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Alice

Otro primer día de clases, es decir, un fastidio que soportar.

<<Al menos será el último.>>

Gracias a dios, este será el año más corto. La universidad, es, en definitiva, mi pasaporte a la libertad y me hace ilusión que cada vez esté más cerca, solo debo esperar un poco más, puedo soportar, sé que puedo hacerlo.

Florida, mi lugar de residencia me agrada, me gusta vivir a pocos kilómetros de la playa porque es precisamente en ese sitio, donde encuentro la calma cuando los pensamientos dañinos quieren vencerme.

Termino de alistarme el uniforme y de acomodarme mi lacia cabellera; con un pequeño maquillaje comienzo mi día para sentirme más segura. Solo me toma veinte minutos el proceso, el tiempo justo para partir al instituto.

Es la primera vez que me arreglo después de mi ruptura con Lucas, aquel chico que tontamente creí que era el hombre de mis sueños y el amor de mi vida.

<<Alice, recuerda, concéntrate, ya lo superaste y seguro que no lo encuentras de camino a la escuela, además…>>

— Señorita tardanza, si no sales en este momento del baño te vas a ir sola a la escuela, ya Clara llamó, ¡Acaba de bajar! — chilla mi hermano desvinculándome de mi auto terapia y recuerdos.

— Deja de hablar boberías, te dije que me faltaban 5 minutos, ¡ya voy! — le grito de vuelta desde el baño.

— Llevas veinte minutos — gruñe con fastidio —. Esto seguro que te peinaste al menos unas diez veces, vamos a la escuela no a una audición de modelaje, Alice.

— Deja de escandalizar ¿quieres? No soy sorda y métete en tus asuntos o no me digas más que te ayude con las tareas...

— ¿Se pueden callar los dos y parar de discutir por una vez en la vida? — interviene mi madre igualmente a gritos, desde su habitación.

Raquel Mitchell, rubia, alta, guapa y, según mi padre, la mujer que fue envidia del pueblo entero donde vivían, en la época que eran novios.

Salgo del baño y me dirijo a la sala donde se encuentra mi padre y mi gemelo, si, aquel ser humano que a gritos me presionaba hace un momento, es mi gemelo. Omar es una copia mía en hombre, su cabello rizado, es lo único que nos diferencia, fuera de ello, somos dos gotas de agua, según mi abuela.

Mi padre está, como es costumbre, espera por mi madre tumbado en el sofá con el periódico en mano.

Rafael Adams, pelicastaño, de estatura baja, comparado con mi madre, de figura esbelta pero suficientemente varonil y su mayor atractivo, sus ojos, mismo que pueden ser comparados con dos esmeraldas. Es todo un personaje, y muy diferente a mamá, él no hace interrogatorios como ella y suele ser más relajado.

Raquel Mitchell y Rafael Adams, son un ejemplo de lo que algunos nombran “matrimonio feliz”, se conocieron cuando tenían tan solo 15 años, con formas de ser completamente distintas, pero desde aquel día jamás han vuelto a separarse, claro, esto lo podemos decir si exceptuamos una pequeña mala racha que se dio hace nueve años, actualmente superada.

Omar desvía su mirada del móvil hacia mí, y suelta un fuerte resoplido.

— ¿Tantas horas para salir igual que como entraste? — pregunta con una expresión de incredulidad.

— Eso no es problema tuyo — le respondo y ruedo mis ojos con cansancio.

En cuento mamá aparece en la sala, papá se pone de pie y sin necesidad de hablar, lo seguimos a la entrada de la casa.

— Como no se callen los Merlina y Pericles, van a pasarse el último curso castigados — amenaza mi madre —. A veces creo que en el hospital los cambiaron por experimentos del área 51 — mira a mi padre y al final, no podemos evitar estallar a carcajadas mientras subimos al auto.

Esta es una mañana más en casa, somos, por dar una referencia, una versión moderna de la familia Adams. Siempre consideraré que el pasado nos hizo aprender de muchos errores y ahora somos más unidos.

El trayecto de casa al instituto es bastante corto, eso no impidió pasara el viaje completo con la esperanza de verlo a través del cristal.

En cuanto bajo del coche, Clara, mi mejor amiga, me da el saludo más caluroso posible. Tiene un cuerpo envidiable, una cabellera negra y de color negro azabache que le cubre por completo la espalda, y como siempre sus locuras me hacen reír mientras se burla de la novia de mi hermano.

— Dime, ¿lo viste? — pregunta en un susurro.

— Nos trajeron en auto. Pero sigo temiendo encontrármelo y sentirme culpable, por no hacer todo lo que estaba a mi alcance.

— Hey nena, no te atrevas a decir eso de nuevo, su parte era la que no funcionaba, tú solo fuiste una pobre chica que se enamoró de otro idiota que habita el mundo, así que relájate y supéralo que…

— Uy ¿cómo están los Adams? — la voz de Marco inunda mis oídos.

Marco ____________, buen amigo mío y de Omar hace siglos, desde primaria para ser precisos. Un chico de casi dos metros de altura, y cuya figura es digna de admirar, no por nada todas las chicas buscan que él las mire, pero por alguna razón, en muchas ocasiones suele rechazarlas, cabe destacar que lo hace con mucha educación, él es casi un hermano para nosotros.

— ¡Quijote! — le espeta mi gemelo y lo levanta por la espalda.

— ¡Pericles, Merlina! — me abraza — Clara — dice con tono de repugnancia y pone los ojos en blanco.

— Como siempre, la educación es lo tuyo ¿Eh, Marco? — Clara gruñe y comienza a retarlo con la mirada.

Omar y yo, como es rutina, tratamos de cambiar de tema para que estos dos no vayan a entrarse a golpes, pues no sabemos de dónde sacan siempre tantas ganas de pelear por la mañana o simplemente cuando comparten un espacio.

El estruendoso timbre, nos indica el inicio de clases, no está en el mismo salón que nosotros tres, así que al subir las escaleras se despide de Omar y de mi con un beso en la mejilla, y de Marco con un golpe en el brazo, para finalmente cada uno ir a su respectiva aula.

Bueno, que empiece el torturante, primer último día de instituto.

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