Capítulo XXIV
Desde aquella discusión, Gael evitó encontrarse con su hermana; y de eso hacía ya más de cinco meses, y pese a ello, Alexa seguía tocando a su puerta. Era la única que recordaba que él existía.
***
Oliver no pudo concentrarse en el juego de mesa por culpa del peludo ocupante de su regazo. Transcurría el tiempo y el amigo de cuatro patas de Abby seguía inmóvil.
Después de lanzar los dados, tomó la figura del gato y permaneció pausado con la mirada fija en el vientre del animal.
—¿Mamá?
Ese interrogante sonó en su cabeza en compañía de la imagen de la rendija de una puerta abriéndose lentamente. Allí estaba ella, su mamá, tirada sobre la cama, con una expresión de cansancio. Era extraño verla tan tranquila, al menos para Oliver, quien estaba acostumbrado a sus gritos.
—¿Oliver, sucede algo?
La dulce voz de Abby le regresó al presente. Recordar nunca dejaría de doler, ni podía imaginar esa posibilidad, pero ahora podía captar la imagen de Abby, la que le transmitía consuelo.
De forma distraida, Oliver avanzó siete casillas, y el ceño se le arrugó cuando se percató de que había dos casas en la casilla roja donde había caído.
—Así es, mi querido Oliver, —Abby apoyó los codos en el regazo, luciendo aire de satisfacción —me diste la tarjeta que me faltaba a la ligera, y ahora comenzarás a pagar las consecuencias.
Abby soltó una risa traviesa mientras se ventilaba con su exprimida faja de notas, mientras observaba a Oliver contando el dinero que le debía pagar. A causa de la mascarilla, Abby no podía verle la mitad del rostro, pero la minúscula arruga que se formó en su ceño delató su pequeño grado de frustración.
Oliver la miró de nuevo y encogió los hombros.
—Así que te da igual. Eso piensas ahora, pero tú no sabes lo que es perder veces sin cuenta. Créeme que sé de lo que te hablo.
Tomó el dinero que Oliver le tendió y lo juntó a lo poco o nada que tenía haciendo cuestión de verse satisfecha.
El juego prosiguió en un agradable silencio, apenas roto por algún chiste o risa de Abby cada cierto tiempo. Sin darse cuenta, Oliver dejó de prestarle atención al juego, e incluso se olvidó del animal que descansaba, y todo porque le parecía ciertamente agradable observar el rostro de la joven.
—Oliver, te toca —le indicó.
La confianza que Oliver tenía en aquel instante estuvo a punto de quebrarse, pues pensó que aquella era una indirecta para que dejara de mirarla.
—Si caes en uno de mis hoteles, te dejo alojarte gratis por una vez —le dijo Abby con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Existía una regla que permitiera perdonar una deuda? Se cuestionó Oliver mirando el folleto de las reglas, el cual estaba junto a la caja del juego.
El juego estaba a favor de Abby; ya poseía hoteles en las tarjetas naranjas y en las rojas, además, tenía las cuatro estaciones y dos casas en cada casilla azul oscura, y por su parte, Oliver apenas poseía hoteles en las tarjetas azules celestes, tres casas en cada amarilla y varias tarjetas hipotecadas.
A Oliver no le importaba perder, sin embargo aquella cuestión de si era legal o no perdonarle la deuda le tenía inquieto, por lo que que estiró el brazo para coger el folleto, pero como no lo alcanzaba tuvo que alzarse,
Segundos después, un sonido de dolor le escaló por la garganta, a causa de las afiladas uñas del felino que se clavaron en su regazo.
Oliver empalideció, no por el dolor, si no por el susto, y Garfield saltó de su regazo y se sentó en el suelo.
—Ah, Oliver, ¿te hizo daño? —le preguntó Abby preocupada.
—No... Estoy bien.
—Pensó que se iba a caer, así se agarran los gatos, no se lo tomes en cuenta —le estrechó las manos, las que estaban frías y sudorosas.
La escena la conmovió. Oliver se veía tal y cual un niño pequeño impresionado.
Oliver asintió con cierta rigidez, pero más tranquilo. Allí en el suelo, frente a la puerta, estaba Garfield lamiéndose la pata delantera tal cual, totalmente indiferente a lo que sucedió.
Tras un momento de descanso, Oliver recordó el folleto de las reglas y lo tomó.
—¿Qué sucede? ¿Quieres saber de alguna regla en especial? Puedes preguntarme a mí —se ofreció Abby.
—No...
Con cierto temor soltó el papel, creyendo que había ofendido de Abby de algún modo.
—Oliver, pero no te prives, busca la información que necesites —le insistió y dejó el papel sobre su regazo —Pero que conste que en ningún momento he hecho trampa, yo siempre soy muy honesta en los juegos. Bueno... —desvió la mirada y sus labios se apretaron en un gesto tímido —Reconozco que he hecho algún que otro robo al banco jugando con una amiga, pero solo con ella, lo juro.
No fue porque dudara de su palabra, de hecho, tenía la completa certeza de que había sido totalmente honesta, pero por alguna razón, miró su fajo de billetes.
—¡En verdad no hice trampa! —exclamó Abby ligeramente ruborizada.
—No, yo no...
—¡Tranquilo, solo era una broma!
Abby le agarró por los hombros y le sacudió un poco causando que los ojos de Oliver se convirtieran en dos efluentes de lágrimas.
—¡Lo siento, Oliver, solo estaba bromeando!
¡Eres una estúpida, Abby! Se riñó.
Oliver se llevó las manos a los ojos, tratando de sentenciar el llanto, pero no podía detenerlo, y sin que se diera cuenta, la manga de la ropa se deslizó dejando a la vista la cicatriz.
Abby se esforzó en no prestarle atención, aunque le costó, no por su aspecto, si no por la causa de que existiera. Era difícil esconder la angustía.
—Si quieres puedes ir a lavarte al baño. Anda, ven.
Si Abby no le hubiera tomado del brazo y caminado con él hasta la puerta del baño, se habría negado.
En cuanto entró y se detuvo frente al espejo, observó sus ojos enrojecidos. Habían pasado años sin llorar, pero poco a poco, las lágrimas habían comenzado a soltarse en contra de su voluntad, y lo odiaba, porque en una ocasión, su madre le dijo que le irritaba escucharle llorar.
—No mereces llorar.
Junto a él, reflejado, estaba aquel niño al que tanto hizo sufrir, su rostro estaba atormentado por las lágrimas.
En busca de apagar aquella visión, se quitó la mascarilla y se mojó la cara varias veces.
—¿Sabes, Oliver? He estado pensando en cortarme el cabello.
Fue la voz de Abby la que borró la imagen que le acompañaba.
No sonaba distinta a lo habitual y la pudo imaginar sonriendo, lo que le transmitió alivio mientras se limpiaba el rostro con la toalla y después se puso la mascarilla.
—Sip —continuó Abby —Creo que voy a hacer ese reto de raparme el cabello. No es que vaya a dejarme calva.
Distraídamente tomó una de las tantas trenzas que tenía y se puso juguetear, riéndose de la imagen de sí misma. En realidad no había pensado en hacer ese reto, aunque era una realidad que no le gustaba su cabello, de hecho, lo detestaba por su volumen exagerado. Solo lo toleraba trenzado.
Había soltado ese disparate en busca de quebrantar el silencio, porque le angustiaba que Oliver estuviera solo en el baño porque había una cuchilla de afeitar de su padre. Permanecer de pie le resultaba difícil, por lo que necesitaba apoyarse contra la puerta para no caerse.
—No lo hagas, Abby.
—¿Eh? —se sorprendió.
—No te lo cortes.
—Uhm —por fin logró salir del asombro y sonrió—¿Por qué? ¿Acaso te gustan mis trenzas?
—Sí.
Fue una respuesta tan inmediata que Abby no pudo evitar ruborizarse, y segundos después, una sonrisa de alegría se apoderó de sus labios.
—Pero que sepas que mi cabello estando suelto es un verdadero infierno —comenzó a hacer círculos en la puerta con el índice, emocionada a causa de aquella conversación; porque Oliver le estaba hablando —Así que dudo que te gustara si lo vieras.
—Igual me gustará.
Oliver no pudo evitar desear que algún día Abby le dijera esas mismas palabras después de descubrir su rostro. Aunque sabía que dicha imagen nunca se haría real y que todo terminaría cuando sucediera.
—Muchas gracias.
La calidez en la voz de Abby le tomó por sorpresa y causó algo distinto en su corazón.
—Definitivamente no pienso cortarme el cabello, y bueno —encogió los hombros, mostrando un brillo de pena —algún día de estos me presentaré frente a ti con el cabello suelto. Solo espero que no te asustes o te decepciones.
Oliver sintió curiosidad e imaginó a Abby con una inmensa melena de león.
—Oliver, ¿te parece si vemos alguna película?
—Sí.
Una vez salió del baño, se dejó llevar por ella hasta el sofá, y cuando le preguntó si tenía alguna preferencia, Oliver contestó que le daba lo mismo.
—¿Estás seguro de que te da lo mismo? —bajó con el mando a distancia hasta la zona de películas de terror, y arqueó una ceja —¿Entonces puedo escoger una película de estas?
Las carátulas eran sin duda desagradables, sobre todo una que tenía a un zombie con los ojos blancos y la boca abierta chorreando sangre.
—No...
—Entonces no te da lo mismo—se rio —Bueno, entonces, ¿cuál película te apetece?
Abby tenía que reconocer que tenía cierto recelo a la hora de escoger una película, ya que no sabía si podían afectar a Oliver emocionalmente, por lo que en verdad quería que eligiera él.
Oliver observó las carátulas de las películas que iban surgiendo conforme Abby presionaba el botón de avanzar. Reconoció varias que había visualizado en su infancia. Tan solo las imagenes, invocaban recuerdos que se le hacían dolorosos.
Abrazáme, es todo lo que quiero que hagas, Abby.
Quería abrazarla, pero no se sentía con el derecho de tocarla. Anteriormente fue capaz de hacerlo, pero en aquel instante no podía.
—¿Estás cansado?
Su dulce voz entró en sus oídos como una espada que aplacó su voz interior, la que tanto le reprochaba.
—Sí...
Fue una afirmación tan vulnerable y frágil, que Abby no dudó en abrazarle. Para Oliver era sencillo olvidar entre sus brazos. Todo lo malo se desvanecía.
Como se sentía cansado, no demoró en quedarse dormido. Durante años, las pesadillas se habían manifestado sin cuenta, haciendo que las noches fueran un infierno, pero, por primera vez en tanto tiempo, Oliver pudo dormir sin la presencia de aquellas voces.
Cuando abrió los ojos horas después se sintió un poco confuso en relación a dónde se hallaba.
—¿Has dormido bien?
Tras alzar la cabeza con cierta pereza, se deparó con la sonrisa de Abby repleta de ternura.
—Gracias.
Aquella sencilla palabra le causó un cosquilleo en el cielo de la boca, y dicho sentir recorrió su garganta, arrastrando consigo una corriente de calor que le minó por completo el pecho.
Oliver deseaba volver a recostarse en su hombro y permanecer allí para siempre. Llegó a pensar en pedírselo, pero tan solo dejó que ese pensamiento muriera.
—No tienes nada que agradecerme. Me alegra mucho que hayas descansado bien.
Abby envolvió su cabeza con un brazo, lo arrimó a su hombro y dejó en lo alto de su cabeza un pequeño beso lleno de cariño.
Oliver llegó a pensar que Abby sabía de su deseo y que con aquel gesto le diera a entender que iba a cumplirlo; que aceptaba una eternidad allí encerrados, absteniéndose de contactar con otras personas. Por un breve instante, llegó a pensar que ella podía prescindir de los demás y centrarse únicamente en él.
—Bueno, ya pasan de las once, así que tengo que llevarte a casa.
Aquellas crueles palabras turbaron el refugio de Oliver y degollaron la calidez, regresándole de golpe a lo que era su vida. Tenía que regresar a casa, aunque en realidad no había ninguna casa a la que regresar. Allí no había nadie esperándole.
Oliver no quería marcharse, pero no podía decir eso, así que tan solo asintió.
Tras su afirmación, el silencio consternó en el ambiente en todo el transcurso a casa, aun después de Abby prometiera que mañana vendría a buscarle. Aun después de que lo presionara contra su cuerpo en un apretado abrazo. Aun después de que le dijera lo tan importante que era para ella.
No era suficiente, iba a regresar a casa, así que no era suficiente.
—Hey, Oliver.
Abby le tocó el hombro izquierdo, y solo entonces, Oliver se percató del exterior nevado y se reparó con el edificio alto donde se suponía que estaba su hogar. Después miró a Abby sintiendo un nudo en el corazón y en la garganta.
—Estaré en la parada a las ocho en punto, ¿vale? —Abby le apretó un poco el hombro tratando de darle consuelo —pero, si me necesitas... —tomó su mano y depositó en ella un objeto que sacó del bolsillo del abrigo. Los ojos de Oliver mostraron un rasgo de sorpresa al descubrir un móvil —no dudes en llamarme. ¿Vale? Ahí tienes mi contacto. No importa la hora que sea, estaré pendiente de tu llamada.
—No...
Estaba abrumado por la sorpresa y por la gran cantidad de lágrimas que querían desplomarse. Era demasiado. Que ella le diera un móvil era demasiado, no podía aceptarlo, aunque en realidad quería quedárselo, porque con él podría escucharla siempre que quisiera.
—Oliver.
Abby abrigó sus temblorosas manos, otorgándole un refugio invaluable.
—Es tuyo, tranquilo, no necesitas darme las gracias ni sentirte mal. Tú no me pediste nada, fui yo la que quiso obsequiártelo.
El verde de los ojos de Oliver brillaba a causa de la iluminación de las farolas, como dos puntos de luz solitarios que emitían pequeños parpadeos que amenazaban con apagarse. La debilidad de Oliver quebraba el corazón de Abby.
—¿En verdad puedo llamarte?...
Dos lágrimas se deslizaron por las mejillas de Abby después de escuchar el dolor estrangulado que percibió en cada palabra rota de Oliver.
Hace poco, frente al espejo, Oliver se había prohibido de volver a llorar, porque sabía que no era merecedor de la humanidad que detonaban las lágrimas, pero ahora, frente a Abby, lloraba en silencio, mientras apretaba los labios, en un intento de contener el dolor.
Abby sentía la imperiosa necesidad de apretarlo con los brazos y callar el dolor punzante que le taladraba el pecho.
—¡Puedes llamarme siempre que quieras, Oliver! ¡No dudes en hacerlo!
Oliver cerró los párpados y se apretó contra su pecho, ansiando adentrarse en él para esconderse y poder olvidar, dejar de ver y perder la noción de su maldita realidad, y sin querer, comenzó a llorar aferrado a ella.
Todo estaba tranquilo allí afuera, no parecía haber ninguna alma. Apenas existía el susurro del viento que arrastraba los copos de nieve.
El llanto de Oliver tardó un poco en ceder, pero en cuanto lo hizo, él se alejó y se disculpó.
—Shhh, Oliver —le susurró Abby y depositó un beso en su frente —Tranquilo, no tienes que disculparte por nada, ni tampoco tienes que apresurarte en salir.
Entonces, Oliver se percató de que él no había sido el único que había llorado, la humedad brillante en el rostro de Abby, hizo que le estremeciera el corazón. No quería ser el causante de su dolor.
—Hasta mañana, Abby —no pudo suprimir el cansancio en su voz.
—Te estaré esperando mañana, Oliver. De hecho, ya estoy ansiando nuestro reecuentro, lo digo de todo corazón.
Oliver asintió perturbado por tantas emociones, por tantas dudas, temores y por la sonrisa que Abby le ofreció por última vez aquella noche. Conforme fue dejando huellas en la alfombra de nieve, las escenas que había compartido con ella aquella tarde surgieron como una película en su cabeza, pero en ningún momento volvió la mirada al vehículo, porque temía ceder al deseo de correr hacia ella. Lo único que le dio valor para seguir adelante fue la presión del celular contra su pecho; una prueba más de que Abby era real.
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