Capitulo V

Cuando llegué a mi casa después de limpiar vómito y platos en el bar, me di una ducha fría y preparé un café. Mis planes eran seguir trabajando.

Llevaba tres días sin pintar, el estrés y el arribo de Estefany a mi vida me habían mantenido alejado de mis trabajos; y al ver mi obra a medio terminar sobre el atril la inspiración me dominó y me transformó en un instrumento capaz de materializar todas las imágenes que se cruzaron por mi mente.

En mis casi quince años como artista jamás había pintado con tanto detalle el rostro de "ella" y eso se debía a que ahora, por fin, pude ver a Estefany en carne y hueso. Su mirada ingenua y su cabello negro destacaban medio del lienzo; yo podía distinguir a mi musa entre todos los otros elementos de la pintura, y sabía que los espectadores también podrían verla, estaba seguro que, al menos sobre esa obra, los críticos no tendrían interpretaciones muy distinta a las mías. 

Cuando el reloj marcó las siete de la mañana, tomé una foto de la pintura y luego me preparé para ir en búsqueda de Oscar. El sospechoso vivía a pasos del centro de la ciudad, por lo que, supuse que si partía de madrugada podría encontrarlo en su casa.

Al salir del edificio la niebla matutina me golpeó el rostro, el hambre y toda sensación de agotamiento desaparecieron cuando respiré aquel aire otoñal. El sol apenas se divisaba tras la cordillera, pero las calles ya estaban atiborradas de gente y estudiantes que con sus caras lánguidas caminaban hacia sus escuelas, añorando que el día ya culminara.

Al otro lado de la avenida principal se encontraba el pasaje en el que según la página de internet estaba la casa de Oscar. Cuando puse un pie en el borde de la calle, mi pecho se apretó, no tenía miedo, al menos de él, pero sí temía no encontrarlo y seguir siendo el único sospechoso a pesar de que no había casi pruebas en mi contra.

Le lancé una mirada al papel que llevaba para verificar el número de la casa y respire hondo antes de tocar el timbre, que a duras penas se sostenía en aquella reja oxidada que separaba la moribunda construcción de la calle.

Nadie salió al primer intento, así que toqué el timbre una segunda, tercera y hasta una cuarta vez y tampoco obtuve respuesta, pensé que todo estaba perdido hasta que, un anciano calvo y escuálido abrió la puerta.

—¿Qué busca, joven? — inquirió el aparente dueño de la casa, entrecerrando los ojos.

—Buenos días, caballero. Busco a don Oscar, me dijeron que vivía por aquí, en este pasaje. —respondí, pensando que la palabra "don" le quedaba muy grande al sospechoso.

—¿Oscar? ¿Oscar cuánto? Es que yo me llamo Oscar... — me dijo el anciano, mientras limpiaba sus anteojos.

Bajé la vista con disimulo hasta el papel, "Oscar Villanueva", leí, y le respondí de inmediato al hombre.

—¿En qué le puedo ayudar, joven? — preguntó Oscar, el que después de escuchar el apellido de la persona a quien buscaba, caminó arrastrando los pies hasta el portón.

Fruncí el ceño de manera involuntaria, si estaba molesto con él por lo que le había hecho a Tania, pero, aquel hombre no lucía como si supiera usar redes sociales o siquiera un celular.

—¿Usted conoce a Tania Mancilla Aguilar? —pregunte con agresividad.

El hombre meneó la cabeza, y luego mirándome extrañado, me respondió:

—No, joven. No he escuchado ese nombre en mi vida ¿Pasó algo con la señorita?

—Murió. Fue asesinada.

Mi respuesta dejó perplejo a Oscar, el que luego bajó la cabeza apenado.

—Que terrible, ¿y por que vino para acá? No ha muerto ninguna vecina..., que yo sepa.

Debí pensar que me preguntaría algo así, pero no lo hice y no tenía preparada ninguna respuesta convincente. Así que respondí con la verdad, o más bien, con la verdad a medias. Le expliqué que era su novio y que ella me había hablado de uno de sus amigos, cuyo nombre era Oscar Villanueva.

—Mire, joven. Yo con suerte salgo a buscar mi pensión, creo que está equivocado — dijo el anciano, mientras se alejaba del portón.

—Su rut es: cuatro millones quinientos veintiséis mil doscientos uno guión nueve ¿cierto? Oscar se posicionó frente a mi con el ceño, y prácticamente todo el rostro arrugado.

—¿Por qué tiene esos datos? ¿Quién se los dio? —me preguntó con violencia.

—Usted. Se los dio a mi novia...

—Voy a llamar a los carabineros si sigue con sus cuentos. — espetó el varón con violencia.

—No se me ponga agresivo, don Oscar. Hablemos...— le dije entre risas, pues la prepotencia con la que el anciano había hablado contrastaba con su apariencia, haciéndome incapaz de aguantarme las carcajadas.

—Yo no tengo nada que hablar con usted ¡Váyase! —me gritó alzando uno de sus puños huesudos

Estaba listo para continuar con la discusión cuando por el rabillo del ojo me percate de que un par de vecinos habían salido y me observaban con desconfianza; aquello me hizo entender que si perpetuaba el conflicto, iba a terminar arrestado, entonces solo atiné a levantar los brazos, retroceder y tragarme todos los insultos que tenía pensado gritarle al anciano.

Me despedí de Oscar con un ademán, y luego me fui a toda prisa del pasaje para no toparme cara a cara con las y los vecinos que se habían comenzando a aproximar a la vivienda del sospechoso.

Llegué a mi departamento a las siete y media. Iba a prepararme algo para desayunar, pero los pensamientos paralizaron toda sensación de hambre o cansancio. Sabía que ese tal Oscar Villanueva era el amigo misterioso de Tania, tan solo tenía que buscar la manera de hacerlo declarar.

Mientras ideaba mi nueva estrategia, un golpe suave me sobresaltó. Me levanté de un brinco de mi cama para identificar al causante de aquel ruido que provenía desde mi sala de pintura, o sala de estar como la denominaban aquellos que recibían visitas a menudo.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi la larga cabellera de Estefany frente a mi pintura a medio terminar, ¿Cómo había entrado? ¿Cómo sabía mi dirección? ¿Le había dado la ubicación exacta de mi departamento?, no lo recordaba...

—¿Estefany...? —murmuré, y ella captó el leve sonido de mi voz.

Sus enormes ojos se posaron sobre mí, y por un momento me sentí desnudo ante la intensidad de aquella mirada.

—¡Lo siento, Cristian! —exclamó extendiendo sus brazos para terminar posando sus manos sobre mis mejillas —. Vi la puerta semi abierta y me asuste, pensé que algo te había pasado...

¿Se había preocupado por mí? ¡Qué linda! Estefany definitivamente era la perfección hecha persona.

—Estaba en mi pieza, no me percate de que cerré mal la puerta. Menos mal que fuiste tú quien se dio cuenta... —dije, siendo incapaz de alzar la vista — ¿Cómo supiste en que piso estaba mi departamento?

—Le pregunté al conserje... —respondió con tanta naturalidad que no pude dudar.

—¿Quieres un café? ¿Un té? —le pregunté cuando quitó sus manos gélidas de mi cara.

Ella negó con la cabeza y una sonrisa sutil surgió en su rostro.

—¿Fuiste a la casa de ese tal Oscar? —Esa pregunta fue entonada de una manera que supuse que Estefany esperaba un sí por respuesta.

Asentí, y al ver ese gesto inquisitivo en su semblante, añadí:

—Me dijo que él no tenía nada que ver con Tania, no la conocía. Es un anciano que con suerte camina..., puede que sea verdad... 

—¿Y si era su hijo? Digo, quizás era su hijo el que hablaba con Tania y fingía ser su padre...

Quise golpearme la cabeza por haber sido tan despistado, pero solo me limite a mirar el suelo como una manera de ocultar mi sonrojo de Estefany.

—Podrías volver a preguntarle...

—Me amenazó con que iba a llamar a los carabineros...

—Iré yo...

Solté sus manos y meneé la cabeza.

—No, no puedes

—Si, si puedo. No llamara a los carabineros si voy yo...

—Te acompañaré.

No iba a dejar a Estefany ir sola a las fauces del lobo.

—Pero, no dijiste que...

—Evitaré que me vea, pero si veo que estás en peligro, no dudaré en usar la fuerza en contra del anciano.

Estefany sonrió por lo bajo, parecía conmovida por mi preocupación e impulso de valentía.

—Tomemos un café y vamos, ¿te parece?

Asentí, y luego corrí hacia la cocina para encender el hervidor. Estefany me ayudó a buscar los tazones, infusiones y un paquete de galletas que después ella dejó sobre la pequeña mesa que estaba junto al refrigerador; en ese momento imaginé lo dichoso que sería si pudiera desayunar junto a ella por el resto de mi vida. 

¡Muchas gracias por haber llegado hasta aquí!  

Como siempre quedo atenta a sus recomendaciones, sugerencias, opiniones, etc.

¡Nos leemos en el siguiente capítulo! 

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