándo te irás?

-La próxima semana es la última.- Hyoga desvió la mirada, no quería que Shun lo viera llorar. El japonés, al ver la reacción del ruso le tomó la mano y la apretó.

-Intentaré venir a verte cada vez que pueda...

-Creí que los doctores no tenían tiempo para la vida social...

-Sí, supongo que era una ventaja que mi novio viviera en el lugar donde trabajo...- al darse cuenta de que se había referido a Hyoga como su novio, Shun se calló abruptamente, enrojeciendo por completo. Hyoga lo miró estupefacto, no se ofendió en lo más mínimo, pero sí que se sorprendió.

-P-perdona... no quise...

-No te preocupes...- Hyoga sonrió. -No tenía idea de que mi novio era cirujano...

Ambos comenzaron a reír.




Durante su última semana como residente, Shun intentó ver a tan pocos pacientes como pudo, para aprovechar pasar todo el tiempo posible con Hyoga, quien al parecer ahora era su novio. Se prometió que intentaría ir a verlo después de cada turno, así tuviera que atravesar toda la ciudad para llegar de un hospital a otro.

En su último día, Shun no pudo estar con Hyoga tanto como quiso, pues tuvo que entrar a tres cirugías de emergencia, más las consultas quirúrgicas que surgían en la Sala de Urgencias.

Después de su turno, cuando se disponía a ver a Hyoga, sus compañeros lo interceptaron para llevarlo a la estancia de los doctores, dónde le habían organizado una fiesta de despedida.

Después de estar un rato en su fiesta, por fin logró escabullirse al cuarto de Hyoga.

-Pensé que te habías olvidado de mí.- le dijo el rubio mientras Shun tomaba asiento a lado de su cama.

-Jamás, no pude escaparme de mis deberes, pero te traje un trozo de pastel...- Shun le dio el plato y sacó dos tenedores, uno para Hyoga y el otro para él.

-¿Empiezas mañana?

-No, el lunes. Pero el fin de semana iré a una orientación, así que te veré hasta el lunes en la noche.

-De acuerdo. Resistiré.- Shun le dedicó esa sonrisa que había enamorado a Hyoga cuando se vieron por primera vez.

Platicaron por un rato más, hasta que llegó la hora de despedirse.

-Ya tengo que irme, si no, no podré levantarme a tiempo mañana.

Hyoga lo miró, no quería que se fuera, quería quedarse con él para siempre.

Shun se acercó al ruso, hasta que sus caras quedaron a sólo milímetros de distancia.

-Ya no soy tu doctor...- le susurró.

Hyoga no supo que contestar, y permaneció callado. Pero Shun no esperaba una respuesta, y lentamente cerró la poca distancia que quedaba entre ellos y besó al rubio en los labios.




Ese fin de semana Hyoga estuvo en las nubes, no podía dejar de pensar en la deliciosa sensación de los labios de Shun sobre los suyos. Ya quería salir de ese hospital para poder hacer más cosas con él, llevarlo a un montón de lugares y entregarle todo su amor.

Rezó con todas sus fuerzas, como pocas veces lo había hecho en los últimos dos años, para que apareciera un corazón que fuera compatible y poder salir de ahí de una vez por todas.




El despertador sonó a las 7:00 de la mañana en punto. Shun se levantó y se preparó con toda la actitud posible para su primer día como cirujano adjunto. Estaba emocionado por su nuevo empleo, pero estaba más entusiasmado por ir a ver a Hyoga en la noche.

Se apresuró a salir, cómo si apurar su jornada hiciera que la hora de ver a su novio llegara más rápido.




-Hyoshka... mi amor despierta...

Hyoga abrió los ojos lentamente, sentía una mano acariciando su cabello.

-Hola mamá...- Natasha esbozó una enorme sonrisa.

-Encontraron un corazón...




Eran apenas las 9:00 de la mañana, y el alboroto reinaba en el cuarto de Hyoga. Ni siquiera pudo desayunar, pues no le permitieron comer ni tomar nada antes de la cirugía, sólo hielo picado.

Hyoga estaba emocionado, por todo lo que este nuevo corazón significaba.

Intentó pedirle a más de una enfermera que llamara al Dr. Hazuki, para informarle de las buenas nuevas, pero ninguna pareció hacerle caso.

-¿Listo?- preguntó el Dr. Rendón mientras entraba triunfante al cuarto del ruso con toda su comitiva de enfermeras y residentes detrás de él.

-¿Llamaron al Dr. Hazuki?

-En eso estamos, debe de estar ocupado porque no contestó.- explicó Albiore mientras él y algunas enfermeras empujaban su cama hacia el quirófano.

-Es su primer día, y los cirujanos adjuntos tienen mucho trabajo. Seguro está en una cirugía, no se preocupe, volveremos a llamar.

Natasha sostuvo su mano y la apretó, tranquilizando a su hijo. Cuando despertara tendría un nuevo corazón y todo sería diferente.




Hyoga despertó lentamente una última vez, se encontraba en el mismo cuarto en el que había pasado los últimos dos años.

Sentada a su lado estaba su madre, y parado detrás de ella, el Dr. Albiore Rendón.

-¿Cómo salió?- preguntó el ruso, aún aturdido por la anestesia.

-De maravilla.- por alguna razón, el tono del Dr. Rendón no reflejaba lo extraordinario de la noticia. Y la mirada en la cara de su madre lo confirmaba.

-¿Pero?- Hyoga temió la respuesta, si le decían que debía permanecer en ese hospital por más tiempo se moriría.

Si tan sólo le hubieran dicho eso...




Shun caminaba rápidamente por la calle, no iba tarde ni nada parecido, pero la emoción que recorría su cuerpo provocaba que hiciera las cosas con prisa. Ahí estaba, el hospital estaba justo frente a él.




Albiore respiró hondo antes de comenzar a explicar:

-Cuando recibimos el órgano... la tarjeta con los datos del donante...




Podría jurar que vio hacia ambos lados de la calle antes de cruzar, pero estaba tan inmerso en sus pensamientos que pudo ser cualquier cosa.




-...el corazón que recibiste... es del Dr. Hazuki...

Hyoga sintió que le faltaba el aire y su nuevo corazón comenzó a palpitar con fuerza. No entendía muy bien lo que había escuchado, o no quería creerlo.




A la mitad del cruce, un fuerte sonido lo sacó de sus cavilaciones, volteó para ver de que se trataba, pero el auto se aproximaba a toda velocidad hacia él que no tuvo tiempo para reaccionar.

Un estruendoso golpe llenó la calle y distrajo a las personas que por ahí se encontraban; algunas se acercaron para intentar ayudar. Varios médicos de urgencias salieron del hospital con camillas y equipo, esperando salvar a la víctima de aquel accidente.




-Hubo un accidente esta mañana cerca del hospital de Shun, auto contra peatón...

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Hyoga.

-Murió casi instantáneamente...




A Hyoga le dieron el alta una semana después, la semana más larga de su vida.

Poco a poco se reincorporó a su vida habitual, a su vida antes de que lo interanaran en aquel hospital.

Pero nada era lo mismo, había conocido a su media naranaja en ese lugar, a una persona que era hermosa por dentro y por fuera, que le hacía sentir cosas que jamás había sentido antes.

Sólo pensar en su sonrisa hacía que rompiera en llanto, esa que le encantaba y que no volvería a ver nunca. Por fin tenía todo lo que había deseado durante los últimos dos años, pero ya no tenía con quien compartirlo; todas las cosas que prometió que haría, ya no las podía hacer. Estaba solo...

Pero en realidad, no lo estaba...

Shun estaba con él en cada momento, cada minuto de cada día. No era lo que se había imaginado cuando deseó pasar el resto de su vida unido a él; no era ideal, pero era lo que tenía.

Pensó en eso una vez que se encontraba en el autobús de camino al trabajo.

Cada vez que sentía su corazón latir no era el suyo, sino el de Shun, aquel corazón bondadoso y alegre que cuidó de él por dos años, aquel que lo amó hasta el final.

Siempre que su corazón palpitaba cuando se emocionaba, se asustaba o se cansaba, Shun lo hacía con él. Cada vez que amaba, reía y vivía.

Hazuki Shun lo había amado a más no poder, tanto así que le regaló su corazón, literalmente; era un regalo que Hyoga no pensaba desperdiciar.

Hyoga Saltykov decidió que viviría cada día como si fuera el último: amando con ahínco, haciendo cosas que valieran la pena, trayendo felicidad a los que le rodeaban, y más.

Y cada vez que sentía que lo extrañaba, lo cuál era muy a menudo, ponía sus dedos sobre el lado izquierdo de su cuello, y sentía atentamente sus latidos, fuertes y constantes; los latidos de Shun, que con cada palpitar le decían lo mucho que lo amaba y deseaba que fuera feliz, y que, a pesar de todo, siempre estaría con él.

Para siempre en su corazón.




FIN

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