Capítulo XXXI

Abby no había pasado bien la noche. La revelación de Sara, la hermana de Oliver, le había dejado con insomnio. Ahora comprendía la razón de porqué Oliver se ponía tan mal ante la sola mención de la palabra madre. Cualquiera se pondría así después de haber vívido semejante infierno, y más siendo apenas un niño. Saber lo que le había sucedido le había dejado bastante angustiada, y ahora aceptaba que ella no era suficiente para ayudarle. Sin duda necesitaba de la ayuda de un profesional.

Así que, nada más empezar la mañana, buscó el número de un psicólogo —más bien de un psiquiatra, ya que los psicólogos no tenían el poder para justificar las ausencia de Oliver en el instituto —de Andorra y llamó. En cuanto le contestaron, pidió cita, alegando que era urgente. La secretaria que le atendió le pasó con la psiquiatra para que le expusiera las razones de dicha urgencia. A decir verdad, Abby no sabía si tenía el derecho de comentarle a un desconocido acerca del intento de suicidio de Oliver, y de hecho, no debía hacerlo ya que eso alertaría a la protección de menores, así que solo le comentó que Oliver estaba faltando a clases y por ello no podía esperar.

La psiquiatra Marina le marcó cita para aquella misma tarde. A las seis y media, lo que Abby agradeció de todo corazón, pero en cuanto colgó, sintió una oleada de nervios. Temía que Oliver se fuera a poner mal cuando le dijera que tenía que ir a hablar con una desconocida, aunque dudaba que fuera a hablar en realidad, y mucho menos acerca de sus traumas de infancia. Ni siquiera se los había dicho a ella.

En todo el trayecto en coche, Abby se sentía tan mareada como si estuviera ebria, y esa sensación parecía crecer a medida que se acercaba a la residencia de Oliver.

Él estaba sentado en el último escalón de las escaleras que le dirigían a su edificio, y en cuanto la vio, se alzó y caminó hasta el vehículo.

—Buenos días —en cuanto entró le dio un abrazo apretado.

En todo el camino hasta allí había estado pensando en la mejor manera de decirle,  pero aunque existían miles de formas de hacérselo saber, era consciente de que a Oliver no le iba a gustar en lo absoluto.

Oliver disfrutó poco tiempo del abrazo, ya que Abby se alejó de inmediato y le miró con una sonrisa que dejó entrever que ocultaba una mala noticia.

—Oliver, te marqué una cita para hoy con una psicóloga —le soltó sin ánimos de guardarse esa información por más tiempo.

El horror que surgió en sus ojos verdes le demostró que no se había equivocado. Aquella noticia a Oliver le había sentado como un balde de agua fría, pero de todos modos, asintió, porque sabía que no tenía otra opción. No podía seguir faltando a clases sin un justificante firmado por un psicólogo.

—No te preocupes, tu psicóloga, Marina, es una mujer bastante agradable. Bueno, no la conozco en persona, pero por teléfono ha sido muy amable —trató de animarlo, a lo que él volvió a asentir sin ninguna pizca de ánimo.

En ese momento, Abby no pudo evitar mirar la mascarilla y preguntarse qué tan horrible era la quemadura. Por la noche había buscado fotos de personas con el rostro quemado y le disgustó bastante imaginarse aquel daño en su rostro. No estaba segura de que pudiera soportar ser juzgada constantemente con la mirada por tener una quemadura así.

—Pero solo será a las seis y media, así que tendremos mucho tiempo para divertirnos —le dio una palmadita en el hombro izquierdo, buscando cualquier otra mirada que no fuera la de la depresión, pero no lo consiguió.

Así que comenzó a conducir en compañía de la agradable voz de la cantante que provenía de los altavoces del vehículo. Oliver estaba apoyado en el respaldo del asiento, mirando el exterior a través de su ventana. No era la primera vez que estaba tan quieto y tan callado, pero en aquella ocasión, a Abby le puso muy nerviosa que estuviera así. A veces, tenía la sensación de que Oliver tenía la intención de abrir la puerta y lanzarse a la carretera, pero lo único que hacía era abrir y cerrar los dedos.

—Oliver, tengo un regalo para ti.

Más que por el regalo, Oliver la miró con interés por el tono entusiasmado que había empleado. Abby tenía la mano abierta y en ella había una pequeña tarjeta negra. Era una sd card para el móvil.

—Creé una lista de canciones para ti. Aunque en realidad solo he ido añadiendo mis canciones favoritas —confesó alegremente y dejó la tarjeta sobre una de las manos de Oliver —Espero que te gusten.

Oliver no respondió ni asintió como tenía por costumbre hacer, apenas tomó la tarjeta con dos de sus dedos y se la quedó mirando por un rato, y solo entonces, asintió y se la guardó en el bolsillo.

Si no fuera porque sabía lo que le esperaba a las seis y medía, le habría dado las gracias.

—Si quieres puedo traer una tarjeta vacía y tú le pones las canciones que más te gustan para que yo pueda escucharlas, ¿qué me dices?

No respondió, apenas apoyó la cabeza en el cristal, cerró los ojos y se quedó en absoluto silencio. Era la señal de que no quería seguir hablando. No estaba de humor para hacerlo, pese a que estaba junto a la única persona que le transmitía calor humano.

Gracias a los trotes de la conducción, minutos después se había quedado dormido. Cuando cerró los ojos, no había sido con esa intención, pero allí estaba, atrapado en uno de los tantos escenarios catastróficos de su pasado, el peor de toda su vida, aquel donde su madre le había desfigurado la cara para siempre.

Esa mujer, esa Marina, seguramente trataría de hacerle hablar sobre ese incidente. No tardaría ni dos segundos en preguntarle sobre la razón de la mascarilla, y Oliver no tardaría ni siquiera un segundo en querer irse, y lo haría. Aunque sabía que tenía la obligación de quedarse hasta el final, era consciente de que no podría soportarlo.

—¿Oliver, estás bien? —la voz preocupada de Abby y el peso de su mano en su hombro derecho le devolvió a la realidad.

Estaba sudando y el corazón le iba a mil por hora, porque había tenido pesadillas, cosa que no era ninguna novedad.

Podría haberle mentido a Abby con un sencillo asentimiento, pero no lo hizo, porque quería que ella le envolviera con sus brazos y le dijera que le quería. Eso era todo lo que necesitaba, y ella no tardó en hacerlo.

Solo entonces, se percató de que estaban aparcados en un parking cualquiera, en algún lugar de Andorra que él no lograba ubicar, pero ni siquiera trató de reconocerlo, porque le daba igual. Cualquier lugar era bien recibido desde que Abby estuviera presente. Cualquier lugar menos... Su casa, porque no quería volver a cruzarse con su madre. Verla le causaba una mayor angustia a la que estaba acostumbrado, cosa que creyó que no era posible.

—¿Tienes hambre? —le miró, sujetándole por los hombros —He traído unos bocadillos y unas cuantas chucherías.

Oliver negó de inmediato, primero, porque no quería que Abby saliera del coche, y segunda, porque no tenía hambre. Aquella mañana apenas había tomado unos cuantos sorbos de café con leche, pero no tenía el menor apetito.

—Lo único que quieres es que Abby se preocupe más por ti para que estés seguro de que no va a irse —le escupió Alexa desde el asiento trasero, mirándole con expresión de repulsa.

—Oliver, no tienes que preocuparte porque vaya a coger frío —cuando Abby se inclinó por entre los asientos para agarrar la bolsa que estaba sobre el asiento de atrás, Alexa desapareció de la vista de Oliver —Toma —le dejó la bolsa en el regazo —Tú come sin prisas.

—No —Oliver la agarró del brazo en cuanto hizo el ademán de abandonar el vehículo, y cuando ella le miró, negó con la cabeza —No quiero nada —empujó la bolsa contra su regazo.

—De verdad que no necesitas...

—Yo solo quiero estar contigo.

Tanto Abby, como el propio Oliver, se miraron sorprendidos. Era la primera vez que Oliver le confesaba algo así, aunque era evidente que lo había hecho en un impulso. Un impulso que causó que se desmoronara entre gruesas lágrimas, que inútilmente trató de contener.

Trató de traparse los ojos con las manos, pero Abby fue más rápida a la hora de darle abrigo entre sus brazos.

Oliver quería hablar, hacerle saber de todo lo malo que cargaba en su pecho. Solo con Abby sentía ese deseo, pero no podía hacerlo, porque en cuanto lo hiciera, se iría. Iba a dejarlo solo, porque nadie querría consolar a un monstruo. Eso le decía Alexa, el hermano de ella, su madre, su tía, su padre y miles de rostros desconocidos.

—Yo...

Necesitaba que alguien le dijera que él también había sido una víctima, lo necesitaba aunque era consciente de que sería una vil mentira. Era por eso, que en aquel momento estaba empeñado en hablar, pero no podía hacerlo, porque eso significaría perder a Abby. Porque eso iba a suceder. Solo eso.

Como Abby había adivinado, Oliver no dijo nada más y ni siquiera lo intentó. Solo dejó que lo consolara durante un buen rato en silencio.

—Oliver, ¿sabes? Hay una persona que se muere por conocerte, ¿quieres que te enseñe una foto suya? —se alejó un poco para mirarle con entusiasmo. Se le había ocurrido de repente hablarle de su mejor amiga.

No esperaba una reacción emocionada de su parte, y así fue, pero eso no le quitó ni un poquito de entusiasmo.

—Ella es Margo, mi mejor amiga —le mostró la mejor foto que tenía guardada en el móvil, en donde ella tenía la barbilla apoyada en la palma de la mano y una expresión ciertamente angelical. Con sus ojos azules y su piel blanquecina, su rostro en forma de corazón, sus labios perfectos y sus pocas pecas, Margo era una belleza —¿A que es bonita?

Oliver no dudó en asentir. Estaba de acuerdo con ella, aquella chica era bastante bonita, y no pudo evitar envidiar su rostro. A decir verdad, envidiaba cualquier rostro sin quemadura.

—Es muy bonita, tiene una figura de escándalo y encima tiene una voz preciosa, es la envidia de muchas.

Por el tono de voz que había usado, Oliver pudo percibir de ella cierta envidia, aunque no era una envidia enferma de esas que le deseaban lo peor a la otra persona.

—Tú también eres bonita, Abby.

—¿Eh? —lo dijo tan de repente, que ella no pudo evitar ruborizarse un poco —Bueno, no me considero fea la verdad, pero Margo es mucho más bonita que yo.

Abby sintió ganas de reír cuando Oliver negó con la cabeza. Era uno de esos muy pocos momentos en los que la esencia de la depresión no saturaba su mirada.

—¿Entonces te parezco muy bonita? —echó las trenzas para atrás, se paró en una pose de modelo y adaptó su mejor expresión angelical. Tuvo que hacer mucho esfuerzo para no echarse a reír.

—Sí, lo eres.

Las ganas de reír se disparon en cuanto escuchó ese halago tan sincero y por primera vez en su vida sintió que la sangre se le calentaba de la cabeza a los pies. Nunca antes nadie había logrado ese efecto, ni siquiera en su primer beso ni en su primera vez.

—Gracias, Oliver —se rascó la nuca, ciertamente tímida, pero después le obsequió una sonrisa y le dio un fuerte abrazo —Nunca antes nadie me había dicho con tanta convicción que era bonita. Ahora, gracias a ti, me siento la chica más bonita del mundo.

Era quizás la única vez que Oliver había logrado que alguien se sintiera bien gracias a palabras suyas, y eso le hizo sentir bien.

—Bueno, estaba hablando de lo tanto que Margo quiere conocerte y me desvié del tema —admitió Abby riendo y se alejó una vez más para continuar enseñalándole fotos de su mejor —Desde que le hablé de ti, me ha repetido lo tanto que quiere conocerte. Te asegura que es una chica muy agradable. Cualquier persona querría tenerla de amiga.

Oliver no dijo nada, ni afirmó con la cabeza, pero miraba atento las varias fotos que Abby le mostraba, especialmente en las que aparecía ella también sonriendo o riéndose. En aquellas fotos, Abby se veía del todo relajada y contenta, al contrario que cuando estaba con él. Hasta ahora no se había dado cuenta, pero así era, con él, Abby estaba siempre un poco tensa, aunque lo ocultaba bastante bien.

—Tengo una lengua bastante larga —comentó cuando llegó a una foto donde tanto ella como Margo estaban sacando la lengua a la cámara —De niña me la pasaba tocándome la punta de la nariz con la lengua y me creía la mejor, pero ahora no me gusta que sea tan larga. ¿La tuya es grande?

¿Lo tan grande como para alcanzar la punta de su nariz? Oliver negó de inmediato al recordar que más de una vez, siendo niño, lo había intentado.

—Así que soy la única camaleón de los tres —se burló de sí misma un poco apenada y continuó enseñándole las varias fotografías —Si quieres que pare, solo tienes que decírmelo. Son más de quinientas fotos.

Supuso que Oliver prefería apoyar la cabeza en el cristal y cerrar los ojos, como acostumbraba a hacer, pero él negó con la cabeza, haciéndole saber que quería seguir viendo las fotos.

A cada dos o tres fotos, Abby comentaba algo acerca de las fotografías, en dónde habían estado, cómo se lo habían pasado. Oliver tenía toda su atención, porque estaba bastante interesado de conocer todo de ella.

—En este momento, Margo había terminado con su novio y fuimos a bailar a una discoteca.

En la pantalla estaban Margo y ella sosteniendo cada una, una copa y sonriendo para la cámara. Ambas estaban iluminadas por los distintos colores de la discoteca y tras ellas habían varias personas que bebían o bailaban. Era evidente que aquel lugar estaba abarrotado de gente.

—Esto fue en fin de año del año pasado.

En la foto estaban las dos sentadas en plena noche en un banco del que habían empujado la nieve, y aunque estaban bastante camufladas del frío, era evidente que se estaban congelando. Su amiga Margo tenía la nariz y las mejillas tan rojas como la nariz de un payaso.

—Mi amiga estaba muy borracha —confesó Abby riéndose, ampliando la foto para que Oliver pudiera verle mejor las mejillas y la nariz —Pero yo no había bebido porque tenía que conducir. Aunque tampoco es que me guste el alcohol. Prefiero despertarme sin un dolor de cabeza abismal.

Oliver no había tomado ninguna gota de alcohol en su vida, pero sí que conocía el olor de la cerveza y el vino tinto, y no le agradaban en lo absoluto.

—Ah, aquí fue cuando nos fuimos a relajarnos a las piscinas.

En la captura, Abby estaba sentada en la orilla de una piscina, con los pies dentro del agua y echada para atrás, apoyada en la palma de sus manos y con los ojos cerrados. Fue la primera vez que Oliver la vio en bikini, y aunque era evidente que era delgada, no pensó que tuviera el vientre totalmente plano.

Sin embargo, en ninguna de esas fotos Abby tenía el cabello suelto, y eso era lo que Oliver más quería ver. Aunque Abby no le había hablado muy bien de su afro, por algún motivo, estaba seguro de que le iba a encantar.

—¿No tienes una foto de tu cabello suelto? —aunque no le gustaba hablar, la curiosidad le venció, cosa que hizo que Abby sonriera con verdadero entusiasmo.

—Buenooo, tengo alguna, pero es de hace unos dos años, y no me gusta mucho. El afro hace que parezca que tenga la cabeza pequeña.

Aunque a Abby no le agradaba mucho la idea de enseñarle la foto, buscó entre los varios álbumes que tenía y abrió la foto que había mencionado.

En cuanto Oliver vio la increíble cabellera, no pudo evitar compararla con una cabellera de león. Verla con trenzas y con afro era totalmente diferente. Abby cambiaba bastante la verdad.

—Me queda horrible, por eso prefiero las trenzas —tomó una de las tantas trenzas.

Estaba acostumbrada a los silencios de Oliver, pero aquel lo interpretó que no le había gustado verla con afro, y no le sorprendía.

—Es bonito.

—¿Eh? —Abby le miró absolutamente desconcertada, como si le estuviera hablando en otro idioma.

—Tu cabello es bonito.

Si fuera otra persona, Abby habría asumido que se estaba burlando de ella, pero sabía que Oliver no lo haría. De hecho, estaba siendo más sincero que nunca.

—¿Bonito? —sus padres le habían dicho siempre eso, e incluso su amiga se lo había dicho mil veces, pero nunca pensó que lo dijeran de verdad si no que lo hacían porque la querían —Que va... Siempre parezco que ando despeinada cuando lo llevo suelto. Míralo bien.

Oliver miró una vez más la foto, pero no tenía la necesidad de hacerlo, porque ya tenía claro que le parecía bonita, y por más veces que lo mirara, no iba a cambiar su opinión.

—Es bonito —insistió.

Abby iba a negar una vez más, pero de repente se quedó muda, y era del todo comprensible, ya que, aunque Oliver llevaba la mascarilla, lo había visto sonreír. Lo había notado en su mirada. No fue una sonrisa plena, pero sí fue sincera. Aquella pequeña sonrisa le había salido del corazón.

Espero les guste el capítulo 😁😊


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top