Esposa feliz, vida feliz
Boston, en la actualidad
Esposa feliz, vida feliz o eso es lo que dicen. Pero mi esposa no esta nada feliz en este momento, lo sé por la forma en que sus zapatos de tacón resuenan contra el piso del bufete. Y si ella esta enojada, significa que va desquitar su enojo con alguien y por la forma que sus zapatos suenan cada vez más cerca me doy cuenta que ese alguien soy yo. Esposa feliz, vida feliz, bueno, mi vida está lejos de ser feliz en este momento.
-Nicolás.-ella dice antes de abrir la puerta de mi oficina.
Esta enojada, para cualquier otra persona que no la conozca lo suficiente ella solo luce algo molesta, pero yo la conozco, llevo doce años de conocerla y se medir sus niveles de enojo. Este es un enojo que tal vez pueda controlar.
-Nicolás.-vuelve a decir cuando cierra la puerta y camina con suma elegancia hasta mi escritorio.
Ella se mueve hacia la pared de vidrio y la luz del sol hace lucir su cabello aún mas rojo de lo que ya es. Tiene su cabello perfectamente peinado hacia un costado, sus largas ondas caen sobre su hombro derecho y deja parte de su cuello delicado expuesto. Es hermosa, tiene un perfil delicado, parece casi esculpido a mano.
-Amelia.-le digo.
Ella no se gira y pasa una mano por la manga de su blusa morada. Me gusta como ese color contrasta contra su piel blanca.
-¿Qué te trae a mi oficina Amelia?
Su oficina esta al otro lado de este piso, a varios metros de distancia. Ambos somos abogados, tenemos nuestro propio bufete que construimos con mucho esfuerzo Clarke&Mayer. Ella es abogada de divorcios y yo soy abogado de derecho internacional privado.
-Tu secretaria.
Nuestro tema de discusión favorito estos días. Rose, mi nueva secretaria. Amelia no le agrada, la acusa de coquetear descaradamente conmigo y a mí de seguir su juego.
-¿Qué sucedió esta vez?
Ella se gira y sus ojos verde azulados me miran fijamente. Adoro ver sus ojos, a veces son azules, tan azules como el mar y otras veces son verdes musgo. Es difícil definir el color de sus ojos porque cambian constantemente. A veces cambian según su humor y eso me resulta fascinante, ella es fascinante. Pero hoy sus ojos lucen tristes y veo como sus brazos caen a sus costados con cansancio.
-Hablare con ella.-le digo aunque no sé sobre que debo hablar con mi secretaria.
-Bien.
Ella mantiene un rostro inexpresivo.
-¿Bien? ¿Eso es todo? ¿No vamos a discutir? Eso es nuevo.
Mueve su cabeza y se pasa una mano por su cabello.
-Hace mucho que no discutimos, Nicolás. Yo empezaba discusiones solo para que tengamos algo de qué hablar. Solo para poder hablar con mi esposo pero me cansé. Si mi esposo quiere hablar conmigo puede intentarlo él también.
Quiero decirle que estado ocupado, que he tenido mucho trabajo pero eso se lo digo todo el tiempo y ella ya debe estar cansada se escuchar lo mismo. Creo que el trabajo es sobre lo único que hablamos. Trabajamos en el mismo edificio a solo metros de distancia y aún así no podemos hacer tiempo para almorzar juntos o tomar un café. Al principio ella lo intentaba pero después de varias veces que yo la cancele o la dejé esperando, ella dejó de intentarlo.
-Recuérdame ¿Cuándo fue la última vez que tú y yo hablamos? -me pregunta ella.
-Estamos hablando ahora.
Ella cruza sus brazos y me mira con molestia, ella detesta cuando las personas juegan al tonto.
-Sabes de lo que estoy hablando.-me dice ella en un tono suave.
Es normal en ella, Amelia no levanta la voz. Dice que las personas gritan cuando sus argumentos son vacíos, entre más vacíos son sus argumentos más necesitan levantar la voz. Ella no levanta la voz.
-Lo sé, amor, créeme que lo sé y la respuesta es no. No lo sé.
Me levanto de mi sillón de cuero negro y camino hasta donde esta ella. Tomo su mano y la guío hasta el sofá blanco.
-No soy feliz, Nicolás.
Justo lo que me temía.
-¿Porqué?
-Tengo la casa, tengo el trabajo de mis sueños y al hombre que amo pero me siento vacía y sola. No soy feliz y extraño eso. Nos extraño.
La acerco a mi cuerpo y la siento con cuidado en mi regazo, la envuelvo en mis brazos y ella recuesta su mejilla en mi hombro. Su aliento golpea mi cuello y su perfume Chanel N°5 me embriaga.
-Salgamos a cenar esta noche. Vamos aquel lugar italiano que te gusta.
-No vas a llegar, no lo haces y me va doler esperarte.
-Llegaré, estaré ahí, lo prometo.
-Odio las promesas huecas.
Ella odia muchas cosas. Odia los días demasiado soleados porque detesta el calor. Odia los zapatos platos porque le resultan simples y dice que no ayudan a lucir la ropa. No le gustan las prendas de vestir color amarillo o naranja, aunque ama cuando las hojas de los árboles adquieren esos colores en otoño. Ella ama el otoño. Ella ama mucha más cosas de las que odia. Y yo no puedo imaginar no amarla.
-No es una promesa hueca.
Ella se aparta de mí y me sonríe. No es aquella sonrisa fría y estudiada que le da a los demás. Es una sonrisa que solo guarda para mí. Como la sonrisa que me da en las mañanas, cuando se levanta con su cabello algo despeinado y sin nada de maquillaje. Es una de mis sonrisas favoritas.
-Me pondré el vestido verde.
Me gusta como ese color resalta sus ojos. Me gusta cuando ella viste prendas de ese color y el verde es su color favorito.
Ella me vuelve a sonreír y se acomoda ahorcada sobre mí. Su falda se levanta y paso mis manos por la suave piel de sus piernas. Ella acerca sus labios a mi cuello y deja suaves besos.
-No podemos hacer esto aquí.-me dice ella mientras sus dedos recorren mi pecho hasta los botones de mi camisa.- Tenemos que mantenerlo PG ¿Recuerdas?
El sexo en la oficina siempre fue un problema al inicio, aún lo es a veces. Pero cuando hemos sido atrapados demasiadas veces y en situaciones muy comprometedoras es mejor mantener las cosas aptas para todo público. Se lo prometimos a Mark, quien a sido nuestro amigo desde la Universidad y trabaja con nosotros, es abogado bursátil del bufete. Y también a Stella a quien también conocemos desde la Universidad y trabaja aquí como abogada corporativa. Ambos nos han encontrado en diferentes partes de este bufete. Pero no han sido los únicos.
-Debemos parar.-me dice Amelia mientras muerde el lóbulo de mi oreja.
Mis manos están acariciando su lencería de encaje. A ella le gusta combinar el color de su lencería con la ropa que esta usando, así que hoy esta utilizando lencería de un hermoso tono morado. Ella me quita mi camisa y yo procedo hacer lo mismo con la de ella. Mis labios van hacia sus pechos redondos, son del tamaño perfecto. Ella gime y pasa su lengua por su labio superior.
-Nico, debemos parar.
Pero ella empieza a mover sus caderas y estamos en un punto de no retorno cuando sus dedos recorren el bulto en mis pantalones.
-Puedo ayudar con esto.-me dice ella y le da un leve apretón mientras me sonríe con picardía.
Acerco mis labios a los de ella y la beso de forma lenta, disfrutando la sensación de tenerla cerca. De tenerla entre mis brazos porque siento que nunca puedo tener suficiente de ella.
La puerta se abre y Mark entra en mi oficina. Cuando nos ve suelta una carcajada.
-Vamos ¿En serio? Prometieron mantenerlo PG en horarios de oficina.
Amelia se apresura abotonar su blusa y se levanta de mi regazo, se acomoda su falsa y su cabello. Respira hondo y luce como si nada. Si hay alguien que puede controlar sus emociones esa es mi esposa.
-No estábamos haciendo nada malo.-le dice Amelia a Mark.
Este la mira con incredulidad. Yo termino de prender mi camisa y me acomodo el cabello lo mejor que puedo.
-¿Y que excusa me darás esta vez? Recuerdo la vez que me dijeron que ella se estaba ahogando y le estabas dando respiración boca a boca. O la escusa del calambre en la lengua que tuvo Nicolás y que Amelia trato de aliviar con su lengua.
Podemos ser unos de los mejores abogados del país pero nuestras escusas son terribles. Veo como Amelia sonríe y golpea juguetonamente el hombro de Mark.
-No te olvides de la vez que una abeja mordió su lengua y yo ayude con el dolor dándole un masaje con mi lengua.
Ahora todos estamos riendo. Por un momento es igual a nuestra época en la Universidad. Sin tantas preocupaciones sobre nuestros hombros. Por un momento mientras reímos es fácil olvidar los problemas.
-Debo volver al trabajo.-me dice Amelia.-Cena, esta noche a las siete. Si llegas tarde te castro.
Ella suelte una risa antes de besar mis labios y salir de mi oficina.
Cuando salgo a dejar un sobre a Rose para que lo envíe la veo de pie a unos metros hablando por teléfono. Ella esta de pie hablando con él, lo puedo saber por la postura de su cuerpo, por la forma en que sostiene el teléfono. Ella esta hablando con Henry y la sonrisa en su cara la delata. Henry siempre ha estado ahí para ella, es su roca.
-Necesito que entregue estos documentos.-le digo a mi secretaria sin mirarla y solo mirando a mi esposa.
Ella estaba embarazada hace algunos años atrás. No era un buen momento, no estaba planeado, nosotros acabamos de poner el bufete, teníamos la casa y el dinero suficiente para sobrevivir mes a mes pero ella estaba embarazada. Cuando nos enteramos estábamos asustados, preocupados y emocionados. No perdió al bebé en un aborto cuando era del porte de un maní, no, nuestro hijo creció en su vientre, estábamos felices de sentir sus patadas de escuchar los latinos de su corazón. Hasta que descubrimos que el bebé tenía osteogenesis imperfecta tipo dos, estaba muriendo poco a poco en su vientre, hasta que finalmente murió y ella tuvo que traer un niño muerto a este mundo y eso la dejó devastada. Henry estuvo ahí con ella. Él recuerdo brilla en mi mente, pienso en esa noche con mucha frecuencia estos días.
-No puedo encontrar a mi esposa.-le dije al teléfono.
Lo llamé por que sabía que si alguien podría saber dónde esta ella, era él. Pero Henry tampoco sabe donde está y la angustia crece en mi pecho. Me siento mal por haberla dejado sola, debí pedirle a Stella que nos ayude con las compras o que se quede con Amelia mientras yo me iba, pero la dejé sola y ahora no la puedo encontrar. Henry llega a la casa en pocos minutos, le explico vagamente como ha sido la situación estos días.
-Ella va a estar bien, es Amelia de quién hablamos.
Pero yo no puedo estar tranquilo y consolarme con esas palabras. Henry se levanta cuando la puerta se abre y veo Amelia entrar en la casa. Ella esta temblando, salió de casa sin abrigo, solo con una ligera blusa. Henry la sujeta y la lleva hasta el sofá , la hace sentarse y le dice que todo estará bien. Yo le paso una manta y lo veo envolverla con la manta y como Amelia se recuesta en su hombro. Veo como ella confía en él, veo como Henry se preocupa por ella. Veo la historia que pudo ser. Sé que él la ama, sé que haría cualquier cosa por ella, siempre orbitando cerca, ella dice que él es su roca. Ella me compara a mí con el mar, impredecible y que esconde grandes misterios en la profundidad. A veces creo que ella hubiera estado mejor con Henry, que si ella lo hubiera escogido a él no habría sufrido el trauma de tener que traer un niño muerto a este mundo. Veo como Henry pasa su mano por el cabello rojo de Amelia, lo hace con tanta familiaridad que me molesta pero no digo nada, esto no se trata de mí, se trata de ella. Siempre es por ella. Yo también haría cualquier cosa por ella y una de esas cosas es soportar la amistad que tiene con Henry. Pero Henry se va y me quedo solo con ella. La llevo a la cama y ella se abraza a mi con fuerza.
-No me gusta el carrusel y siento que mi vida es un carrusel y no se detiene. Gira y gira, yo solo quiero que se detenga. Por favor, has que se detenga el carrusel.
Ella dice contra mi pecho y siento como sus lágrimas mojan mi camisa. Henry puede ser su roca pero yo soy su esposo, su amigo quien siempre a estado con ella y a quién ella le cuenta sus miedos. La sujeto fuerte contra mi cuerpo y no le digo que todo va a estar bien, porque yo no sé lo que a suceder.
-No puedo detenerlo, Amelia pero puedo subirme contigo y tomar tu mano durante el viaje.
Ella toma mi mano.
-Eso estaría bien.-me dice ella.- Pero no me sueltes, por favor, no me sueltes.
Vuelvo a la realidad cuando Amelia guarda su teléfono y se gira, su mirada se encuentra con la mía y me da una sonrisa antes de desaparecer en su oficina.
Ella ya se fue hace una hora. Yo me levanto de mi escritorio y empiezo a ordenar los documentos para poder irme a casa y llegar a tiempo a nuestra reservación para cenar. Cuando salgo, Rose aun esta afuera en su escritorio. Ella me mira con una sonrisa y sus ojos brillan. Ella me mira como si yo fuera un Dios. Amelia jamás me miró así, con ella siempre hemos sido iguales, siempre hemos estado en la misma línea y algunas veces ella me supera. Pero Rose me mira como si fuera el sol y se siente bien por un momento.
-Señor Mayer, buenas noches.
-Buenas noches señorita Steven.
Con Amelia las cosas nunca fueron sencillas. Con Rose todo parece fácil...
-Ya es tarde, vamos, déjeme llevarla a casa.
Ella luce claramente feliz por lo que acabo de decir y se levanta vigorosamente de su silla, toma sus cosas y juntos caminamos hasta el ascensor. Cuando las puertas se cierran no sé que sucede, ni siquiera sé como sucedió pero de un momento a otro Rose me esta besando y yo le devuelvo el beso.
Esposa feliz, vida feliz... bueno mi esposa claramente no estará feliz después que le cuente esto.
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