▫ [4.] Caricias ▫






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El joven no lo escuchaba.

Shouto lo notó al acercarse, notó la mirada perdida con la que lo recibió al saludarlo. De alguna manera, lo había relacionado consigo mismo, porque el sentimiento era muy familiar. Su hipoacusia [1] lo hacía entender más fácilmente a quienes, como él, eran juzgados como distintos.

Pero a Shouto también le extrañó la serenidad con la que lo miró el chico de rizos verdes. Si bien era un poco más joven que él, parecía haber aceptado su nueva situación con más calma de la que Shouto había esperado. Al ingresar para explicarle que acababa de despertar de un coma muy largo, había esperado furia. Negación y rechazo hacia cualquiera que osara acercarse. Lágrimas, las que habían sido constantes y frecuentes en todos sus años como doctor, pero a las que aún no se acostumbraba.

Sin embargo, nada estaba pasando como él esperaba. Cuando lo encontró, el chico simplemente había estado sentado en una silla frente a la ventana, con la cabeza inclinada y apoyada en una sus manos. Shouto había sentido ganas de consolarlo cuando descubrió que lloraba, pero la sonrisa resignada del joven había congelado sus pasos.

Su corazón también se detuvo cuando le habló con lenguaje de señas.

—No puedo oír mi voz, doctor. Y eso asusta.

Al ver sus movimientos y asimilar que ambos podían comunicarse, Shouto se obligó a salir de su estupor. Quien debía estar calmado, quien debía guiar al otro en sus dudas y ayudar a que pusiera sus pies en la tierra, era él.

—¿Manejas el lenguaje de señas? —le preguntó, sus manos moviéndose con familiaridad. Una vez que estuvieron de vuelta en su cama, esperó por la respuesta del joven. Debía asegurarse que ese no había sido sólo un golpe de suerte.

A veces, había ciertos pacientes que enfrentaban el dolor burlándose de ellos mismos, siendo sarcásticos o haciendo bromas que distaban de buscar la risa de alguien. Shouto había visto de todo en ese lugar.

—Cuando eres policía, es útil saber muchos idiomas —explicó el joven. Izuku, como decía en su reporte médico.

Shouto quiso preguntar si era consciente de la gran probabilidad que tenía de quedarse sin la capacidad de oír, sordo, o si recordaba lo que le había pasado antes de que terminara allí; sin embargo, aquella no sería una decisión sabia.

Midoriya Izuku necesitaba asimilar las cosas con calma, analizar su entorno; no que un imbécil viniera a recalcarle su nueva situación, tampoco necesitaba estadísticas ni probabilidades.

Midoriya Izuku necesitaba un amigo, uno que lo acompañara en ese viaje incierto que estaba por comenzar.

Bienvenido de vuelta, Izuku. Soy Shouto, y yo tampoco puedo oír bien.



*-*-*-*-*



Cuando la mente de Izuku comenzó a jugar con él y a atestar sus sueños de pesadillas, fue muy difícil.

La voz de Shouto —esa que no le gustaba porque le parecía extraña y gangosa— no llegaba a Izuku. Y en medio de las noches eternas en las que lo encontraba llorando, era complicado confiar en una sombra sin voz.

En ocasiones como esas, Shouto era muy consciente de las desventajas de no poder oír. Toda su vida, lo habían juzgado por  ser distinto, tan torpe. Por afectar y modificar la existencia de las personas a su alrededor. Todo a causa del mero hecho de existir.

Hacer entender a la gente a su alrededor que él no era un minusválido, tampoco “el sordo”, sino sólo Shouto, también había sido complicado. Sus hermanos habían tardado en entender que a él no le gustaba ser tratado de forma diferente, y que tampoco era alguien reservado a causa de su condición. A Shouto simplemente le gustaban la tranquilidad y el silencio; es más, estaba seguro de que aquello no hubiera cambiado aunque él pudiera oír.

Pero Midoriya no había nacido con el grillete de ser juzgado de forma diferente. Midoriya sólo había sido un muchacho normal que había luchado y alcanzado su sueño de ser un policía y enfrentar al crimen. Él sólo había tenido mala suerte, encontrándose con la situación equivocada en el momento equivocado.

Midoriya no había tenido la culpa de querer tomarse un descanso de su agitada vida. Tampoco tenía que sentirse culpable por haber querido disfrutar de aquel día libre con su madre. Y por supuesto, tampoco merecía haberse convertido en uno de los pocos sobrevivientes de un atentado.

Shouto deseaba gritarle eso a las pesadillas del joven, a los remordimientos que parecían no querer dejarlo en paz; pero lo único que podía hacer, era consolarlo.

Convertido en una sombra cuya voz no podía alcanzar a Izuku, el utilizó sus manos. En cada una de las noches de tormento a las que Izuku debía
enfrentarse, él estuvo a su lado mientras acariciaba el dorso de sus manos, y luego sus mejillas, esas que estaban inundadas de pecas y siempre estaban mojadas por culpa de molestas lágrimas.

Ese simple acto se convirtió en una rutina entre ellos. Shouto dejó de ser sólo un doctor para convertirse en el ancla hacia la realidad de ese joven. Se acercaron y hablaron entre ellos, porque más allá del lenguaje de señas, ellos compartían un secreto: un par de manos que se deslizaban por la piel del otro y un corazón que se aliviaba al sentir ese gesto.

Ellos funcionaban. Juntos enfrentaron a las pesadillas hasta que éstas desaparecieron. Se complementaron hasta que ambos curaron sus heridas, las de Izuku por haber perdido tanto; las de Shouto por nunca haberse sentido tan necesitado, tan indispensable para la existencia de otra persona.

Pero aquello no pudo durar.

El paso del tiempo no podía alterarse, e Izuku no tampoco podía quedarse en aquel hospital para siempre. Muy pronto sería dado de alta, y aunque eso era normal para todos los pacientes que por fin lograban recuperarse, Shouto sentía que el corazón se le estaba cayendo a pedazos.

Nunca nadie le había generado ese sentimiento. Nunca nadie había podido entenderlo de esa manera, y a pesar de que sabía que todo era a causa de la nueva condición de Izuku, eso no impedía la llegada de la decepción. Tampoco alejaba el miedo.

Temía ya no verlo nunca más.

Pero tenía que dejarlo ir.



*-*-*-*-*



Shouto vio cómo guardaba sus pertenencias. Izuku contaba con amigos curiosos, y sería uno de ellos quien lo alojaría en su casa. Por un tiempo, hasta que Izuku se acostumbrara al mundo exterior y pudiera valerse por sí mismo.

Shouto sentía las palabras picar en sus manos. Palabras sueltas como «te extrañaré» iban y venían de su mente, pero él las retenía con todas sus fuerzas. No tenía el derecho de detener el camino de Izuku; el muchacho continuaría con su vida, y él se quedaría en el hospital.

El tiempo tenía que volver a correr.

Así trató de consolarse. Así asimiló su nueva situación al despedirse de él y ver que cruzaba la puerta. Dejándolo atrás, sintiéndose como un niño abandonado.

Sin embargo, aquel consuelo fue insuficiente. No servía con un corazón roto.

Se cubrió los ojos al sentir que un par de lágrimas se le escapaban. Odiaba esas manos mudas, así como odiaba el miedo que lo había obligado a actuar de esa manera. El temor a detener el tiempo de una persona que merecía ser feliz.

Pero pudo respirar con alivio cuando sintió un par de brazos rodear su cuerpo. El conocía esa calidez, se había enamorado de ella con la misma fuerza con la que se había enamorado de Izuku.

Por fin sus pensamientos volvieron a hilarse, a conectarse de forma apropiada. Su cerebro por fin entendía el mensaje completo que su corazón había terminado mandándole con maldiciones, con amenazas hacia sus estúpidos miedos.

Él no quería dejar ir a Izuku.

Y no lo haría.

Yo esperaba que me detuvieras, ¿por qué no me detuviste? —le reclamó Izuku. Usando sus manos, su boca y todo su cuerpo. Era como una pequeña tormenta verde que estaba rompiendo sus barreras. Todas a la vez.

Porque tenía miedo —admitió avergonzado. Ni siquiera podía mirarlo a los ojos sin sentirse como un parásito.

Pero las manos pequeñas y cálidas —oh, tan cálidas— de Izuku lo convencieron de lo contrario. Fue el joven de ojos verdes y sonrisa pecosa quien lo consoló y acarició en esta ocasión. Fue él quien sostuvo sus mejillas y lo trajo de vuelta hacia la tierra, hacia donde Todoroki Shouto pertenecía.

Junto a Midoriya Izuku.

Y ese miedo, ¿es tan poderoso como para separarnos?

Shouto se permitió sonreír, con felicidad. Con el inmenso dolor en el corazón que implicaba amar a alguien de la forma en que él lo hacía.

No —negó con la cabeza, con las manos y con el corazón.

Y se inclinó para unir su vida a la Midoriya.






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1. Hipoacusia:   Es la disminución de la sensibilidad auditiva. Puede presentarse en forma unilateral, cuando afecta a un solo oído, o ser bilateral cuando ambos oídos lo están.

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Yo creí que podía publicar dos entradas ayer... Pero me dormí.

:'v

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