Capítulo 2
ELIZABETH
Ignoro la expresión de desconcierto que aparece en el rostro de Óscar cuando abro la puerta trasera de su coche en lugar de la del copiloto y entro. Pocos segundos después, él sube por su lado y arranca.
—¿Tu dirección? —pregunta.
Me tenso al instante, ignoré ese detalle al pedirle que me llevara a casa. No se puede ser más tonta. Mi intención era no proporcionarle mi dirección a nadie, al menos no a un desconocido. ¡Vivo sola, joder!
Sé que lo normal habría sido compartir piso con alguna estudiante, pero hacerlo, así, a ciegas... No sabía con qué tipo de persona me iba a encontrar, ¿y si traía chicos a casa?
—¿Elizabeth?
Me disculpo y le explico cómo llegar hasta mi edificio. Con entusiasmo, me responde que el suyo no queda muy lejos. Genial.
Reprimo un suspiro y me recuesto en el asiento, necesito convencerme de que llegaré sana y salva a casa. No va a desviar el coche. Tengo que confiar en él.
—¿Qué tal el primer día de trabajo? —cuestiona al cabo de unos minutos, rompiendo el silencio.
—Bien...
—Si quieres, me dejas las llaves de tu coche y mañana compruebo si el problema es de la batería —propone—. Mi compañero de piso debe tener unas pinzas de arranque, puedo pedírselas prestadas.
Dudo, no quiero que siga haciéndome favores.
—No es necesario.
—Insisto.
Lo medito por unos segundos. Nunca me ha pasado algo parecido y no sé cómo solucionarlo. Es aceptar su ayuda o llamar a un taller, y esto último implica dinero. No puedo permitirme más gastos.
—Ya tengo el plan perfecto —asegura antes de que le responda—. Dejo mi coche aparcado en el trabajo, luego consigo que el tuyo arranque y te recojo con él. Todo controlado.
Reprimo una sonrisa y me mantengo en silencio, creo que ya ha dado por hecho que voy a darle las llaves.
—¿Eli? —intenta captar mi atención y enseguida añade—: ¿Puedo llamarte Eli?
—No, no puedes llamarme Eli.
—¿Por qué? ¡Elizabeth es muy largo!
—Porque no somos amigos.
—¿Podré llamarte Eli cuando seamos amigos?
Me remuevo en el sitio, incómoda.
—¿Qué te hace pensar que vamos a ser amigos? —pregunto en un tono borde.
—¡Voy a arreglarte el coche! —exclama con diversión, sin importarle mi antipatía—. Además, no te queda más remedio, vamos a pasar mucho tiempo juntos.
«Solo si soy capaz de aguantar en esa hamburguesería más de una semana», suena en mi cabeza y me regaño al instante. No quiero rendirme tan pronto.
—¿Cuándo he dicho que sí a que me arregles el coche? —cuestiono con la única intención de llevarle la contraria.
No logro verle la cara desde mi posición, pero intuyo que está sonriendo.
El coche se detiene frente a mi edificio unos segundos después y salgo de inmediato, necesitaba tomar aire y destensar los músculos.
Óscar baja la ventanilla del copiloto.
—Dame las llaves de tu coche, Eli, digo, Elizabeth.
Pongo los ojos en blanco, abro mi bolso y saco lo que me ha pedido. Es mi mejor opción, ¿no? Me ha dejado en casa y en ningún momento ha intentado hacerme daño, ¿por qué actuaría de forma diferente mañana?
Nuestros dedos se rozan cuando se las doy y mis pulsaciones se disparan.
—Te recojo justo aquí, a las seis y media, ¿de acuerdo?
—Vale.
Me dedica una pequeña sonrisa antes de marcharse.
Lo primero que hago al llegar a casa es ir directa al baño y desnudarme. Miro mi reflejo en el espejo y suspiro, estoy más delgada que hace unos años y he dejado de ver el brillo que tenían mis ojos azules. No soy la misma persona.
—Pero eres mucho más fuerte —señalo en voz alta—. Y hoy lo has hecho muy bien.
Tras esto, me meto en la ducha.
Son casi las dos y media de la madrugada cuando por fin me meto en la cama, no sé si mañana seré capaz de levantarme temprano para ir a clase. Espera..., ¡no tengo coche! Mierda.
Creo que me quedaré en casa. Desconozco los horarios y líneas del transporte público, y, si las supiera, tampoco es que me apetezca acabar sentada junto a cualquier hombre.
Me despierto sobre las once a la mañana siguiente, ¡olvidé poner una alarma! Desayuno, limpio el baño y me pongo a estudiar un par de horas. Luego me siento en el sofá y marcó de memoria el número de teléfono de mi madre.
—Hola, cariño, ¿ya has llegado a casa? —pide saber en cuanto descuelga.
—Hoy no he ido a clase.
—¿Y eso? Ay, no me digas que vas a dejar la universidad.
Pongo los ojos en blanco, ¿por qué no me escucha antes de hipotetizar?
—No voy a dejar la universidad —le aseguro—. No he ido porque mi coche no arrancaba, pero no te preocupes por eso, ya lo estoy solucionando.
—¿Lo has llevado al taller?
—No exactamente... —Me muerdo el labio inferior—. Te he llamado para contarte otra cosa. ¡Ayer fue mi primer día de trabajo! —exclamo con emoción.
Trabajar no estaba dentro de mis planes cuando decidí mudarme, sin embargo, considero que me será de mucha ayuda. Además, mis padres están corriendo con todos los gastos, y un piso para mí sola en Madrid no es barato.
—¿En serio? ¿Dónde?
—En el HouseBurger. —Sonrío—. Es una pequeña hamburguesería, está alejada del centro y, aunque el horario no sea el mejor del mundo, el sueldo está muy bien.
—¿Cuál es tu puesto? ¿Cocinera?
Sé el motivo por el que me hace esa pregunta, es incapaz de visualizarme en la barra, atendiendo a una cola llena de hombres. A mí también me cuesta creerlo.
—No, estoy en la barra.
—Cariño, ¿estás segura de que eso es bueno para ti? ¿Por qué no llamas a Estefanía y se lo comentas?
—Mamá, abandoné la terapia hace meses —le recuerdo—. Soy consciente de lo difícil que es todo esto para mí, pero sabes que estoy aquí porque es momento de afrontar mis miedos, sola, sin tu ayuda ni la de Estefanía.
—Y con esa actitud vas a conseguir cualquier cosa que te propongas. —La escucho sollozar.
Para Mónica, mi madre, esta situación tampoco es fácil. Ella mejor que nadie sabe el esfuerzo que estoy haciendo, y sé que le duele no estar cerca por si termino en el suelo.
—No quiero que te preocupes por mí, todo irá bien.
Lo cierto es que no estoy muy segura de mis últimas palabras. Ayer sufrí un ataque de ansiedad, el primero estando en Madrid, y, a pesar de que no fue muy intenso, me recuerda que mis temores siguen presentes.
—Eres la mejor.
—Te amo, mamá.
—Y yo a ti, mi vida.
—¿Cómo están las cosas allí? —pregunto para cambiar de tema—. ¿Y papá?
—Todo genial, tu padre está trabajando y yo estaba terminando un encargo de pulseras.
Con mi padre las cosas no han sido muy fáciles desde que aquellos tres malnacidos me arruinaron la vida. Me cuesta acercarme a él de la misma forma en que lo hacía antes, y me detesto por ello. Si alguien no merece mi rechazo, ese es él.
—Así que tu negocio va viento en popa.
—¡Eso parece! Pensaba que no vendería ni una, pero estaba equivocada.
***
Me pongo el uniforme de trabajo, recojo mi cabello castaño claro en una cola alta y salgo de mi piso. Llego al sitio en el que Óscar me dejó ayer y miro el reloj, aún faltan cinco minutos para que sea la hora acordada. Espero que no se haya olvidado de mí, caminando no llegaría a tiempo.
Al cabo de un rato, reconozco mi coche, ¡ha conseguido arrancarlo! Se detiene frente a mí y se baja sin apagar el motor.
—¡Solucionado! —exclama con una sonrisa.
—Menos mal, no podía quedarme un día más sin coche.
—Bueno, ¿nos vamos? —pregunta y asiento—. ¿Dónde me siento? ¿Te molesta si lo hago en el lugar del copiloto?
—¿No vas a conducir? —Mis pulsaciones se aceleran.
—Es tu coche, conduce tú.
El pánico se apodera de mí, ¿soy capaz de conducir teniéndolo a él tan cerca? No estoy muy segura de ello. Me saqué el carné hace un año, después de suspender tres veces el examen práctico. Siempre que suspendí, había un hombre subido en el coche; mientras que la vez que aprobé, solo había mujeres: mi profesora, la examinadora y la compañera con la que siempre daba las prácticas.
No, ni siquiera puedo intentarlo, sería peligroso.
—Mejor conduce tú.
Óscar frunce el ceño en un primer instante, luego encoge los hombros y vuelve a sentarse al volante. Yo tomo aire, me acerco a la puerta del copiloto y dudo durante unos segundos. Me armo de valor y lo hago. Nuestras miradas se encuentran dentro del coche y mi cuerpo se vuelve rígido.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí.
Asiente, baja el freno de mano, mete primera y se incorpora a la carretera. Durante todo el trayecto, tararea las canciones que suenan en la radio mientras yo me dedico a observarlo en silencio, aprovechando que no se da cuenta —o eso creo—. Mis nervios van disminuyendo a medida que pasa el tiempo, y la idea de que vencer mis miedos no es algo imposible se apodera de mi cabeza.
Sonrío.
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