La habitación blanca

Qué es el tiempo sino una ilusión? Hay minutos que son horas, horas que son días y días que son eternidades. Qué diferencia al día de la noche cuando no se tiene una ventana por la cual mirar el cielo? De qué sirve el reloj cuando todas las horas se parecen entre sí? Aquí, entre las cuatro paredes blancas cada día es igual al día anterior, igual al que vendrá mañana.

Aquí entre las cuatro paredes blancas conozco ya cada esquina, cada grieta, cada sombra. He contado los ladrillos blancos una y otra vez. Son 376 para ser exactos. De esos 376 quince están rajados, aunque solo dos de ellos severamente.

Aquí entre las cuatro paredes blancas he hablado ya con todas las voces y conversado con todos los fantasmas. Ya no me quedan más historias ni más chistes que contar. Y es que se está más solo acá que afuera. Antes tenía la compañía de los sonidos, las luces y los colores de las calles, tenía la confidencialidad de mi libreta de chistes, conversaba con mis ilusiones y alguna que otra vez incluso tuve la compañía de otro ser humano.

A veces pienso en ella...Sophie. Recuerdo sus manos y su voz. Recuerdo sus palabras, sus caricias, recuerdo sus labios y el amor en su mirada. Me pregunto dónde estará en este momento... que estará haciendo...me pregunto si pensará en mí de vez en cuando. Me recordará siquiera? Me habrá podido perdonar por todo lo que hice?

Confieso que al llegar a este lugar me sentí inquebrantable. Hasta me divertía gastándole bromas a los doctores, a pesar de que reía solo pues ninguno de ellos me entendía. Pero con el pasar de las semanas sentí que algo en mí se iba apagando... y comencé nuevamente a morir. Se muere lentamente entre estas cuatro paredes. No de hambre, pues el estómago puede ser conquistado. Lo que mata es el infinito. El infinito es una como un enorme hoyo negro, es una nada. La nada es algo que empieza por enloquecer a un hombre, luego lo adormece y termina por asesinarlo sigilosamente y sin dejar rastro alguno.

El verde de mi cabello ya casi se ha perdido por completo. Quiere decir que ya debo llevar aquí varias semanas. Era Noviembre cuando todo sucedió. Me imagino que ya debemos estar cerca de la Navidad. Mmmm...la Navidad... Nunca tuve una pero siempre me agradaron las luces en los árboles y las decoraciones en las calles.

El sonido de la puerta que se abre interrumpe mis pensamientos.

- Come!!- dice una ruda voz de hombre y oigo como la puerta se vuelve a cerrar.

Observo la bandeja sin el más mínimo deseo o intención de comer. Volteo hacia el otro lado y apoyo mi frente contra la pared. Cierro los ojos pero no intento dormir. Nunca duermo aquí. No hay descanso posible en este lugar. Siento que no me he movido de este rincón en días. No es que no quiera, es que no tengo a dónde ir. Cuatro metros hacia cada lado es lo más lejos que puedo llegar. En una esquina está una cama pequeña y fría y en la otra el baño. Todo es blanco, las paredes, el piso, las sábanas...hasta mi propia ropa es blanca.

Al traerme aquí me quitaron las pocas cosas que traía conmigo. Me quitaron mi elegante traje rojo y mis hermosos zapatos cafés. Me quitaron mis cigarrillos y mi libreta, me quitaron mi pañuelo azul... De Sophie ya solo me quedan los recuerdos. Cierro los ojos y trato de recordar los momentos que pasé a su lado. Intento revivir en mi mente la cita que tuvimos aquel día maravilloso. Esa imagen tan fugaz se vuelve real por unos segundos y me lleva lejos de aquí. Por un instante siento que vuelvo a ser libre. Sonrío.

Alguien abre la puerta nuevamente. Vienen a recoger la comida que he dejado intacta. Ya debe estar fría.

- No ha comido, doctora...- dice una voz de hombre. Es la misma voz que me trae la comida todos los días. Pero hoy ese hombre viene acompañado de la doctora que me atendió al llegar aquí la primera noche. Reconozco la voz de ella también.

- Ya lleva una semana sin comer...

El hombre se acerca a mí con el plato y una cuchara en la mano.

- Abre la boca!!- me ordena.

No quiero. No tengo hambre. Ya he olvidado lo que es tener hambre. Soy libre de eso. Volteo hacia la pared y escondo mi cara en la esquina. Déjenme en paz. Solo quiero que me dejen en paz. Váyanse.

- Vamos, si lo haces quizás te devolvamos esa extraña libreta tuya. O ese pañuelo azul que tanto deseas, eh?

Sé que mienten. No me darán nada de eso, ya lo sé. Solo se están burlando de mí. No digo nada. Ni siquiera levanto la vista.

- Déjelo.- dice la mujer - En algún momento tendrá que comer.-

Ahora se dirige a mí.

- Es hora de tus medicamentos, Arthur. Vamos a hacerlo por las buenas o por las malas?

En anteriores oportunidades me he resistido, me he rehusado a abrir la boca, les he escupido las píldoras en la cara o las he escondido bajo mi lengua para tirarlas luego. Pero todo eso solo me ha complicado más y sinceramente ya no tengo las fuerzas para resistirme. Háganme lo que quieran. Ya no me importa. Haga lo que haga, salgo perdiendo.

Así que simplemente acepto las píldoras y las tomo por propia voluntad. Su efecto es inmediato y me deja en un estado de adormecimiento pero al mismo tiempo me impiden dormir. Me privan del único consuelo que tengo, que es el sueño.

Mi única escapatoria de este laberinto está bloqueada, pues el suicidio se vuelve imposible sin una navaja, una soga o siquiera un borde afilado. A veces pienso en la eternidad que me resta por descontar en esta cárcel y me pregunto cuántos amaneceres y cuántos anocheceres más tengo que vivir sin siquiera poder contemplarlos. Entre las horas que se cuelan unas a otras he llorado mi desesperanza y en las interminables noches sin descanso que me acechan, he gritado el nombre de Sophie pidiendo auxilio. Pero nadie me ha escuchado, nadie ha venido. Y es que aquí en el infierno blanco hasta el mismo Dios se ha olvidado de mí.

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