Capítulo XI

Las ramas crujían al ser azotadas por el viento, como si esa fuera su manera de advertirme del peligro al que me enfrentaría si no huía. El miedo que en ese momento me invadió fue incluso superior al que sentía cada vez que veía a mi padre, y tal como en esas ocasiones, quedé paralizado. 

El rostro de Estefany volvió a la normalidad cuando la luna fue cubierta por las nubes, pero yo ya había visto suficiente, ya no me podía engañar con esa máscara delicada.

Era incapaz de articular palabra, pero aun así no se como reuní la fuerza suficiente para tratar de marcharme. Retrocedí con cautela mientras fingía prestar atención a las frases seductoras que salían de la boca de aquel ser inhumano. Sin embargo, como si el viento la hubiera impulsado, ella dio un salto y terminó quedando a solo centímetros de mí; su proximidad me sobresaltó y al verme invadido por el pavor, perdí el equilibrio y caí de espaldas sobre la maleza.

—Cristian... estas helado ¿Quieres que te de calor...? 一 Se estaba burlando de mí, era obvio por la entonación de su voz, pero por alguna razón cuando ella se posó sobre mi cuerpo, no pude defenderme.

Tal como había ocurrido la noche anterior, Estefany desabrochó su vestido dejando al descubierto sus senos, y nuevamente cual perro callejero hambriento, sucumbí ante sus encantos y no aparté la mirada. Ella me rodeó con sus brazos y acarició mi cabeza mientras yo ocultaba mi rostro en su pecho, pero cuando aligero su abrazo, alcé la mirada, y la luna nuevamente me hizo entrar en razón. En ese momento la protagonista del firmamento irradió su luz el tiempo suficiente para que yo pudiera horrorizarme con la verdadera forma de Estefany. En el sitio en donde había posado mi cabeza una especie de boca yacía abierta. Al verla, le di un empujón y retrocedí arrastrándome, sin poder dejar de ver a aquel espectro que carecía de un rostro y que estaba envuelto por una bruma grisácea que parecía otorgarle el poder para desplazarse.

La luna se ocultó y frente a mí apareció nuevamente Estefany. Al ver su rostro decorado por una sonrisa ladina, me incorporé y corrí en la dirección contraria a la que ella estaba sin advertir los peligros con los que más adelante me encontraría. Ella me siguió. A pesar de que me impulse entre los arbustos con toda la fuerza que mis piernas me permitieron emplear, Estefany me pisaba los talones. Ni el viento, o el estar medio desnuda para ella fueron un impedimento, su naturaleza espectral le otorgó la facilidad para esquivar todos los espinos y hacer caso omiso a las irregularidades del terreno.

Tras correr un par de metros me detuve en seco al percatarme de que el prado por el que había transitado terminaba en un risco. No podía seguir huyendo. La muerte era mi único destino.

—¿Qué mierda quieres de mí? —le pregunté a Estefany, sin mirarla a la cara. Sabía que si la luz de luna se derramaba sobre ella, me causaría un temor tal que terminaría lanzándome al vacío. 

—Solo quiero estar contigo, te amo...

—¡Cállate, arpía!

—Es cierto, te amo... —me susurró al oído; por un instante le creí, su voz melodiosa me conmoví y decidí mirarla. Por desgracia, la luna la estaba iluminando...

Solté un grito gutural que sé que despertó a todos los vecinos que vivían al final del risco. Quise apartar a Estefany, pero no logré tocarla, la luna me había liberado de toda ilusión, pero también truncó todas mis posibilidades de alejarme de ella.

No era un fiel creyente, pero comencé a orar, supliqué a Dios para que me ayudara, pero, como jamás había tenido el deseo de venerarlo, me ignoró. Y cuando los brazos brumosos de Estefany me rodearon para acercar mi cabeza a su pecho, sentí un agotamiento tan grande que me hizo pensar que hasta respirar era una tarea ardua. Entonces me quedé así, hasta que la luna se ocultó y con las últimas fuerzas que me quedaban la empuje, pero al hacerlo perdí el equilibrio y lo último que sentí antes del golpe letal, fue el viento gélido y el aroma a muerte que irradiaba Estefany.

¡Muchas gracias por llegar hasta aquí! 

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