ততত El hotel dorado ততত

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El Gran Hotel Ciudad de México era divino. Como un cuento encapsulado. Ella nunca se había sentido una princesa, tal vez un poco distinta a lo que siempre planteaban de ellas, así que simplemente se percibía como el sapo.

¿Cómo es posible, si en la historia original el sapo era un príncipe? Bueno, un hechizo quizá, pero ella lo sentía así, sentía que algún día, un príncipe sería el que llegaría a besarla y entonces descubriría la princesa que había dentro

Miró su reloj, estaba un poco atrasado. Sabía que esa relación no era buena, pero era la única que tenía. Quería creer que él era el único que la comprendía, que sería el príncipe elegido. Estaba casi segura de ello y por eso nunca se rendía. Miró el reloj de nuevo, ¿le habría pasado algo?

Observó a las personas que pasaban, algunos la saludaban. Aunque ella sabía que no con la cortesía común, sino con la leve curiosidad de saber qué hacía alguien como ella ahí. Cuando uno recordaba esas hermosas decoraciones doradas, se imaginaba a una chica elegante, alta, preciosa. Ahí, solo estaba ella, con el uniforme de su trabajo. Odiaba su trabajo, odiaba su vida.

Hasta el momento, la única luz era él. Pero aún así, tenía claro que era una luz ficticia. Se sentía como en una jaula, donde algunos días le sacaban un poco de comida, y con eso ella se saciaba.

Si la vida fuera perfecta ella quisiera sentirse bonita, que le trajeran un ramo de flores, que le hubieran visto llegar al hotel con un vestido de seda a la medida. Con el príncipe del brazo... pero sabía que eso no podía pasar antes de tiempo. Sí, seguramente cuando él la besara, se daría cuenta de que era la adecuada.

Cuando aquello sucediera, entonces sin un espacio para las dudas, ella podría volverse una princesa. Todos la mirarían, se sentiría viva, por primera vez. El corazón le estaba empezando a latir más rápido, probablemente porque ese era su deseo más grande... ¿sentirse viva o estar con él? No estaba muy segura, pero creía que la diferencia no era importante.

Miró otra vez su reloj, esta vez no con impaciencia, sino con la seguridad de que pronto llegaría su amado. Lo hacía, como saboreando las horas, los minutos. No le había contestado el celular, pero creía que era una táctica de su parte, así que no buscaba molestarlo con más insistencia.

Levantó su sonrisa unos momentos, imaginando lo lindo que la pasarían esa tarde. Seguramente pasearían por ahí, los de su trabajo sabían de ellos y la miraban con malos ojos. Nadie la entendía, nadie quería sentarse con ella. Ella solo quería sentirse viva.

Por un momento le llegó una ola de nostalgia. Estaba sola, no tenía a su familia en la Ciudad de México, no tenía amigos, el trabajo era horrible, él... no estaba en su totalidad con ella, pero... No se desanimaría, no. Ella era el sapo, pronto sería princesa, pronto estaría viva.

Se escucharon unos pasos rompiendo el cálido silencio del hotel. La mirada se partió en cristales cuando los vio. Era él, del brazo de su esposa, con una sonrisa un poco incómoda y el celular en las manos.

—Hola, oye, venimos de paso por la USB que me habías dicho en la oficina. Pame me quizo acompañar —explicó el hombre. Parecía que lo estaban sujetando más fuerte de lo normal.

Ella buscó en su bolso una USB señuelo que habían planeado en esos caso. Pamela había sospechado. Se la entregó sonriendo con amabilidad y después los dos salieron por la puerta.

Se fueron juntos, se fue sin ella. Otra vez a ser sapo, otra vez a la tumba.

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