Cap. 11: Reunir al grupo

"¿Eso siempre estuvo ahí?", me pregunté al bajar la escalera y entrar a la sala de estar. La entrada principal de mi casa estaba constituida por un delicado arco romano, enmarcada por un vitral de colores en la parte superior y dos marcos gruesos que sostenían las ventanas laterales. Al describirla podría parecer ostentoso, pero era bastante simple y bonita, la mezcolanza clásica y moderna con la que jugaba.

Para mí era normal bajar y ver la entrada iluminada a través de los colores del vitral, la figura de la flor de fuego en el piso, y la calidez de un nuevo día filtrándose por las ventanas; sin embargo, no recordaba aquella rejilla de metal barnizado o las hileras de flores que se asomaban sutilmente desde el exterior.

Parecía que mi mamá, que para mi sorpresa seguía en casa, había hecho un cambio de look a la estancia y puesto una nueva adquisición al jardín.

Sonreí ante la imagen y ladeé la cabeza cuando mis oídos interceptaron un juego de voces desde el otro lado de la casa. Solo para alimentar mi curiosidad, me desvié de mi camino y fui en esa dirección, encontrando a mi madre, a mi tía y a mi hermana riendo y conversando en el patio trasero. La piscina estaba cerrada y el calor descendía del medio día.

—¿Qué celebramos que está todo tan animado? —bromeé, llamando la atención de mi familia.

Me sonrió mi madre, alzando una mano para que me acercara y pudiera darme un beso en la mejilla. Sonreí y correspondí, agregándole un abrazo al encuentro.

—¿Volviste a redecorar? —Fui al grano y se rió.

—Tardaste en darte cuenta —Apuntó y negué divertido, separándome de ella.

—Siempre estas cambiando algo.

—Es bueno renovar las energías de la casa y darle otro aire de vez en cuando —Me codeó suavemente, mirando con lentitud hacia el patio, inspeccionándolo—. Y tal vez debería hacer lo mismo por aquí.

Se me escapó una risa.

—¿Qué más planeas hacerle?

—No sé, pero algo se me ocurrirá —Me miró con sospechosa complicidad—. Y así, ¿quién sabe? Tal vez puedas invitar a tus amigos y hacer una fiesta al final del ciclo escolar.

Reí nuevamente.

—Creo que eres la única madre en el mundo que dejaría a su hijo adolescente hacer una fiesta luego de remodelar su casa.

—¿Yo también puedo organizar algo? —preguntó mi hermana y ambas la vieron divertida.

—¿No acabamos de celebrar tu cumpleaños?

—Pero ya eso fue hace días —sonrió con inocencia y ambas rieron por lo bajo.

—Tal vez luego, amor —dijo mamá y Mely bufó, cruzándose de brazos.

—¿Vas saliendo? —preguntó mi tía al ver las llaves en mis manos.

—Sí. Samuel arregló un encuentro en la cafetería de Ely.

Ambas alzaron las cejas y mi hermana se enderezó en la silla.

—¿Salió de entre los libros?

Reí comprendiendo porque lo decían. Sam estaba en medio de parciales, así que no habíamos sabido mucho de él desde que se escapó con nosotros a Los Angeles.

—Algo así —Negué y empecé a alejarme para terminar con la conversación.

—¿Elle irá? —preguntó rápidamente Mely y me detengo.

—¿Quién sabe? No creo —Lo pensé un momento por si acaso, pero entonces la bocina de un auto sonó fuerte desde el frente y comprendí que es hora de apresurarse—. ¡Nos vemos en la cena!

—¡Espera, Fel! —Me detuvo de nuevo a mitad de la sala.

—¿Un encargo? —Alcé una ceja y sonreí de lado, siempre pedía algo.

—¡Por favor! —Rogó arrastrando la última silaba, guiándose de la pared para terminar de acercarse a mí. Había salido tan apresurada que olvidó su bastón—. Tráeme una tarta, ¿sí?

Suspiré diversión. No tenía remedio.

—¿De nueces y queso?

—Te amo —Se tiró sobre mis brazos y me apretó en un fuerte abrazo.

Reí suavemente y le correspondí, soltándola con cuidado para no hacerla caer y despedirme. Sabiendo que me estaban esperando, alcé la mirada una vez pasé el portón del frente, miré el auto estacionado y grité entusiasta al piloto:

—¡Olvidé mi cámara, así que deja de posar!

Samu se rió a más no poder y volteó, haciendo una señal para que me apurara y subiera al carro, mientras que él se acomodaba en su asiento y dejara de parecer que posaba para la portada de una revista.

—Me sorprendió que me llamaras —confesé una vez adentro, pasándome el cinturón para que arrancara.

—¿Qué puedo decir? Me puse sentimental, estaba libre y quise verte.

—¿No tienes exámenes?

—Pues claro que sí —Rió entre palabras—. Pero si me seguía ahogando en libros iba a enloquecer, ¡te lo juro! Ya empezaba a ver letras y esquemas por todas partes.

—¿Te enteraste por fin de que Elle regresó?

—Eso también —aceptó riendo mientras pasábamos por el vigílate y salíamos de mi vecindario.

—Me preguntaba cuanto tardarías —Me burlé un poco y se encogió de hombros.

—Me encantaría tener una alarma que me dijera cada cuanto toma un avión de regreso, pero... —Aplanó sus labios y negó de forma graciosa.

—Solo falta que el master se acuerde que tiene amigos y podremos reunir al grupo.

—No cuentes con ello —Suspiró, de repente su humor decayó.

—¿Por qué?

—Hablé con él esta mañana para sacarlo también, pero se rehusó completamente. Fui a buscarlo todavía antes que a ti y no quiso —Chasqueó la lengua—. Parecía muy estresado.

—¿No te dijo nada? —Negó.

—Creo que, si no es porque aparecí de pronto en su casa, tampoco me deja verlo. Te lo digo, las ojeras que cargaba le llegaban al piso, me pregunto si al menos ha dormido como corresponde.

—¿Por qué no me búscate primero? Entre los dos lo hubiéramos sacado de su casa —Negó de nuevo, mirándome de reojo como si fuera un idiota.

—Solo se hubiera molestado más. Sea lo que sea que pase parece que tiene que solucionarlo solo, antes que nada, o no podrá proseguir con su vida —Aplané mis labios, tenía razón.

Dejando el tema cerrado, empezamos a hablar de cosas más triviales. Samu me puso al corriente de varios sucesos que le ocurrieron desde la última vez que nos vimos, en el cumpleaños de Lop.

—¿Qué te pasó ahora? —preguntó al verme negar de pronto, sucesivamente, como si quisiera espantar a las moscas.

—Nada —Le sonreí, rogándole con la mirada para que no preguntara nada.

—Ajá... —apagó el auto, ya habíamos llegado—. Por cierto, ¿en qué quedó lo de esa chica?

—¡Samuel! —Aludí, implorándole de nuevo.

Me miró confundido y no lo culpaba. De verdad no deseaba por ahora hablar de ella. Entendiendo un poco, alzó una ceja y sonrió de lado, negando para sí mientras rodeaba el auto y salíamos del aparcado.

—Que habrá ocurrido... —Canturrió alegremente, metiendo el seguro a su auto.

Samuel no era idiota, sabía identificar cuando algo, claramente, había pasado. Desde las nacionales y el cumpleaños de Lop, conocí de golpe mucho sobre ella, empecé a comprender la realidad detrás de su carácter, sus defensas, me habló de su niñez, amistades, familia, me dejó ver su fragilidad, sus debilidades.

Eso no se le muestra a cualquiera...

Sentía que Lop se había abierto a mí, quería creer eso, pero algo en mi presentía que la verdad era otra. Lop había pasado por tantas cosas, perdió a su madre y se separó del resto de su familia, además de sus problemas para encajar y hacer amigos; me da la impresión que estuvo sola, que sufrió demasiado, que se había contenido por tanto tiempo lo que sentía, que ahora había llegado a un punto que en cualquier momento podía estallar.

Eso me aterraba, pero ¿qué podía hacer? Solo apoyarla, hacerle ver que estaba con ella sin importar que pasara, que era su amigo y podía confiar en mí.

Nada peor podía pasar, ¿o sí?

—Bueno, no tienes que hablar —Se burló ante mi mirada—. Pero descubrí algo, tal vez deberías escucharlo.

Alcé una ceja en su dirección mientras avanzábamos.

—¿Qué cosa? —Indagué con cuidado, fijándome en la seriedad de su rostro.

—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos en el semáforo ella y yo? —Asentí—. Lo primero que dijo es que "si nos conocíamos"; estaba muy ansiosa y pensé que se debía únicamente a la emoción del momento —Se relamió el labio, mirando al frente, recordando lo sucedido—; sin embargo, una vez que estuvimos en mí coche la miré mejor y... Sí, sentí que la conocía, pero no estaba seguro de dónde.

—¿Recordaste?

—Ajá, algo así —Inclinó la cabeza hacia mí—. Bueno, no la recordé a ella exactamente, sino a su tía.

Me detuve sobresaltado.

—¿Su tía? —repetí para estar seguro y asintió.

—Sí —Se detuvo un paso delante de mí, quedando de lado—. Visitaban con frecuencia el hospital en donde mis padres trabajan, pero Lop —Suspiró—. Ella era tan joven, no debía tener más de trece años, venía con un uniforme escolar. No me extraña no haberla reconocido, a decir verdad, está indescifrable.

—¿Por qué lo dices?

—Lo que digo es que... No parece una joven de diecisiete, ¿cómo me explico? Tiene un aire tan nostálgico, como el de una abuela que ha pasado por una larga vida en solo unos cuantos años.

El corazón se me empezó a acelerar, golpeaba con tanta inquietud mi pecho que temía que se fuese a salir. La expresión de Samuel, algo no me estaba diciendo.

—¿Qué es lo que descubriste?

Lentamente pronunciado y a la misma velocidad que la de un caracol me miró, aplanando sus labios entre sí como si no le gustara lo que estuviera a punto decirme.

—Al principio, por como actuó a la defensiva cuando le apunté su mal aspecto, pensé en la posibilidad de que estuviera enferma o gravemente estresada por algo, sigo sin confirmarlo realmente —Negó para sí—; no obstante, cuando recordé de donde la conocía, me di cuenta que la enferma era otra.

—Samuel... —Temí lo peor.

—Me escabullí y leí su expediente. Indiana Harrison, su tía, sufre de pulmones muy débiles y es asmática. Se puede sobrellevar con el tratamiento correcto, pero para un adulto de su edad y en las condiciones que vimos que vive...

Me tomé ambos lados de la cabeza. No era cierto.

—Podría morir...

Exhaló con fuerza, asintiendo un par de veces.

—Esto es solo mi punto de vista, Fel —Aclaró, haciéndome alzar la mirada—. Tú la conoces mejor, ¿su tía trabaja? ¿Está casada? ¿Tiene más familia?

Silencio. No sabía cómo responderle que no podía responderle.

—Es delicado, creo que viven solas, pero son amigas de otra familia, que son como la suya. No sé si su tía trabaja, pero Lop... —Me abofeteé mentalmente—. Ella comenzó a trabajar hace poco en una floristería.

Al menos no estaba mintiendo.

—Así que a eso llegó... —Susurró para sí, bajando la mirada al suelo—. Me pregunto si es porque están muy mal o si es por decisión propia...

Volví a abofetearme. Tampoco lo había pensado.

—No tengo idea... —Dije con un deje de rabia, empezaba a molestarme conmigo mismo—. Oh, mierda...

—Tranquilízate —Reiteró, pasando uno de sus brazos por mis hombros—. Ahora, porque te conozco, ¿le preguntaras?

—Lo más seguro, pero también puede que no acepte mi ayuda, si es lo que piensas.

—Me lo temía, pero ¿ni siquiera si es por su tía?

—No lo sé, Sam —Resoplé, deshaciéndome de su abrazo para avanzar de nuevo.

Trotó para alcanzarme, pero no dijo nada más al respecto. Conociéndome perfectamente, prefirió quedarse al margen de mis pensamientos mientras nos dirigíamos en silencio a nuestra cafetería favorita.

—No creo que pase, pero si la ves... —Nos detuve antes de pasar por la puerta—. No le menciones nada, yo veré si puedo hablar con ella.

Samu lo pensó un poco, pero finalmente asintió, tomando la manilla para abrir la puerta y hacernos a un lado. Dándole el paso a una de las camareras que salía con un gran y visiblemente apetitoso pedido, nosotros nos adentramos en el local y buscamos una mesa libre. Al encontrarla, nos sentamos y un chico pecoso, castaño rojizo, se nos acercó para atendernos.

—Hola, cariño —Lo saludó Sam y este se ruborizó, chistando su lengua antes de entonar sus ojos y sacar su libreta.

—¿A qué viene tu molesta presencia hoy, Daniels? —respondió con sequedad, mirándome de reojo al percatarse de mi asombro.

—Que ruin, hace tiempo que no visitaba por aquí —dijo entre risas, pasando su mirada por el menú de pasteles—. Y pues, me gustaría dos de leche de coco, una tina de helado ron pasa y, ¿quieres algo de tomar? —Me señaló.

—Té de manzanilla, por favor —El chico asintió y anotó.

—¿Algo más? —Se dirigió a Sam y este sonrió.

—Además de una sonrisa tuya, no se me ocurre nada —Le guiñó un ojo y el otro entornó los suyo, dando un paso atrás decidido a formalizar su retiro—. ¿Elle está aquí?

Lo interrumpió a tiempo y este se volteó, negando sin ninguna duda antes de retirarse detrás del mostrador, para poner la orden sobre un palillo de metal con el resto, el cual una de las reposteras del interior tomó y corrió a servir.

—No, salió hace un momento —explicó con tranquilidad.

—No inventes —escucho murmurar a mi amigo y debo contener la risa.

—Si querías sorprenderla llegaste en un mal momento, debiste avisarle.

—¿Y no dijo si regresaba pronto o a dónde iba?

El pelirrojo lo pensó.

—Algo sobre ir a almorzar con una vieja amiga, pero no sé cuándo volverá.

Aclarado todo, se dio vuelta y se alejó para atender otra mesa mientras servían nuestro pedido. Ambos nos miramos y nos quedamos unos minutos en silencio.

—Qué suerte... —Samu resopló, dejando su cabeza sobre su mano izquierda, apoyando el codo sobre la mesa.

—Pensé que la habías llamado.

—Elle siempre está en la cafetería. Me confié, es todo —Trató de excusarse.

Negué internamente y tomé mi teléfono, viendo si estaba en línea, pero aparecía desde hace una hora desconectada.

—¿Y si la llamamos ahora para que sepa que estamos aquí? Tal vez pueda traer a su amiga y comemos los cuatro.

—También te da curiosidad, ¿eh, botón de oro? —Me acribilló con la mirada, sonriendo de lado.

Negué por lo bajo

—¿Qué? Es que ella no tiene muchas amistades.

Asentí, porque tenía razón.

—Tu "cariño" dijo que era una vieja amiga.

—¿Alguien de su preparatoria, tal vez?

—Tal vez, pero no soy tu cariño, muchas gracias —murmuró el chico de vuelta, sobresaltándome por detrás al regresar tan pronto con nuestras órdenes.

—Por ahora —Sam le sonrió con coquetería y el chico volvió a negar—. ¿Qué dices, Azare? Tú y yo, una cena mañana.

—Tengo trabajo, gracias nuevamente —respondió con una frialdad que contrastaba con su sonrojado rostro—. Que disfruten.

Así como vino se fue, siendo perseguido por la mirada embelesada de Samuel. Negué para mí y lo observé con diversión, dándole una probada a mi té mientras pensaba como comenzar a comer ese pastel que se veía tan bien.

—¿Qué dices? ¿Le gusto? —preguntó minutos después, obviando la posibilidad de ocultarlo.

—Están completamente locos los dos —afirmé entre risa, tomando la cucharilla para probar por fin mi pastel.

—Creo que ahora estudiaré temprano para tener mañana la noche libre —murmuró para sí, sin poder reprimir su sonrisa mientras se llevaba una buena porción de helado a la boca.

Finalmente reí en voz baja. Samuel era bisexual. A lo largo de sus veintidós años, lo había visto en dos relaciones serias, y un par casuales, las dos primeras con chicas, luego un chico, otra chica y ese hombre con quien terminó hace medio año. Hoy nos detenemos aquí, en el lindo camarero pelirrojo, que de vez en cuando lo pillaba mirando a mi compañero. No había duda que existía química entre ellos.

Y es que Sam, aparte de persistente, era un sujeto muy franco y directo. Si había algo que le gustaba no dudaba e iba tras ello. Casi siempre le salía bien, otras naturalmente le costaban, pero nunca lo veía retroceder, solo avanzar y eso es lo que más me gustaba de él.

A decir verdad, a veces incluso le tenía envidia. A mi edad ya sabía que quería hacer con su vida, matriculó a una buena universidad en la que le va asombroso ahora, sus padres lo apoyaron sin importar que y estaban orgullosos de él.

Ahora yo, en mi penúltimo año de preparatoria, estaba en una indecisión sobre si lastimar a mi papá y no seguir con mi carrera en el básquet, o entrenar sin rumbo para obtener una recomendación el año entrante y, con mucha suerte, ganar las nacionales. Sin mencionar a mis contrariados recién descubiertos sentimientos sobre una chica que, sí, es complicado, pero no me imagino dejando ahora.

Las ansias me obligan a pedir otro té de manzanilla mientras engullo mi ración de pastel. Sam había dejado de mirar a su camarero y ahora me observaba con intriga sin decir nada, seguro preguntándose con que me andaba matando la cabeza.

Entonces, cortando ambas percepciones, un chico con la típica camisa blanca formal, suelta y con las mangas remangadas; se nos sentó al lado, lanzando un gran suspiro que juraría que hizo temblar la mesa y a nosotros, por su tan repentina aparición.

No hace tiempo para que procesemos y chasqueó sus dedos hacia el pelirrojo, quien al reconocerlo se enderezó y corrió a atenderlo.

—Hola, Azare. Es bueno verte.

—Lo mismo digo —Ambos sonrieron—. ¿Qué te gustaría hoy?

—Uno de nata y fresas, y un café cargado, por favor —dijo y el chico sin decir nada anotó y fue.

Pestañamos sin poder creerlo mientras se acomodaba en la silla y se pasaba una mano por su cabello ceniza. Compartí una mirada con Samu y este se alzó de hombros, no sabiendo que decir.

—Una foto les durará más —dijo burlón, pero sin un rastro de risa, levantando sus ojos azules hacia nosotros—. ¿Y Elle? Pensé que esto era un reencuentro.

—Dijeron que no está —Informó y este asintió—. Pensaba que no vendrías —Señaló Sam, dejando su helado de lado un momento, todavía sorprendido.

—Necesitaba aire —Confesó y me miró, intentando ladear una sonrisa—. Cuanto tiempo, Fel.

—Siento que estoy viendo un fantasma —Eso lo hizo reír, ronco y bajo.

—Tal vez —Asintió para sí, bajando la mirada.

No recuerdo nunca haberlo visto así. Tal como me había afirmado Samuel, el que era posiblemente el mejor arreglado del grupo estaba irreconocible: tenía el cabello revuelto y la ropa ajada, unas marcadas ojeras rodeaban su mirada sin vida, parecía que tenía noches sin dormir adecuadamente. Su piel, que era un tanto bronceada, estaba pálida y lucía enfermo, o quizás era el mismo agoto que desprendía.

¿Qué le había pasado?

—Oye... ¿Estás...?

—Lamento no haber ido a la competencia y a su cumpleaños —murmura en un tono bajo—. ¿Cómo está Mely?

Su mirada afligida me golpeó. Esta me rogaba que no preguntara nada y, en contra de mi voluntad, recordando lo que me dijo en antes Sam, no me quedó de otra que hacerlo, negando un par de veces para restarle al asunto. En eso, regresó el camarero con su orden y tan pronto se marchó comencé a hablar.

—No puede odiar a su máster, así que no te preocupes —Sonreí para tranquilizarlo y me lo agradeció con media sonrisa—. Está mejor, hizo un nuevo amigo y todo.

—¿Ah sí? —Me miró con curiosidad—. Me alegra escucharlo, pero ¿debo ponerme celoso? Aún llevo el anillo que me regaló ella.

Alzó deliberado su derecha, en que estaba casualmente una sortija de plata con, si mirabas de cerca, notas musicales incrustadas. Sonreí feliz, mi hermana estaría contenta de saberlo.

—No creo que te cambie tan fácilmente, pero ¡eh! —Lo señalé con mi cuchara—. Yo no me descuido, esos dos son... ¿Cómo lo dirías tú? Violín y piano.

Volvió a sonreír.

—Creo que ahora sí le haré una visita... —murmuró para sí, bajando su voz hasta perderla en sus pensamientos.

De pronto se había callado. Con intención de verme, terminó desviando la mirada hacia el pasillo que rodeaba las mesas y pasearla hasta fijarlo en algo.

O, mejor dicho, en alguien.

Recién entrando, la campana del local sonó danzarina. Un par de chicas que reían se detuvieron en seco a mitad del pasillo, detectando la mirada que provenía de nuestra mesa.

Las reconocí de inmediato y me desconcertó verlas juntas. Una de ellas era pelirroja y brillante como el verano, mientras que la otra era castaña y poseía un aura serena y calmada, como la noche; la cual, de pie completamente paralizada, parecía que se había desatado una feroz tormenta en su interior.

—Lop... —dijo él apenas.

Ella apretó un puño sobre su bolso.

Entonces, supe de inmediato que la bomba había detonado.

______________

¡Holiwis, my loffies!

Ya va, ya va, ¿qué carajos fue esoooo?

O sea, solo se fueron a por un postresitooo

¿Quién es eseeee?

Ok, basta de hacernos los locos.

Se acabó el rejalo, se prendió esta mierda

ponganse bajo tierra que esto se va a descontrolar

¿La tía enferma?

¿El camarero?

¿El futuro doc?

¿El amigo master?

¿Ely y Lop?

Demasiado para responder en una nota, así que nos vemos más pronto de lo que imaginan.

Mientras: una manita arriba porque tenemos miedo

Y otra: porque llegó el momento

Nos estamos viendo

Un beso en la cola

Att: Keni

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