Y te empecé a hablar porque eras una de las personas más mágicas y luminosas que había conocido en mi vida, pero no pensé que podría querer tanto a alguien en tan poquito tiempo. Me gustaste por tus virtudes y te quise por tus defectos, por quien eras y por quien eres.

Haces el presente más bonito con tu simple presencia y tras salir del limbo mi vida se convirtió en un sueño. Después llegaste y la química se sintió en persona, aunque a mí me costaba sacar esa palabra decisiva de mis labios.

El primer día fue demasiado emocionante y sentí unas ganas inmensas de cogerte de la mano, porque te quería llevar muy dentro de mi corazón. El segundo día fue el más especial de todos, porque celebrábamos que habías llegado al mundo, querida estrella fugaz. Tras el paseo, los regalos y el tiempo juntos, tuve muy claro que la magia no hacía más que crecer. Sin embargo, el tercer día me demostró lo contrario y es que la magia se marchó para dar paso a la comodidad, al sentimiento de cercanía y al disfrute de una película y la sensación de tener un hombro en el que llorar. Nos acercamos y estábamos tan cerca y a la vez tan lejos.

Finalmente, llegó ese jueves de tu partida, en el que por fin me atreví y, en el lugar más especial que se podía haber elegido con las vistas más preciosas y esa canción que nos envolvía en una atmósfera, te entregué mi primer beso.

Se sintió extraño, porque mi vida había dado un giro para mejor y tú tenías mi «sí» y ya sabes lo que ocurrió después esa misma tarde.

Hoy repito que te quiero y que me importas muchísimo porque me has dejado ver quien eres y te quise junto a mí. Quiero estar contigo porque eres tú.

TÚ.