Capítulo 1

ELIZABETH

Camino por las calles de Madrid sintiendo una opresión muy fuerte en el pecho. No es fácil para mí estar aquí, sola y rodeada por ellos. Sin embargo, sé que no me equivoqué al tomar la decisión de mudarme con un único propósito: retomar mi vida.

Voy a conseguirlo.

Me detengo frente al HouseBurger y tomo aire antes de entrar. Estuve aquí hace unos días porque Carmen Garrido, la dueña del local, me llamó después de que le enviara mi currículum por correo electrónico. En la entrevista me aseguró que la falta de experiencia no era ningún problema, que lo importante es que tuviera ganas de trabajar. Y las tengo, pero no sé si seré capaz de adaptarme.

—Oh, ¡ya estás aquí! —Carmen me recibe con una sonrisa—. Muy puntual.

—Hola —murmuro e intento devolverle la sonrisa con naturalidad, estoy nerviosa.

—Sígueme.

Me lleva hasta el almacén y saca un uniforme de una de las cajas que hay amontonadas en la esquina. Me lo ofrece asegurándome que es nuevo y de mi talla, luego me pide que me cambie en el baño.

Cuando salgo, Carmen está acompañada de varias personas que llevan puesto el mismo uniforme que yo. Mis ojos se encuentran con los de un chico y noto que sus labios se curvan. Le aparto la mirada, incómoda.

—Acércate, voy a presentarte a tus compañeros.

Mis latidos se aceleran con cada paso. Son siete mujeres y seis hombres. Seis. Joder.

—Chicos, ella es Elizabeth y trabajará con Óscar y Sara en la barra. —Coloca sus manos en mis hombros—. Quiero que la traten bien y la ayuden a adaptarse.

—Bienvenida —dicen varios de ellos a la vez.

El chico al que le quité la mirada hace unos segundos se adelanta y todo mi cuerpo se tensa, anticipando su contacto. Entonces, retrocede con una expresión que denota confusión. Joder, se ha percatado de que sus intenciones no eran de mi agrado.

—Óscar —se presenta a unos metros de distancia—, Sara y yo estaremos encantados de enseñarte cómo funciona todo.

Lo observo con mayor detenimiento, ¿de qué me suena su cara? Tiene los ojos color café, una incipiente barba y el cabello castaño y revuelto —varios mechones le caen por la frente, así que supongo que ha debido quitarse el gorro que tiene en la mano hace poco—. También es alto, más que yo que mido casi uno setenta.

—Gracias...

Tras esto, se presentan el resto de los trabajadores, todos manteniendo la distancia. He causado una primera impresión de mierda y estoy segura de que ahora piensan que soy una borde. Aunque no puedo negar que agradezco que ninguno de ellos seis me haya tocado.

Carmen se despide y me deja a cargo de mis compañeros. La chica, Sara, me indica que me acerque y comienza a explicarme un montón de cosas mientras Óscar nos mira con atención, impidiendo que me relaje.

«Puedes hacerlo», me repito una y otra vez, no quiero perder este trabajo.

—Eso no es cierto, Sara —señala Óscar, interrumpiéndola.

La pelinegra de ojos verdes lo mira con desdén.

—Tú a este ni caso —me dice.

—Elizabeth, tú escúchame a mí, que llevo más tiempo que ella trabajando aquí.

—¡Eres idiota! ¡Entraste solo una semana antes que yo!

—Y por eso tengo más experiencia. —Sonríe victorioso—. Mira, Elizabeth —se acerca a nosotras y los latidos de mi corazón se descontrolan—, la pantalla es muy intuitiva, no te costará cogerle el tranquillo. Y el resto no es complicado, tan solo cobrar y servir la comida en una bandeja.

Escucho el suspiro de Sara.

—Te has lucido. —Me agarra del brazo y me arrastra hasta una de las cajas—. Tranquila, yo te lo explico todo.

Poco después, los clientes empiezan a llegar y, como no son muchos, Sara se queda conmigo, supervisándome. Menos mal que ella está aquí, hace que trabajar con Óscar no sea tan complicado; aunque no tardo en descubrir que él no es el único con el que tengo que lidiar, también debo hacerlo con los hombres a los que atiendo.

Me es imposible controlar las reacciones que me provocan los roces de nuestras manos al intercambiar dinero. Tiemblo. «No pasa nada, no van a hacerte daño», me digo, a pesar de que es inútil. Mi cabeza a veces logra entenderlo, pero mi cuerpo no, él siempre está alerta.

Cerramos a la una de la madrugada y me apresuro en llegar a mi coche con la respiración agitada y las llaves dentro de mi puño. Ignoro el daño que me hago al aferrarme a ellas con tanta fuerza. Me relajo una vez estoy en el interior, sin embargo, no consigo arrancar y vuelvo a angustiarme. Lo intento de nuevo. Nada.

—Joder... —mascullo.

Entonces el ruido de un golpe en el cristal me sobresalta. Giro la cabeza hacia la izquierda y reconozco a Óscar, que me indica con un gesto que baje la ventanilla.

Miro al frente, muerta de miedo y sin saber qué hacer.

—Elizabeth, ¿estás bien? —pregunta al ver mi reacción.

«Solo se está preocupando, no quiere hacerte daño», me repito una y otra vez antes de bajar la ventanilla.

—No me arranca el coche... —respondo sin mirarlo.

—¿Me dejas probar?

Asiento y abro la puerta, luego salgo para que él pueda entrar. Cuando lo hace, intenta arrancar y tampoco lo consigue.

—Creo que se ha quedado sin batería —dice una vez fuera—. ¿Te has dejado las luces o la radio encendidas?

—No, no lo sé...

—Tengo el coche más adelante, te acercaré a casa.

—No.

—¿No? —cuestiona con desconcierto—. No me cuesta nada, de verdad.

—¿Cómo voy a dejar aquí mi coche?

—Por eso no te preocupes, mañana lo solucionaremos.

Muerdo el interior de mi mejilla, no sé qué hacer y me estoy poniendo muy nerviosa.

—¿Vamos? —insiste ante mi inactividad.

—Prefiero caminar.

—No voy a dejar que te vayas sola, es peligroso.

Después de oír aquello, las imágenes del 20 de junio de 2015 comienzan a atormentarme. Mis amigos y yo habíamos terminado los exámenes de selectividad y decidimos salir a festejarlo. A mí todavía me faltaban un par de meses para cumplir los dieciocho, pero el portero de la discoteca ni siquiera me pidió el DNI. Dentro me agobié, apenas podía moverme por la multitud de gente que me rodeaba y la música estaba muy alta. No quería estar ahí.

Decidí marcharme sin avisar a nadie y, una vez fuera, medité la opción de llamar a mi padre para que viniera a recogerme. Sabía que lo haría, al igual que sabía que me regañaría por haberle mentido —le hice creer que la fiesta era en el sótano de Sandra, una de mis amigas—. Al final, opté por caminar. Mi casa no quedaba muy lejos, supuse que tardaría menos de un cuarto de hora, ¿qué podría pasarme en quince minutos?

Apenas pasaron cinco cuando aquel coche se detuvo a mi lado.

El aire comienza a faltarme y mis ojos se empapan por las lágrimas al recordar lo que pasó después. Mis piernas flaquean y Óscar me agarra del brazo para evitar que me caiga. Me aparto con brusquedad al instante y me apoyo en el coche. La voz de mi terapeuta se cuela en mi cabeza y me recuerda lo que debo hacer para controlar el ataque de ansiedad.

—¿Estás bien? —Se coloca frente a mí, luce preocupado—. ¿Cómo puedo ayudarte?

Niego con la cabeza, no quiero que haga nada, no quiero que vuelva a tocarme.

Al cabo de unos cuatro minutos, consigo controlar mi respiración. Óscar sigue aquí, observándome con preocupación. Lo miro de reojo, avergonzada.

—Lo siento —murmuro.

—No pasa nada, ¿estás mejor?

—Sí.

—¿Por qué te has puesto así?

—No preguntes.

—Vale.

—¿Me acercas a casa? —le pido.

No es algo que me agrade, de hecho, me parece una idea horrible, pero ¿acaso tengo más opciones? Me aterra volver sola a casa.

—Claro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top