Capítulo IV


La policía manejaba la misma teoría que Estefany y yo habíamos pensado, sin embargo, para ellos yo era el único sospechoso. Los datos obtenidos por la autopsia señalaron que Tania había muerto antes de lanzarse al vacío.

Esa noche, mientras los detectives estaban en mi departamento, intenté llamar a Estefany, con la intención de que ella les contara sobre Oscar, para mí el verdadero causante del fallecimiento de mi ex. Sin embargo, nadie contestó.

Les di el número y la dirección de Estefany a los policías, los que quedaron en acudir al día siguiente para revisar mi casa y las grabaciones de las cámaras del condominio.

Soy bastante receloso con mi espacio, pero necesitaba comprobar mi inocencia, así que les permití que revisaran todos los rincones de mi casa, y solo encontraron muchos cuadros, pinturas, un par de latas de bebidas energéticas y mucha suciedad.

Cuando mis inesperados huéspedes se marcharon, llamé a Ester. Le conté sobre los detectives y también sobre Oscar, pero ella sabía mucho menos sobre él que Estefany, por lo que mi acción no hizo más que enfurecer a la hermana de Tania.

Desesperado, repasé todos los mensajes que había intercambiado con Tania, no eran muchos. Desde hace seis meses nuestra relación se había resumido en conversaciones escuetas por mensaje y citas dos veces al mes en cualquier parque.

No tenía mucho material, así que tuve que recurrir nuevamente a Estefany, era la única fuente de información con la que contaba.

Cuando los primeros rayos del sol se inmiscuyeron por la ventana de mi sala de estar, digite el número, con la esperanza de que esta vez si me contestaran. Al cabo de tres pitidos una voz femenina, pero débil y que sonaba como una anciana, sonó al otro lado.

—Buenas tardes, dama. Soy Cristian Shutz ¿Hablo con algún familiar de Estefany?

Al otro lado solo hubo silencio.

—¿Hola?

—Soy la mamá de Estefany... —me respondió la mujer, información que me resultó poco creíble, pues la voz de ella sonaba como la de una anciana de casi ochenta años.

—¿Ella esta en la casa? ¿Puedo hablar con ella? —le pregunté.

La mujer, soltó el auricular y se mantuvo callada por un tiempo mas largo que el anterior, cuando por fin tomó nuevamente el teléfono, dijo:

—Ella está en el trabajo, sale a las cinco. Si quiere verla puede venir a las seis...

—Allí estaré dama, muchas gracias por su amabilidad.

En nuestra primera cita, Estefany me comentó que trabaja realizando "encargos"; con la incipiente proliferación de los delivery, supuse que ella era una de los tantos jóvenes que se dedicaban a repartir los pedidos de comida rápida, no obstante días después supe que su empleo era realmente macabro...

Dieron las cuatro de la tarde y yo ya estaba bañado y perfumado. Media hora después salí de mi casa con un abrigo azul, pantalones de tela, y una camisa, no quería conocer a mi futura suegra luciendo como un pordiosero, así que me puse las mejores prendas que tenía.

Compré un par de pastelillos con el poco dinero que me quedaba de la quincena y con ellos me fui a la casa de Estefany. Estaba nervioso, pero el haber conocido a Estefany de una manera tan mística me daba cierta luz de esperanza. Mis padres tenían dinero, no me gustaba hablar sobre el éxito de ellos, su capital no lo consideraba propio, sin embargo estaba dispuesto a usar esa carta para ganarme a la mamá de Estefany.

Cuando llegué a la casa de Mirasol, una anciana de cabello cano, frente amplia y nariz aguileña salió a mi encuentro. Era la abuela de Estefany, a quien ella en realidad llamaba mamá. La mujer sacó la llave del portón de su delantal y luego me escolto hacia el interior de la casa.

El olor a humo fue lo primero que percibí. Hacía calor al interior, tanto que la mujer llevaba puesto un vestido floreado de mangas corta, ella me escolto a la cocina, en donde divise a Estefany junto al fuego, con un pequeño pocillo entre sus manos, del cual bebía su contenido con una bombilla

—Tome asiento joven... —La dama colocó una silla a mi lado y después se retiró de la habitación, tan rápido que no alcance a agradecerle por su gesto. Era agradable.

—¿Tomas mate, Cris? — Me pregunto Estefany, extendiéndome el recipiente.

—La verdad es que no me gusta, pero si tu me lo estas ofreciendo...— Le di un sorbo, era asqueroso, amargo, peor que el café sin azúcar. No podía comprender cómo es que a las personas les resultaba siquiera bebible ese brebaje. Sin embargo, al ver el rostro iluminado de ella, comprendí que lo que realmente le otorgaba ese dulzor a esa infusión era el hecho de compartir un momento con alguien a quien se estima.

—Mi mamá me dijo que llamaste, ¿pasó algo? — inició la conversación Estefany la que luego cubrió su torso con una manta que tenía colgada el respaldo de la silla.

—Pasaron demasiadas cosas, Estefany... — dije, para después relatarle lo que había sucedido con los policías y la acusación que ellos habían efectuado.

Mientras contaba mi desdichada situación, me dediqué a observar y memorizar cada gesto que ella realizaba; los movimientos de sus manos, su sonrisa, esos parpadeos veloces que efectuaba al sorprenderse. Todo era demasiado perfecto, demasiado irreal.

—¡¿Qué terrible?! —exclamó ella cuando finalice mi historia —. Es una pena que tampoco tenga mucho para contar... aunque...

Estefany se puso de pie y desapareció de la cocina, dejándome por unos momentos en compañía del fuego y del sonido burbujeante de la tetera que se encontraba sobre la estufa. Apareció luego con una libreta en sus manos, y cuando se sentó nuevamente me mostró un par de garabatos que, fui incapaz de comprender. Ella era hermosa, pero su letra horrible.

—Anote eso, es el rut de Oscar... —me contó entusiasmada, sin despegar su mirada de la libreta.

—¿Por qué tienes el rut de ese tipo ahí? —Le pregunté desconcertado.

—Por que una tarde en la que estaba con Tania, él le dio su rut, ella me dijo que lo anotara. Quería asegurarse de que era una persona real, creo que quería buscarlo en un...

—En una plataforma, el rutificador... —Me adelante.

Me respondió con un gesto afirmativo.

—¿Puedes dictármelo? Lo anotare en mi celular...

De inmediato ella dijo la cifra en voz alta y yo me tomé mi tiempo para anotarla, amé la manera en la que pronunciaba los números, pero adoraba más la calidez que desprendía su voz cuando decía mi nombre.

Cuando termine de anotar el rut del sospechoso, me di cuenta de que la cifra era muy baja para pertenecer a alguien que utilizara Instagram. Si mis cálculos no fallaban ese tal Oscar estaría en la adultez mayor, si es que ya no había fallecido.

Nunca me consideré un muchacho extremadamente bien parecido, sabia que Tania no era una mujer que priorizara el aspecto físico a la hora de escoger a sus parejas, pero el pensar en que ella se había enamorado de un anciano de casi cien años, me revolvió el estómago.

—Ingresaré el rut en la plataforma. — Teclee el número en mi celular y para mi sorpresa arrojó una dirección que no estaba muy lejos de mi casa.

—¿Qué encontraste? — preguntó Estefany al ver mi gesto de sorpresa.

—Vive frente a la arena, a pasos del condominio en el que está mi departamento ... —respondí, para después incorporarme y acomodar la silla que había usado.

—¿Iras? —Alzó la vista cual cachorro suplicante, y su mirada penetrante caló hasta los lugares más profundos de mi alma.

Asentí con timidez, cohibido ante sus tiernos, pero imponentes ojos aceitunados.

—Me gustaría acompañarte... —Ella se puso de pie y decidida se posicionó frente a mí.

—Iré mañana temprano. Debo terminar un pedido y más tarde ir al trabajo... —respondí, sin embargo, mentí con respecto a lo del pedido. En realidad, no quería que ese tal Oscar la viera.

—Entiendo... —murmuró apenada —, cuídate mucho, y por favor cuéntame todo lo que él te diga... —me pidió.

Yo asentí con una sonrisa, después salí de la cocina, despidiéndome de ella con un ademán, mientras era analizado por la madre de Estefany, quien, en su inocencia fingida vigilaba que mis acciones no atentaran contra la dignidad de su preciado retoño.

Le sonríe a la mujer tras atravesar el umbral como un gesto de despedida, sin embargo, mientras caminaba en dirección a la puerta principal ella me tomó el brazo.

—Ten cuidado... —me dijo la anciana, con una voz espectral que no parecía ser suya.

—¿Disculpe?, no entiendo... —giré mi cabeza y un escalofrío recorrió mi espalda al notar esos ojos casi transparentes.

—Me gané estas arrugas más por sabía que por vieja; cuídate y no te metas en asuntos que no te corresponden... —explicó la mujer, transformando luego su gesto férreo en una sonrisa cálida.

El aire húmedo golpeó mi rostro al salir de la casa de Estefany, sin embargo, el viento glacial no tuvo el poder para hacerme olvidar la advertencia de la anciana. Aun así, estaba decidido a ir al día siguiente a la casa de ese tal Oscar.

¡Muchas gracias por llegar hasta aquí!

Espero que la historia sea de su agrado. Quedo atenta a sus comentarios, criticas y/o observaciones.

Sin más que decir, me despido.

¡Hasta el siguiente capítulo!  

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