Entre ángeles adinerados

Beverly tenía muchas similitudes con Shirany. En realidad, ambas tenían esta manera tan peculiar de entregarse totalmente al amor; sin embargo, la primera lo hacía con un filo peculiar. Se movía como una nube de carbón enorme que se encontraba siempre vigilante, siempre observando cómo es que Tom se movía.

Aquella mirada asemejaba a la de una serpiente temerosa. Podía morder a cualquier persona que tuviera la mínima intención de meterse en su camino, pero al mismo tiempo estaba dispuesta a correr y huir lo más pronto posible, si es que aquello era necesario.

Shirany había estado cubierta de una capa de caramelo, Beverly no era así. Ella ya estaba dispuesta a dejar de lado las cursilerías para llegar a su principal objetivo: Él.

Su blanco se ajustaba con una determinación impresionante, porque la ambición de querer alcanzar más estaba ahí, presente y ausente. Beverly empezaba a volverse cada vez más afilada.

¿Ustedes saben lo que es estar con alguien hecho de hierro filoso? Es como una espada. No los puedes tocar, porque te cortarían al instante, pero al mismo tiempo se ven tan, pero tan necesitados. Actuaba también como una guardiana a un lado de Tom. Las personas alrededor empezaban a percibir que sus palabras también se volvían de hierro. Ningún consejo podía atravesar las murallas que ella misma había colocado.

Aún así, el dinero llegaba a montones. Mientras ella se encontraba afilando cada parte de sí: su mirada, su apariencia y sus palabras; Tom se encargaba de traer grandes cheques a casa. Por supuesto, ella nunca podía observarlos con cuidado. Tom solamente los agitaba frente a ella con orgullo:

—¡Otro más! ¡Soy rico, rico como nadie!

Lo decía con una alegría genuina. Estaba tan aliviado de no tener a Shirany preguntándole a cada momento cuándo sería tiempo de abrazarse. Beverly nunca cuestionaba ese tipo de cosas. Simplemente permitía que Tom le indicara el camino a seguir, finalmente, ella solo era una guardiana. Nada más.

En el precioso edificio en el que vivían, ya no había ni un solo vecino. Fue un fenómeno que sucedió al mismo tiempo que la esencia de Shirany se evaporaba. No había nadie que quisiera vivir entre esa fría pila de ladrillos. La renta subía y subía, hasta que el precio se volvió ridículo para cualquiera que tuviera la mínima capacidad de percibirlo de esta manera.

Poco a poco, Tom y Beverly se volvieron los únicos habitantes de ese sitio. Tan solitario y triste que pocos querían siquiera acercarse al vecindario en el que estaba colocado. A pesar de todas esas cosas, Tom mantenía un poco de esa luz de la que Beverly se había enganchado; aquella de la que terminó de despedirse en esa fiesta.

Era un oscuro día, Tom invitó a todos sus conocidos a una reunión en su departamento lujoso. El corredor de bolsa, algunos otros inversionistas y contadores que le habían ayudado a alcanzar ese puesto con tanta rapidez; cada uno de los que atenderían esa reunión, estarían envueltos en un fajo de billetes. Eso se podía sentir a kilómetros.

Beverly, a pesar de encontrarse cubierta por una capa de dureza, sintió una corriente eléctrica recorriéndole la espalda. Eran los billetes que se observaban en las pupilas de aquellos que estaban ingresando. El vacío en la mirada de sus acompañantes y la frialdad que comunicaba la sonrisa de todos, le provocó sentirse más triste que nunca.

—Lamento interrumpirte... Es solo que, no te escucho presente en esta historia —intervino la psicóloga.

—¡Claro que no! ¡Yo le advertí que ya había desaparecido! Quise encontrarme de vuelta, claro que sí. Pero... no lo entenderían. Es como si Beverly y Shirany me hubieran empujado tan fuerte que simplemente mi espíritu se evaporó de un solo movimiento.

De cualquier manera, yo presencié todo. Aunque fuera en una de las partes más oscuras y terribles de todas: el olvido.

Durante la fiesta, Beverly estuvo callada. Parecía que toda su personalidad fuerte había desaparecido también. Admiraba a Tom que se llevaba bien con todos y no podía evitar sentir menos que  celos de cualquier persona que si quiera buscara estar cerca de su hombre.

Le parecía escuchar la voz difusa de Shirany que le hacía sentir que el control de toda la situación se había perdido. Como si los planes en realidad nunca hubieran salido de sus manos. Finalmente, pudo percibir el corazón derretirse un poco. Se acompañaba de la terrible música que había por todo el lugar.

Las piernas le temblaban, otro símbolo de su fortaleza que empezaba a evaporarse con una rapidez demasiado terrible. El vaso de vino que portaba en la mano empezaba a caerse de los bordes, debido a la inestabilidad en su caminar, sin embargo, aquella no quiso detenerse y decidió que lo mejor sería encerrarse en una habitación hasta que la fiesta terminara.

Colocó sus dos manos, afiladas y con uñas acrílicas color marrón, tapando sus oídos. No podía escuchar más que gritos, gritos y más sonidos que serían difíciles de describir. El interior se desgarraba al tiempo que las risas de Tom y sus ángeles adinerados estallaban. Quería que todos desaparecieran de un solo momento. ¿Por qué es que nadie le permitía estar a solas con él?

Quizá si seguía aguantando más, podía tener la oportunidad de vivir en una hermosa casita junto a él. Se levantó para intentarlo nuevamente, pero la bella figura de sirena se vió derrumbada por un calambre desde el fondo del corazón hasta la punta de su alma. Quedó en el suelo sollozando. No sabía cómo había caído en ese horrible remolino. Cómo era que todo lo que alguna vez fue, ahora estaba reducido al polvo.

Volvió a usar sus brazos para levantarse, se notaba cetrina y con un temblor particular en los huesos. En ese momento, unos pasos se escucharon por el pasillo, era Tom que había abierto esa habitación al azar. Iba acompañado de una de las hermosas mujeres que estaban aquel día en la fiesta.

Soltó una breve risa nerviosa al encontrarse con su mirada y le dijo a Beverly que solo estaba dando un tour a su huésped. Realizó un saludo con su mano y posteriormente cerró la puerta. No se percató ni por un momento que Beverly sangraba. No reparó en lo roto que se miraban sus huesos o en la terrible apariencia que tenía, como si la vida le hubiera sido arrancada de una sola vez, dolorosa y sin la posibilidad de regresar.

Ahí, no pudo más que percibir el corazón latiendo lenta y pausadamente. Era como un polluelo que estaba muriendo. Lo sentía tan delicado que le dio tristeza por ella misma. Finalmente comprendía que las risas que escuchaba a la distancia, todo el caos y la tristeza, eran solo para ella.

Era tan probable que para los ángeles adinerados, aquel departamento fuera divino y dorado, mientras que a duras penas ella podía seguir viéndolo entre tanta oscuridad.

Una algarabía opuesta que ella misma se había impuesto. Su mente le reclamó, el cerebro le reclamó, su alma le reclamó y por ese minuto se lamentó por ser la persona menos inteligente del departamento, del edificio, del vecindario vacío y de esa Tierra que ahora le repugnaba.

Un pequeño espejo tocó su cara cuando finalmente pudo levantarse y percibió un aspecto tan lamentable que no pudo más que llorar. La habían matado en vida.

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