Capítulo XX
Un pequeño temblor minó la mano de Abby cuando tomó el pequeño peine que le ayudaba en la labor de enderezar el cabello. Se guardó un suspiro e inició con la labor con parsimonia. Oliver tenía un cabello grueso y de un color tan atractivo, que Abby le parecía un desperdicio dejárselo excesivamente corto, por lo que cortó apenas unos dos o tres centímetros. De vez en cuando, por segundos, pausaba la labor para observar el rostro de su cliente, el que la miraba a través del reflejo en el cristal, haciéndola sonreír.
Los suaves tirones que los dedos de la peluquera le producían en la raíz del cabello le transmitían un agradable cosquilleo, causando, que poco a poco, su atención fuera turbada por una sensación de somnolencia, pero se negó a querdarse dormido, porque quería observar el movimiento de sus manos, escuchar las tijeras cortándole el cabello.
Minutos después, Abby depositó las tijeras y el peine sobre la cajonera de madera que tenía a un lado del asiento y sacó el secador. En silencio, le sonrió a su cliente especial, y se dedicó al secado, deslizando la yema de los dedos por su cuero cabelludo, masajeándolo, transmitiéndole calidez.
La voz interior de Oliver, le decía que todo aquello era apenas un mero sueño. Que semejante trato no podía ser dirigido a él. Abby no podía quererle, porque no podía hacerse a la idea, de que alguien pudiera sentir por él algo que no fuera asco u odio.
—¡Listo!
La exclamación de Abby le hizo pestañear y salir del trance en el que por un instante había caído, y solo entonces, se observó al espejo. Hacía mucho, que su cabello no tenía tan buen aspecto.
—¿Qué te parece? —cuestionó ella con cierto nerviosismo, posando las manos sobre los hombros del muchacho, que como de costumbre, se mantenía en silencio.
Oliver asintió por fin. Reconocía que Abby no había hablado de la boca para afuera; sin duda había hecho un trabajo excelente, y casi daba la falsa sensación de que era un muchacho normal, obviando la máscara que le hacía verse de lo más anormal.
—Confieso que he estado bastante nerviosa en cuanto te lo cortaba, —admitió, sintiendo un ligero calor en las mejillas — no porque dudara de mis habilidades, es solo que, tenía cierto miedo de que no te fuera a gustar. —¿En serio te gusta? —insistió, ganándose otro asentimiento —En ese caso, ¿qué te parece que yo sea tu peluquera de ahora en adelante?
Aceptó, porque eso significaba otro garantía de que ella permanecería a su lado.
—Muchas gracias por aceptar, te prometo que en los futuros cortes, me esforzaré tanto como lo hice hoy. —dijo con estusiasmo, y mientras retiraba la bata con cuidado. Después, utilizó un pequeño peine de pelos para retirar los cabellos que le habían quedado en el cuello de su ropa, y fue a buscar la escoba y la pala que guardaban detrás el balcón de pago.
Tras girar sobre los talones, las manos de Abby chocaron con un obstáculo que recién había surgido ante ella, haciendo que dejara caer la escoba, y Oliver, dicho obstáculo, se agachó para agarrarla.
—Yo lo hago.
—Ni hablar — Abby se echó para atrás, impidiendo que atrapara el recogedor —Esta es mi peluquería y tú eres mi cliente, y como tal, yo soy la que tiene que limpiar.
—Pero, no tengo dinero... —y por ello, quería barrer por lo menos.
—En ningún momento te dije que me tuvieras que pagar, yo me ofrecí a cortarte el cabello, es un regalo, Oliver.
Abby quiso tomar la escoba, pero Oliver retrocedió dos pasos, aferrándose al objeto con ambas manos.
—Oliver, vamos, me harás sentir mal si no me dejas limpiar —le habló con ternura, acercando con lentitud la mano al palo de madera —Déjame limpiar a mí, ¿vale? Lo haré en un instante.
Deslizó los nudillos de los dedos por el dorso de sus manos, haciendo que el agarre se fragilizara, hasta que aceptó y soltó el palo de la escoba.
Abby le agradeció de todo corazón, sonriéndole de aquella forma tan especial e única.
Oliver se quedó de pie, viéndola caminar hasta la mancha de cabellos esparcidos por el suelo y la observó barrer con destreza, demostrando lo acostumbrada que estaba a aquella labor.
—¿Ves? No ha sido ninguna molestia —dijo sonriente, devolviendo la instrumentaria de limpieza al mismo lugar —Barrer no me molesta, pero lo que sí que me dá pereza, es limpiar el polvo. Tengo que ponerme una mascarilla porque si no me pongo a estornudar todo el tiempo.
Mientras hablaba, se detuvo frente al joven y lo observó con atención, mostrándose orgullosa por el resultado que había obtenido. Apenas podía captar una pequeña parte de su rostro; su frente y sus ojos. Los ojos de Abby, se centraron en aquel pedazo de tela que le cubría desde la nariz hasta la barbilla, ocultando el acné. Tanta curiosidad sentía al respecto, que había buscado fotos de otras personas que sufrían o habían sufrido de acné, y tuvo que reconocer, que había casos realmente espantosos, de los que ella también se apenaría.
—Y bien, Oliver —junto las manos, decidida a terminar con el prolongado silencio —¿qué piensas de la peluquería? Digo, que si te gusta la profesión o no. Es que —comenzó a frotar las palmas de las manos una contra la otra —Dije que te apoyaría en el aprendizaje y que trabajarías aquí, pero en ningún momento, me detuve para preguntarte si esto es lo que tú querías.
Oliver echó un vistazo a su alrededor, a aquel acogedor establecimiento, y encogió los hombros, incapaz de visualizarse allí como un trabajador. Pensar en el futuro le pesaba, pues era demasiado abrumador. Que Abby hubiera prometido ocuparse de él, era algo que le resultaba del todo surrealista.
—Oliver, quiero que sepas que yo te voy a apoyar en lo que desees. No necesariamente tienes que trabajar aquí, solo lo dije porque pensé que este sería el mejor lugar para ti. Porque aquí, nadie te va a tratar mal —dio un paso hacia adelante, recortando aquella efímera distancia entre ellos y tomó sus manos. —¿Acaso te gustaría dedicarte a algo en concreto?
Oliver negó.
—En ese caso, ¿estás conforme con el hecho de trabajar aquí? ¿Te gusta, aunque sea un poco? —le cuestionó Abby, mirándole con preocupación.
Notó que Oliver echaba un nuevo vistazo a su alrededor, como si buscara alguna razón por la que asentir.
—¿Tan mala te parece la idea?
—No —Negó sin mirarla. Abby, notó cierto temblor en sus manos, como si temiera decir lo que estaba pensando —Yo...
Tragó duro, incapaz de hablar.
—Oliver, puedes decirme lo que sea. —Abby apoyó las manos en sus hombros, buscando su mirada, la que insistía en permanecer distante — Quiero que seas sincero conmigo. Si no te gusta la idea de trabajar aquí, está bien, no te sientas obligado a aceptarlo.
Oliver fue capaz de volver a mirarla, atraído por su cálida voz, la que le recordaba a las madres hablando con sus bebés.
—No me gusta hablar —confesó con una tosquedad que no podía controlar.
Abby le tomó por la barbilla, impidiendo que bajara la mirada una vez más.
—¿Y por qué no?
El tener la mano de Abby tan cerca de la quemadura, le dio una especie de ataque de pánico, por lo que retrocedió de inmediato.
—Lo siento —pese a su rechazo, Abby no le habló de un modo distinto, su voz seguía siendo un bálsamo para su audición, un analgésico para su corazón —No quería hacerte sentir mal. Solo quería que me miraras a los ojos, porque me gusta cuando me miras, mucho más que cuando me hablas.
—Odio mi voz —sus pensamientos se manifestaron en palabras, con tono de reproche dirigido a sí mismo.
Oliver aferró las manos a los brazos, necesitado de consuelo, pero incapaz de pedirlo, sin embargo, Abby avanzó y lo abrazó, haciéndole saber que lo comprendía.
—No digas eso. —le pidió con cierta tristeza —Me gusta escucharte hablar, y ojalá lo hicieras más veces. Habla más conmigo, Oliver.
Le apretó con fuerza, deseando aplacar aquella barrera que las personas le habían obligado a alzar, quería ayudarlo a deshacerse de aquella mascarilla y la mudez que por temor prefería.
Oliver no podía creer en tamaña amabilidad. No podía. Tenía que haber otra razón por la que Abby se diera tantas molestias.
—Oliver, ¿por qué estás temblando? —Abby se alejó apenas lo suficiente para mirarle al rostro—Oliver, por favor, dímelo —le rogó.
—Mientes —habló por fin, sufriendo el escozor de las lágrimas que no pudo retener, mientras se aferraba a aquel cuerpo, como si le fuera imprescindible para vivir.
—¿A qué te refieres, Oliver?
En los ojos verdes de Oliver existía un vacío profundo, que parecía no poder se llenado por nada ni por nadie.
—Tú no me quieres —sentenció.
—¿Realmente pensaste que te quería? ¿Te tomaste mi broma a pecho?
La voz de Abby sufrió una modificación, así como su expresión, e incluso el ambiente. Oliver reconoció aquella fría y lúgubre edificación abandonada. Allí había estado muchísimas veces, en sus sueños, en la necesidad de estar solo y huir de todos. El frío, el estado de las paredes, la mismísima soledad le brindaba una paz que en la realidad desconocía. Sin embargo, en aquella ocasión, temblaba de pie, frente a la expresión de repulsa de Abby.
Avanzó, casi a punto de caerse por el temblor que azotaba sus rodillas, necesitado de su abrazo, de su afecto. Abby siempre le ayudaba a recortar las distancias, pero en aquella ocasión, hizo lo opuesto, y dejó que se derrumbara de rodillas.
—Eres realmente patético, Oliver —captó los zapatos de Alexa a su lado derecho y la flexión de sus piernas, agachada junto a él, con los codos recargados en las rodillas, burlándose de su patético espectáculo —Realmente pensaste que te quería. Quisiste ser apreciado, después de todo lo que has hecho...
Oliver sacudió la cabeza, negando, deseando escapar de aquella visión.
—No... Esto no puede ser un sueño... Abby no es un sueño...
Sus palabras eran una súplica que hizo que Alexa estirara los labios, satisfecha con la imagen de sus pupilas dilatadas, mostrando abiertamente el dolor que le ocupaba.
—Así es. Abby nunca existió —se alzó de un salto, teniendo presente el rostro descompuesto de Oliver—Abby siempre fue un sueño —se paró junto a la figura de Abby, que como una estatua, se mantenía inerte, con el odio presente en sus facciones congeladas —Nunca existió —enfatizó, estirando el brazo a través de Abby. Entonces, la imagen comenzó a turbarse, amenazando con desaparecer.
—¡No! ¡Detente! —rogó, sacudiendo la cabeza como un desquiciado, pero incapaz de ver, con horror, a Alexa sacudiendo las manos en el interior de la imagen materializada, haciéndola cada vez más turbia.
—Nunca vas a ser querido por alguien, Oliver —dijo Alexa jugueteando, sin detener el movimiento de sus manos en el interior de Abby. De la fantasía de Oliver —Que alguien tenga el deseo de protegerte. Que te quiera. Que te extrañe —conforme citaba esas ideas, su rostro se iba deformando más de la burla —¡Qué asqueroso!
La pierna femenina atravesó la imagen de una patada, haciéndola desaparecer por completo, en compañía de una grotesca carcajada que se mezcló con el grito de horror que Oliver profirió.
Las carcajadas no se desvanecían, su dolor iba en creciente, hinchando su corazón sin ningún asomo de piedad.
—Te odio.
Oliver sufrió a causa de las palabras de su madre.
—Te odio —repitió Alexa.
—Te odio —se sumó su tía a sus espaldas.
—¡Lo sé! —gritó, desesperado, tratando de alzarse para poder huir, pero no le fue posible.
—Ella no te está esperando —comentó la joven rubia, volviendo a reírse de dicha ocurrencia —Porque ella no existe. Nunca existió.
—Estás solo, Oliver. Y ni en la muerte serás querido —agregó la tormentosa voz de su madre.
Finalmente se alzó, con la espalda jorobada y muerto de cansancio, y comenzó a avanzar, arrastrando la suela de los zapatos. Necesitaba de apoyo para seguir, pero no se sujetó a ninguna pared.
—¿Ya no estás cansado de hacer el ridículo?
La voz de Alexa surgió muy cerca de su oído izquierdo, en compañía de un empujón, precipitando a Oliver por unas escaleras.
Adiós, monstruito.
Y Oliver cayó en el vacío y pensó que allí por lo menos podría hallar paz, pero no había peor infierno que aquel, pues el aire se llenaba de lamentos y reclamos llenos de rencor.
—¡No, por favor! —gritó en vano, incapaz de evitar el dolor que perpetró en su ser.
—¡Oliver, tranquilo!
Oliver se agitó bruscamente en el asiento que ocupaba, y miró a Abby con los ojos totalmente abiertos, la que sostenía por los hombros y le miraba con enorme preocupación.
—Tranquilo.
A Oliver le resultó un tormento ver las muchas trenzas oscuras regadas sobre el hombro derecho de aquella persona; de aquella ilusión suya.
—No te vayas... —aun sabiendo que era un ser imaginario, se aferró a ella, incapaz de abandonarla, pese a conocer la verdad.
El asiento se movió en la acción, haciéndole ver de nuevo el interior de la peluquería, incluso pudo ver su nuevo peinado en el espejo que estaba detrás de Abby. El tacto de ella, su cuerpo entre sus brazos, la calidez que prodigaba. Parecía real.
—Ya te dije que no me iría —le susurró ella, tal y como él le había pedido y le estrechó fuerza—Yo nunca pienso abandonarte, Oliver, porque eres importante para mí.
Era lo que Oliver deseaba escuchar. Las palabras que un niño carente anhelaba. Un amor que ignorara lo que todos los demás detestaban. Una única persona, ese había sido su mayor anhelo, y por ello, había surgido Abby. ¿Cómo había podido creer que alguien aguardaba por él en la parada de autobús? Alguien de tan hermoso corazón no se fijaría en alguien como él. No era digno de semejante consideración.
A su conveniencia, el abrazo se prolongaría por un largo instante.
Oliver esperaba que esa promesa fuera dicha una vez más, resaltando el aprecio que por sentía por él. Le diría algo como "Vas a ser feliz".
Ahora, estaba seguro, de que si bajaba la mascarilla, ella le aceptaría de todos modos y le mencionaría lo hermosos que le parecían sus ojos, y si le confesaba que fue su madre la que le hizo la quemadura, ella la señalaría como una mujer horrible y le excusaría por sus pecados. Le echaría toda responsabilidad a su madre, y a él le señalaría como a la víctima. Porque eso es lo que había querido íntimamente, que alguien le viera como la víctima de todo aquello.
No quería que Abby se marchara, pero al reconocer que era un producto de su cabeza, lo cambió todo. Volvió a sentirse solo y desamparado. Solo la culpa estaba con él. Solo eso.
Se mantuvo quieto, en silencio, sin esperar nada. Detestaba la jugarreta que le había presentado su mente una vez más, pero no se atrevía a abrir los ojos. Porque, aunque sintiera que los tenía abiertos, no era esa la verdad. Debía de despertar, afrontar todo y aceptar que Abby iba a desaparecer.
Un cosquilleo en la punta de la nariz le distrajo, por lo que, finalmente, abrió los ojos, deparándose con el semblante de la joven, que le miraba con genuina preocupación. En ese entonces, los pulmones de Oliver se desinflaron, como un balón de plástico siendo aplastado. La sensación de los labios de Abby pegándose en su frente, le hizo permanecer mudo e inmóvil, ante aquella hermosa sonrisa que le arrancaba de las tinieblas de su mente.
—Estaba muy preocupada por ti.
Fue lo que dijo Abby de repente, logrando que un riachuelo de lágrimas se regara por las mejillas de Oliver.
—Te desmayaste de repente —explicó ella, sosteniéndole las manos, acción que a él le rancó un sollozo —Y me asustaste muchísimo. Con todo lo que sucedió, olvidé preguntarte si habías comido algo. Seguro que no lo has hecho. Oliver, no puedes estar sin comer.
Oliver no podía prestarle plena atención. La sensación de los labios de Abby seguía presente en su frente, como si palpitara.
—...la ambulancia ya debe estar casi aquí.
La palabra ambulancia se acentuó en su cabeza, haciendo que la sensación se desvaneciera, colmándolo ahora de un grande temor. No podía dejar que vieran su cuerpo maltratado ni que supieran de su intento de suicidio, porque por ello llegarían a Alexa y le desgraciaría la vida, y eso era algo con lo que ya no podría cargar.
—No lo necesito —dijo abruptamente, despegando la espalda del respaldo del asiento.
—Sí lo necesitas, Oliver. Puedes tener anemia o otra cosa, es por eso que es vital que te hagan analices. No es normal que alguien se desmaye de repente —Abby depositó las manos sobre sus hombros.
—No iré —negó, receloso de su insistencia.
Todo indicaba que era un sueño, pero eran tan reales los temblores que azotaban su cuerpo. Parecía real la presencia de las manos de Abby sobre sus hombros. ¿Y sí...?
Con esperanza, alzó la mirada y se detuvo en los ojos castaños de ella, que al saberse observada, sonrió.
—Oliver, escucha, es importante que vayas. En verdad estoy muy preocupada por ti.
—Deja de decir eso —soltó cansado, cerrando los ojos por un instante, pese al temor de que al abrirlos de nuevo, ella ya se hubiera ido.
Sin embargo, por mucho que cerraba y abría los ojos, Abby seguía allí, al igual que su radiante sonrisa.
—¿Por qué me pides eso? ¿Acaso no te gusta mi compañía? —cuestionó con tristeza.
—Porque nadie puede quererme.
Así que desaparece para siempre. Completó en su mente, padeciendo de inmediato de una creciente desesperación. No quería seguir ilusionándose en vano, pero la idea de verse nuevamente solo, prescindir de sus abrazos, de sus palabras de cariño, fue como una mano apretándole la garganta.
—Pero no quiero que te vayas —confesó al fin, sintiendo que se estaba ahogando, y se aferró a ella, necesitado de aquella calidez—Sé que no eres real, pero, Abby, ¡no quiero que te vayas!
No desaparezcas. Dichas palabras hacían eco en su interior. Se estaba muriendo a cada segundo, con la constante sensación de que de un momento a otro, Abby desaparecería.
—Que no soy real dices —Oliver cerró los ojos, apreciando su voz como si fuera una melodía, una dulce canción —Jamás se me pasó por la cabeza que pensaras eso. La verdad, es que no sé muy bien qué decir. Nunca antes me habían tomado por una ilusión.
La escuchó respirar hondo y le agradó el sonido que emitió. Cada acción y palabra suya, le hacía tener esperanza de que existía.
—Lo único que te puedo decir, es que soy real. Oliver, yo en verdad estoy aquí —le presionó contra ella.
Entonces, finalmente, Oliver supo que Abby era real y eso le causó tan grande alivio, que el llantó que siguió fue desgarrador.
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