18|Capítulo

➼|D I E S O C H O
Un día en la mansión


Es de mañana, los ojos me pesan y me va a explotar la cabeza por mi horario de sueño poco regular, por favor alguien que pueda proporcionarme unas aspirinas, gracias.

Había pasado la noche anterior hablando con Timmy, desde su fiesta, —  hace dos días. —, hemos estado hablando muy seguido. Tampoco he visto a Anna y a Tadashi, que según mi informante, habían estado muy ocupados en las últimas preparaciones para su boda.

¿Pueden creer que estamos a dos semanas del holocausto?, porque yo no. Hasta Jack parece algo alterado, estamos a nada de la despedida de soltero, la boda prácticamente nos respira en la nuca y yo solo espero que las cosas no se descontrolen.

— … por eso te decía que el azul es mejor. — me comentaba Jack quién caminaba a mi lado. — Aunque con eso que no es mi despedida, no considero muy acertada mi decisión.  

— ¿Tú crees? — alcé una de mis cejas repasando cada maldita tienda. 

— Si lo creyera,  no te estaría preguntando, Hiccup.

— Todavía no entiendo cómo es que dejé convencerme para acompañarte a este lugar. 

Se encogió de hombros. 

— Estabas solo y triste en el sofá de tu habitación.  — suspiró con la vista fija en un traje gris tras una vitrina.  — Llámalo como quieras Hiccup, pero a eso le digo salvarte el trasero.

— O  condenar mi trasero, más bien. 

— ¿Seguimos hablando de traseros? — me miró con el ceño levemente fruncido. 

Sonreí. 

— Jack. — me miró.  — no es por nada, pero, ¿No podía acompañarte Elsa? Esto de andar en el centro comercial es la pasión de ella, no la mía. 

— ¿Para que se burle de mí? — ojeó otra de las tiendas a nuestra izquierda.  — Nah, ella es la organizadora de la despedida de Anna y estamos en una sana competencia  para saber quién trabaja mejor bajo presión.  

— ¿Y quién va ganando?

— Viniendo de ti, la pregunta es bastante ofensiva. 

Me observó de pies a cabeza para seguir caminando por el largo pasillo del centro comercial. No sabía qué las despedidas exigían demasiado, si yo tuviera una se resumiría en una salida de chicos, pero como estoy más soltero que el calcetín bajo mi cama, es bastante irónico idealizarlo.

×

— Miren quienes vienen llegando. — remarcó el rubio junto a los demás.  — ¿Vienen de compras, princesas? 

Jack y yo nos miramos mutuamente.

— Si, y te compramos un cerebro nuevo, listo y en condiciones para ser estrenado. — se sentó Jack junto a su novia en una de las sillas blancas del jardín. 

— ¿Problemas en el paraíso? — Le preguntó Elsa mientras le desordenaba el cabello. — Todavía estás a tiempo de disolver la apuesta, cariño.

— Primero muerto.

— Cincuenta dólares a que Elsa gana. — comentó Eugene con una sonrisa de oreja a oreja.

— Vale, pillado. — Mérida anotó en su celular. 

No puede evitar echarle un vistazo rápido, tenía una lista de las personas que apoyaban a Jack como organizador y otros a Elsa. 

Jack no iba ganando. 

Eso me hizo poner una mueca.

— ¿Es enserio?

— Es divertido. — se encogió de hombros. — tú también puedes apostar. — me señaló.

— Todos lo han hecho y es completamente anónimo.  — siseó Punzie levemente sonrojada, señal de que había apostado por Elsa. 

— Dejen de tonterías, porque es completamente irracional que un estúpido voto …

— apuesta. — enfatizó Mérida. — ni que fueran elecciones. 

— Bien, una apuesta. — dijo viendo firmemente a la pelirroja que tenía su celular en mano. — no define por ningún motivo…

— Jack. — remarqué mientras me sentaba sobre el césped. — apuesto por Jack.

— Felicidades pitufo azul. — sonrió maliciosamente la pelirroja rizada. — Has conseguido a la primera persona que ha apostado por ti.

Jack entrecerró los ojos, viendo fijamente al resto del escuadrón suicida. 

— Son unos traidores. — enfatizó mientras pasaba un brazo por encima de los hombros a Elsa. — ojalá mueran solos y con sarampión. 

Puse los ojos en blanco al escucharlo, ¿Es que no tenía mejores insultos?

— Hiccup.

— Ajá.  — siseé con la vista en el césped, jugando con mis dedos sobre él.

— Nos han dicho que no aceptaste el premio de la carrera en el lago. — preguntó Elsa con el ceño fruncido.  

Asentí.

— Es que yo lo mato. — Mérida que empezaba a perder la paciencia me miraba con repulsión. Kristoff trató de calmarla sujetándola de la mano, ¿No le tiene miedo?

— No. — asegure. — La vida es más que un par de billetes. 

— Un par no se compara al puñado que te iban a dar. — intervino Punzie. 

— Si, hasta el crío ese intimidada un poco, no paraba de gritar en cada vuelta que dabas, Hiccup. — comentó Mérida aún sumergida en en el celular. — me daban ganas de estrellar el dron sobre su cabecita,  pero Anna no me lo iba a perdonar.

— Sabia decisión. — sonreí al recordar los gritos del niño a través del audífono.  

Dejamos de hablar sobre la carrera y nuestra estadía en el lago, no paraban de parlotear de lo divertido que había sido y lo genial que serían las despedidas, que, como ya les había dicho, nos respiraban prácticamente en la nuca. Mientras le terminan de hacer bullying a Jack por no saber elegir otro color que no sea azul, — lo cual rogamos todos. —, no dejaba de pensar en todo lo que había pasado, me gusta recordar los momentos en los que Anna y yo habíamos logrado interactuar.

¿Soy yo o ella había cambiado su actitud conmigo?

Sacudí mi cabeza varias veces, y no evité esbozar media sonrisa mientras acariciaba las pequeñas hebras de césped. 

— ¿Por qué sonríes? — canturreó Elsa con un brillo de emoción en sus ojos. 

— Por nada. — le sonreí deliberadamente.  Jack solo puso los ojos en blanco mientras se acurrucaba más sobre la silla. — me voy veinteañeros, no me extrañen.

Los miré a todos mientras me levantaba del suelo. 

— ¿A dónde vas? — Kristoff preguntó.

— A la cocina por comida. — señalé. — Ojalá y Margaret no me empuje a la salida, o me habré en la obligación de informarles a Frederick.  

— ¿Puedes traerme algo?

— No.

Sonreí y los dejé a todos en el jardín para entrar a la casa. Lo bueno era que estábamos solos, los padres de Tadashi se pasan casi siempre a fuera por sus trabajos, él no está por motivos ya mencionados, — no me hagan repetirlo. — y Cassie está en una exhibición de arte, creo que es la cuarta programada en la semana y parecen pagarle muy bien como para entregar una pieza artística por mes. 

— Joder, pero, ¿Hasta cuando voy a entrar a una habitación y no me llevaré un susto? — me llevé la mano al pecho al ver a Hans sentado sobre el sofá de la sala.

— Un gusto verte también a ti, Haddock. — comentó sin verme, seguía ojeando el periódico que tenía en las manos. Creo que estuve un rato viéndolo hasta que carraspeo la garganta. — ¿Se te ofrece algo o quieres verme lo que quede del día? 

— No, que va. — me moví cuidadosamente al otro lado del salón, Hans me vio y bajó de golpe el periódico.

— ¿Qué quieres?

— ¿Por qué siempre los de tu familia piensan que quiero algo?

— Será porque así es. — volvió a concentrar su vista en la lectura.

Pasaron unos segundos inquietantes mientras repiqueteaba los dedos sobre la superficie de un sofá.

— ¿Puedo decirte una cosa?

— Lo harás de todas formas. 

— ¿Por qué estás aquí? 

Bajo nuevamente el periódico y lo dejó sobre una mesita al lado del sofá. Parecía enfadado e incómodo, de todas formas ni quería saber. 

— Olvídalo. — negué con la cabeza. — No quería molestarte.

— No quiero estar en el hotel. — remarcó.  — Mi novia ha regresado a Nueva York, y ahora que no está no pienso seguir ahí.

Eso me hizo recordar a la chica de tez morena que lo había acompañado a la fiesta de compromiso y al cumpleaños de Timmy en el lago. La cara de Hans hacía lugar en mi memoria, no era un rostro preferiblemente amable, pero era quizás cosa genética, nadie elige a su padre ¿no?

— pero… — me senté en el sofá continuo al que estaba él.  — ¿No siguen ahí tus padres?

El me miró y trató de formar una leve sonrisa, que de un momento para otro se transformó en una mirada sería y vacía. 

— Primera vez que hablamos después de seis años y es lo que me preguntas, ¿Es enserio?

Me encogí de hombros.

— Me gusta ser original. 

Pareció causarle risa y juntó ambas manos sobre su regazo dónde un minuto después posicionaría su frente con sumo cuidado, lo escuché murmurar pero mentiría si les digo que lo he entendido.

— Es complicado. — tenso su mandíbula. — y una historia muy larga.

— Pues mira que tengo el tiempo del mundo. — le sonreí. 

— y la estupidez de sobra al parecer. — Ladeó la cabeza a ambos lados, no evite alzar una de mis cejas. Es reacción automática, no me juzguen. — Tiana, mi novia, es una chica fenomenal. Es estudiante de intercambio en una de las universidades del estado y nos conocimos en una de sus excursiones a la empresa de mi padre, yo era el expositor a su pequeño recorrido y ella resultó ser la que más sabía de administración de empresas del resto del grupo. 

— ¿Administración? — él asintió. — Joder, ¡Qué  aburrido!

Me dedicó la primera sonrisa honesta de la mañana.

— Me pareció una chica increíble, quisó que les explicara más con respecto al tema a lo que mantuvimos contacto, y lo que comenzó quizás como tutoría especializada en mercadotecnia terminó en una relación. — sonrió. — El problema vino cuando se la presenté a mi padre. 

Hizo una mueca igual de lamentable que mi hambre no atendida. Lo siento, pero el chiste va primero.

— Él quería que me relacionara con gente de su círculo de amigos o con clientes influyentes a la empresa. 

— Que idiota. — bufé sin remordimiento. — lo siento, pero es que…

— Nah, es verdad.  — alzó ambos hombros. — quizás por eso le caías mal, altos huevos para darle la contraria ¿no?

Asentí con una sonrisa.

— Él puede decir lo que quiera. — siguió. — Pero ni es porque es extranjera, estudiante o porque no forma parte de sus malditos amigos; es por su color.

— ¿Su color? — arrugue mis cejas. 

— Porque no es blanca. — recalcó. — Es curioso que hable de los padres de Tadashi y de su forma estrictamente tradicional, cuando él es igual o peor.  — soltó una carcajada pasándose los dedos por el cabello. 

— Es una pena que siendo tu padre, no te apoye. 

— Es una pena que siendo alguien que realmente ama a su hija, se concentrara en alejarte. — me miró. — se que es probable que mi padre haya influenciado en la relación que tenías con Anna.

— O pueda que no. 

— O puede que no. — Repitió con cierta malicia. — El punto es que no lo soporto y no pienso dejar a Tiana por un capricho suyo, ya no tengo quince años y él tampoco es tan intachable como pretende creer. 

— Pues lo haces bien. — lo mire seriamente.  — Nunca reprimas tu felicidad por la de otra persona, a veces el egoísmo es la llave para no caer en la locura. 

— Suenas muy seguro de eso. — sonrió. — ¿A qué se debe tan conmovedora expresión?

— Experiencia personal de alguien cercano a mi. 

— Pues que sabia persona. 

— Sabia y estúpida,  porque si fuera lo que pretende ser no estaría en la situación en la que se encuentra. — me encogí de hombros esbozando una sonrisa. Hans me miró de pies a cabeza, muy seguro que mi auto monólogo depresivo era demasiado detallado. — En fin, iba a la cocina.

— Bien. — volvió a sujetar el periódico que estaba a su derecha. 

Asentí con la cabeza para luego levantarme e ir a la salida de la habitación. Cuando iba por el marco de la puerta, escuché mi nombre.

— Eh, Hiccup.

— ¿Sí? — volteé a mirarlo. Había puesto el papel sobre su regazo para mírame fijamente. 

— Gracias por la charla. 

— No hay de que. Era más chisme que otra cosa. — trate de bromear para evitar la incomodidad, me giré nuevamente pero volvió a interrumpir.

— Y Hiccup. — mencionó en voz baja. — Dile a tu amigo que no es una persona estúpida y que un error del pasado no define lo que es ahora. 

— Lo haré. — sonreí una última vez y salí de la sala de estar.

Vaya conversación random.

— … corte en tiras finas. — escuché mientras me acercaba a la cocina. — Pero, señorita. No tiene que hacerlo.

Entré finalmente a la habitación y me encontré con Anna, — alias la desaparecida. —,  y Margaret en la isla de la cocina con muchas zanahorias alrededor, vaya ironía esa. 

— ¿Quiere que llame a Tadashi?, podría necesitar un médico si pretende que Anna cocine, Maggy. 

— No, Hiccup. Que va. — me sonrió la amable mujer mientras lavaba las zanahorias en el lavabo.

— ¿Maggy? — preguntó Anna altamente concentrada en picar los vegetales.

— Contracción de Margaret, querida. — le guiñé uno de mis ojos, a lo que bufó sin vergüenza alguna. — ¿Tú que no estabas fuera con Tadashi? 

Tome asiento en una de las sillas al borde del desayunador.

— Tad tiene unos asuntos que atender en el hospital. — me informó sin mirarme. — He llegado hace unos minutos, Fred me ha traído. 

— ¿Fred?

— Contracción de Frederick, querido. 

Anna: 1      Hiccup: 0
A eso le llamo bofetada con elegancia. 

— Al parecer tu sentido de humor ha regresado.  — me burlé tomando una manzana del frutero. ¿Ya les dije que es mi fruta favorita?

— No se puede regresar lo que nunca has perdido. 

Hice una mueca mientras mordía la manzana. 

— Me gustaba más cuando el irónico y el sarcástico, era yo. 

Finalmente no pudo evitar soltar una pequeña risa. Dios, es perfecta.

— Este hombre no viene. — gruñó Margaret con ambas manos sobre su cintura. — años de trabajar juntos y sigue con su inútil impuntualidad.

— ¿Ocurre algo? 

— Nada señorita. — le sonrió. — es solo que el patán de Frederick no ha subido las compras, ¿Qué piensa, que suben solas?

Y con eso salió de la cocina rumbo a la entrada de la casa. Pobre Fred, yo me compraba un boleto a otro país que enfrentar a esa mujer hecha furia. 

Lo que hacen un par de compras.

— Seh. — negué con la cabeza. — seguiré sippeandolos, hasta que me muera. — le dí otra mordida a la manzana.  

— ¿Quién no? — Sigue picando la zanahoria en tiras, así hasta parece que sabe lo que hace. 

La miré de reojo mientras se mantenía ocupada. Este día vestía una blusa negra con una falda vino, acompañada con unas medias y unos peculiares botines. 

— ¿Quieres una foto o qué? — levantó su mirada hacia mí. 

— No me tientes a hacerlo. 

— No lo hago. — aclaró su garganta tímidamente.— Y bueno, ¿Qué me cuentas?, he escuchado por ahí que atormentas a mi hermano menor.

— Es al revés. — aseguré. — no me deja dormir el pequeño mafioso.

— Supongo que es costumbre que mi familia te quite el sueño ¿no?

— Ya estoy acostumbrado.  — la miré detenidamente relamiéndome los labios. — Es difícil que salgas de mi cabeza. 

Me miró abriendo los ojos de par en par, hasta sus mejillas empezaban a tornarse del mismo color de su labial. 

— Digo. — me levanté del desayunador. — Con tu padre a mis espaldas, Hans viviendo aquí y Timmy atormentando mis noches; es difícil concentrarse. 

— Ajá. — siseó volviendo a su trabajo.

— ¿Puedo preguntarte que haces? 

— Corto zanahorias. 

Pongo los ojos en blanco.

— Recapitulo la pregunta.  — me muevo tras la isla de la cocina, para ponerme detrás ella. — ¿Para que cortas zanahorias en pedazos altamente sospechosos? 

— Haré un pie de zanahoria. — Hice una mueca al escucharlo. — ¿Qué, no los has probado?

Negué con una sonrisa de boca cerrada. 

— Y cuando pienso que no puedes sorprenderme, vienes y los haces multiplicado por mil. — sonrió llevándose un pedazo de zanahoria a la boca. 

— Puedo sorprenderte. — me acerqué.  — y de muchas formas posibles. 

— y, bueno. — carraspeó la garganta con nerviosismo, haciendo que en mi rostro se dibujara una sonrisa. — ¿Piensas quedarte ahí, o vas ayudar? 

— Preferiría quedarme así, sino te molesta. 

Le molestó,  obviamente. 

— Genial. — Me paso otra tabla de picar y un par de zanahorias. — cortes largos y finos, si no lo haces bien, será mi cuchillo quien cortara tu mano por insuficiente.  

— Palabras inspiradoras. — sonreí empezando a trabajar. 

Quedamos en silencio unos minutos, completamente concentrados en el trabajo que Margaret le había asignado a Anna y a mi, — por chismoso de nacimiento.  —. Todo iba bien, demasiado bien diría yo, hasta que mi vista notó a una chica pelirroja que arrugaba su nariz porque un trozo de zanahoria le había salido demasiado delgado. 

Hasta ahí iba genial, pero me corté el dedo.

¡Joder, me corte el maldito dedo!

— Mierda. — bufé llevándome el dedo índice a los labios.

— ¿Estás bien? — pareció preocupada cuando dejó de un lado su trabajo para tomar mi manos con las suyas. 

— Es un corte, no moriré por esto. Tranquila. 

— Pero lo harás si se llega a infectar. — me inspeccionó la herida con suma agilidad. Tenía un pequeño hilo de sangre en la punta de mi dedo. — ¿Te duele?

— No. 

— No debes hacerte el fuerte. 

— ¿Dejarás de presionarte contra mi? 

Anna se sobresaltó al notar que me estaba prácticamente abrazando mientras sujetaba mi dedo con ambas manos. Tenso su cuerpo y se alejó de golpe. 

Sonreí al instante. 

— No es divertido. — pareció buscar algo en una de las gavetas de la cocina. 

— Claro que lo es. — alcé una de mis cejas al ver que se acercaba nuevamente mi. — ¿Debería preguntar?

— Solo, dame tu mano. 

— Es curioso que Tadashi se la haya pedido a tu padre, para casarse contigo.  

Recibí un golpe en el hombro.

— Vale. — extendí mi brazo derecho frente a ella. 

Procedió a limpiar mi herida con un poco de alcohol y a cubrirla con una pequeña bendita de color rosa. 

— ¿No había en negro?

— Tranquilo. — inspeccionó mi mano una última vez. — no dañará tu masculinidad frágil. 

— ¿Viviré? — alcé mi mano mostrando mi dedo índice rosa. 

— Tal vez. — se limitó a responder. — pueda que te queden tres meses de vida.

— no juegues con eso. — advertí. — O, me habré obligado a hacer cosas bastante específicas. 

Mi vista bajo a sus labios, que estaban entreabiertos, quizás Anna quería decir algo pero los cerró al no expresar nada. 

— ¡Qué  no! — se escuchó por el pasillo. 

— ¿Por qué no? — chilló una voz ya conocida. — Demasiado aburrido para tener 28, ¿No crees? 

Tadashi y Cassie venían entrando a la cocina con una expresión seria y poco amigable. 

— ¿Puedes decirle a tu prometido que deje de ser tan pesado? — pidió Cassie sentándose en una de las sillas de la cocina. 

—Lo haría. — sonrió. — pero dejaría de ser él. 

— No le des la razón. — bufó el pelinegro dándole un beso en la frente. 

¿Es que no me voy a acostumbrar a eso nunca? 

— Joder, Hiccup. — comentó Cassie de manera burlona. — ¿Doctora juguetes te visitó?

Levántate mi dedo índice con burla.

— Cobra estúpidamente caro. — bromeé. — Debí esperar a Tadashi a que me amputara el dedo entero. 

— Nah. — miró a Tadashi quién le robaba un par de zanahorias a Anna. — Ese cobra más caro. Trabaja en uno de los hospitales más importantes de la ciudad. 

— ¿Resolviste tu problema? — preguntó Anna con la mirada en el chico. 

— Si, todo bien. — le sonrió. — Solo era una cirugía de último momento. 

Genial, casual como siempre.

— ¿No vas a preguntarme que tal mi día, Hiccup? — sonrió Cassie desde la mesa. La miré con detenimiento y no evité esbozar media sonrisa.

— ¿Qué tal tu primera exposición?

— Bien, como siempre. — la humildad ante todo. — Vendí un par de trabajos, uno de ellos para la sala de administración del hospital dónde trabaja mi sobrino favorito. 

— ¿Tienes más exposiciones esta semana? — pregunté captando la atención de cierta pelirroja que había levantado la vista en mi dirección.   

— Unas cuantas. — se encogió de hombros con simpleza. — ¿Quieres venir?

Miré a Anna que se había puesto a lavar los vegetales recientemente cortados. Tadashi observaba la situación en completo silencio. 

— Quizás.

— ¿Por qué deberías ir? — arrugó las cejas confundido. — Ver obras artísticas y pinturas viejas debe ser aburrido. 

— Claro. — lo miró. — y cómo ver arterias, vasos y corazones; son muestras de pura diversión, ¿no?

Tadashi entrecerró los ojos en su dirección con una de sus cejas levantadas, a lo que Cassie muy acorde a su edad se limitó a sacarle la lengua con diversión.

— Bueno. — nos miró Anna mientras se secaba las manos con una toalla. — Ya he terminado mi trabajo aquí. 

— ¿Quieres subir arriba y ver una película? — preguntó Tadashi pasándole un brazo por encima de los hombros.

Vale, quizás lo de las venas me lo había tomado en serio, porque sentía mi sangre fluir de una manera demasiado pesada.  

— Nunca hemos salido. — intervinó Cassie de golpe. 

— ¿Qué? — preguntamos los tres de manera terroríficamente sincronizada. 

— Nunca hemos salido. — repitió. — Los cuatro, ni a la esquina a ver la ciudad. 

— Cierto. 

Anna y yo nos miramos el uno al otro altamente confundidos. 

— Pero hemos ido al lago y al campo de golf. — agregó Anna entre risas. — eso cuenta.

— Pero, solos. — enfatizó. — sería genial que saliéramos los cuatros a cenar algún día de estos. —  propuso Tad mientras le sujetaba la mano a su novia.  — Puede ser una cita doble, tú y yo, y Cassie con Hiccup. 

— ¿Cita-a d-doble? — tartamudeé torpemente. 

— Pues claro. — me sonrió. — La vez pasada que me dijeron que habían salido me pareció una magnífica idea, ¿Por qué no repetirlo? 

Recordé el beso que nos habíamos dado en el recinto ferial y sentí una sensación extraña, no era negación, pero, no sabría definirla. Anna miraba para todos los puntos posibles, era obvio que trataba de evitar mi mirada. 

— A mi me parece genial. — Cassie soltó entusiasmada aferrándose a uno de mis brazos.  

— ¿Qué piensas tú, cariño? 

Tadashi la abrazó con uno de sus brazos, mientras Anna sonreía con dulzura.

— Supongo que está bien. 

— Bueno, la verdad no sé,  yo opino que…

— ¡Genial! Mañana por la noche, a las 8:00 pm, en el restaurante que me comentaste Tad. — soltó Cassie interrumpiendo. El pelinegro asintió con una leve sonrisa en sus labios. 

Todos salieron de la cocina, hasta Anna me dedicó una tímida sonrisa mientras era arrastrada por su novio y por Cassie a la puerta. 

— Opino que es una excelente idea. — bufé solo para mí, con las manos en los  bolsillos.

Salí de la habitación minutos después, pasándome las manos por el rostro con desesperación. Iba directo a mi cuarto cuando me encontré con Jack por el pasillo. 

— Esa cara inspira confianza. — bromeó. — ¿Qué ocurre?

— Ocurre que debo asistir a una cita doble que ni siquiera he aceptado.

— El drama te persigue amigo. 

— No tienes ni una maldita idea. 

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