Mosaico

- Buenas tardes, señor. Vengo a ver al paciente Arthur Fleck.

- No es día de visitas.

El hombre al otro lado del vidrio se muestra indiferente. 

- Lo sé y en verdad lamento molestarlo, señor, pero…

- Dígaselo al siguiente. Mi turno ha terminado.

El hombre se levanta y se retira. 

Son las seis de la tarde. Vengo a penas salgo del trabajo. Espero lo más que puedo. El último martes logré escabullirme entre las visitas que venían a ver a los otros internos y entrar hasta la sala común. Pero fue en vano. A pesar de eso, he seguido viviendo todos los días y hoy es solo uno más. 

Un joven muchacho toma el lugar del anterior.

- Buenas tardes, señorita. En qué puedo ayudarle?

Su rostro es amable. Es la primera vez que lo veo. 

- Buenas tardes. Vengo a ver al paciente Arthur Fleck. 

- Lo siento, hoy no se reciben visitas. Vuelva el martes.

- Si, lo sé…- dejo caer los hombros. 

Vuelvo a levantar la vista y trato de mirarlo a los ojos. Para sorpresa mía, el hombre sostiene la mirada. A diferencia de los anteriores, no mira hacia otro lado.

- Señor…hace cinco semanas que vengo todos los días y seguiré viniendo aunque llueva, truene o llegue el fin del mundo y esperaré las horas que sean necesarias aunque sea solo para volver otra vez al día siguiente.

El muchacho se queda mudo por un instante.

- Cómo dijo que se llama el hombre al que busca?

- Arthur…Arthur Fleck.

Algo en su mirada cambia. Mira hacia ambos lados del pasillo y luego vuelve a mirarme a mí. Lleva una mano hacia el bolsillo de su camisa y saca algo de él que no logro reconocer. Lo coloca debajo de su mano y lo desliza por debajo de la ventanilla.

Es un ave de papel hecha por las mismas manos que me fabricaron una rosa. La levanto con cuidado y al reconocer a Arthur en ella una lágrima de felicidad corre por mi cara.

El muchacho me mira.  

- Es usted…- dice entonces, como si me reconociera - Espéreme aquí…no se vaya. Creo que puedo ayudarle.-

Mi corazón late con fuerza. No me atrevo a moverme de mi sitio. Escucho pasos acercándose. Dos pares de pies. Volteo y veo al mismo joven acompañado por una mujer mayor. Viste un uniforme blanco y me mira con el ceño fruncido.  

- Buenas tardes…

- Me dijeron que viene a ver al Señor Fleck. Es así?

- Sí, doctora. Yo…

- Considere esto una absoluta excepción. Venga conmigo.

Me quedo perpleja ante sus palabras. Ni siquiera logro agradecerle al muchacho y solo me apresuro a seguir a la mujer hasta el final del pasillo donde se detiene y voltea a verme. Su mirada es seria y fría. Se ve cansada. 

- Es usted quien vino a verlo el martes pasado?

- Si…

Se queda pensativa por un largo rato.

- Mire…esto está fuera del protocolo. A los pacientes como él no se les permite tener visitas. Pero como dijo el muchacho, quizás usted podría ayudarme a ayudarle. 

No comprendo bien, pero algo me dice que tengo una oportunidad. La doctora suspira cansada y sus hombros caen ligeramente.

- Seré sincera con usted, señorita…?

- Dumond, Sophie Dumond.

- Señorita Dumond, Arthur se niega a hablar con cualquiera de nosotros y realmente necesito que lo haga. He agotado todos los recursos. 

Algo en eso suena mal, pero no me atrevo a preguntar. 

- En pocas semanas Arthur deberá enfrentar un juicio. Deberá responder ante una corte por seis homicidios, tres de ellos premeditados. 

- Entiendo…

- Si se establece que Arthur estaba en su sano juicio cuando cometió los asesinatos, enfrentará cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad, si es que tiene suerte. 

- Si tiene suerte?

- No sé si está al tanto, señorita Dumond, pero en este estado la pena de muerte sigue vigente. 

- Qué me quiere decir con todo esto? 

- Quiere decir que si logramos convencer a la corte de que Arthur sufría severos trastornos mentales cuando cometió esos actos, y que se encontraba bajo la influencia o bien bajo la ausencia de ciertas sustancias prescritas, podrá evitarse tal condena.

Sus palabras son difíciles de procesar. Se sienten como un golpe en la cara.

- Jamás será libre…cierto?

- No. Pero salvaría su vida. Y al menos podría quedarse aquí donde recibe la asistencia que necesita.

Reprimo las lágrimas que se asoman a mis ojos.

- Cómo puedo ayudarle a Arthur?- pregunto.

- Necesito hablar con él. Pero como le decía, él se rehúsa a hablar conmigo o con cualquiera de los doctores. Si no coopera, no puedo saber lo que pasó. Si no me cuenta su versión de los hechos, no puedo establecer un perfil psiquiátrico y el abogado que le proporcionen no sabrá como defenderlo ante el juez.  

- Entonces, sí le importa Arthur, verdad? Usted también quiere ayudarle. 

- No se confunda, señorita Dumond, Arthur es un asesino. Pero creo que incluso los asesinos merecen una defensa justa.

La doctora toma asiento un una banca, se quita los lentes y se frota los ojos, visiblemente cansados. Tomo asiento a su lado.

- Arthur no solo se niega a hablar con nosotros. También se rehúsa a comer. Intentó suicidarse en más de una ocasión. 

Más de una vez? Arthur… 

- Por favor… - le digo - Déjeme hablar con él.- 

 La doctora me mira. Duda.

-  Por favor, déjeme intentarlo…- insisto. 

- Como le dije, él no habla con nadie.

- Hablará conmigo.

La mujer se pone de pie y vuelve a colocarse los lentes. 

- Está bien. Pero no correré riesgos innecesarios. Un guardia la acompañará.

 

Sigo a la doctora a lo largo de un estrecho pasillo en el segundo piso. Un guardia uniformado camina a mi lado. Nos detenemos delante de la última puerta a mano derecha. 

- Estaremos vigilando desde aquí afuera. Si él intenta hacerle daño, el guardia estará listo para entrar.  

- No será necesario.- le aseguro.

Me asomo a la pequeña ventana. Tengo que pararme de puntas para ver al interior de la celda. Ahí está. Mi corazón se detiene. Su cabello está teñido de un verde intenso y su cara está pintada, igual que el día que lo vi por la tele. 

Miro a la doctora quien parece adivinar lo que estoy pensando.

- Como le dije, agoté todos los recursos. Primero le di su libreta y no funcionó. Después de que intentó suicidarse y estuvo en la enfermería por varios días, accedí a darle la pintura que pedía. Aún así, no logré sacar una sola palabra de su boca. 

Mi vista vuelve hacia el interior de la celda y al payaso que yace inmóvil en una esquina. Tiene ambas manos esposadas a los barrotes de la cama y aunque pudiera estar sentado encima de ella, parece preferir el suelo. Su cabeza está apoyada contra la pared y su mirada está perdida en ninguna parte. Está aún más delgado que antes, si es que eso es posible. Mi pobre Arthur…qué le hicieron? 

- Por favor, quítenle las esposas.

El guardia niega con la cabeza.

- Por favor… bajo mi propio riesgo. 

- No.- dice la doctora - Mis condiciones son claras. No correré riesgos. - 

Me resigno y me aparto para que puedan abrir la puerta.

- Tiene diez minutos.- 

Doy un paso hacia adentro y la puerta se cierra detrás de mí. Me quito los tacones para no hacer ningún ruido que pueda asustarlo y camino cuatro pasos hasta quedar parada justo delante de él. 

Está tan diferente. La pintura de payaso esconde su piel y transforma sus facciones. Parece otro hombre totalmente distinto al que yo recuerdo. No se ha percatado de mi presencia. Algo en su rostro inmóvil me resulta inquietante, me asusta la ausencia en su mirada. Pienso en la última vez que lo vi. Tenía una mirada similar. Estaba ahí y al mismo tiempo no estaba presente. No parpadea ni una sola vez, no sé si siquiera respira. Parece un muñeco de trapo, una estatua blanca y fría con ojos de vidrio que ven a través de mí, como si no estuviera ahí. Lentamente me agacho hasta quedar sentada frente a él. Dónde estás, Arthur? En qué mundo lejano te encuentras, tan apartado de mí?   

Dudo por un segundo antes de acercar mis labios y besar su frente, justo en aquel pequeño espacio donde termina la pintura blanca y comienza su cabellera verde. 

Me alejo a penas lo necesario para poder ver de nuevo esa cara que no reconozco. Como si hubiera despertado de un sueño,  Arthur parpadea un par de veces y entonces me ve. Sus ojos parecen iluminarse y esos ojos que hace un instante parecían tan distantes de pronto cobran vida. Me ven. Y me doy cuenta de que siguen siendo los mismos ojos llenos de magia y de cicatrices. Esa chispa que había en ellos, aunque muy débil, sigue ahí. El verde se ve más aguado y vidrioso a causa de las lágrimas que comienzan a inundar sus órbitas y a pesar de que la sonrisa está pintada, puedo ver una sonrisa genuina asomarse a sus delgados labios. Ahora lo reconozco. Sin duda es él, ese hombre que aún siendo tan simple, no se parece a ningún otro.  

- Sophie!

- Arthur…

- Viniste! No me has olvidado… 

- Cómo podría? He venido todos los días…

Le muestro el ave de papel que guardé en mi bolsillo. Veo la alegría que baña la cara de Arthur al ver que su mensaje me llegó. Sus manos tiran de las esposas, haciendo chocar el metal contra el metal.  

- Quisiera darte un abrazo…

Y es así como me acerco aún más, eliminando los centímetros de distancia que nos separan y lo abrazo. Nuestros cuerpos se funden el uno con el otro en ese abrazo que se siente como llegar a casa después de un largo día. Arthur apoya su cabeza sobre mi hombro y aunque no puedo ver su rostro, sé que está sonriendo. 

Hay momentos en los que no es necesario decir nada más, pues las palabras habitan en el mundo terrenal y las almas que son infinitas se entienden en un lenguaje propio, más parecido al silencio. 

Sé que solo tengo diez minutos, pero aún así dedico casi la mitad de ellos a este abrazo. 

Cuando por fin lo suelto, mis ojos caen sobre sus manos. La piel alrededor de sus muñecas está lastimada por el roce permanente con el metal pero también hay heridas ahí causadas por él mismo. 

El tiempo se me va de las manos.

- Arthur…hay algo que quiero pedirte…

No dice nada, solo me mira atentamente. Coloco mi mano derecha sobre su mejilla y Arthur se apoya en ella sin dejar de mirarme ni por un segundo. 

- Quiero pedirte que no te rindas. 

- Sophie, yo…

- Shhh! - lo interrumpo antes de que pueda negarse o decir algo que no estoy preparada para oír.  

- Arthur, por favor no te hagas daño

No puedo evitar que las lágrimas se escapen de mis ojos al imaginarlo muerto aquí, sólo y en este lugar espantoso. 

- Sophie, no! No llores, por favor! Dime qué debo hacer y lo haré.

Seco mis lágrimas y tomo sus manos entre las mías.

- Dales lo que piden, Arthur. Habla con los doctores. Tal vez puedan ayudarnos. - le suplico.

- No confío en ellos…- dice Arthur en voz baja,  mirando hacia la puerta. 

Tanto el guardia como la Doctora Kane nos miran a través de la pequeña ventana. 

- Vendré todas las semanas. Esperaré durante horas si es necesario. Pero solo me dejarán verte si hablas. 

Aprieto sus manos con fuerza.

- No dejaré que te lastimen, Arthur. Lo prometo.

Arthur se queda pensativo por un momento. 

- Hablaré si estás a mi lado y solo cuando estés a mi lado.

Sonrío aliviada porque veo una luz asomarse al final del camino, aunque débil como el fuego de una vela y efímera como una estrella fugaz.  

- Está bien…

Me quedan quizás dos minutos. Recuerdo que traigo algo en mi bolso. Lo abro y saco mi diario, en el que nunca volví a escribir una sola palabra después de aquel día. Entre sus hojas encuentro un papel suelto, doblado en dos.    

- Gigi hizo esto para ti. 

Arthur intenta recibir el papel en sus manos, olvidando otra vez que tiene las esposas puestas. Lo abro por él y le muestro el dibujo que le hizo mi hija.

- Lo cargo conmigo desde el primer día que vine a buscarte aquí. Le prometí que te lo daría.

 Una hermosa sonrisa se asoma a los labios de Arthur al ver el solitario globo azul pintado sobre el fondo blanco. 

- Gracias! - susurra, sonriendo también con los ojos.  

Vuelvo a doblar el papel en dos y lo guardo en su libreta. De repente, tan rápido como vino, la sonrisa escapa de su rostro. 

- Ella…sabe lo que hice?- pregunta asustado.

- No, Arthur.

- Por favor, Sophie…que no sepa en lo que me convertí…

 Y entonces una lágrima solitaria cae de su ojo, dibujando un camino entre la pintura.  

- No lo sabrá… - le prometo secando esa lágrima con mi mano.

Sus ojos vidriosos me miran y en ellos hay miles de palabras sin decir.  

- Sophie, sé que nunca seré libre. Pero haré lo que me pidan si es que a cambio de eso me dejan verte aunque sea solo por un segundo. 

Tiene una sonrisa triste. Veo la resignación en su mirada. Hago lo posible por contener mis propias lágrimas. En el fondo sé que tiene razón. Nunca le darán la libertad. Pero acaso puedo salir por esa puerta sin mirar atrás? Acaso puedo dejarlo abandonado a su suerte, esperando una condena que él mismo no sabe que pende sobre su cabeza? No. No puedo hacer eso. De la misma forma en que  no puedo aceptar que sea ese el destino de este hombre al que yo quiero.

Me queda solo un minuto. 

Y es así que hago lo único que en ese momento parece tener algún sentido. Tomo su cara entre mis manos, me acerco, cierro los ojos y presiono mis labios delicadamente contra los suyos. Puedo sentirlo en la forma en que se queda completamente quieto, lo delata la manera en que contiene la respiración. Arthur nunca antes ha besado a una mujer y el beso que yo le di probablemente no lo recuerda. Pero nada de eso importa porque este es un beso muy distinto a cualquier otro. No se parece a ninguno que haya dado antes y ciertamente nunca volveré a sentir uno igual jamás. No se han inventado palabras en nuestro idioma ni en ningún otro que puedan capturar la naturaleza de este beso. 

Al abrir los ojos nuestras miradas se conectan, la vida se vuelve a asomar a su rostro y ese amor inexplicable que siento por él se convierte en la única certeza cuando todo lo demás es incierto.  

- No te abandones, Arthur y yo no te abandonaré a ti. 

No podría dejarlo atrás aunque quisiera. Cómo renunciar cuando hay algo de esperanza, por más pequeña que sea? Quién no desea ver lo que trae el mañana?  Algo en mi interior me dice que aún quedan páginas por escribir en la vida de Arthur.

Después de todo…qué se hace con los restos fragmentados de algo hermoso? Especialmente con algo hecho de vidrio. 

Se hace algo aún más hermoso. Se hace un mosaico.  

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