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La mañana avanza y mi mal humor empieza. Que quiero café y no había, que se canceló mi serie favorita. Un resumen de lo vacío, de mi existencia, lo más vacío.

Me paseo por la casa como un fantasma encadenado, malhumorado. Repaso silencios y lo que no me ha gustado. Quisiera salir volando y conquistar la tierra. Me enoja que la vida no sea a mí manera.

Como luz parpadeante, mi madre se acerca. ¿Qué ve en mí esa mujer etérea?

No comprenderé el amor de madre, el que ama a un prisionero, a una maraña de nervios, a un velero sin destino. ¿Qué tiene el amor de madre que ama mi destino? No lo conozco y a veces me hastío.

No hay nada como el amor de madre, quisiera decirlo, pero siempre en mí se cruza un vestigio. El de la leyenda de un imperio caído, monarca elegido. Las palabras se vuelven polvo roído.

Ante mí, grandeza y hacia atrás realeza.

Nunca comprenderé el amor de madre, el que no es resentido. Toma mi mano y me lleva al nido. Me viste en ropajes de alhelí tejido. Libera al cauto y me dice al oído, que lo que he hecho es una prueba del aguerrido.

Es que el amor de madre, me pinta en cuentos que no he estado y me permite anclar lo más bello de aquel estado. Para creerme un protagonista, sentir que nunca pierdo la pista.

Bello y sagaz, aunque el santo ladre. Puro siempre el amor de madre.

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