CAPÍTULO 05: TE HAS PERDIDO QUIEN SOY
I
Ya era de noche y Fina, tras descubrir la infidelidad de su pareja, había decidido hospedarse una semana en el hotel más barato que encontró en París.
Sale del baño, que después de tanto llorar se había ido a lavar la cara con agua fría para ver si eso ayudaba a bajar el hinchazón de sus ojos, que los tenía rojos al igual que su nariz.
Su móvil estaba sobre la cama, sonando una tercera vez en toda la noche. Y no, no es Esther, sino su padre queriendo hacer una videollamada con su hija, quien no estaba para hablar con nadie. Pero conocía a su padre de sobra, y es que si no cogía esa llamada, le iba a freír el móvil hasta que finalmente le contestara. Podía ser muy, pero que muy insistente cuando se lo proponía.
Fina se sienta en la cama, dejándose caer sobre él junto a un suspiro pesado, mirando al móvil entre ofuscada y dubitativa. ¿Cómo le va a contar a su padre lo que acababa de ver? si ni ella misma se lo cree del todo.
Coge finalmente el dispositivo y termina por aceptar la videollamada de su padre.
—¡A la tercera va la vencida, hija! —se queja entre risas el hombre, pero su sonrisa se borra al ver los ojos y la nariz enrojecidas de su hija, la falta de brillo de sus preciosos ojos marrones y su expresión llena de dolor a través de la pantalla. Y sobre todo, no reconocía el escenario detrás de ella— Ya puedes ir soltando por esa boquita. ¿Por qué no estás en tu casa?
—Ay, papá... —Rompe a llorar de nuevo, sintiéndose vulnerable ante su padre, a quien le es imposible mentir.
Se lo cuenta todo, incluso lo que no se había atrevido a contarle en todo ese tiempo y especialmente en ese último año: Esther le es infiel con una compañera de trabajo, con Brigitte, una infidelidad que lleva meses sospechando, y cada vez que Esther parecía más distante con ella y más celosa, más confirmaba sus sospechas. Y esa noche fue la confirmación, viéndolas en la cama... en su cama.
Le cuenta que se ha tenido que ir a un hotel porque no tiene a quien recurrir para salir de esa situación y hacerlo más llevadero.
Isidro la escucha sin interrumpirla, sintiendo como a él también se le rompe el corazón por ver a su pequeña en ese estado, con la impotencia de no poder estar a su lado y brindarle el abrazo más fuerte y reconfortante que puede darle un padre a una hija.
Aprieta los dientes, respira hondo a la vez que frunce el ceño, harto de esa pelirroja que no se merece a su princesa.
—Vuelve a Toledo —dice por fin esas palabras que lleva tragándose tantos años—. Aquí estamos las personas que de verdad te queremos, ¡deja a esa bruja ya!
—Pero papá...
—¿Cuál es el problema? ¡Te pago yo el billete! es más, ¡vuelves mañana mismo!
—¡Papá, por Dios! —Le corta porque iba a seguir hablando y ella necesitaba pensar con claridad— Las cosas no se hacen así... no puedo dejar mi trabajo del día a la mañana, recuerda que se ha de dar los quince días de antelación.
—¿Y qué vas a hacer, hija? ¿vivir esos quince días en ese hotel mientras la otra va como viva la Pepa? —Muestra su molestia y frustración con un movimiento de brazo— ¿Y verle la cara todo ese tiempo? es como una tortura a ti misma.
—Tengo que volver al piso igualmente para recoger mis cosas, así que será inevitable verla, ¿no? —Se limpia la lágrima del rabillo del ojo— Tengo que enfrentar esto lo mejor que pueda... y poner fin a todo esto. —Suspira y hace rodar sus ojos—. Así que te pido paciencia, ¿de acuerdo?
—Está bien, hija... ¡pero el billete te lo pago yo! —La señala con el dedo y ríe con gracia— Quince días, ¿eh? Te tomo la palabra.
II
A la mañana, Isidro acude a la pastelería de Marta por su taza de café y croissant de mantequilla.
La chica que le había atendido había sido muy amable, ya que cuando le pregunta por Marta y si podía llamarla, en ningún momento se lo niega y es ella misma que va a buscarla en vez de mandar a otro compañero.
Marta no se hace esperar, viéndola bajar por las escaleras con una enorme sonrisa que aparece por ver al mejor amigo de su padre.
—Buenos días Isidro. Qué madrugador.
—Tu tienda me tiene cautivado. —Mira a su alrededor y al resto de clientes—. Y no soy el único. —Ríe con gracia, mirando a la más alta—. Venía a pedirte un favor. Si no es molestia, claro.
—Nunca molestas. Dime, ¿en qué puedo ayudarte?
—¿Me podrías dejar tu portátil? Lo necesito para una cosa importante, y el de mi casa me saca de mis casillas de lo lento que va —le pide con cierta vergüenza, pues nunca le ha gustado pedirle nada a nadie. Siempre ha sentido que le estaba echando morro al asunto.
—Claro, no hay problema. Ves tomando asiento y te lo busco, ¿de acuerdo?
Marta no pone pega alguna, algo que alivia y agradece el hombre gratamente, y sobre todo que no preguntara por ese asunto en concreto. Es decir, él siempre vio esa conexión entre ella y su hija, por lo que, ¿cómo le podría explicar por lo que ha pasado Fina con Esther? ¿por lo que tuvo que ver ayer?
Tampoco es asunto suyo explicar algo privado de su hija, aunque sea algo inevitable a la larga.
Isidro va al piso de arriba, donde se podía estar más cómodo con esas mesas más amplias; a fin de cuentas, Marta pensó en ese piso para que fuera dedicado al teletrabajo, estudiar o simplemente, pasar el rato.
A los veinte minutos más o menos, Damián estaba subiendo las escaleras en busca de su amigo. Lo ve sentado en esa mesa larga, con el ceño fruncido e incluso parecía que iba a estampar el portátil al suelo.
Se traga la risa pero la sonrisa de oreja a oreja no se la quita nadie. Se acerca a él y deja caer su mano sobre uno de sus hombros, y es que Isidro estaba tan concentrado que llega a saltar sobre la silla a causa del susto.
—¿Quieres darme un infarto o qué? —Ahora sí, Damián se ríe a gusto de él mientras se sienta a su lado.
—¿Pero a ti qué te pasa, hombre? No te veía tan interesado en tocar un ordenador desde... nunca.
—Déjame, es que no me aclaro para sacar un billete... —responde aún con el ceño más fruncido si se pudiera, muy concentrado en la pantalla e intentado entender la web de la agencia de viajes.
—Oh, ¿vas a ver a Fina?
—No exactamente.
Ahora es Damián quien frunce levemente el ceño, extrañado por su respuesta. Iba a preguntarle ya que la curiosidad podía con él, pero es ver a su hija subiendo las escaleras y se olvida por completo de su intriga, recibiéndola con una sonrisa.
—Aquí tienes —dice la rubia dejando la taza del café y el bocadillo de tortilla delante de su padre.
—Muchas gracias hija. —La mira—. ¿Por qué no te sientas con nosotros? Al menos no me sentiré tan ignorado —dice mirando al Valero, en un intento de burlarse de él pero es que de verdad que Isidro parecía estar inmerso en su mundo—. ¿Lo ves?
—Ya lo veo... —Mira a su padre que le mira con cara de pena, probando si así la convencía de pasar unos minutos con él.
Marta se rinde ante él y asiente con la cabeza, susurrando un "está bien" en lo que se sienta entre los dos hombres. Damián sonríe ampliamente, ilusionado porque para él es un acercamiento más con uno de sus hijos.
—¿Sigues buscando piso? —le pregunta.
—Claro. No puedo pretender vivir con Andrés y Begoña para siempre... y más cuando se van a casar. —Apoya su mejilla sobre la palma de su mano—. Parece mentira que solo queden dieciocho días para el gran día.
—Aun y todo, el accidente de moto que tuvo le vino bien para centrar la cabeza al conocer a Begoña. —Mira a su hija—. Pronto quedará un piso libre en el bloque de pisos donde estáis ahora... y que compré. Vivirías apenas dos plantas por debajo de tu hermano.
—¿Y ese piso queda libre por qué...? —Hace un movimiento con la mano, invitándolo a hablar y le explicase el motivo.
—Era un piso compartido de universitarios, y ya han terminado sus carreras así que... cada uno se moverá ya a sus vidas. —Como si estuviera haciendo negocios, pasa sus dos manos sobre la mesa, entrelazando sus dedos—. ¿Qué te parece?
Marta tuerce los labios de un lado a otro, pensándoselo unos segundos. La verdad es que se lo está poniendo fácil: viviría cerca de Andrés y Begoña que es lo que tanto a ella como a ellos les interesaba, además ese bloque que compró su padre hace años sabe de primera mano que es un buen lugar para vivir y no son realmente caros —aunque tampoco baratos—.
Respira hondo y se apoya en el respaldo de la silla.
—Parece que nos estés moviendo a todos poco a poco a ese edificio... ¿Cuánto hace que Carmen y Tasio viven juntos?
—Mmm... no llegan al año.
—Y fuiste generoso al ofrecerle un piso a Claudia. No cualquier dueño deja que comparta piso con una compañera de trabajo...
—Digamos que quiero a los míos, y a los vuestros, lo más cerca posible. —Sonríe con amabilidad—. Sé lo importante que es tener a los tuyos cerca, y más ahora...
—No, si a ese paso va a parecer «Aquí no hay quien viva» —habla por fin Isidro, que mientras se peleaba en comprar el billete también estaba poniendo la oreja a su conversación.
—Anda, pero si mi buen amigo está presente al asunto —dice irónico, acompañado con una sonrisa falsa.
Isidro le mira con la ceja muy arqueada, entrecerrándoles los ojos en lo que le replica con su "ñiñiñi" para incordiarle.
—¿Lo podemos hablar más tarde? —dice Marta para que no empezaran a meterse el uno con el otro, otra vez—. Isidro, ¿quieres que te ayude?
—Sí, por favor. —Termina cediendo con un falso lloro.
—¡Ah! ¿y a mí no me pides ayuda?
—Cállate, que estás igual de verde que yo para la tecnología.
Marta, como si fueran dos niños pequeños, les estira de los lóbulos para que dejasen esa discusión infantil. Escucha sus quejidos que le hace sonreír con travesura; arrastra el portátil para ponerse ella en lo que fuera que estuviera haciendo Isidro.
—Cuénteme, ¿qué necesita?
—Comprar un billete a mi hija.
—¿Viene de visita? —pregunta mirando la pantalla y reiniciando la página para empezar de cero, a la vez que disimulaba a la perfección su interés por Fina.
—Más o menos...
—¿Vas a soltar prenda o qué? —pregunta Damián con una ceja arqueada— A mí me ha dicho la misma respuesta ambigua, hija.
La ojiazul mira a su padre unos segundos, ¿por qué responder de manera ambigua a una pregunta sencilla?
No necesita darle muchas vueltas a la cabeza, que desvía su atención a Isidro, mirándolo con seriedad y preocupación lo mejor escondido que podía.
—Isidro... ¿Fina está bien?
El hombre los mira a los dos, a la vez que ellos le miran expectantes y a la espera de su respuesta.
Isidro sabe que a Fina no le gusta que hablen de su vida privada, y menos en algo tan íntimo como su relación con Esther. Pero la pelirroja la engañó por a saber cuánto tiempo y, para colmo, tuvo que pasar el mal trago de verlas en la cama... Algo así era inevitable que fuera saliendo a la luz: y Marta es la que más merecía saberlo.
«Nunca olvidaré como la mirabas... ¿lo seguirás haciendo?», piensa, arrugando los labios y decidido a hablar.
—Fina vuelve a España en quince días. —Padre e hija se sorprenden, incluso se miran para comprobar que habían escuchado lo mismo—. Para quedarse.
—¡Eso es maravilloso! Te lo tenías bien callado. —Se alegra Damián mientras Marta intenta esconder su sonrisa detrás de sus dedos y mirando a la pantalla—. Deberías estar dando saltos de alegría, ¿cómo que no estás haciéndolo ya? —Se le borra la sonrisa y pasa a uno preocupado— Isidro, ¿por qué no estás dando saltos de alegría?
—No es fácil de explicar, y sobre todo por ella... —No puede evitar mirar a Marta, que la mira atenta y con la misma expresión de preocupación que Damián, si no más— Esther la ha estado engañando, y ayer la pilló en la cama con otra.
—¿...Cómo...? —pregunta Marta con la voz apagada tras medio girarse sobre su asiento, mirando a Isidro.
De verdad que creía que su amor por Fina había quedado en el pasado y que, simplemente, quedaba un cariño enorme por esa chica que merecía ser feliz.
¿Por qué recalcar esto? simple, Marta nunca pensó que podría llegar a escuchar algo así y mucho menos sentirse como se está sintiendo ahora: con el corazón hecho añicos, el mundo deteniéndose por unos segundos y sintiéndose horriblemente culpable, viniéndosele a la cabeza un recuerdo, el de Fina pidiéndole consejo sobre si ir a París con Esther o no, y ella la alentó a irse con ella porque de verdad creía que las dos se querían.
Llega a sentir un mareo espontaneo que la hace mirar a la pantalla del portátil y ese billete aún por rellenar los datos.
Frunce el ceño y respira hondo como si intentase controlar el enfado que quiere salir a la luz; se levanta de golpe y coge el portátil, dispuesta a irse de ahí.
—Marta, ¿a dónde vas? —pregunta su padre, sorprendido de su reacción.
—Voy al despacho a comprar el billete. Cuando lo tenga, vendré a dártelo, Isidro —le dice al Valero, viéndolo de pasada.
—¡De eso ni hablar! Soy su padre y-
—¡Voy a ser yo la que la saque de ahí! —explota sin querer en contra del padre de Fina, que se queda helado y sorprendido por su enfado— Perdona, no quería... —Mira hacia otro lado, no atreviéndose a mirar a ninguno de los dos y, simplemente, se va a su despacho casi corriendo.
Los dos le siguen con la mirada, preocupados porque es muy pero que muy raro verla así de enfadada; en cambio, Isidro llega a fruncir levemente el ceño y no aparta la vista allá por donde se ha ido Marta. Entrecierra los ojos, quedándose con la mosca tras la oreja y volviendo a él las sospechas que siempre ha tenido sobre la relación entre Fina y Marta: está convencido que, a pesar de los años, están destinadas a volver a encontrarse y, tal vez, por fin poder estar juntas como se merecen.
III
Fina ha estado evitando a toda costa a Esther en el trabajo durante todo el día, pero huir de ella es algo que no va a poder hacer siempre...
Esther, al volver al piso, se encuentra como Fina sale de la habitación con dos maletas ya hechas y lista para irse para siempre tanto del piso como de su vida.
La pelirroja la mira de arriba abajo, consternada con su actitud hacia ella como si fuera ella la víctima y Fina estuviera siendo injusta.
—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—¿No lo estás viendo? me voy de este piso y de tu vida. Creí que ayer me dejaste muy claro, tanto tú como ella, que esto se ha terminado. —La mira con cierta frialdad, dejando en claro que si alguna vez hubo amor entre ellas, para Fina está más que olvidado—. Apártate.
—Vamos, Fina... no seas infantil —dice, negándose a quitarse de en medio—. Lo de ayer... solo fue un momento de debilidad, ¡te echaba de menos! Mi relación con ella es solo...
—¿Un capricho? ¿algo pasajero? ¿qué vas a cambiar y te vas a volcar en mí? —Le corta sin cambiar su expresión hacia ella y mucho menos su decisión de irse— ¿Qué excusa te vas a inventar ahora para evitar que me vaya? Han sido tantas Esther... estoy cansada de perdonarte. Primero tus celos, luego tu indiferencia, después tu revisión constante en mi móvil, ¿y ahora esto?
—¿Y qué esperabas Fina? no sabes lo que ha sido todos estos años-
—¿Ha sido el qué, Esther? ¡¿Te puedes poner en mi lugar de una puñetera vez?! —le alza, por fin, la voz para defenderse después de nunca hacerlo durante toda su relación— ¡¿Sabes lo que ha sido tener que dejar toda mi vida por ti?! ¡¿sabes lo que ha sido tener que renunciar a mi sueño de ser pastelera para seguir encasillada en un trabajo que no me llena?! ¿Y todo para qué...?
Es la primera vez que Fina explota contra ella y es algo que le pilla de sorpresa, tanto que no puede evitar retroceder un paso y mirarla sorprendida, como si fuera una Fina que no conocía: una Fina nueva. ¿Dónde está su Fina sumisa que siempre hacía lo que ella decía o se encaprichaba? Ahora a quien tiene en frente es la Fina que siempre ha sido pero que la misma Valero decidió enterrar: una Fina peleona que no va a volver a permitir que nada ni nadie la volviera a pisotear como lo ha permitido con Esther y Brigitte.
—Hasta que vuelva a España, te informo que ya he pedido la cuenta y por tanto, estaré solo los quince días que me obliga el convenio. —La mira con cierta indiferencia—. Y te voy a pedir que desde hoy, tú y tu Brigitte os mantengáis alejadas de mí, ¿queda claro? —No recibe ninguna respuesta por parte de la pelirroja, que sintiendo un nudo en la garganta y sintiéndose pequeña ante la Fina que tiene delante, solo puede bajar la vista al suelo— Creo que no me has escuchado bien... me vais a dejar vivir tranquila estos días que me quedan en París, ha quedado claro, ¡¿sí o no?!
—Ha quedado claro... —responde en un hilo de voz, sin atreverse a replicarle ni recurrir a sus artimañas para hacerla sentir mal y volviera con ella, una vez más.
—Bien.
Fina asiente con la cabeza y tomando la última bocanada de aire en ese piso que ha sido prácticamente su jaula en todos esos años, pasa por el lado de Esther y por fin pasa por la puerta, dejando una mala vida detrás y dándose una segunda oportunidad a sí misma.
¿Qué le espera de ahora en adelante cuando vuelva a Toledo?
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