Capítulo VI

Nuestro desayuno se postergó hasta pasado el mediodía. Una vez que terminamos de lavar los platos, fuimos nuevamente a la casa de Oscar. Hacía frío, así que en el trayecto al ver que Estefany frotaba sus brazos, le presté mi abrigo, se veía adorable al usar aquella prenda que triplicaba el tamaño de las suyas. 

Con una piedrita Estefany tocó el portón de la casa del sospechoso. Quise decirle que había un timbre a su izquierda, pero creí que se molestaría, así que dejé que ella lo descubriera por su cuenta, y cuando lo hizo, solo una risita casi infantil que me hizo olvidar el frío que sentía. Le dije que me ocultaría detrás de los árboles que se alzaban en la plaza que estaba frente a la casa de Oscar, ella asistió y al cabo de unos segundos, escuche la voz rasposa del anciano.

No pude entender muy bien la conversación que ambos protagonizaron, pero sí supe que la persuasión de Estefany dio resultados, pues, Oscar le permitió ingresar a su vivienda. Al verlos cerrar la puerta detrás de ellos salí de mi escondite, pero me detuve en seco al percatarme de la presencia de un par de señoras que caminaban por el pasaje como si el día fuera eterno. Luego me senté en la única banca que quedaba en pie y esperé. Durante aproximadamente media hora me mantuve allí, nervioso y tiritando de frío hasta que vi a Estefany salir de la casa, Oscar no la escolto a la salida.

—No tiene hijos. —me dijo cuando me acerqué lo suficiente a ella.

—¿Entonces? Quedamos otra vez en nada... —dije, frotándome para controlar los temblores de mi cuerpo.

—¡Cristian te estás congelando! — exclamó, y luego tomó mi mano con ternura —. Vamos a tu casa y te explico todo...

En mi departamento, Estefany me preparó una taza de café. Quiso cocinar para mí, pero no tenía víveres, por lo que, me conformé solo con comer pan con huevo frito. Mientras entraba en calor, ella me dijo que Oscar no tenía hijos, pero si sobrinos, uno de ellos había sido bautizado con el mismo nombre que él, sin embargo, vivía a kilómetros del centro, en la periferia de la ciudad.

—Podríamos ir juntos, conozco Alerce, mi mamá tiene una amiga que vive allí, a veces vamos a verla... —me comentó Estefany, para después acariciar mi rostro, que supuse estaba pálido.

No quería que me acompañara, pero tenía que aceptar que sus capacidades persuasivas superaban a las mías, así que asentí.

—¿Mañana podrás?

Otra vez respondí con un gesto sutil

—¡Super! ¡Mañana estaré aquí como a las cinco!

—¿Tan tarde?

—Me dijo que su sobrino trabaja hasta las cuatro de la tarde...

—Entiendo...

—Mañana a las cinco estaré aquí.

Después de esa breve charla Estefany se marchó, pero no sin antes darme un beso sutil en la frente, dejándome paralizado y encantado.

Horas antes de ir a mi trabajo, quise darle los toques finales a mi obra más reciente, sin embargo, cuando me senté frente al atril noté que el bello rostro de la protagonista de la pintura había cambiado; pinceladas negras que parecían haber sido ejecutadas con furia le dieron a su semblante un aspecto cadavérico que me hizo temblar con solo verlo. Las causas de ese cambio abrupto las desconocía, solo sabía que yo no había sido el causante. Froté mis ojos con violencia y tras ello analicé por segunda vez la pintura. Los brochazos seguían allí.

Al ver el rostro de Estefany deformado de repente recordé el beso que Estefany depositó en mi rostro antes de huir por el umbral. El calor se apoderó de mis mejillas y una sonrisa ladina acompañó aquel sonrojo, no obstante, la euforia desapareció de inmediato. Era incapaz de creer que ella se hubiera enamorado tan pronto de mí. Los esfuerzos que había realizado fueron mínimos; de no ser por la muerte de Tania y las desastrosas consecuencias que aquello trajo a mi vida habría podido cotejar con más esmero a mi musa. En fin, no me creía merecedor de ese beso, de su amor ni de su atención.

Mientras trataba de convencerme de que, si había realizado un esfuerzo para conquistarla, sonó la maldita alarma que me indicaba que poco y nada me faltaba para ingresar al trabajo. Salí entonces de mis cavilaciones, pero al posar mis ojos en el lienzo embetunado de negro las dudas generaron un barullo tal en mi mente que solo pude aplacar al ponerme de pie.

Angustiado, busqué una manta para cubrir el intento de obra, pero cuando quise taparla solté la sábana por la sorpresa. El oleo negro había desaparecido como por arte de magia. 

Recogí la sábana y me di un golpe en la cabeza cuyo estallido causó eco en el departamento. Cubrir después el atril para luego marcharme al trabajo siendo aún atormentado por mis pensamientos. 

[...]

La noche transcurrió con normalidad: lave platos, limpie las mesas, un poco de vómito y pedazos de vidrio que quedaron como consecuencia de una pelea de borrachos; regresé a mi casa a las cinco de la madrugada.

Me tumbé con lo que llevaba puesto sobre la cama y fue durante esa noche que tuve por primera vez una de esas pesadillas que acompañaron los días que siguieron. No sé si se puede catalogar como una creación onírica, pues, las sensaciones que me invadieron en aquel momento fueron tan reales, que creí que ella estaba allí...

Seguía soñando, eso ahora lo tengo claro, pero en aquel momento juré que me había levantado tras oír un ruido, un tarareo dulce... la voz de Estefany.

La oscuridad se había apoderado de cada centímetro de mi departamento, tanto así que no lograba dar un paso sin tropezar con los muebles.

En medio de esa penumbra, divisé una luz, aquella estela que apuntaba directamente a mi última pintura. Me acerqué con temor hasta el atril, y retrocedí con brusquedad al ver que en lugar del rostro de Estefany había un espectro, un ser cuyo rostro contaba solo con una boca enorme de la cual brotaba sangre. Era una criatura similar, por no decir idéntica a la vi la noche que conocí a Estefany.

Al verla comencé a sudar. Los bellos de mi espada se erizaron y con la respiración agitada retrocedí con la intención de encerrarme en mi cuarto. Sin embargo mi huida fue truncada por Estefany, quien tras aparecer de sopetón a mis espaldas me obligó a soltar un grito. Ella, sin perturbarse por mi acción tosca, rodeo mi cintura con sus brazos escuálidos, supongo que fue un intento para calmarme, pero, a pesar de su delicado tacto, mi corazón continuó latiendo con fuerza.

—Estas helado, Cristian... —me dijo sin soltarme —¿Quieres que te haga compañía esta noche?, esta escarchando...

Por alguna razón no pude soltar ni una sola palabra, y como si una fuerza invisible hubiese tomado el control de mis músculos, asentí y junto a Estefany caminé hasta mi cuarto. Ella se acostó a mi lado, y fue ahí cuando me percate de que no llevaba ninguna prenda. Quise salir de la cama, pero ella se tumbó sobre mí..., y no pude escapar de sus encantos hasta que mi despertador sonó.

Me desperté al medio día. Mis latidos acelerados eclipsaron el sonido irritante de mi alarma. Miré hacia el otro extremo de la cama; las sábanas estaban desordenadas, supuse al principio que era por las pesadillas que había tenido, sin embargo, descarte esa variable cuando escuche el sonido de unos pasos aproximarse.

—¡Ya despertaste! ¿Quieres huevos revueltos...?

No le respondí. Avergonzado bajé la cabeza y me cubrí con las frazadas como si no llevara ninguna prenda, pero en realidad tenía puesto mi viejo pijama. 

—¿Te sientes bien Cristian?

—¿A qué hora llegaste? Me dijiste que estarías aquí a las cinco 一 pregunte con rudeza.

Estefany retrocedió y apretó la parte inferior de su polerón. Verla parada ahí, con su cabello largo cubriendo parte de su rostro, y con ese gesto tan ingenuo, despertó en mí ese instinto protector. Me puse de pie y corrí hacia ella para saludarla y depositar un beso suave en su mejilla; quería pedirle disculpas y creo que Estefany si comprendió el objetivo de mi acción.

—Mi madre tiene que salir durante la tarde, me pidió que vigilara la casa. No tenía dinero para llamarte, así que vine. La puerta estaba abierta... — explicó.

—Entiendo... 一murmuré algo turbado. No le hice más preguntas a Estefany dado que me resultaba sumamente bochornoso creer que aquel supuesto sueño era realidad. Me avergonzaba también creer que ella me hubiera descubierto balbuceando obscenidades mientras me revolcaba como un cerdo sobre mi lecho. Ambas opciones me dejaban como un degenerado, un animal, un maldito desconsiderado 一. Solo espero que encontremos a ese tal Oscar en su casa... —dije, tratando de ocultar el rubor de mis mejillas, el cual supuse que era demasiado evidente por lo pálido que estaba en aquel entonces. 

[...]

Fuimos en bus hasta la localidad en la que el sobrino de Oscar vivía. No era hora punta, así que Estefany y yo fuimos sentados. No quise preguntarle sobre lo ocurrido en la noche. La confusión me empujó hacia un estado de cavilación del que no salí hasta que llegamos a nuestro destino, un trance en el que no hice más que preguntarme: "¿A qué hora llegó Estefany?, ¿aquel encuentro carnal fue un sueño... o fue real?"

Alerce era más grande de lo que pensé, parecía una ciudad independiente y no un sector de Puerto Montt. Contaba con galerías comerciales, locales de comida rápida, supermercados, centros de salud, en fin.. era enorme. Y por la cantidad de vehículos que recorrían a toda prisa la avenida principal, supuse que mayor parte de la población de Puerto Montt vivía allí.

Estefany y yo nos bajamos en la avenida principal, a un costado del centro de salud y a un par de cuadras del lugar en el que se suponía que vivía nuestro sospechoso. 

Caminamos en silencio por los pasajes que se hallaban detrás de la sucursal del banco de la localidad, eso hasta que un can enorme, de pelaje opaco que parecía haber sido sumergido en aceite quemado, nos intercepto. Pensé que había sido mi olor lo que había despertado el instinto asesino del animal, sin embargo, cuando vi que intentó lanzarse sobre Estefany, descarte esa idea y fui yo que, impulsado por los deseos por impresionar a mi musa, golpee al perro.

—¡Toby, pa'dentro, perro de porquería! —exclamó el aparente dueño del animal desde el otro lado del pasaje.

—Debería preocuparse más de su perro, casi muerde a la señorita... —dije tragándome los deseos de insultar a aquel hombre barbudo. 

El dueño de "Toby" me miró con el ceño fruncido y sin decir palabra ingresó a su casa meneando la cabeza, como si yo fuera el responsable del mal comportamiento de su mascota. 

—No te molestes en pelear con ese tipo de personas, Cristian... — dijo Estefany, para luego sujetar mi brazo.

Así, juntos, caminamos hasta el final del callejón, y nos detuvimos frente a una casa de dos plantas, cuyo jardín delantero estaba cubierto de tréboles y flores invernales.

—Habla tú... —susurró Estefany, sin soltar mi brazo.

Respondí moviendo la cabeza y tras ello toqué el timbre. Eran las una y media de la tarde, cabía la posibilidad de que si hubiera moradores, pues era la hora de almuerzo.

Un hombre alto, moreno y bien parecido salió cuando toqué el timbre por cuarta vez. Estaba seguro de que ese era Oscar, el Oscar que había engatusado a Tania, y el verdadero causante de su muerte.

—Buenas tardes, caballero. Estamos buscando a don Oscar...— Forcé una sonrisa al saludarlo, odiaba tener que hacerlo, pero desde que dejé la escuela aprendí que quien no es capaz de manejar el arte del cinismo, poco o nada de éxito tendrá.

—Buenas, con él habla...

Me miró con desconfianza, arqueó una ceja y miró a su alrededor, ignorando por completo la presencia de Estefany, la que se mantuvo en todo momento aferrada a mi brazo.

—Usted es sobrino de Don Oscar Villanueva, ¿correcto?

—Sí 一 respondió Oscar cabizbajo y casi en un susurro 一 .Disculpe, si quería hablar con él creo que no podrá hacerlo. Los carabineros acaban de informarme su fallecimiento.

Me tomé un par de segundos para reflexionar. Miré a mi compañera estupefacto y ella me devolvió el mismo gesto. Ninguno de los dos podía creer que don Oscar había muerto. 

¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! 

Como siempre quedo atenta a sus comentarios y opiniones

¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

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