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CAPÍTULO 3: RECONCILIACIÓN

Alice Adams

Incómodo. Esa es la palabra que define a la perfección el ambiente de la habitación. Sinceramente creo que el juntarnos los cuatro en un espacio tan pequeño, no ha sido la mejor de las ideas.

Mi hermano y yo intercambiamos miradas entre nosotros y con los otros dos presentes, Marco y Clara, que definitivamente son los más tensos de entre todos.

Antes de ingresar a la habitación, Clara y yo nos habíamos puesto al día con lo que hemos hecho, todo era normal, sin embargo, su pronta recuperación me preocupaba y me mantenía en duda, sobre todo cuando por la tarde mientras nos dirigíamos al hospital, capté a su padre llegando a casa tambaleándose.

— Iré por un poco de agua — dijo Clara sin mirar a nadie para seguido abandonar la habitación.

— Te acompaño Úrsula, espérame — Marco la siguió a toda prisa, con el mismo objetivo de huir de la incomodidad.

<< ¿Úrsula? >>

— ¿Úrsula? — pregunta con confusión mi gemelo, señalando la puerta.

— Me pregunté lo mismo — torcí mis labios por la confusión.

Cuando regresé mi mirada a Omar, lo encontré con su vista clavada en el piso, su cabello se encontraba alborotado y su brazo sostenido por un cabestrillo a causa de la fractura que le provocó aquella pelea.

— La riña fue mi culpa — dijo con seriedad —. Comencé a molestarlo, él terminó por cabrearse y bueno, terminó abalanzándose sobre mí.

— Sabes a la perfección que no creo ni una palabra de lo que me estas diciendo — suspiré con cansancio, era más que obvio que por más que hayan peleado, esos dos no se delatarían —. Pero para no ponerte en complicación, fingiré que lo que me cuentas es verdad y no hablaremos más del tema, — me senté a su lado en la camilla —, aunque deberás darme algo a cambio.

Rodó los ojos con fastidio. — Te compraré diez libros, los que te vengan en gana y mi merienda nocturna es tuya por un mes.

La paga era buena, sin embargo:

— No es suficiente, esfuérzate un poco más — le dije y extendí mi mano hacia él.

— De acuerdo, Merlina, te devolveré el diario y… — lo observé pasar saliva con dificultad — …te daré todos mis discos de Imagine Dragons. ¿Contenta? — gruñó lo último, haciéndome sonreír victoriosa.

— Más que contenta, Pericles, siempre es un placer hacer negocios contigo — mi tono de burla lo hizo bufar.

— Que tradición tan molesta. Merlina y Pericles, no se en que jodido momento dejamos que se volviera parte de nuestra vida.

— Lo sé, pero no podemos negar que, si tenemos un poco de los Adams, además del apellido, claro está.

— Excepto que en este caso yo soy superdotado por la naturaleza y tú más fea.

— ¡Calla! Eso último no es verdad — le digo frunciendo el ceño y dándole un leve golpe en la nuca.

— ¿Ah no? ¿Cuánto hace que no te conocemos un novio? ¿Un año?

— Deja de decir bobadas, solo han sido tres meses y eso no tiene nada que ver. Además, — me levanté de donde estaba y me encaminé a la ventana, perdiendo mi vista en la avenida —, estoy esperando al indicado.

— Te conozco hermanita y sé que estás a nada de querer tirarle la onda al más feo.

Me volví hacia él, viéndolo con malicia, estrujando su cabello sin que lo esperara y recibiendo por su parte un ataque de cosquillas.

— Te extrañé perro.

— Yo más perra.

Luego de aquellas palabras, la puerta de la habitación fue abierta nuevamente por Clara y Marco, que no solo traían una botella de agua, sino cientos de confituras y un Play 4.

Definitivamente su viaje se extendió a más allá de la cafetería.

Jugamos toda la noche, discutiendo por quien hacia trampa y quien era pésimo jugando, lo cual nos llevó a prácticamente no dormir.

••

Omar Adams

Una semana después…

Estar de regreso en la escuela ha sido lo peor, tan solo una semana y estoy hasta los cojones, sobre todo de la profesora de literatura.

Paso mi vista por el salón, viendo como la mayoría muere de aburrimiento con la clase; Frey, Ana y Claudia se encuentran al final del aula babeando por completo sus pupitres debido al sueño profundo en el que se encuentran; Joseph como es costumbre, se encuentra en los asientos centrales, molestando a Marya, la nerd, con certeza creo que Joseph realmente no quiere molestarla y que oculta un secreto amor por ella, pero quiere mantener la imagen. Cliché.

Como es de esperarse, solo mi gemela y Marco atienden con animo esta porquería de clase. No entiendo por qué, es terriblemente aburrida, no como cuando estaba el anterior profesor, el si era agradable, sus historias eran la hostia.

Pero claro, tenía que casarse a mitad del curso e irse a su jodida luna de miel. No me sorprendería que a su regreso nos de la noticia de que ya tiene una guardería entera con su apellido.

Percibo un codazo en mis costillas, proveniente de Alice, pidiéndome que preste atención a lo que Simba parlotea, pero lo que realmente me espabila es la ronca voz de aquella mujer.

— Omar — llama con seriedad, haciendo que la mire.

— ¿Diga, querida profesora?

— Serías tan amable de contarnos a mí y a nuestros compañeros, ¿qué es eso tan interesante que provoca tu falta de atención a mi clase? — se coloca frente a mí, mirándome con esos ojos enormes, que me causan escalofríos.

Esta señora está loca, ahora la mirada de todos se encuentra sobre mí, expectantes a lo que diré.  Incluso los que se encontraban en brazos de Morfeo ahora se encuentran más que despiertos mirándome. Ni que decir de Joseph, que cubre con su libreta la sonrisa de burla hacia mí.

<< Maldita seas vieja, ahora te odio más. >>

— Verá querida profesora, mis pensamientos recorrían el camino de lo mucho que me complace que sea usted quien nos imparta clase en estos primeros parciales — le digo y sonrío falsamente.

No se que coño acabo de decir, pero con esa forma de hablar, que estoy seguro, logré gracias a las veces que vi las novelas de mi madre, ha hecho que se relaje y suspire.

Inteligencia Adams.

— Jovencito, es usted muy amable y sus palabras me erizan, sobre todo por lo ridículas que han sonado — mi sonrisa se borra de golpe —. Ahora, abra la novela en la página treinta y seis y prosiga con la lectura hasta el siguiente capítulo.

<< Esta señora de verdad que pide a gritos que la deteste cada día más >>

Abro el libro, "El Demonio y la señorita Prym", en la página que me ha indicado, suspiro con aburrimiento y comienzo a leer en voz alta.

Escucho el primer timbre y de golpe cierro el libro, agradeciéndole a Dios que me permita descansar un poco mi garganta. Sí, la desgraciada me tuvo leyendo durante toda la clase, no únicamente a terminar el capítulo.

Por eso anhelo ingresar a la universidad, porque es mi glorioso pase a la libertad.

Camino a la salida junto con los chicos, entre risas, pero una mano en mi hombro me detiene.

Cómo no… Simba.

Yo sé que es raro ese apodo, pero realmente es que su rojiza y alborotada cabellera fue lo que me llevo a otorgarle tan distinguido mote.

— Joven Adams, ¿me permite unos minutos?

Miro a Marco, luego a Clara que parece reírse y por último a mi gemela, quien me lanza una mirada de advertencia que claramente se traduce en: << no te atrevas a poner peros >>

— Ve Omar, te esperamos en casa de Marco y llamaré a mamá — Alice interviene, provocando que me rinda.

Asentí hacia la profesora y nos dirigimos a la cafetería que quedaba cerca al instituto, tomamos una mesa y una vez que estuvimos sentados frente a frente, pronuncié:

— Sea breve, tengo que llegar a estudiar.

— Sé que no es cierto, pero haré como que te creo y solo por eso seré breve. Sé que detestas mi clase, que te aburre y bueno, todo eso, pero te diré algo, llevemos la fiesta en paz y puede que no repruebes el curso — dijo de corrido, dejándome un poco confundido.

— ¿Es una clase de amenaza?

— No, simplemente te estoy ayudando a no perder el último año — seguido a ello extendió hacia mí una especie de cuaderno. Lo analicé un poco antes de recibirlo en mis manos, descubriendo que era un diario. Le devolví una mirada incrédula, esperando una explicación.

— Ese cuaderno es mi diario, el cual escribí durante mi etapa del instituto.

Comencé a hojearlo, descubriendo diversos textos con caligrafía irregular y entre estos alguno que otro dibujo.

— ¿Qué broma es esta? — bufé y rodé mis ojos — A ver si entiendo, ¿me regala su diario para que aprenda a enfocarme en su clase? Su lógica no es muy buena, que lo sepa.

— ¿Sabes que me llevó a ser profesora? — preguntó, ignorando mi cuestionamiento anterior.

— Seguramente dirá algo como que siempre ha sido su sueño, desde que era una cría para ser exactos, y que, con los acontecimientos de la segunda guerra mundial, valoró todo en la vida.

— No te pases, no soy tan vieja — del bolsillo derecho de su abrigo extrajo una anforita, cuestión que me desconcertó un poco, pero decidí no dejarlo notar —. A tu edad, igual era una persona sumamente idiota.

— Oiga, tampoco es para que me insulte — fruncí el ceño.

— Estamos a mano — dijo con burla y se encogió de hombros —. Mi madre murió en un accidente, papá se mudó a Inglaterra dejándome a mi suerte y hace tan solo unos años me reencontré con él. Mira que como es la vida de injusta, él vive la gran vida y yo he tenido que pasar por cosas tan jodidas para lograr ser profesora y no olvidemos de que me enteré de que tengo un hermano.

— Yo… — no esperaba que me dijera tal cosa, sin embargo, decidí callar y dejar que continuara.

— Fui víctima de la prostitución a los veinte años, claro, no tenía otro medio para conseguir dinero y no morir de hambre. Llegué a una casa de muñecas, donde la anciana que la dirigía, aunque no lo creas, era más fea que yo.

— Eso es mucho decir — solté tratando de quitar un poco de lo sombrío del ambiente con tal anécdota. Y suspiré de alivio cuando ambos soltamos una pequeña carcajada.

<< ¿En qué momento he caído en gracia con ella y en qué momento pasamos a que yo conozca su pasado? >>

— Debería tenerle odio, pero gracias a que me recibió ahí, es que tuve para comer, a lo mejor no con el trabajo mejor visto, pero no tenía de otra — alzó los hombros restando importancia —. Ella me enseñó que hasta para ser una buena prostituta, debemos de tener un propósito en la vida. Me hizo ver que tal oficio puede ser una mala pasada para unas y para otras puede ser un vital infierno que no servirían más que para levantar almas caídas. Sabes a lo que me refiero… — bueno, esto está siendo un poco incómodo, aún así la dejé seguir —. Así que me dije: << o eres puta por dinero, o eres puta porque eres inútil>>. Un día cerraron el local y quedamos en la calle unas quince chicas. Fui a buscar refugio a una iglesia.

— ¿Para redimir sus pecados y ser una buena profesora?

— No, me tiré al pastor — soltó de forma demasiado natural provocando que mis ojos se abriesen como platos y ella riera a carcajadas —. Como lo oyes. Lo soborné con contárselo a su esposa e hijos, y finalmente me puso en un cursillo en el extranjero. Solo bastó una semana para que yo obtuviera mi pasaporte y estuviera en México tomando el famoso curso.

— ¿Por qué literatura? — inquirí realmente curioso.

— Era la más fácil, podía aprender todo de memoria y eso me facilitaba el aprender.

— Una buena estrategia.

— Bueno… — se levantó y guardó su anforita de nuevo en su abrigo, misma de la que había dado unos cinco tragos —. Ya sabes entonces, si algún día te conviertes en un escort y después quieres reintegrarte a la sociedad, conviértete en profesor de literatura.

— No creo que ese sea el mensaje — le grité mientras que la observaba avanzar a la puerta mientas le agitaba el cuaderno en el aire con mi mano libre.

— Yo sé que tu captaste el verdadero mensaje. Nos vemos la semana que viene, y trata de hacer caso a lo que te he dicho, o me desquitaré en el examen — dijo con tono jocoso para después salir por completo del local.

Cuando la luna ya tenía presencia en el oscuro cielo, llegué a casa de Quijote. Ingresé a la propiedad sin llamas, como era mi costumbre, encontrándolo junto a mi hermana y Clara, jugando Mortal Kombat, una actividad típica entre nosotros.

Todos los viernes estaban destinados a jugar a ello, los sábados dormíamos en la casa Adams si es que asistíamos a una fiesta, y Clara, bueno, ella se encargaba de lidiar con la resaca grupal.

Marco se encontraba en el medio, Alice tenía el pelo enrollado en un palillo de madera, y Clara fue la primera en verme entrar, y como siempre el rubor se coló en su rostro y la alegría que me invadió al ver sus ojos fue inmensa.

— Perdedores, llegó el campeón — dije con aires de grandeza.

— No lo creo, mejor cuéntanos que hacía con esa vieja a estas horas de la noche ¿eh?

— ¡Marco! — lo reprendió su abuela Beatriz, aquella señora de estilo hippie, que solía ser muy tranquila — Omar, cariño, que bueno verte, ¿cómo has estado? — preguntó mientras asomaba su cabeza por la puerta de la cocina.

— Muy bien señora Beatriz — le respondí y me volví hacia los demás —. Solo fue extraño lo que me dijo Simba.

— ¿Simba? — preguntaron al unísono todos con una ceja alzada y cara de: << ¿Quién carajos es esa? >>

— Ramona, pues — aclaré con obviedad.

Asintieron y siguieron jugando, menos mi hermana. — ¿Qué hablaron? — inquirió curiosa.

Negué con la cabeza y comprendió que era algo que no le podía contar. Me agradaba esto de ser gemelos porque podíamos entendernos incluso con darnos solo una mirada.

Me senté junto a Marco, con completa comodidad, y a un lado de Clara, que no me dirigió más miradas o palabras, cosa que me tenía completamente extrañado, sobre todo porque hace unos días habíamos logrado:

La sana reconciliación.

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